El concepto “hermenéutica” surge del verbo griego hermeneuo
que tiene básicamente tres acepciones: expresar/declarar, explicar/exponer y
traducir/interpretar. En realidad, lo que este verbo quiere significar es:
“llevar un contenido a la comprensión”, es un acto comunicativo y referido al
entendimiento. Hoy, Hermenéutica se define como “el arte de interpretar textos
en búsqueda de su verdadero sentido, especialmente textos sagrados”. Si bien
los antiguos griegos ya aplicaban Hermenéutica en la transmisión de los relatos
homéricos (Platón) y los judíos en la transmisión de la Ley (Torah), recién con
el Cristianismo este arte comienza a cobrar importancia, especialmente ante la
necesidad de encontrarle un sentido cristiano a los textos del Antiguo Testamento.
Se aplicaba aquí mayormente la metodología del análisis gramatical del texto y
del significado de las palabras (sentido literal) por un lado y la búsqueda de
un sentido más profundo, alegórico, que estaría detrás del texto (sentido
espiritual), por el otro. Este último, en la Edad Media fue a su vez desdoblado
en: 1) sentido alegórico propiamente dicho (cuestiones de fe y de doctrina de
la iglesia), 2) sentido moral o tropológico (cuestiones de la conducta del creyente)
y 3) sentido anagógico (cuestiones referentes a la esperanza y la escatología).
Los límites de la Hermenéutica, no obstante, estaban dados más y más por la
tradición y la autoridad de la Iglesia.
Con la Reforma, la Hermenéutica sufre un cambio
importante, ligado estrechamente a todo su proyecto teológico. La palabra
bíblica es experimentada como una expresión directa de Dios a la persona, a la
que desafía a una respuesta en fe. En esa palabra está presente y activo el
propio Cristo resucitado. Por ello es palabra de Dios viviente que debe ser
proclamada verbalmente, a viva voz. Todo análisis gramatical de los textos, el
estudio etimológico de los vocablos y de las circunstancias históricas debe
estar al servicio de esta proclamación. Así como Dios es libre en su obrar creativo,
su palabra debe ser libre en cuanto a su incidencia sobre la comunidad que la
escucha.
Por ello no puede haber instancias externas,
presuntamente independientes –ya sean determinadas metodologías de interpretación,
tradiciones o autoridades eclesiásticas-- que se interpongan en este proceso de
comunicación entre Dios y los humanos. Por ello los reformadores parten de la base
que la Escritura es clara en sus enunciados esenciales, porque Cristo mismo es
el enunciado esencial de la Escritura. Él es el centro desde el cual deben ser
interpretadas todas las partes de la Biblia, y eventualmente sus partes oscuras
deben ser interpretadas a partir de las claras. Así, la Escritura es su propia
intérprete. La palabra viviente mediante la que el propio Cristo se transmite a
su comunidad es en sí misma de naturaleza espiritual. Por eso, no necesita que
se busque en ella un segundo sentido espiritual más allá de lo que dice su
sentido literal.
La centralidad de Cristo como expresión del la
voluntad justificadora gratuita de Dios transmitida exclusivamente por la
Escritura, permitió a los reformadores poner en tela de juicio la autoridad del
magisterio de la Iglesia y muchas de sus doctrinas. La autoridad de las
Escrituras como única norma de la enseñanza cristiana, sin embargo, necesitó de
un reaseguro frente a los que se oponían a esta concepción, lo que llevó a
enfatizar la doctrina de la inspiración verbal de la Escritura.
Desafortunadamente, llevada al extremo, esta doctrina no hizo más que negar la historicidad
de los textos bíblicos y encasillar nuevamente el libre obrar del Espíritu de
Dios a través de su palabra. Así, la Biblia hubo de soportar la burla de ser el
“Papa de papel”.
Pero sostener la Sagrada Escritura como única norma de
la fe obligaba a su vez a un estudio pormenorizado de las palabras y la
gramática de los textos originales (hebreo y griego), como de su contexto
histórico. Así nace el método del análisis histórico-critico en aras de
descubrir cada vez con mayor precisión el significado de los textos bíblicos.
Durante más de dos siglos este método fue aplicado a las Escrituras con
creciente rigor científico y hasta no diferenciarlas de cualquier otro
testimonio histórico. La buscada objetividad histórica puso en tela de juicio
muchas tradiciones dogmáticas. Pero, finalmente, ¿qué debía proclamarse a las
personas, más allá de los históricamente purificados y reconstruidos relatos
bíblicos y las enseñanzas morales extraídas de los mismos? La adopción de
diversos conceptos filosófico-culturales contemporáneos y la psicologización se
colaron entonces por la “puertita del fondo” en la tarea de encontrarle sentido
a la exposición de las Escrituras.
A pesar de sus crisis, el Siglo XX trajo aires
renovados a la interpretación protestante de las Escrituras. Karl Barth
entiende las Escrituras desde la encarnación. Así como Cristo es la libre y misericordiosa
autoexpresión de Dios, las Escrituras son la presencia de la palabra de Dios en
la palabra humana de los profetas y apóstoles. Así como distinguimos la
naturaleza humana y la naturaleza divina de Cristo, pero insistimos en la
unidad en su persona, en las Escrituras distinguimos entre palabra divina y
palabra humana, pero no podemos separarlas. Dios nos habla a través de esta
escritura humana concreta, no por encima ni por debajo ni por al lado de ella
en alguna dimensión que debiera ser descubierta aún. Nos acercamos nuevamente a
los conceptos hermenéuticos de los Reformadores.
Para el teólogo Rudolf Bultmann la cuestión principal
es la “comprensión” de los textos. Análisis gramatical, literario, histórico
son herramientas imprescindibles para esta comprensión, pero esencial es la
pregunta por la intención de lo expresado en el texto, esto es por el entendimiento
que tiene de la existencia humana que se expresa en él. Asimismo, es importante
la relación existencial del intérprete con el tema que trata el respectivo
texto, su “pre-comprensión”. Nadie se acerca al texto de forma absolutamente
neutral, aunque el rigor científico así lo exigiera. No es un impedimento para
la interpretación, pero es necesario tomar conciencia de que es así y cuál es
esa pre-comprensión, y tenerla en cuenta. En muchas de sus partes las Escrituras
se valen de una terminología mítica acorde a su origen histórico. Esta
terminología cumple la función de expresar en términos concretos, terrenales,
conceptos abstractos, sobrenaturales, divinos. La “desmitologización” de las
Escrituras impulsada por Bultmann debía develar para la autocomprensión del
humano moderno el apelo convocante y vinculante de Dios más allá de las
representaciones y figuras expresadas en sus relatos. En un extremo puede
afirmar, por ejemplo, que los relatos sobre la vida de Jesús son prescindibles
para el contenido de la proclamación; para comprender a Cristo como la obra
salvadora de Dios “basta” con proclamar que Dios vino al mundo. Lo importante
es el “qué” y no el “cómo”. No son los datos históricos los que consolidarán
nuestra fe, sino únicamente la decisión tomada ante la interpelación de Dios.
Pero está claro que el apelo de Dios a los hombres no
puede ser separado de la palabra concreta que nos habla de sus grandes obras. Las
herramientas exegéticas para el análisis histórico-crítico, la crítica
literaria, el estudio de los géneros y las formas, la historia de la redacción
de los textos bíblicos se ha perfeccionado enormemente en los últimos cien
años. Asimismo, se ha acumulado un enorme acervo de conocimiento acerca
de la composición de los textos originales, la gramática, el significado de las
palabras, estadísticas de las palabras usadas, de las circunstancias históricas
y de la historia de la interpretación, que permiten hoy un acercamiento
profundo al significado de las Escrituras. En los últimos tiempos se han
agregado los conocimientos de la lingüística como el análisis estructural y la
semiótica. De estos se desprende la posibilidad de la “relectura” de los textos
en virtud de la pluralidad de sentidos que ofrecen según desde qué ángulo se lo
lee, qué preguntas se le acercan al texto o qué pre-comprensión se tiene de él.
Cada nueva lectura en cada nuevo contexto socio-histórico es productora de
nuevo sentido. Si bien cada lectura produce una clausura del sentido del texto
para hoy, el texto bíblico siempre posee también una reserva de sentido, un
adelante a ser explorado para futuras relecturas, o sea: como palabra de Dios
siempre tiene algo que decir a futuras generaciones. Siendo que la Biblia nos
revela a nosotros, los cristianos, a Cristo como principal eje de sentido de su
texto, será su gratuita obra liberadora el parámetro hermenéutico que nos
guiará en nuestra proclamación, en nuestra catequesis, en nuestra tarea pastoral
y en nuestra tarea ecuménica.
* Federico H. Schäfer, Pastor emérito. Iglesia
Evangélica del Río de la Plata
Fuente: ALCNOTICIAS, Reflexiones y recursos
para celebrar los 500 años del movimiento de la Reforma, Número 3, año 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario