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sábado, 1 de enero de 2011

Año nuevo ¿vida nueva?

Por. Wenceslao Calvo, España*

Así dijo el Señor: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas,
cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma.’

(Jeremías 6:16)

El año nuevo ha llegado y de su brazo viene el inseparable tópico que lo acompaña: Año nuevo, vida nueva. Los fumadores empedernidos, acuciados ahora por los cada vez más tétricos mensajes en las cajas de cigarrillos, se propondrán, una vez más, dejar de fumar. Los amigos del buen comer, constatando que la báscula ha registrado minuciosamente cada uno de los excesos de esta Navidad, resolverán volver a la disciplina del severo régimen alimenticio. Y con todos los grandes o pequeños vicios que nos dominan determinaremos acabar con ellos, de una vez y para siempre, al comenzar el año nuevo. La ocasión es idónea, la fecha redonda: un inicio, un comienzo, un ciclo en el tiempo... Algo que se acaba y algo que empieza.Y así comenzaremos el año con renovadas ilusiones, con remozados empeños puestos en librar la batalla, hasta ahora inconclusa, que nos permita alzarnos con la victoria sobre esto o aquello. Pero ¡ay! las hojas del calendario irán cayendo y con ellas irán menguando nuestras fuerzas, nuestra voluntad disminuyendo, para pronto descubrir que estamos en la misma condición con la que despedimos el año: Y nuestros viejos fantasmas seguirán ahí: Impertérritos, desafiantes y hasta crecidos como nunca antes.

Después de todo, si hubo una fecha redonda ésa fue el 1 de enero de 2001: cambio de año, cambio de siglo, cambio de milenio... ¿Puede haber más cambios convergiendo en una sola cifra? Si la tópica frase funcionara, era entonces cuando, por encima de todo, debía haber funcionado porque la ‘magia’ de aquellos dígitos daba más motivación. Pero si los números de entonces no tuvieron la suficiente eficacia para que el cambio se produjera ¿Qué podemos esperar ahora, que las cifras ya han perdido aquella redondez perfecta, aquel brillo singular?. De manera que todo indica que estamos abocados a un vitalicio estado de buenas resoluciones y perturbadores tropezones. Aunque ¡claro! siempre encontraremos un consuelo, aunque sea engañoso: ‘La próxima vez será la definitiva’; o ‘Después de todo no soy el único al que esto sucede’; hasta hallaremos alguna frase oportuna que justifique nuestro fracaso: ‘La mejor manera de vencer la tentación es caer en ella.’ Y así, ajada ya aquella juvenil determinación del 1 de enero, claudicaremos, tal vez ya en febrero, ante la tozuda realidad.

¿Es esto todo lo que podemos esperar? ¿No hay manera de salir de este círculo de idealismo de pompas de jabón que estallan a la primera de cambio, dejándonos decepcionados, como los niños que dejan de serlo para siempre, al descubrir que los Reyes Magos son los padres? ¿Es la vida un conjunto de ilusiones que están más allá de nuestro alcance y que, aun así, necesitamos creer que las vamos a alcanzar, como ocurre con el asno al que el jinete pone la zanahoria por delante para que ande? Si es así, tarde o temprano acabaremos en el nicho del cinismo, en el hoyo del resentimiento o en la fosa del sarcasmo. Y sin embargo, el pasaje bíblico arriba citado sí habla de un nuevo comienzo. Pero se trata de un nuevo comienzo que tiene unos condicionantes sin los cuales nunca se producirá. Son los siguientes:

  1. Pararse. En un mundo agitado y frenético como el que vivimos que gira a velocidad de vértigo, detenerse parece una pérdida. Y sin embargo, el mandato de Dios en ese texto es precisamente ése.

¿Cuándo hemos de pararnos? Cuando estamos perdidos y no sabemos donde estamos. O cuando estamos desorientados y no sabemos hacia donde vamos. O cuando damos vueltas y vueltas en círculos sin sentido. O cuando simplemente andamos por andar. O cuando andamos por sendas peligrosas, por despeñaderos abruptos. En definitiva, cuando andamos en nuestros propios caminos. Entonces, es imprescindible saber pararse. ¿Por qué hemos de pararnos? Porque podemos malgastar toda nuestra vida, todo nuestro tiempo y toda nuestra energía en caminos que, en el mejor de los casos, no llevan a ninguna parte.

  1. Mirar. Mirar es mirar adentro, o sea reflexionar, pensar, evaluar y hacer balance. Significa un ejercicio de introspección, de examen de conciencia. No es fácil esto e incluso puede ser doloroso, al descubrir que nuestra vida en conjunto no pasa el examen. Tal vez el suspenso es global porque no hay ni una sola asignatura que hemos aprobado. O tal vez el suspenso es parcial, en una sola, pero siempre la misma, la eterna, la pendiente asignatura que nos trae de cabeza. De la misma manera que los marinos en la antigüedad echaban la sonda para comprobar la profundidad de las aguas por las que estaban navegando no fueran a encallar o embarrancar, así es necesario sondear nuestra conciencia no sea que naufraguemos en el mar de la vida.
  2. Preguntar. Preguntar es un ejercicio de humildad, porque es un reconocimiento de la propia ignorancia, de la propia limitación. Y es la admisión de que hay otros que saben lo que yo ignoro. Pero lo mismo que ocurre cuando estamos perdidos en una gran ciudad, que muchos no saben o incluso dan una indicación equivocada, así acontece con los asuntos de la vida: No todo al que preguntemos está cualificado para dar la respuesta correcta; por eso hay muchos ciegos guiando a ciegos. Es decir, además de preguntar hay que saber a quién preguntar. Hay un sitio al que podemos ir a preguntar porque es infalible con la verdadera infalibilidad y ese sitio no es otro que la misma Palabra de Dios. Pero preguntar exige también saber hacer las preguntas correctas pues sólo aquel que sabe hacer las preguntas correctas obtendrá las respuestas correctas. En el pasaje citado se habla de preguntar por las sendas antiguas, o sea, eternas. La senda del arrepentimiento, la senda de la conversión a Dios, la senda de la santidad, la senda del temor de Dios, la senda de la consagración, la senda del servicio. Esas son las sendas por las que hemos de preguntar. También se habla de el buen camino; nótese el artículo determinado en singular. Es decir, que a pesar de Machado sí hay camino y no un camino cualquiera sino el camino por excelencia, el camino por antonomasia.
  3. Andar. Una vez que hemos encontrado la respuesta a nuestra pregunta, hemos de ponernos en movimiento, en marcha. La fe especulativa es una fe muerta, la fe que no se traduce en acción ni siquiera es fe, de la misma manera que un cadáver ya no es una persona.

Como resultado de todo ello hay una promesa: Descanso para nuestra alma. Eso es exactamente lo mismo que prometió Jesús. Por eso, ahora que estamos comenzando un nuevo año tal vez es preciso hacer un alto en el camino, mirar, preguntar y andar para poder descansar.


* Wenceslao Calvo es conferenciante, predicador y pastor en una iglesia de Madrid

Fuente: © W. Calvo, ProtestanteDigital.com (España, 2006).

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