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jueves, 9 de agosto de 2012

Los Inklings: C.S. Lewis, Tolkien, y Charles WilliamsCharles Williams, teología romántica

Poeta, novelista y pensador cristiano, fue una de las causas de la separación entre Lewis y Tolkien.
Por. José de Segovia Barrón, España*
Charles Williams no es un autor muy conocido para el público de habla hispana –por lo menos, en comparación con sus compañeros del grupo literario Los Inklings, C. S. Lewis y J. R. R. Tolkien–. Poeta, novelista y pensador cristiano, fue una de las causas de la separación entre Lewis y Tolkien. El escritor de El Señor de los anillos veía con recelo la fascinación que produjo en el autor de Crónicas de Narnia su anglicanismo e interés por lo oculto. Ediciones Alamut ha publicado recientemente en Madrid una nueva traducción de la novela de Williams, Todos los Santos, con la introducción de T. S. Eliot.
Murió repentinamente, el año 1945, en Oxford, donde trabajaba en la editorial de la Universidad, aunque no había estudiado en ella. Empezó en Londres, pero no pudo acabar la carrera, a causa de los problemas económicos que tuvo su padre. Por lo que se puso a trabajar en una librería metodista. En uno de sus gestos quijotescos, Lewis se empeñó en que la Universidad de Oxford le diera una licenciatura honorífica –cosa que con mucho esfuerzo logró, en 1943–, aunque era básicamente autodidacta.
Será en Oxford, donde formó con Lewis y Tolkien uno de los círculos literarios más influyentes del siglo XX: los Inklings. La mayor parte de aquellos escritores eran cristianos, pero no todos. Reivindicaron la ficción y la fantasía, el espíritu y la imaginación, en la era de la máquina y la materia que Europa vivía por el mito del progreso, tras los felices años veinte.
Williams no sólo influyó en Lewis –la figura divina de Aslan en Crónicas de Narnia, viene de El lugar del león ( The Place of the Lion, 1933), que como Esa horrible fortaleza, está también basada en su obra–, sino en muchos escritores y músicos de finales del siglo XX, como el canadiense Bruce Cockburn –cuyo disco de 1979, Dancing in the Dragon´s Jaws ( Bailando en las fauces del dragón ),está inspirado en la obra de Williams–, o Mike Scott de los Waterboys –que ha leído sus libros, aunque los encuentre “un poco secos”.
EL ESPÍRITU EN LA ERA DE LA MÁQUINA
Todas sus novelas muestran una fuerza sobrenatural que irrumpe en la realidad contemporánea, provocando diferentes reacciones, que dan lugar a la “salvación” o “condenación” de sus personajes. Algunos admiten su debilidad y buscan ayuda o restauración, mientras otros tratan de aprovecharse de ese poder sobrenatural para su propio beneficio, lo que les conduce al fracaso. Los símiles bíblicos son inevitables.
Williams era un anglicano ortodoxo, aunque no particularmente evangélico. En su obra no aparece el lenguaje teológico convencional de expresiones como “Dios”, “cielo” o “salvación”. Las historias están narradas por personajes que él define como “respetables” y que en modo alguno son creyentes en algo sobrenatural. A pesar de ello, es considerado como un místico. Debido a su interés por el ocultismo, algunos creen que es esotérico, aunque él dice que su fe es la del Credo de Nicea. Los cristianos aficionados a Lewis tienden, por otra parte, a pasar por alto su evidente relación con los rosacruces y la Orden Hermética del Alba Dorada.
Es difícil hacer un análisis teológico de su obra, porque no usa la terminología tradicional. Williams habla de La Misericordia –en vez de Dios–, la Ley de la Ciudad –pensando en la Ciudad de Dios de Agustín–, o El Camino de la Sustitución y el Intercambio –refiriéndose a la cruz–. Sus expresiones son tan inusuales, que Tolkien solía decir que no sabía de qué hablaba. A Lewis, sin embargo, le encantaba. Le parecía imaginativo y genial. Hablaba mucho del amor romántico y la coinherencia de los seres humanos, como expresión del amor divino.
A diferencia de Lewis en aquella época, Williams no era soltero. Se había casado con su primera novia en 1917, Florence Conway. Aunque parece que estaba enamorado de una bibliotecaria, que trabajaba con él en la editorial de la Universidad de Oxford desde 1924, Phyllis Jones. Su lucha por reconciliar su fidelidad a los votos matrimoniales con el sentimiento romántico, está sin duda detrás de su “teología romántica”, que identifica el amor con Jesucristo y el matrimonio con su vida.
EL AMOR AL OTRO
La difícil prosa de Williams nos muestra un carácter de Dios que pone el énfasis en su naturaleza eterna e infinita, incomprensible para nuestra mente humana. Es un Dios grandioso y, por lo tanto, en último término desconocido. Es curioso que sea éste uno de los rasgos de Dios más ignorados en la actualidad, en que los mismos cristianos gustan de hacer una divinidad a su medida, perfectamente manejable.
“La famosa frase Dios es amor –dice Williams–, se asume generalmente que quiere decir que Dios es algo así como nuestra gratificación emocional inmediata, no que el amor tiene que ver con el Otro y con la santidad de Dios”. Mientras Aslan es para Lewis un león manso, la figura de Dios para Williams, no tiene rostro alguno y lleva el nombre de La Misericordia o La Protección. Es como la percepción que de Dios puede tener un no creyente, como fuerza impersonal, de la que sólo intuye ciertas características.
Así en Guerra en el Cielo ( War in Heaven, 1930), el cáliz de una pequeña iglesia de pueblo es identificado como el mítico Santo Grial, y robado por una especie de satanistas. Hay tres hombres que tratan de conseguirlo: un cristiano (archidiácono), un joven duque (católico decepcionado) y un editor claramente agnóstico. Cada uno de ellos reacciona de forma diferente ante la percepción de una presencia sobrenatural. Williams no llega a describir conversiones, en el sentido cristiano del término, pero sí una conciencia del temor de Dios para algunos personajes, que en un momento dado, cambiará su vida.
EL AMOR GANA
Williams quería mostrar que el poder de Dios era más grande que el de cualquier fuerza maligna. En tres de sus novelas, un objeto mágico es el centro de la trama: un talismán oriental en Muchas dimensiones ( Many dimensions, 1931) que da extraordinarios poderes sobre el espacio y el tiempo –hasta que interviene el Juez supremo, para traer justicia– ; una baraja del Tarot en Los mayores triunfos ( The Greater Trumps , 1932), –que desaparece en una tormenta de carácter sobrenatural provocada por un Bufón como un tipo de Cristo, que al final trae paz y orden–; y en Guerra en el Cielo , el Santo Grial –donde describe hasta una misa negra, pero no para despertar interés por ella, sino para contrastarla con la Santa Cena, al usar al final el cáliz desaparecido para una celebración cristiana–.
Los personajes de las novelas de Williams se comunican temor unos a otros. Es por eso que, para él, el bien supone también calma y fortaleza. Y esto no se puede alcanzar sin una transformación sobrenatural. “El perfecto amor echa fuera el temor”, dice la Primera carta de Juan (4:18). Así en Los mayores triunfos , una mujer, llena del amor sobrenatural de Dios, encuentra su fortaleza en su mayor debilidad. Como Pablo descubre: “cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12:10).
La lucha entre la luz y las tinieblas, que atormenta el corazón de sus personajes, acaba finalmente en el triunfo de la luz. Si el vagabundo solitario de Descenso a los Infiernos descubre la luz, es por un acto de la voluntad soberana de Dios, que se muestra al hombre por su única gracia. “En esto consiste el amor –dice el apóstol Juan–: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10).
La teología romántica de Williams no es que él fuera romántico en su teología, sino que consideraba el romance como algo teológico. Veía las implicaciones espirituales del amor romántico. La teología romántica es, para él, cristología. El amor y Cristo son una misma cosa, porque la redención no tiene otro propósito que la unión con Cristo. Y la Biblia no tiene otra forma de expresarla, que la manera íntima en que dos personas llegan a unirse en un destello del verdadero amor, por el que Cristo se entrega por nosotros ( Efesios 5:25). Puesto que “en esto hemos conocido el amor, en que Él puso su vida por nosotros” (1 Juan. 3:16).

*Autores: José de Segovia Barrón

©Protestante Digital 2012

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