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jueves, 30 de agosto de 2012

El cristianismo: una historia de contradicciones

Por. Mary DALY, EE.UU

Pretender que el propósito del cristianismo es estereotipar las formas existentes de gobierno y sociedad, protegiéndolas de los cambios, es reducirlo al nivel del islamismo o brahmanismo. John Stuart Mil
Este texto fue publicado por primera vez en 1968, en el libro de Mary DALY The Church and the Second Sex (Boston: Beacon Press), con el título “History: A Record of Contradictions”. El libro fue reeditado en 1975 y 1985. Aquí lo tomamos de Del cielo a la Tierra. Una antología de teología feminista, coordinado por Mary Judith REES, Ute Seibert y Lene SJORUP, publicado por la editorial Sello Azul de Santiago de Chile, 1994 y 1997, 539 pp. La traducción del original inglés es de Elena Olivos.
Un estudio de los documentos del cristianismo respecto a las mujeres revela una confusa ambigüedad e incluso una abierta contradicción. Lo más obvio es el conflicto entre las enseñanzas cristianas sobre el mérito de cada ser humano y las ideas opresivas y misóginas que surgen del condicionamiento cultural. Si esto último no contradice, al menos oscurece la doctrina básica. Íntimamente ligada a esta dialéctica, existe otra tensión, entre una pseudo-glorificación de la “mujer” y las enseñanzas y prácticas degradantes concernientes a las mujeres reales. Esta segunda tensión de opuestos es efecto de la primera. Su existencia deja al descubierto la incómoda percepción de que “algo está fuera de lugar”, y refleja una respuesta no auténtica a esta percepción. La glorificación simbólica de la “mujer” surgió como un sustituto al reconocimiento total de la persona y a la igualdad de derechos. Por lo tanto, podemos decir que la historia del cristianismo en relación a las mujeres es una historia de contradicciones.
1. LAS SAGRADAS ESCRITURAS
La Biblia deja de manifiesto la desafortunada -y a menudo miserable- condición de la mujer en los tiempos antiguos. Los redactores del Antiguo y del Nuevo Testamento fueron hombres de su tiempo, y sería ingenuo pensar que estaban libres de los prejuicios de su época. Por lo tanto, es un proceso muy dudoso elaborar una idea de la “naturaleza femenina” o del “plan divino para las mujeres” a partir de los textos bíblicos. Como lo expresara un teólogo: “Seamos cuidadosos en no transcribir a términos de la naturaleza aquello que fue escrito en términos históricos”[1].
Un ejemplo ilustrará este punto. El Nuevo Testamento aconsejaba a las mujeres (y a los esclavos) para ayudarlas a soportar las condiciones subhumanas (según las normas actuales) que les eran impuestas. Sobre esta base, sería tonto establecer una descripción de las cualidades y virtudes femeninas “inmutables”. Así, aunque a mujeres y esclavos se les exigía obediencia, no hay nada acerca de ésta que la convierta en algo intrínsecamente más apropiado para las mujeres que para los hombres. La idea de tomar “tipos” femeninos de la Biblia como modelos para la mujer moderna puede ser un ejercicio para la imaginación, pero es difícil justificarla como un método. Cualquier abstracción rígida de “tipos”, de la historia, implica una falacia básica.
- ANTIGUO TESTAMENTO
La Biblia contiene muchos elementos que podrían asombrar a la mujer moderna, que está acostumbrada a considerarse una persona autónoma. En los escritos del Antiguo Testamento, las mujeres aparecen como seres subyugados e inferiores. Aunque la esposa de un israelita no estaba al nivel de un esclavo, y por mucho mejor que haya sido su condición en relación a las esposas en otras naciones del Cercano Oriente, es indicativo de su condición inferior que ella se dirigiera a su esposo como un esclavo a su amo, o un súbdito a su rey.
Según Roland de Vaux:
El Decálogo incluye a la esposa de un hombre entre sus posesiones, conjuntamente con su casa y sus tierras, sus esclavos y esclavas, su buey y su asno (Ex 20:17; Dt 5:21). Su esposo puede repudiarla, pero ella no puede pedir el divorcio; toda su vida permanece en un lugar secundario. La esposa no hereda de su esposo, ni las hijas de su padre, a menos que no haya un heredero varón (Nm 27:8). Un voto hecho por una muchacha o una mujer casada necesita, para ser válido, el consentimiento del padre o del esposo, y si este consentimiento es negado, el voto es nulo e inválido (Nm 30:4-17) [2].
Mientras el mal comportamiento de parte de la mujer era severamente castigado, la infidelidad de parte del hombre era castigada sólo si violaba los derechos de otro hombre al tomar a una mujer casada como su cómplice. En la era rabínica, la escuela de Shammai permitía que un esposo obtuviera el divorcio sólo sobre la base de adulterio o mal comportamiento. Sin embargo, algunos maestros de la escuela más liberal de Hillel aceptaban incluso la excusa más trivial. Si el esposo acusaba a su esposa de haber cocinado mal un plato, o si simplemente prefería a otra mujer, podía repudiarla. Aun antes de esto, en Sirácida 25:26 dice:
Si no se somete a ti, apártala de tu compañía.
El respeto por la mujer aumentaba cuando se convertía en madre, especialmente si tenía hijos varones, ya que éstos eran, por supuesto, mejor valorados. En efecto, un hombre podía vender a su hija al igual que a sus esclavos. Si una pareja no tenía hijos, se suponía que era culpa de la mujer. En resumen, aunque las mujeres hebreas eran honradas como madres y a menudo tratadas con amabilidad, su status social y legal era el de seres subordinados. Así se comprende la oración de los hombres hebreos que dice: “Te agradezco, Señor, por no haberme hecho mujer”. Desde el punto de vista de la mujer moderna, la situación de las mujeres en el antiguo mundo semítico -y realmente, en la antigüedad en general- tiene las dimensiones de una pesadilla.
A través de los siglos, autores cristianos han dado mucha importancia al relato del Génesis sobre la creación de Eva y sobre la ubicación geográfica de la costilla. Esto, junto con su rol de tentadora en la historia de la Caída, supuestamente estableció más allá de cualquier duda la inmutable inferioridad de la mujer, la cual no era sólo física sino también intelectual y moral. Esta interpretación ha sido tan difundida que, a través de los años, la tradición antifeminista se ha justificado sobre la base del origen y actividades de la “primera madre” de toda la humanidad. Con una veta un poco más sofisticada y disfrazada, esto ha continuado hasta hoy, especialmente a través de predicadores y teólogos que desconocen el desarrollo del saber bíblico moderno. Estas malas interpretaciones del Antiguo Testamento han causado un daño Inmenso.
La mayoría de los textos del Antiguo Testamento usados para apoyar los prejuicios sexuales revelan un total fracaso no sólo para captar la realidad de la evolución de la conciencia humana en general, sino también para comprender la realidad y significado de la evolución del pensamiento en el Antiguo Testamento propiamente tal. Los fundamentos sobre los cuales se construye la subordinación de la mujer, residen en el más antiguo de los dos relatos acerca de la creación. La historia más temprana de la creación (documento J), que encuentra en el Génesis 2, ha sido destacada como la base del pensamiento cristiano acerca de la mujer, mientras que el relato del documento P, que se encuentra en el Génesis 1 -escrito varios siglos más tarde-, no ha sido destacado, ni han sido comprendidas sus implicancias.
Exégetas contemporáneos de las Escrituras pertenecientes a todos los credos, teniendo las herramientas académicas a su disposición, así como nociones de psicología y antropología, están capacitados para examinar críticamente los primeros capítulos del Génesis. Los dos relatos de la creación, que difieren mucho entre sí, han sido cuidadosamente escudriñados. La última historia de la creación no da ningún indicio de que la mujer haya sido creada como resultado de una idea posterior. Al contrario, enfatiza una dualidad sexual original y describe el acto de Dios en que da dominio a ambos. Se usa el plural, para indicar la autoridad compartida para gobernar: “Y Dios dijo: 'Hagamos la humanidad a nuestra imagen y semejanza, y que tengan el dominio...'” (Gen 1:26). El verso siguiente dice: “Cuando Dios creó al hombre, lo creó parecido a Dios mismo; hombre y mujer los creó” (Gn 1:27). El significado que dan los exégetas es que la imagen de Dios está en la persona humana, ya sea hombre o mujer. Además, el plural se usa en lo siguiente: Y les dio su bendición: “Tengan muchos, muchos hijos; llenen el mundo y gobiérnenlo; dominen a los peces y a las aves, y a todos los animales que se arrastran” (Gn 1:28).
Así, el peso de la reproducción no se asocia especialmente con la mujer, como tampoco hay ninguna indicación que señale que el trabajo “técnico” o “profesional” sea más adecuado para el hombre. Es el primer (J) relato de la creación, en el segundo capítulo, donde encontramos la fuente -o excusa- para muchas de las menospreciativas teorías sobre la mujer. La intención del redactor de este relato es, al parecer, expresar la creación de la humanidad involucrando dos etapas. Gerhard von Rad explica la visión J así:
La creación de la mujer está muy separada de la del hombre, ya que es la última y más misteriosa de todas las bondades que Yahvé quiso otorgar al hombre. Dios diseñó una ayuda para él, que fuera “correspondiente a él” -ella debería ser como él, y al mismo tiempo, no idéntica a él, sino más bien su contraparte, su complemento-[3].
Académicos contemporáneos, tales como McKenzie[4] rechazan la idea de que la historia de la posterior creación de Eva intente enseñar la subordinación de la mujer. Lo que se sostiene, más bien, es que se está trasmitiendo su igualdad original. Además, los viejos argumentos de la inferioridad femenina que se basaban en el uso de la palabra “ayudante” para describir a Eva, no resisten los análisis lingüísticos, que demuestran que la palabra que se usó originalmente no conlleva ninguna connotación de subordinación[5]. Hoy en día se entiende que ambos relatos del Génesis, al margen de sus méritos relativos, enseñan que el hombre y la mujer poseen la misma naturaleza y dignidad, y que tienen la misión en común de gobernar la tierra.
Todo esto no cambia el hecho de que durante miles de años teólogos y predicadores han estado machacando con obstinación la certeza de la aprobación divina del lugar secundario de la mujer en el universo, “como lo señalan las Escrituras”. Así, la reciente declaración del Papa Pablo VI a las mujeres italianas señalando que “la igualdad perfecta en su naturaleza y dignidad, y por lo tanto, en sus derechos, les está asegurada desde la primera página de las Sagradas Escrituras”, llega muy tarde para los millones de mujeres que vivieron y murieron con la convicción “religiosa” de su inferioridad y subordinación por mandato divino. Un psicoanalista escribió: “La historia bíblica del nacimiento de Eva es el engaño del milenio”[6]. Desgraciadamente, los teólogos que pontificaron ferozmente contra la Madre Eva a través de los siglos, demostraron tener poco sentido de la ironía y del humor.
Carentes de humor también han sido las diatribas misóginas provocadas por el relato mítico de la Caída. Cabe señalar que en la historia bíblica, Génesis 3, la subordinación de la mujer al hombre -hecho sociológico reconocido por el redactor- no es resultado de la naturaleza sino del pecado. También es digno de mencionar el hecho de que el tema de la “división del trabajo” se ubica en el contexto de los efectos de la Caída. El hombre ahora se asocia con la tarea de conquistar la naturaleza. La mujer sólo es vista en el contexto de la pesada tarea de la reproducción. Aislados en “roles” sexuales fijos, ya no son compañeros en todas las cosas. No hay ninguna indicación de que las cosas deban ser siempre así, ya que, en realidad, esta división no se inscribe en la ‘naturaleza’, sino que más bien es resultado del pecado. Esto sugiere que hombres y mujeres, en su lucha por vencer los efectos del pecado, debieran evolucionar hacia un verdadero compañerismo a todo nivel, necesario para que la imagen de Dios se realice en ellos...Continúe leyendo

Fuente: Servicioskoinonia

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