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domingo, 25 de noviembre de 2012

Calvinismo y federalismo en México. Una modernidad periférica


Por. Leopoldo Cervantes-Ortiz, México
A Emilio Monjo Bellido, con gratitud
Pobre de México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos. Frase atribuida al presidente mexicano (Porfirio Díaz).
1. ¿UNA MODERNIDAD PERIFÉRICA REFRACTARIA AL “FEDERALISMO CALVINISTA”?
Ciertamente el abordaje de esta temática parecería que comienza por el final, pero no es así, porque ha resultado casi una fatalidad ancestral en buena parte de los países hispanoamericanos creer y aceptar que la modernidad nos llegó tarde y mal, y como una copia poco elaborada de la modernidad europea y, para colmo, anglo-sajona . Basta con observar el nombre de muchos de nuestros países y las primeras páginas de nuestras Constituciones para advertir el grado de imitación, a veces bastante acrítica, con que nuestros primeros gobernantes siguieron al pie de la letra los rumbos jurídico-políticos de la nación americana protestante por excelencia, Estados Unidos, sin advertir que la razón de ser de los postulados que dieron origen a ese país fueron resultado de su asimilación y adaptación de los principios emanados de la vertiente calvinista de las reformas religiosas del siglo XVI.
La revisión histórica de los primeros años de vida de las naciones hispanoamericanas no es sino un muestrario del esfuerzo casi patológico con que sus gobiernos intentaron que aquellas se parecieran lo más posible al vecino del norte, el cual, además, no dejaba de extenderse territorialmente, a costa primero, de los habitantes originarios de Norteamérica, y después, de las compras y manejos peculiares con que trataron a México, el naciente país mestizo de herencia indígena e hispano-católica.
Tuvo que ser hasta mediados del siglo XX que un estudioso colombiano, ex presidente de la República además, Alfonso López Michelsen, advirtiera, para escándalo de sus contemporáneos y detractores (que con este asunto aumentaron considerablemente) que el molde de las democracias latinoamericanas es de “estirpe calvinista” . [i]
Afirmar algo así en este continente es resultado de una observación de las condiciones políticas que llevaron a los fundadores de los países latinoamericanos a intentar reproducir el esquema estadunidense.
Como explica Carlos Mondragón:
…hay que tomar en cuenta la influencia indirecta que el pensamiento calvinista tuvo a través del impacto de la revolución norteamericana y su Constitución política que sirvió de modelo a muchas otras naciones incluyendo las latinoamericanas […]
algunos de los valores y principios de la democracia moderna tienen una historia que se articula con el movimiento de la Reforma religiosa del siglo XVI y que fueron promovidos y defendidos desde el ámbito religioso antes y después de la fundación del Estado moderno. Si esto es así, la influencia calvinista que López Michelsen encontró en la conformación de las instituciones políticas colombianas debería de ser ampliada al resto de las instituciones políticas del continente latinoamericano . [ii]
Octavio Paz , en numerosas ocasiones se refirió a que una de las razones de la incapacidad democrática de los países latinoamericanos es su filiación contrarreformista, es decir, muy diferente a la de Estados Unidos, ligada a la Reforma Protestante:
En ese momento [la expulsión de los jesuitas de las colonias españolas] se hizo visible y palpable la radical diferencia entre las dos Américas. Una, la de lengua inglesa es hija de la tradición que ha fundado al mundo moderno: la Reforma, con sus consecuencias sociales y políticas, la democracia y el capitalismo; otra, la nuestra, la de habla portuguesa y castellana, es hija de la monarquía universal católica y la Contrarreforma. […] Los criollos mexicanos no podían fundar su proyecto separatista en su tradición política y religiosa: adoptaron, aunque sin adaptarlas, las ideas de otra tradición. Ése es el momento del segundo nacimiento de México; más exactamente: es el momento en que Nueva España, para consumar su separación de España, se niega a sí misma. Esa negación fue su muerte y, al mismo tiempo, el nacimiento de otra sociedad: México [...]
Desde el siglo XVI nuestra historia, fragmento de la de España, había sido una apasionada negación de la modernidad naciente: Reforma, Ilustración y todo lo demás. Al principiar el siglo XIX decidimos que seríamos lo que eran ya los Estados Unidos: una nación moderna. El ingreso a la modernidad exigía un sacrificio: el de nosotros mismos. Es conocido el resultado de ese sacrificio: todavía no somos modernos pero desde entonces andamos en busca de nosotros mismos . [iii]
La descripción de Paz, ciertamente muy esquemática, ayuda a explicar los intentos el naciente país por parecerse a Estados Unidos, aunque siempre a sabiendas de que su diferencia estribaba precisamente en sus características religiosas . A ellas se refirieron muchas veces varios analistas y políticos, sobre todo de talante conservadora, que veían con muy malos ojos las orientaciones de los gobernantes liberales en ese sentido. Y es que cada paso que se daba por tratar de modernizar el rostro del país se estrellaba, inevitablemente, con las fuerzas católicas que seguían asociando la identidad religiosa nacional con las conductas sociales y políticas que debían continuar vigentes. [iv]
Algunos de los estudios de Juan A. Ortega y Medina, historiador de origen español, dan fe del “choque de civilizaciones” que representaba la simple comparación de formas de gobierno entre ambos países . Este autor fue pionero en los estudios que, sin ser notoriamente comparativos, demostraron cómo las diferencias ideológicas, culturales y políticas se relacionaban también con el trasfondo religioso que había dado origen a cada país o civilización. En Destino manifiesto, por ejemplo, tomando como base la doctrina calvinista de la predestinación, desmonta los impulsos que desembocaron en la llamada “doctrina Monroe”, sintetizada en la famosa frase que dice: “América para los americanos”. [v]
Alicia Mayer, discípula de Ortega y Medina, ha seguido una línea parecida en el ejercicio comparativo y ha encontrado, a su vez, vetas divergentes en pensadores contemporáneos de ambos países al enfrentar problemas políticos similares. [vi] La modernidad anglo-sajona, por así decirlo, vio como obligatorio el camino de “traducir” o adaptar la doctrina bíblica del pacto o alianza de Dios con el pueblo de Israel o la Iglesia para ser la base de las ideas, filtradas también por los ideales de las Luces, que conducirían al establecimiento de un “contrato social” entre los diversos estamentos sociales, en tanto representación de la ciudadanía que forjaría el Estado.
2. “UN FEDERALISMO DE PRESTADO”: PRESENCIA SOTERRADA DE CALVINO EN MÉXICO
La experiencia mexicana de mediados del siglo XIX, en el fragor de las luchas entre liberales y conservadores, estuvo marcada por una clara incomprensión mutua de los proyectos que tenían muchas cosas en común pero que se enfrentaron radicalmente debido a sus posturas dominadas, por el lado conservador, de la visión tradicional con que se intentaba sostener el centralismo del gobierno y del estado, y por el lado liberal, mediante la sobreideologización y el esquematismo de la aplicación de una receta social, teológico-política, cuyos alcances no se distinguían lo suficiente.
Así, la imposición de un estado de derecho que pudiera sustituir el conjunto de privilegios de instituciones que en realidad funcionaban como un contrapeso para el Estado, específicamente la Iglesia Católica, ponía en entredicho los modelos de “modernización” que los gobernantes liberales quisieron establecer en el país. Si la entrada de las ideas protestantes estrictamente religiosas estuvo prohibida durante décadas, puesto que la Constitución de 1824 afirmó el carácter católico de la nación, los filtros políticos no pudieron evitar la entrada de creencias más que de prácticas concretas, porque así se movían las tendencias hacia la modernidad en aquella época, que pudieran desestabilizar el orden que heredaba la situación que prevaleció durante los 300 años de la Colonia. [vii]
Lo que aquí llamamos “presencia soterrada” tiene que ver, primero, con la conformación de una ciudadanía que lograse superar el esquema de castas para alcanzar progresivamente la igualdad que ya estaba consagrada constitucionalmente, pero que no se realizaba en los hechos. La superación del esquema de servidumbre mediante el cual los ahora ciudadanos seguían viéndose a sí mismos como súbditos y como elementos subsidiarios de un régimen tradicional, impuso todavía diferencias en la participación de los diversos grupos locales y regionales que no se consideraban como parte de una nación, porque el federalismo procedía de un pacto político que estaba lejos de realizarse. Los acuerdos partían de cúpulas tradicionales acostumbradas a no consultar su parecer al resto de la sociedad. De ahí que a las primeras convocatorias legislativas acudieron los representantes de poderes políticos y económicos que aún no habían interiorizado el esquema democrático, dado que les resultaba ajeno y extraño por causa de las mentalidades que se seguían arrastrando.
En segundo lugar, el comportamiento social no había incluido cláusulas de participación que efectivamente guiaran los procesos electorales, los cuales tardaron también varias décadas en ser vistos como el mecanismo predominante para la resolución de conflictos y el establecimiento de acuerdos básicos de convivencia .
Los estamentos seguían siendo muy firmes en la separación de gremios, agrupaciones y comunidades, pues el trasfondo indígena que agrupaba a las poblaciones funcionaba dentro de esquema muy lejano al de la democracia, tal como se concebía en los tratados clásicos. La democracia estadunidense seguía siendo vista como algo “exótico”, pues aquí no se discutía aún el derecho de las personas a acceder a los espacios de poder. Además, el surgimiento de las élites de poder derivó en que éstas siguieran atadas a situaciones como la posesión de la tierra y otros recursos agrícolas como fuente de fuerza social y reconocimiento. De los demás grupos sólo es posible hablar como parte de colectividades que no discutían su destino común como parte de un todo, sino que se veían a sí mismas como cotos de poder restringido en donde la práctica democrática aún no se concebía. De modo que el federalismo calvinista derivó en el fortalecimiento de cacicazgos que aflorarían incluso en los tiempos de la revolución, en los inicios del siglo XX, y los gobiernos posrevolucionarios se encargarían de interpretar las leyes y, especialmente, aquellas secciones que mejor respondían a sus intereses aun cuando no coincidieran con los de la mayoría. [viii]
Por eso, todavía hoy, a principios del siglo XXI, cuando las entidades federativas invocan el federalismo para, por ejemplo, la repartición de los recursos económicos, sale a la luz nuevamente el grado de incomprensión que se ha tenido de esta realidad política fruto de una interpretación audaz de las derivaciones político-sociales de los postulados de la Reforma Protestante del siglo XVI.

[i] Cf. A. López Michelsen, La estirpe calvinista de nuestras instituciones políticas. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1947. Nueva edición: Bogotá Legis, 2006; Idem, “Nuevo prólogo” a La estirpe…, en L. Cervantes-Ortiz, ed., Juan Calvino: su vida y obra a 500 años de su nacimiento. Terrassa (España), CLIE, 2010, pp. 461-466; y Sandra Milena Martín Beltrán, “¿Se puede considerar a la estirpe calvinista como modelo de creación de nuestras actuales instituciones políticas?”, en http://hdhc.blogspot.mx/2007/05/se-puede-considerar-la-estirpe.html .

[ii] C. Mondragón, “Valores de la democracia. La herencia religiosa”, en H. Cerutti y C. Mondragón, comps., Nuevas interpretaciones de la democracia en América Latina. México, UNAM-Praxis, 1999, p. 168.

[iii] O. Paz, “El espejo indiscreto”, en El ogro filantrópico. Historia y política: 1971-1978 , México, Joaquín Mortiz, 1979, pp. 55-56, 57.

[iv] Cf. L. Cervantes-Ortiz, “Calvino y su tradición en México”, en Un Calvino latinoamericano para el siglo XXI. Notas personales. México , El Faro-CUPSA-Centro Basilea de Investigación y Apoyo-Federación de Iglesias Protestantes Suizas, 2010, pp. 123-128.

[v] Cf. J.A. Ortega y Medina, Destino manifiesto: sus razones históricas y su raíz teológica. [1972] México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Alianza Editorial Mexicana, 1989.

[vi] A. Mayer, Dos americanos, dos pensamientos. Carlos de Sigüenza y Góngora y Cotton Mather , reimpresión, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Históricas, 2009.

[vii] Cf. Jean-Pierre Bastian, Protestantismos y modernidad latinoamericana. Historia de unas minorías religiosas activas. México, Fondo de Cultura Económica, 1994; y Jaime Antonio Preciado Coronado, “La modernidad no resuelta de América Latina”, en www.insumisos.com/lecturasinsumisas/LA%20MODERNIDAD%20NO%20RESUELTA%20DE%20AMERICA%20LATINA.pdf.

[viii] Cf. J.-P. Bastian, Protestantismo y sociedad en México. México, Casa Unida de Publicaciones, 1983.

Autores:Leopoldo Cervantes-Ortiz

©Protestante Digital 2012

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