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lunes, 13 de febrero de 2012

SACERDOCIO UNIVERSAL Y TESTIMONIO CRISTIANO (I Pedro 4.1-11)

Por. Lic. Raúl Méndez Yáñez, México

Introducción

Como se ha venido comentando en sermones anteriores, el Sacerdocio Universal es una cuestión de trabajo en comunidad. Al interior de la iglesia, como comunidad de fe democrática, el Sacerdocio Universal (aún una utopía, según el triste reconocimiento del pastor Cyril Eastwood) implica que cada creyente asuma su responsabilidad como constructor del Reino y heraldo del Evangelio. El día de hoy repararemos en las implicaciones de esta, más que ministerio, identidad, al momento de proyectar hacia fuera las virtudes de aquel que nos llamó a su luz admirable. Como se dijo la semana pasada, la palabra clave para pensar el Sacerdocio Universal es “empoderamiento”. Se puede hablar de este empoderamiento en dos sentidos: como es entendido este término en los ámbitos político-sociales y como es entendido en el marketing. Ambos sentidos apelan directamente a la evangelización. Una vez analizados estos aspectos, en un tercer momento comentaré sobre la retroalimentación que al interior de las iglesias produce la evangelización. Finalizaré con algunas posibles líneas de acción del sacerdocio universal o empoderamiento evangélico (como también le habré de llamar) en nuestro contexto local.
1. Empoderamiento evangélico: gestión pública
En el contexto político-social el empoderamiento es entendido como “transformación estratégica de las relaciones de poder”[1] Es referido especialmente en la cuestión de género como el surgimiento de nuevas mujeres que buscan un reconocimiento público de su dignidad, no sólo en cuanto mujeres, sino también en su calidad de gestoras y representantes de su comunidad marginada y pobre. En este sentido el empoderamiento significa habilitar a cualquier persona para poder transformar la forma en la cual se decide quien y cómo gobierna, o como actúa desde el poder. Y por “poder” no se debe pensar exclusivamente en el tan preciado lugar que la alternancia desperdiciada, el nuevo rostro o el cambio verdadero se encuentran buscando este año. Antes se definía poder como la capacidad que alguien tiene para obligar a otro a hacer algo.[2] Hoy puede entenderse el poder más bien como la capacidad de una persona para movilizar recursos materiales o humanos, sin ser necesariamente obligatorio. Es decir, poder es cuando una persona puede disponer de más energía que la que por si sola posee.[3] Ahora mismo yo tengo cierto poder pues soy capaz de atraer y aprovechar su atención durante un tiempo determinado; pensando en el próximo día 14 una novia tiene poder pues es capaz de movilizar a su novio por toda la ciudad con tal de que llegue a verla. Un patrón tiene poder pues dispone de la energía de sus empleados.
En este sentido el poder, como movilización de recursos y energía, puede ser mal o bien aprovechado, ética o inmoralmente. En el contexto bíblico este exceso de energía sólo es legítimo por una cosa: su capacidad de preservar la vida. Todo aquel poder que no movilice los recursos para preservar la vida individual y colectiva carece de autoridad. Así, en el momento en que Elí fue incapaz de controlar el mal sacerdocio de sus hijos, quienes en lugar de promover el cuidado y vida del pueblo procuraban su debilitamiento de recursos y de energía, fue quitado de su puesto; cuando un rey (y fue la constante) era inepto para hacer que el pueblo viviera bien era depuesto. Y finalmente, cuando Jesús señala que le ha sido dada toda potestad en los cielos y la tierra, esto va relacionado a su capacidad de traer vida en abundancia.
El empoderamiento es entonces el proceso por el cual se garantiza que la movilización de los recursos y la energía estén en las manos adecuadas. Lo cual implica, en la mayor parte de los casos, quitar el poder a una persona a una clase o grupo social. En el caso de las mujeres, equilibrar el poder en manos de los hombres recuperando ellas mismas muchas facultades. Para la Reforma Protestante el empoderamiento se dio en forma de la doctrina del Sacerdocio Universal. Por una feliz coincidencia pude obtener por un contacto de Facebook el Segundo Tomo de la Institución de la Religión Cristiana de Calvino en su prístina versión de 1597 de Casidoro de Reina en formato digital, escaneado por Google. De esta versión tomo el siguiente fragmento: “I si es verdad lo que dezimos, que el Sacramento no se debe estimar como que lo rezibiésemos de la mano de quien nos es administrado, sino como que lo rezibiésemos de la mano del mismo Dios, el cual sin duda nos lo dá: de aquí se puede colejir que ni se le quita, ni se le añide nada al Sacramento á causa de la dignidad de aquel que nos lo administra” (ICR, IV, 15, xvi).
Calvino piensa en los donatistas, grupo cismático del siglo IV que pensaba que la efectividad del Sacramento dependía de la dignidad del Ministro, pero también está pensando en la dignidad que el Ministro romano pensaba adquirir por administrar el sacramento, que se traducía en poder y dominación sobre el pueblo. La Reforma protestante, especialmente la segunda generación, hizo un ataque frontal a esta relación de poder predicando el Sacerdocio Universal. Se estableció que cada creyente era igual representante de Cristo, empoderando, teóricamente, a toda la comunidad. Y teóricamente pues la “administración de la Cena del Señor” se ha vuelto uno de los últimos recaudos de un viejo sistema vertical de Sacerdocio Limitado. Sólo el pastor la puede administrar.
Según un testimonio que escuché esta semana, en una iglesia del interior de la República varias hermanas y hermanos insistieron para modificar un tanto el formato de la administración de la cena. Se consiguió que los jóvenes se encargaran de su administración por primera vez. Cuando se sugirió que en otra ocasión podrían ser las mujeres las encargadas de presidir el sacramento la respuesta fue: “Bueno, bueno, somos modernos pero no tanto”. Frente a esta idea de Sacerdocio Limitado, el Nuevo Testamento muestra que el sustento del Sacerdocio Universal lo otorga Cristo mismo. La Primera Epístola de Pedro dice: “Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado”. (v.1)
“Vosotros también” significa compartir la carne, compartir el padecimiento. Y es en el padecimiento, en la marginación, en el dolor, en las dificultades cuando empieza el Sacerdocio Universal, la toma de responsabilidad y la génesis del empoderamiento evangélico. El riesgo es creer que nos parecemos a Cristo cuando sufrimos, es decir, cuando olvidamos que la vida de Cristo es un proceso. Él no sólo sufrió, no sólo padeció, de hecho, al final triunfó, se empoderó obteniendo “toda potestad” y terminando con el pecado.
Más adelante la Epístola nos recuerda que el padecimiento no es la última palabra: “para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios” (v. 2). Esto, junto con la amonestación del versículo 3 (“Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles, andando en lascivias, concupiscencias, embriagueces, orgías, disipación y abominables idolatrías.”). No sólo significa que el creyente debe alejarse de estas acciones, si no que debe dejar de sufrir a causa de ellas.
La frase “no vivir el tiempo que resta en la carne” es traducida del griego "ἐν σαρκὶ βιῶσαι χρόνον" (én sarki biosai krónon). Negar vivir en el contexto de la carne. Debe destacarse que no dice kata sarki, o “según la carne” que es la expresión paulina para vida en pecado. Aquí el texto indica que la carne es algo ajeno a nosotros, las lascivias, embriagueces, etc., no sólo nos afectan si las cometemos, si no que estas acciones nos dañan. Si bien estas acciones no son privativas de un grupo en especifico, por el contexto de la epístola se desprende que aquí el autor se encuentra señalando vicios típicos de los estamentos de poder. Dejar de vivir en la carne, significaría evitar que los poderosos nos sigan dañando o haciendo padecer, como a Cristo. El llamado sí es a una vida en santidad, pero a una santidad empoderada, donde como pueblo evangélico recuperemos la capacidad de gestionar recursos y energías.
Esto, en efecto ocurría. La Primera Epístola de Pedro se da en un momento de persecución inminente, no totalmente declarada pero si pronta. Esto se debía a que para entonces los cristianos ya eran un grupo reconocido. Como demostró Elisabeth Shussler en su famoso ensayo sobre las primeras comunidades cristianas, las mujeres de los funcionaros públicos fueron de las primeras en convertirse fundando iglesias domésticas en sus hogares. Con el tiempo algunos de estos funcionarios (como nos muestra el libro de Hechos) también se interesaron en el Evangelio. Lo que se estaba generando entonces era el surgimiento de un frente evangélico importante. Santiago nos recuerda que no sólo los pobres eran cristianos, también había cristianos con dinero, prestigio y poder. Dado este contexto, estos cristianos empoderados tenían la responsabilidad de usar bien el poder, por eso: “A éstos les parece cosa extraña que vosotros no corráis con ellos en el mismo desenfreno de disolución, y os ultrajan; pero ellos darán cuenta al que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos” (4-5).
Esta “cosa extraña” eran cristianos con poder que no malgastaban energía en disipaciones e indolencias, sino que buscaban canalizar bien los recursos a su cargo.Pues esta administración pública de los recursos también es un resultado del Sacerdocio Universal. Así como Cristo padeció “en la carne”, o bien padeció por el mal uso del poder, así los cristianos padecen cuando en sus colonias, delegaciones, países diríamos ahora se usa de forma inadecuada el poder, cuando los recursos y energía no están siendo bien aprovechados para preservar la vida. Por eso el empoderamiento evangélico, que en resumen puede definirse como la capacidad del creyente de disponer de insumos públicos, debe estar ligado a su identidad como sacerdote de Cristo. Como se ha mencionado antes, no es necesario tener un “cargo” de elección popular para tener poder. Un solo ejemplo de momento.
La banqueta en nuestra ciudad es pública en teoría, En la práctica el “cuadrado” frente a mi casa es algo de mi incumbencia, un perro no debe venir a poner sus desechos frente a mi puerta, un carro no debe estacionarse en mi entrada. Al mismo tiempo yo tengo la responsabilidad de barrer “mi frente”, de cuidarlo, no debería modificarlo para hacer rampas y que suba mi coche afectando el paso. Y ahí están los vecinos que me lo recordarán, pese a ser mi frente la banqueta no es mi propiedad. Es decir, la banqueta no es totalmente pública, pero tampoco totalmente privada, más bien es un espacio colectivo del que soy responsable[4]. En un sentido tengo poder sobre “mi frente”. ¿Habremos pensado la cantidad de relaciones que se rompen debido al mal uso de la banqueta?, ¿y en la gran oportunidad de dar testimonio evangélico mediante una gestión eficiente del espacio frente a mi casa? Si logro destacar por ser un vecino que exige que se respete su banqueta, pero al mismo tiempo cuida de ella y la convierte en un espacio agradable para el resto de los vecinos, si la familiaridad ha hecho saberles que soy evangélico. Ese empoderamiento de mi frente da testimonio de Cristo. Ahora pensemos en los demás lugares donde debemos empoderarnos responsablemente y ser sacerdotes de Cristo sabiendo que el mal uso del poder duele: mientras manejamos, al viajar por el transporte público, en el cargo de mi trabajo, como madres, padres. Aquí aplica el sacerdocio universal en la medida en la que no sólo exigimos reconocimiento, sino que somos proactivos buscando que a la par que recuperamos nuestros cotidianos espacios de poder, dispongamos con sabiduría de los recursos.
2. Empoderamiento evangélico: administración personal
Otro uso del término “empoderamiento” se da en el contexto del marketing. Significa la capacidad que tiene el cliente de resolver los problemas que se presenten respecto de su producto. Para eso es necesario que el proveedor capacite o explique eficientemente al consumidor respecto de lo que está adquiriendo. Hace poco me hice de un teléfono, de hecho un Smart phone, debo decir que fue una compra en la que estaba muy poco empoderado. Entendía que el aparato me conectaba a internet, me graba videos, toma fotos, dispone de casi dos Gigas de memoria, pero en la bendita hora de encontrar el botón de colgar para terminar una llamada, sencillamente no tenia capacidad alguna en tal ministerio. En la compra no se me dio ningún manual, sino sólo una Guía Rápida que rápidamente demuestra no servir para nada, y sólo con el uso he aprendido a resolver alguna que otra dificultad. El Evangelio también nos empodera en este sentido, no sólo nos brinda la salvación, también nos habilita y capacita para resolver problemas. El Sacerdocio Universal también es empoderamiento que nos permite hacer frente a dificultades. “Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios” (v. 6)
Las espectaculares imágenes que evoca este pasaje pueden distraernos de su sentido. Según Calvino, no significa que los que ya estaban muertos recibieran el mensaje ahí, en su muerte, o en un secreto lugar extra mundano. La interpretación reformada clásica a este pasaje ha sido la de entender a “los muertos” como aquellos que vivieron antes de Cristo y quienes también pudieron escuchar el evangelio en su tiempo. Desde luego no del mismo modo que cuando vino Jesús pero si en su tenor general de la bondad de Dios para el mundo. En este pasaje se indica que quienes conocen el evangelio, en efecto, atraviesan juicio o crisis pero viven κατὰ θεὸν πνεύματι (katà teón pneúmati), “según el Espíritu de Dios”. Es decir se padece el contexto de la carne, pero se vive en Espíritu. Es como decir que estamos rodeados de las penalidades del mundo, pero nuestro poder está en Dios. De este modo somos sacerdotes capaces de hacerle frente a la carne, a las dificultades, a las diversas crisis por las que atravesamos.“Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración” (v7).
El sacerdocio o empoderamiento evangélico también tiene que ver con la administración personal, la organización y planeación de la vida. Sin negar que el autor efectivamente pensaba en un “fin” (difícil saber si un fin absoluto, o un fin de todas las cosas del entorno, del estilo de vida que se llevaba, como en efecto ocurrió cuando se consolidó la persecución de Nerón), nosotros podemos entender este “fin”, más que como un patrocinio maya, como un tiempo limite, un deadline. El deadline es tiempo que tengo para realizar algo, y es un punto fundamental para una correcta administración en la persona, en la casa, el trabajo y la iglesia. Respetar, o intentar respetar al máximo los tiempos establecidos es un punto fundamental para evitar crisis. Ser sobrios y velar en oración, que implica hacer oraciones inteligentes, despabilados, no guiados por la tristeza o desesperación, sino por la confianza, es la respuesta cotidiana del sacerdote evangélico a las dificultades diarias.
Esta sobriedad y vigilia es un fuerte testimonio de empoderamiento evangélico, del sacerdocio universal. No se trata de ser circunspectos, frugales y severos[5], sujetos excelentes. Sencillamente se trata de prudencia, de saber que hay tiempos que se deben cumplir y actuar conforme a ellos. Hacer esto nos evitará actuar con estrés, hará más eficiente nuestra vida diaria. Podremos ser, mujeres y hombres, sacerdotes sabios que actúan con cabalidad en la vida. La epístola nos muestra la importancia de pensar en el fin, pero no como una catástrofe, sino verlo, incluso con alegría, sabiendo que ahora si tengo un parámetro para organizar mis acciones. Una tortura, resultado de algunos experimentos con humanos, fue aislar a una persona en una habitación sin un reloj. La conmoción venía cuando el sujeto no sabia qué hora era, si era de día o de noche. Si no tenemos presente el fin o los tiempos establecidos, estaremos en condiciones semejantes. Por eso también podemos agradecer el fin, los tiempos establecidos, los deadline. Como dice la autora de novelas de misterio Rita Mae Brown: “Un deadline es una inspiración negativa, pero es mejor a no tener ninguna inspiración”
3. Empoderamiento evangélico y evangelización
El sacerdocio universal o el empoderamiento evangélico como gestión o como administración personal tienen importantes repercusiones en la evangelización. Una creyente o un creyente que ha entendido, como se dijo la semana pasada, “los planes liberadores y empoderadores de Dios”, puede dar testimonio de Cristo y de su liberación. En alguna otra ocasión les he comentado que el centro de la evangelización no es la conversión, sino la comunicación. La relevancia de evangelizar consiste en esparcir la semilla, en hacer que nuestro mensaje de Cristo sea entendible. Y esto mediante palabras y acciones. La evangelización es un performance de Cristo, una escenificación del poder redentor de Cristo en la vida cotidiana. A fin de comunicar efectivamente este mensaje en palabras y acciones, es decir, de volverlo performativo, se requieren estos dos aspectos del sacerdocio universal que se han comentado.
Por un lado es necesario que los cristianos nos empoderemos públicamente, no como partido o ideología. Ciertamente no como lo ha intentado la Democracia Cristiana en América Latina, pues sus intentos han sido invisibilizar a la población que no es cristiana. Todo lo contrario, el cristiano debe empoderarse como sacerdote en la vida pública compartiendo con los demás la gestión de recursos y energía de la creación de Dios. Se debe mejorar la experiencia comunitaria en la iglesia y en la sociedad. Las comunidades cristianas que buscan el equilibrio de poderes entre pastores y comunidad, equidad entre hombres y mujeres, diálogo entre ancianos, adultos, jóvenes y niños, son en sí mismas un poderoso testimonio del sacerdocio universal. ¿Por qué? Porque se trata de comunidades empoderadas, donde todos han aprendido la dignidad de su condición, y comparten el uso del poder a fin de generar climas de inclusión buscando erradicar la vida en la carne, en el dolor y sufrimiento, para transformarla en una vida en el espíritu, en la celebración de la redención de Cristo solidarizándonos con todos: “Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones” (v.9). Murmurar es una energía desaprovechada, es un mal uso del poder.
Por otra parte, el sacerdocio universal como empoderamiento personal también es muy relevante, en particular para la evangelización cotidiana, el testimonio familiar, laboral. En la medida en que me asumo como sacerdote de Cristo debo también asumir el control adecuado de los recursos a mi disposición. Como decía Calvino, aprovechar “todas las mercedes” que Dios nos otorga para compartirlas “liberalmente” con los demás. Si estamos bien organizados en lo personal, tendremos tiempo y energía para ayudar a los demás, para compartirles de este modo el amor de Cristo. Nuestra peri copa evangélica termina llamando nuestra atención a este aspecto de fraternidad evangélica originada en el empoderamiento personal, en la correcta administración de nuestra vida. “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. (v.10)”.
El sacerdocio universal es, a fin de cuentas, un empoderamiento responsable, personalizado pero con fines comunitarios y para la gloria de Dios: 11 Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén”. (v. 11)

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[1] Hainard, Francoise, et al, “Empoderamiento de las mujeres en las crisis urbanas. Género, medio ambiente y barrios marginados” . Most, UNESCO, IEPALA, Editorial, Madrid, pág. 31.
[2] Weber, Max, Economía y Sociedad, Fondo de Cultura Económica, México, 2001.
[3] Definición basada en Adams, Richard, El Octavo Día. La evolución social como autoorganización de la energía, Universidad Autónoma Metropolitana – Iztapalapa, 2001
[4] Cf. Emilio Duhau y Ángela Giglia, Las reglas del desorden. Habitar la metrópoli. México, Siglo XXI-Universidad Autónoma Metropolitana, 2008, p. 215.
[5] Cf con el “tipo ideal protestante” Weber, Max, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, México, Premia (La red de Jonás), 1984.

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