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lunes, 2 de abril de 2012

La práctica de Jesús: Una justcia que transforma a las personas

Por Nancy E. Bedford, EE.UU

La violencia jurídica contra las mujeres es consecuencia de una visión del mundo en la que el varón machista y sus intereses son la vara con la que todo se mide. No es casual, pues, que en este episodio de la vida de Jesús se casi gue solamente a la mujer, y el varón en cuestión haya desaparecido. A más de 2000 años de distancia seguimos experimentando situaciones análogas. Después de leer el pasaje bíblico de Juan 7.53-8:11 podemos imaginarlo casi de manera fílmica o teatral, pues está compuesto por distintas escenas:
• Primera escena: Jesús solo.
• Segunda escena: Jesús con todo el pueblo.
• Tercera escena: Jesús con los escribas y fariseos.
• Cuarta escena: Jesús con la mujer.
El protagonista principal es, sin duda, Jesús, y no —como darían a entender los subtítulos de algunas Biblias— «la mujer adúltera». Quizá un mejor título sería «El juicio a los jueces y la justicia que justifica», porque el tema del texto es una justicia que transforma a las personas.
Jesús solo
Nuestro texto comienza con una afirmación: «Cada uno se fue a su casa pero Jesús, al monte de los olivos». Todo el mundo se fue a su casa a descansar, a dormir, a relajarse, pero Jesús, a diferencia del resto, va al monte de los Olivos. Uno supone que a orar, pensar, tener tranquilidad y estar en sintonía con Dios. El texto da a entender que estuvo allí toda la noche. Me cuesta imaginar cómo debe ser pasar toda la noche orando; sé que hay gente que lo hace. Lo que sí sé es que cuando pasamos mucho tiempo en oración, buscando la voluntad de Dios, meditando, intercediendo, dando gracias, alabando, nos marca, nos cambia, nos perfila de otra manera. Es en este estado mental y psicológico que Jesús va por la mañana al templo para enseñarle a «todo el pueblo». El texto dice que volvió «una vez más» al Templo.
Nos da a entender, entonces, que había estado enseñando allí regularmente y que le hizo falta tomar distancia en el monte de los Olivos, un lugar suyo simbólicamente importante para orar que aparece en los relatos de la Pasión. Allí, en el monte de los Olivos, habrá buscando discernimiento, sabiendo que había gente que lo odiaba y que lo quería confundir y atrapar. Por otra parte, habría sido fácil que se le «fuera a la cabeza» la adulación que algunos seguramente le manifestaban, la «transferencia» de la que hablan algunos psicólogos. Pero fue a enseñar luego de la soledad de la oración, muy temprano por la mañana, con esa claridad que da haberse entregado de lleno al proyecto del reino de Dios.
Jesús con el pueblo
El cuadro que nos presenta el pasaje es que Jesús está sentado, y la gente se sienta a su alrededor a escucharlo y aprender de él: «todo el pueblo», dice el texto. La imagen del Maestro sentado con los discípulos alrededor evoca al rabino con sus discípulos. Cuando el texto dice que estaba «todo el pueblo» quiere decir seguramente que había varones y mujeres. En Lucas 10.38, aparece la escena en que María de Betania está sentada a los pies de Jesús en actitud de discípulo que aprende de su maestro, donde Jesús defiende la importancia de que lo haga. Justamente la presencia de mujeres entre sus seguidores, el trato de Jesús con las mujeres, aparentemente molesta sobremanera a quienes detentan el carisma de función, aquí retratados como escribas y fariseos.
El Evangelio de Juan tiene varios ejemplos muy importantes del tipo de relación de Jesús con las mujeres que molestaba y molesta todavía a muchos, inclusive de entre sus discípulos varones contemporáneos suyos: por ejemplo en el capítulo 4, la samaritana, con la que habla de teología; o en el capítulo 20, María Magdalena, a quien comisiona como apóstol, testigo primero de la resurrección y comunicadora de ese hecho. Esto, sin nombrar a los importantes textos sobre María de Nazaret, su madre, de quien Mercedes Navarro dice que no debe haber sido una madre castradora —a pesar de todo lo que se ha hecho posteriormente en su nombre— por la naturalidad y la libertad con la que Jesús se relaciona con otras mujeres. Esa naturalidad es vista como un punto débil por sus enemigos, que tratan de enmarañarlo citando la ley de Moisés que Jesús decía respetar, para hacer caer justamente a una mujer en una trampa mortal.
Jesús con los escribas y fariseos
No sería justo hacer una caricatura de los escribas y de los fariseos, cayendo en una especie de polémica antisemita como tantas veces hemos hecho los cristianos. Los fariseos eran, en su momento, hombres que deseaban aggiornarse, en cuanto buscaban maneras prácticas y específicas de aplicar la ley a la vida real. Tenían, en verdad, muchas cosas en común con Jesús. El final del capítulo 7 justamente menciona a Nicodemo, un fariseo que simpatiza con Jesús. Nicodemo subraya precisamente que la ley judía no juzga a una persona antes de oírla. Otros fariseos, sin embargo, lo detestaban a Jesús, como éstos que vienen a ponerlo en el brete. Hay, por lo menos, un caso concreto en los Evangelios en el que un fariseo demuestra fastidio acerca de la forma en que Jesús se relacionaba con las mujeres: el caso de Simón, que se siente molesto cuando Jesús permite que lo toque y le unja los pies una «pecadora» (Lc 7.36ss).
Jesús está, pues, enseñando y vienen algunos escribas y fariseos y «le traen» una mujer. Según el texto, «la colocan» o «la ponen» en el medio. Los verbos utilizados son muy gráficos: estos señores colocan a la mujer en el medio como si fuera un objeto. No le preguntan a ella si desea ese lugar ni le dan un espacio para que se exprese. Se la presentan a Jesús como una mujer ya condenada a muerte, por haber sido sorprendida en «el acto mismo» del adulterio. Según lo que conocemos de la ley judía, hacían falta dos testigos oculares que pudieran dar testimonio del hecho, del momento y del lugar del acto en cuestión para que se legitimara un apedreamiento como el que acá se propone. Aquí no hay mención de los testigos.
Por otra parte, hay una ausencia notable: su compañero. La mujer es señalada como un objeto, como un objeto culpable y que debe ser destruido. El procedimiento propuesto es justificado jurídicamente con una cita del Pentateuco. Algunos comentaristas especulan que a la mujer le habían tendido una trampa, o literalmente «hecho la cama», como quien dice: alguien se prestó a ponerla en esta situación dudosa para atraparla y, por ese medio, atrapar también a Jesús. La ley que citan estos escribas y fariseos está en Levítico 20.10 y en Deuteronomio 22.22. Por ejemplo, en Levítico dice: «Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos».
En Deuteronomio dice: «Ambos morirán: el hombre que se acostó con la mujer, y la mujer también...». Sin embargo, los interlocutores de Jesús citan la ley con una hermenéutica muy particular y androcéntrica: «En la ley nos mandó Moisés a apedrear a tales mujeres» (v. 5). Hacen un recorte y —oh sorpresa— la que debe morir es la mujer; del hombre no hacen mención.
Me parece que esto no es casual, y no es casual a distintos niveles. Por un lado, no es casual que aparezca el castigo solamente de la mujer. La biblista Luise Schottroff, en su comentario sobre este pasaje, menciona el caso del apedreamiento contemporáneo de una mujer en una aldea iraní, acusada de adulterio. También allí la «ponen en el medio» y tampoco allí se le pregunta su versión de lo acontecido. La entierran en un pozo y queda solamente su cabeza sobresaliendo. Los hombres presentes son juez y parte y también son los verdugos. Uno a uno —empezando por su padre, pasando por su esposo y sus hijos varones y terminando por el imán o autoridad religiosa local— le van tirando las piedras que la matan, invocando la justicia de Dios.
Uno podría decir: «Bueno, eso es Irán, pero acá las cosas son diferentes». En cierta medida es cierto, y una señal de eso es que estemos tratando este pasaje de esta manera con absoluta libertad desde esta revista. Sin embargo, queda mucho camino por andar. Hace unos años, el Banco Mundial financió un análisis del funcionamiento de la justicia argentina desde la perspectiva de género. Se trabajó sobre las sentencias de la Corte Suprema y de la Cámara Nacional de Apelaciones y lo Penal y Correccional y el funcionamiento de la justicia en los procesos penales por violencia sexual y física contra mujeres. Los resultados del estudio ilustraron que las prácticas jurídicas argentinas se caracterizan por prejuicios machistas y por altos índices de impunidad de quienes ejercen violencia contra las mujeres. Según ese informe, la Justicia argentina no percibe la violencia contra las mujeres como un mal importante. La violencia jurídica contra las mujeres es consecuencia de una visión del mundo en la que el varón (y el varón machista, no el varón feminista) y sus supuestos intereses es la vara con la que todo se mide. No es casual, pues, que en este pasaje bíblico se castigue solamente a la mujer y el varón en cuestión haya desaparecido.
A más de 2000 años de distancia seguimos experimentando situaciones análogas. Por otra parte, no es casual que justamente a Jesús le presenten este caso. Se le aplica la presión que siempre sienten los varones que desean relacionarse de un modo diferente e igualitario con las mujeres. Estos varones igualitarios, por llamarlos de alguna manera, permanentemente se confrontan con presiones, sobre todo grupales, por parte de otros varones para demostrar «de qué bando son». Si no demuestran de maneras grandes y pequeñas pertenecer al bando machista, son aplicadas sanciones sociales, tales como la burla, la exclusión o la expulsión del grupo de poder. Así, la violencia contra las mujeres aparece, por ejemplo, en ámbitos laborales supuestamente ilustrados en la forma de chistes machistas (y el varón que no se ríe es un amargado o un dominado) o en comentarios acerca de la histeria o la locura de las mujeres, o en el consenso acerca de la incapacidad de las mujeres. Todos conocemos esas dinámicas y lo incómodas que resultan para todo varón que íntimamente descree de la inferioridad ontológica de la mujer que predica la estructura patriarcal pero que desea ser aceptado en el grupo de varones que, además, suele ser el grupo de poder.
A Jesús lo meten en esta brecha y creo que todos sabemos lo duro que es cuando se nos pone entre la espada y la pared de esta manera. ¿Es que este rabino de Nazaret va a descalificar a Moisés? Sus enemigos la planearon muy bien. Si Jesús defiende a la mujer, será un enemigo de la ley y de la familia. Si no la defiende, entonces no es consecuente con su actitud de tratar a las mujeres de igual a igual. La trampa es perfecta, o así pareciera. Jesús no se apura a contestar. Se permite cortar el contacto visual con sus tentadores (la palabra es la misma que se usa cuando se relata que es tentado por el diablo en el desierto). Inclusive el tipo de tentación es parecida: venderse un poquito y asegurarse un lugar en el sol, mostrar en qué equipo realmente juega. Pero Jesús se toma su tiempo, como buen campesino galileo, supongo, que no se deja apurar por los de la capital. Se inclina «y traza unas letras en el suelo con su dedo». Nadie sabe qué escribió y realmente no viene al caso. Lo que sí se puede decir es que aquí hay una lección para nosotros: no nos dejemos apurar en este tipo de situaciones, en las que es demasiado fácil condenar a quienes están en una situación de inferioridad. Los tentadores lo acosan: le siguen preguntando. El texto dice que persistían y le preguntaban con urgencia. Entonces se para y les propone que aquel que carezca de pecado, el que sea enteramente inocente, sea el primero en arrojar la piedra. La respuesta es tan conocida que quizá olvidemos lo genial que estuvo Jesús. Demostró un enorme coraje al no plegarse a la lógica machista, y además mostró fantasía, creatividad e imaginación, que son marcas del Espíritu de Dios.
Dio vuelta la tortilla de un modo contundente. Y luego, una vez más, quebró el contacto visual, se agachó y siguió escribiendo con su dedo. No tuvo esa actitud del macho dominante que mira a todos sus rivales a los ojos para ver quién gana y quién mete la cola entre las patas. Tuvo la gentileza de dejarles a sus enemigos un espacio para la reflexión. Y los acosadores-acusadores reflexionaron. Lo escucharon. Lo oyeron. La palabra «oír» utilizada en algunos contextos (como en Juan 7.51, la frase de Nicodemo acerca de oír a la persona antes de juzgarla), significa oír en el
sentido de escuchar el testimonio del acusado. Estos hombres, que habían llegado creyendo tener el as de espadas en la manga, fueron lo suficientemente honestos como para admitir sin palabras que ellos no eran inocentes. Eso hay que admirarlo. Empezando por el más viejo, el de mayor rango, y así sucesivamente, en vez de tirar las piedras, se retiran. Y aquí vemos otra faceta de la grandeza de Jesús y del Padre maternal en cuyo nombre actúa y habla: Jesús les da una posibilidad de ser rehabilitados y de andar por otro camino; de entrar en otra lógica, en la dinámica del Espíritu de Dios. Es toda una ilustración de ese «no juzguéis para no ser juzgados» del Sermón del Monte.
Jesús con la mujer
Finalmente, Jesús quedó «solo», según el texto —que está escrito desde una perspectiva masculina, a pesar de la crítica implícita al patriarcado—. Se entiende que está solo con respecto a sus tentadores. No sabemos qué había pasado con la multitud del comienzo, pues no se la vuelve a mencionar. En esta última escena, en realidad, no aparece solo sino con la mujer, que sigue «en el medio» de un círculo de acusadores que se han esfumado. Recién entonces Jesús reestablece el contacto visual. Se enderezó y la miró. Podemos imaginarnos cómo era esa mirada: penetrante pero no manoseadora a la manera de las miradas machistas. La miró como a una persona y no como a una cosa. El reconocimiento de su dignidad como persona humana hecha a imagen de Dios, de igual valor ante Dios que cualquier varón, comienza allí, con esa mirada. Ésa es la mirada que debemos practicar con nuestras hijas, con nuestras hermanas, con nuestras madres, con nuestras amigas y colegas, y con toda mujer: no la mirada del varón o la mujer machistas, sino la mirada de Jesús. Luego de mirarla, le dirigió la palabra, así como los demás no se la habían dirigido, y le ofreció un espacio para expresarse. Concretamente, le da la oportunidad y el encargo de evaluar la situación: «Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te condenó?». Ella respondió: «Nadie, Señor». Y Jesús le contesta: «Yo tampoco. Vetey no peques más».
Esa frasecita «y no peques más» constituye el gran alivio de la mayoría de los comentaristas bíblicos. Dejan bien sentado que Jesús no dice que la mujer no pecó. En realidad, en ningún momento Jesús dice cuál considera que fue el pecado de la mujer. ¿Habrá sido dejarse tratar como un objeto? No sabemos. Admitamos que, Jesús, en otras partes de los Evangelios, tiene palabras duras en contra del adulterio. La experiencia y la observación nos demuestran a todos que el ejercicio de la fidelidad a un proyecto conjunto es siempre una mejor manera de proceder en la pareja que quebrar la confianza por medio del engaño. Esto no es una constatación ni siquiera particularmente puritana. Difícil sería encontrar en la calle a alguien que hablara loas del adulterio y de la felicidad a largo plazo que le ha traído cometerlo. Así que, en eso estamos de acuerdo: el camino del adulterio no es un camino recomendable ni gozoso. Pero el peso del pasaje no pasa por ahí: pasa por el carácter de la justicia de Dios, que no es justicia retributiva sino una justicia que hace justos, que rehabilita al pecador y le abre nuevos horizontes. ¿Quiénes son los principales pecadores del texto? No precisamente la mujer sino los hombres que, disfrazados de jueces justos, buscan matarla sin escucharla y buscan hacer tropezar a Jesús. El juicio de Jesús respecto de los escribas y fariseos y respecto de la mujer es: examínense a sí mismos y conviértanse, caminen para otro lado, hacia el horizonte que Dios nos abre.
Conclusión
¿A qué personaje de este texto nos parecemos? ¿A los acusadores-acosadores? ¿A la mujer? ¿A ambos a la vez? ¿A quién nos gustaría parecernos? Ésa es fácil: quisiéramos ser como Jesús. ¿O será más fácil para las mujeres dejarse cosificar y para los varones defender las estructuras ancestrales de poder? Si somos sinceros, nos daremos cuenta de que solamente el Espíritu de Dios nos puede ayudar a vencer las resistencias internas y externas que existen para que haya de hecho nuevos roles del varón y de la mujer, roles llenos del fruto de la justicia que transforma.
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Nancy E. Bedford, de nacionalidad argentina, es profesora de teología sistemática en el seminario metodista Garrett-Evangelical de las afueras de Chicago, EE.UU., profesora extraordinaria no residente del Instituto Universitario ISEDET de Buenos Aires y autora de La porfía de la resurreción (Ediciones Kairós, 2009), otros libros y más de 50 artículos en castellano, inglés y alemán. Es miembro de una iglesia menonita.
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Fuente: Revista Kairos.

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