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sábado, 15 de marzo de 2014

La Hermenéutica que aplica la Teología de las iglesias de la Reforma hoy

Por. Federico H. Schäfer, Argentina*


El concepto “hermenéutica” surge del verbo griego hermeneuo que tiene básicamente tres acepciones: expresar/declarar, explicar/exponer y traducir/interpretar. En realidad, lo que este verbo quiere significar es: “llevar un contenido a la comprensión”, es un acto comunicativo y referido al entendimiento. Hoy, Hermenéutica se define como “el arte de interpretar textos en búsqueda de su verdadero sentido, especialmente textos sagrados”. Si bien los antiguos griegos ya aplicaban Hermenéutica en la transmisión de los relatos homéricos (Platón) y los judíos en la transmisión de la Ley (Torah), recién con el Cristianismo este arte comienza a cobrar importancia, especialmente ante la necesidad de encontrarle un sentido cristiano a los textos del Antiguo Testamento. Se aplicaba aquí mayormente la metodología del análisis gramatical del texto y del significado de las palabras (sentido literal) por un lado y la búsqueda de un sentido más profundo, alegórico, que estaría detrás del texto (sentido espiritual), por el otro. Este último, en la Edad Media fue a su vez desdoblado en: 1) sentido alegórico propiamente dicho (cuestiones de fe y de doctrina de la iglesia), 2) sentido moral o tropológico (cuestiones de la conducta del creyente) y 3) sentido anagógico (cuestiones referentes a la esperanza y la escatología). Los límites de la Hermenéutica, no obstante, estaban dados más y más por la tradición y la autoridad de la Iglesia.
Con la Reforma, la Hermenéutica sufre un cambio importante, ligado estrechamente a todo su proyecto teológico. La palabra bíblica es experimentada como una expresión directa de Dios a la persona, a la que desafía a una respuesta en fe. En esa palabra está presente y activo el propio Cristo resucitado. Por ello es palabra de Dios viviente que debe ser proclamada verbalmente, a viva voz. Todo análisis gramatical de los textos, el estudio etimológico de los vocablos y de las circunstancias históricas debe estar al servicio de esta proclamación. Así como Dios es libre en su obrar creativo, su palabra debe ser libre en cuanto a su incidencia sobre la comunidad que la escucha.
Por ello no puede haber instancias externas, presuntamente independientes –ya sean determinadas metodologías de interpretación, tradiciones o autoridades eclesiásticas-- que se interpongan en este proceso de comunicación entre Dios y los humanos. Por ello los reformadores parten de la base que la Escritura es clara en sus enunciados esenciales, porque Cristo mismo es el enunciado esencial de la Escritura. Él es el centro desde el cual deben ser interpretadas todas las partes de la Biblia, y eventualmente sus partes oscuras deben ser interpretadas a partir de las claras. Así, la Escritura es su propia intérprete. La palabra viviente mediante la que el propio Cristo se transmite a su comunidad es en sí misma de naturaleza espiritual. Por eso, no necesita que se busque en ella un segundo sentido espiritual más allá de lo que dice su sentido literal.
La centralidad de Cristo como expresión del la voluntad justificadora gratuita de Dios transmitida exclusivamente por la Escritura, permitió a los reformadores poner en tela de juicio la autoridad del magisterio de la Iglesia y muchas de sus doctrinas. La autoridad de las Escrituras como única norma de la enseñanza cristiana, sin embargo, necesitó de un reaseguro frente a los que se oponían a esta concepción, lo que llevó a enfatizar la doctrina de la inspiración verbal de la Escritura. Desafortunadamente, llevada al extremo, esta doctrina no hizo más que negar la historicidad de los textos bíblicos y encasillar nuevamente el libre obrar del Espíritu de Dios a través de su palabra. Así, la Biblia hubo de soportar la burla de ser el “Papa de papel”.
Pero sostener la Sagrada Escritura como única norma de la fe obligaba a su vez a un estudio pormenorizado de las palabras y la gramática de los textos originales (hebreo y griego), como de su contexto histórico. Así nace el método del análisis histórico-critico en aras de descubrir cada vez con mayor precisión el significado de los textos bíblicos. Durante más de dos siglos este método fue aplicado a las Escrituras con creciente rigor científico y hasta no diferenciarlas de cualquier otro testimonio histórico. La buscada objetividad histórica puso en tela de juicio muchas tradiciones dogmáticas. Pero, finalmente, ¿qué debía proclamarse a las personas, más allá de los históricamente purificados y reconstruidos relatos bíblicos y las enseñanzas morales extraídas de los mismos? La adopción de diversos conceptos filosófico-culturales contemporáneos y la psicologización se colaron entonces por la “puertita del fondo” en la tarea de encontrarle sentido a la exposición de las Escrituras.
A pesar de sus crisis, el Siglo XX trajo aires renovados a la interpretación protestante de las Escrituras. Karl Barth entiende las Escrituras desde la encarnación. Así como Cristo es la libre y misericordiosa autoexpresión de Dios, las Escrituras son la presencia de la palabra de Dios en la palabra humana de los profetas y apóstoles. Así como distinguimos la naturaleza humana y la naturaleza divina de Cristo, pero insistimos en la unidad en su persona, en las Escrituras distinguimos entre palabra divina y palabra humana, pero no podemos separarlas. Dios nos habla a través de esta escritura humana concreta, no por encima ni por debajo ni por al lado de ella en alguna dimensión que debiera ser descubierta aún. Nos acercamos nuevamente a los conceptos hermenéuticos de los Reformadores.
Para el teólogo Rudolf Bultmann la cuestión principal es la “comprensión” de los textos. Análisis gramatical, literario, histórico son herramientas imprescindibles para esta comprensión, pero esencial es la pregunta por la intención de lo expresado en el texto, esto es por el entendimiento que tiene de la existencia humana que se expresa en él. Asimismo, es importante la relación existencial del intérprete con el tema que trata el respectivo texto, su “pre-comprensión”. Nadie se acerca al texto de forma absolutamente neutral, aunque el rigor científico así lo exigiera. No es un impedimento para la interpretación, pero es necesario tomar conciencia de que es así y cuál es esa pre-comprensión, y tenerla en cuenta. En muchas de sus partes las Escrituras se valen de una terminología mítica acorde a su origen histórico. Esta terminología cumple la función de expresar en términos concretos, terrenales, conceptos abstractos, sobrenaturales, divinos. La “desmitologización” de las Escrituras impulsada por Bultmann debía develar para la autocomprensión del humano moderno el apelo convocante y vinculante de Dios más allá de las representaciones y figuras expresadas en sus relatos. En un extremo puede afirmar, por ejemplo, que los relatos sobre la vida de Jesús son prescindibles para el contenido de la proclamación; para comprender a Cristo como la obra salvadora de Dios “basta” con proclamar que Dios vino al mundo. Lo importante es el “qué” y no el “cómo”. No son los datos históricos los que consolidarán nuestra fe, sino únicamente la decisión tomada ante la interpelación de Dios.
Pero está claro que el apelo de Dios a los hombres no puede ser separado de la palabra concreta que nos habla de sus grandes obras. Las herramientas exegéticas para el análisis histórico-crítico, la crítica literaria, el estudio de los géneros y las formas, la historia de la redacción de los textos bíblicos se ha perfeccionado enormemente en los últimos cien años. Asimismo, se ha acumulado un enorme acervo de conocimiento acerca de la composición de los textos originales, la gramática, el significado de las palabras, estadísticas de las palabras usadas, de las circunstancias históricas y de la historia de la interpretación, que permiten hoy un acercamiento profundo al significado de las Escrituras. En los últimos tiempos se han agregado los conocimientos de la lingüística como el análisis estructural y la semiótica. De estos se desprende la posibilidad de la “relectura” de los textos en virtud de la pluralidad de sentidos que ofrecen según desde qué ángulo se lo lee, qué preguntas se le acercan al texto o qué pre-comprensión se tiene de él. Cada nueva lectura en cada nuevo contexto socio-histórico es productora de nuevo sentido. Si bien cada lectura produce una clausura del sentido del texto para hoy, el texto bíblico siempre posee también una reserva de sentido, un adelante a ser explorado para futuras relecturas, o sea: como palabra de Dios siempre tiene algo que decir a futuras generaciones. Siendo que la Biblia nos revela a nosotros, los cristianos, a Cristo como principal eje de sentido de su texto, será su gratuita obra liberadora el parámetro hermenéutico que nos guiará en nuestra proclamación, en nuestra catequesis, en nuestra tarea pastoral y en nuestra tarea ecuménica.

* Federico H. Schäfer, Pastor emérito. Iglesia Evangélica del Río de la Plata

Fuente: ALCNOTICIAS, Reflexiones y recursos para celebrar los 500 años del movimiento de la Reforma, Número 3, año 2014.

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