Wenceslao Calvo, España*
Si preguntáramos a cualquier cristiano cuál ha sido el momento crucial en su vida seguramente la respuesta sería unánime: el de su conversión. Ya sea que ésta haya sido un proceso más o menos prolongado o haya sido resultado de una rápida vicisitud, todos coincidirán en señalar esa experiencia como la de mayor importancia, sobrepasando con creces a cualquier otra. Y no es de extrañar que así sea, ya que allí se ha trazado una línea divisoria por la que la persona en cuestión tiene un antes y un después, algo que el Nuevo Testamento describe con términos tan radicales y profundos como nueva creación y nuevo nacimiento, es decir, algo que está más allá del poder de cualquier institución o individuo. No se trata de un ir de menos a más, ni de un progreso o desarrollo, sino de un cambio; un cambio de naturaleza, de posición y de destino. Un paso de muerte a vida(1). Es solo un paso… Pero ¡qué paso!
Es natural y universal dar un paso de vida a muerte y todos los hijos de Adán han dado o daremos ese paso, queramos o no, en su debido momento. Pero la conversión supone cambiar la dirección de ese paso, es decir, ir en contra de la inapelable ley natural por la que todos estamos irremisiblemente abocados a la muerte. Para eso se necesita algo más que recursos humanos: hace falta el poder de Dios, el único poder capaz de romper la inercia natural de un movimiento descendente. Eso es el evangelio. Seguramente una de las conversiones más fructíferas que ha habido, si no la que más, ha sido la de aquel judío natural de Tarso cuyo nombre era Saulo pero que ha pasado a la Historia con el de Pablo. Muchos grandes pintores han querido con sus pinceles retratar la inmortal escena con mayor o menor acierto, en la que el perseguidor es derribado a tierra deslumbrado por aquella súbita luz cegadora en el camino a Damasco. Ese instante cambiará no sólo el curso de su vida personal sino que también incidirá profundamente en el rumbo de la Historia en general. Pero lo que lógicamente ningún pintor ha podido plasmar con su paleta fue la conversación que Saulo sostuvo con aquella voz que le habló en aquel momento singular.
Para conocer el contenido de tan fundamental conversación hemos de ir al libro de los Hechos, donde aparece registrada en tres ocasiones(2). De esas tres hay una(3), la que Pablo mismo relata ante el rey Agripa, que contiene un detalle que no aparece en las otras dos. Se trata del momento en el que Jesús, a quien hasta ese instante Saulo conceptúa como un usurpador, se dirige a él llamándolo dos veces por su nombre y preguntándole la razón de su persecución. El dato insólito, que solo aparece aquí, está en la siguiente frase: ´…oí una voz que me hablaba, y decía en lengua hebrea…´ No hay que pasar por alto esta referencia a la lengua en la que Jesús le habla por primera vez a Saulo. Todo lo contrario. Aunque es seguro que Saulo era bilingüe, hablante del griego (lengua franca) y del hebreo (lengua materna), y presumiblemente multilingüe, al no ser improbable suponer que supiera latín y alguna de las lenguas locales anatolias de su región de nacimiento, lo importante es que Jesús le va a hablar en su lengua materna, es decir, aquella con la que Saulo se identifica por encima de todo. La lengua que define su identidad nacional, familiar, cultural, personal y religiosa. La lengua que lo sitúa en unas coordenadas en las que su corazón y su mente se sienten como en casa. De manera que las palabras que van a dar un giro revolucionario para siempre en su vida le llegan en la lengua de su corazón. Pudieron suceder muchas cosas en el camino a Damasco. Jesús pudo haberle hablado a Saulo en griego, en latín, en licaónico o incluso en alguna lengua no humana sino angélica. Pudo hacerlo hasta en chino, si él hubiera querido. Y hacer que Saulo entendiera lo que le estaba diciendo. Sin embargo, lo que sucedió es que se dirigió a él en su lengua materna.
Esto hace resaltar dos cuestiones fundamentales:
Una es el uso por parte de Dios del instrumento más natural y asequible para llegar al corazón humano, esto es la lengua materna de cada individuo.
Otra es que hace uso de tal instrumento para efectuar el cambio más trascendental que imaginarse pueda: la conversión del corazón.
Todo esto supone la sabia acomodación por parte de Dios de un medio natural (la lengua materna) a un fin espiritual (la conversión). Ése fue el método en el caso de Saulo de Tarso y es el método que en general usa Dios para efectuar la conversión de cualquier persona al evangelio, lo cual, de nuevo, nos conduce a la importancia que tiene el dar la Palabra a cada persona en su lengua materna. Por eso no hay que escatimar esfuerzos, aunque el grupo lingüístico necesitado nos parezca a nosotros despreciable en lo numérico o irrelevante en presencia social o cultural. Para Dios no hay grupos lingüísticos menospreciables, porque un día habrá delante del trono gente ´…de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas…´(4) De las lenguas que nosotros conceptuamos como importantes y también de las que estimamos como insignificantes. Si quieres saber más de muchas de esas lenguas puedes visitarlas, aunque sea virtualmente, en www.proel.org. Pero especialmente pregúntate qué puedes hacer al respecto para el cumplimiento de esa gran escena delante del trono.
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1) Juan 5:24
2) Hechos 9:4-6; 22:7-10; 26:14-18
3) Hechos 26:14-18
4) Apocalipsis 7:9
*Wenceslao Calvo es conferenciante, predicador y pastor en una iglesia de Madrid
Fuente: © W. Calvo, ProtestanteDigital.com (España, 2009).
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