Me acuerdo que cuando realizaba mis estudios de licenciatura en teología en el Seminario Teológico Bautista Internacional de Cali, Colombia (1990 - 1994). Como todo estudiante inquieto por conocer ciertas verdades, pregunté ciertas cosas con respecto a la sexualidad de la pareja adámica. Algunos profesores (hoy ya están viejos) comenzaron a dudar de mi vida cristiana, incluso que el Rector de ese tiempo Damián me llamó la atención y me dijo que me cuidará de hacer esos comentarios, además que estaba leyendo. Sólo le dije que no creía que el pecado de esa pareja no fue de relaciones sexuales (...).
Creo que muchos creyentes aseguran que el pecado de Adán y Eva fue de relaciones sexuales. Es por ello que el Dr. Jorge León comienza su artículo con estas preguntas que recogen la inquietud de muchos de ellos; de allí nace mi deseo de compartir su artículo: "¿Hacían el amor Adán y Eva antes de la caída? Si no lo hacían... ¿Cómo podría conservarse la raza humana sobre la tierra?(...). Si lo hacían, y si nosotros creemos que la relación sexual es pecaminosa, entonces, ¿necesitó Dios del pecado del hombre para poder conservar su máxima creación? ¿Acaso habría pensado Dios en un medio de multiplicación de la especie humana diferente al de los animales? ¿Cómo sería eso? Si de alguna manera estaba en los planes de Dios que no existiera la sexualidad... ¿podemos considerar pecadores a los animales por reproducirse sexualmente? Si se afirmare tal disparate, en seguida preguntaría, ¿cómo podemos considerar pecadores a seres irracionales?
Las preguntas con las que inicio esta trabajo son un poco irónicas, ¿verdad?. Prefiero hacer este tipo de preguntas para enfrentarnos con una realidad insoslayable. Lo prefiero antes de entrar en absurdas especulaciones sobre la presencia o la ausencia del apetito sexual en el Jardín del Edén antes de la caída de nuestros padres primitivos. Es lógico suponer que este apetito es necesario, según la naturaleza humana, para el cumplimiento del acto sexual, sin el cual el ser humano jamás habría podido realizar el mandato del Creador de: "Creced y multiplicaos".La ambición de la ética tradicional ha sido mantener la sexualidad dentro de los límites de la vida conyugal, lo cual ha conducido a muchos a desconocer la posibilidad de que exista una sexualidad infantil.
Las preguntas irónicas del comienzo ponen de manifiesto una falta en la Iglesia de hoy, la de una teología pastoral de la sexualidad que tenga en cuenta: 1.- La revelación bíblica; 2.- los descubrimientos humanos sobre el don divino de la sexualidad y 3.- la necesidad de sostener una ética sexual que permita lograr un equilibrio entre la naturaleza sexual que Dios nos ha concedido y la conciencia moral que nos habita, por decisión divina.No tiene sentido intentar una teología pastoral y una ética cristiana sobre la sexualidad manteniendo un punto de vista pre-freudiano.
El aporte de la antropología psicoanalítica es fundamental. Veamos lo que nos dice al respecto el teólogo reformado francés Georges Crespy: "La ética cristiana tradicional ha desconocido la posibilidad de una sexualidad infantil. Ella se ha inspirado en una antropología del tipo de los rabinos talmúdicos según los cuales el espíritu del bien (yetzer a tob) desciende sobre el niño a los siete años, mientras que el espíritu del mal (yetzer a rah) cae sobre el adolescente a los catorce años. Esto les permitía entretenerse en la ilusión -aún comunmente extendida- de la "inocencia" de los niños y del carácter irruptivo de las pulsiones sexuales durante la pubertad.
Numerosos tratados -usados por los padres- han sido producidos por especialistas cristianos en educación sexual que perseveran todavía en este punto de vista pre-freudiano" (Pour une théologie de la sexualité, Revista Etudes théologiques et religieuses, Montpellier, Francia, 1977, p. 65).Georges Crespy introduce un término que para algunos puede resultar nuevo, me refiero a la pulsión. Aún los que estén familiarizados con la obra de Freud, según la traducción de Luis López Ballesteros, pueden verse en dificultades, con este término, que establece una clara línea de demarcación entre el sexo animal y la sexualidad humana. Este concepto merece un detallado análisis para cualquier intento de apuntar hacia una teología de la sexualidad."
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Fuentes: Psicologia pastoral, Jorge León, es pastor, cubanoargentino, Doctor en Filosofía y teología.
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