Si la “ontología denominacional” fuese tan decisiva, ¿qué habría que tomar en cuenta? ¿su origen histórico o su traspaso posterior? ¿Hasta qué punto cambiaron después? ¿En qué grado cambiaron sustancial y ontológicamente? Aun podríamos problematizar más el tema, preguntando: ¿Será que el signo denominacional, el “ontos eclesial” es tan fuerte que, como en el caso de la teología católica –en su comprensión de los sacramentos– imprime carácter que no se borra nunca? ¿Cómo sabemos que no cambia
Todos sabemos que el cristianismo se divide, fundamentalmente, en tres grandes ramas históricas: el catolicismo romano, el protestantismo y la ortodoxia oriental. No es aquí el lugar para abundar en detalles históricos que expliquen cómo se fueron gestando esas ramificaciones. Pero una cosa es cierta: ninguna de ellas se dio por generación espontánea, sino que obedeció siempre a causas históricas, culturales y doctrinales. En lo que hace al ámbito del protestantismo, recordamos que como movimiento histórico surgió en el siglo XVI en el ámbito de Alemania, y el 31 de octubre de 1517 es la fecha liminar que marca el comienzo histórico de ese movimiento religioso, aunque siglos antes, hubo manifestaciones de lo que se dio en llamar “prerreforma” con personajes como Juan Wicliff en Inglaterra y Jan Hus en Bohemia (hoy, República Checa).
Luego, se fueron gestando las diferentes ramificaciones del propio protestantismo, que lejos estuvo de ser un movimiento monolítico uniforme. Hay, ciertamente, muchas diferencias entre luteranos, reformados (calvinistas), anglicanos y, sobre todo, anabaptistas. Y después del siglo XVIII –donde se destaca la figura de Juan Wesley, fundador del metodismo inglés– van surgiendo, casi sin solución de continuidad, las diversas “denominaciones evangélicas”.
Es a ellas que queremos referirnos en esta reflexión. La hemos titulado con una pregunta: ¿Existe la “sangre bautista”, “sangre hermano libre” o “sangre pentecostal”? Una manera más filosófica para plantear lo mismo sería: “¿Existe una ontología denominacional?” La ontología, recordamos, es la parte de la filosofía que trata del ser y del ente. Es la búsqueda de las esencias de las cosas y responde a la pregunta tan sencilla como profunda: “¿Qué es esto?” Aplicado a la Iglesia, es relativamente fácil determinar su esencia. Porque a partir de los datos bíblicos, la Iglesia es el cuerpo de Cristo, la esposa de Cristo, la comunidad del Espíritu Santo. Pero lo que no resulta fácil es saber si existe una ontología de las denominaciones. Porque cuando se intenta determinarla, uno encuentra que tanto una denominación como otra pueden tener exactamente las mismas doctrinas y las mismas costumbres.
Tomemos el caso del bautismo. No son una, dos o tres las únicas denominaciones que bautizan por inmersión y en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Lo mismo acontece con la celebración de la Santa Cena, la que es considerada, para la mayoría de las iglesias evangélicas, como un memorial en el nombre de Cristo. Casi todas las iglesias evangélicas la celebran con pan y vino, a pesar de que pertenezcan a distintas denominaciones. Y decimos “casi” porque existen iglesias que no usan vino en la celebración sino jugo de uva, natural o artificial. Porque, argumentan, Jesús convirtió el agua en “jugo de uva”. Y en cuanto a la liturgia, con una cultura globalizada como la que vivimos hoy, cada vez las iglesias se parecen más: cantan las mismas canciones, hacen las mismas oraciones, dan los mismos informes ministeriales, y predican de un modo similar, con pastores que aplican hermenéuticas muy flexibles al texto bíblico sobre el cual, dicho sea de paso, poco hablan. Más bien el énfasis es en experiencias —algunas espectaculares— y mucha insistencia en el compromiso financiero de los oyentes.
¿A qué viene todo esto? Pues al hecho de que no faltan creyentes que, en su fuerte e inocultable tendencia de “superioridad denominacional”, insisten en que su iglesia, es decir, su denominación, es la más pura expresión del Evangelio. Hace unos años me sucedió un hecho insólito, digno de un relato ficcional por la naturaleza increíble del mismo. Un hermano de cierta denominación evangélica me preguntó: “¿Vos, de qué iglesia sos miembro?” Le respondí, “soy de la iglesia A”. Pero como él no conocía la iglesia A, me preguntó: “¿Cómo es la iglesia A?” Entendiendo que quería saber sobre las doctrinas y prácticas le dije: “Bueno, creemos en la autoridad de la Biblia, en la obra expiatoria de Jesucristo, en su resurrección, en la justificación por la fe, en la Trinidad…” Me interrumpió con tono de asombro: “¡Pero esa iglesia es lo más parecida a la iglesia B!” (Evito consignar el adjetivo para no ofender a ningún lector). Y entonces yo le pregunté: “¿Qué importancia tiene eso?” “¡Por supuesto que la tiene, ya que la iglesia B es la que fundó Jesucristo!” –respondió con énfasis. Casi no podía entender lo que oía. Le pedí que repitiera el concepto porque en una de esas yo había entendido mal. Eran las 4 de la madrugada de un viaje que hacíamos desde la provincia de Río Negro hacia Bahía Blanca. Cuando insistió en su tan extraña aseveración, le pregunté dónde está ese dato en la Biblia. “Bueno, bueno…no está así en la Biblia, pero yo te aseguro que la Iglesia B es la que fundó Jesucristo.”
Esto me hizo pensar mucho. Porque de hecho, siempre se ha dado —y cada vez con mayor frecuencia— el traspaso de una denominación a otra. Y uno se pregunta: ¿Será que al traspasar de una iglesia a otra cambia la ontología de ese hermano? ¿Será que existe “sangre bautista”, “sangre hermano libre”, “sangre metodista” o “sangre pentecostal”? Y si es así: ¿Es posible la transfusión de una sangre por otra? ¿Dónde se da la sangre denominacional en estado puro? ¿Existe consanguinidad e incompatibilidad sanguínea?
Yendo a la historia del Protestantismo, encontramos que hombres como Lutero, Calvino y Zuinglio, eran de la iglesia católica. Uno puede preguntarse: cuándo salieron de la Iglesia católica, ¿se produjo en ellos una mutación ontológica tan radical como para cambiar sustancialmente de todos los elementos teológicos y la formación que tenían? Pensando en el metodismo del siglo XVIII: ¿Cómo podría Juan Wesley ser considerado metodista siendo que durante mucho tiempo había sido anglicano? Cuando funda el movimiento metodista: ¿dejó de ser, ontológicamente, un anglicano como lo era?
Por otra parte, no siempre se dan “estados sanguíneos puros”. Por ejemplo, el destacado pionero bautista de la Argentina, Pablo Besson, cuando llegó al país en 1881, era pastor ordenado en la Iglesia Reformada en Suiza. En ese caso, ¿cuál sería la ontología denominacional que habría que tomar en cuenta? ¿La primera o la segunda? La respuesta dependerá, es claro, del interés de cada intérprete, más allá de los datos que cada uno abone para fundamentar su posición. Si buceáramos un poco en las historias personales de destacados líderes denominacionales, encontraríamos que no siempre su fe evangélica se originó en la denominación en la cual llegaron a ser líderes prominentes. Si la “ontología denominacional” fuese tan decisiva, ¿qué habría que tomar en cuenta? ¿su origen histórico o su traspaso posterior? ¿Hasta qué punto cambiaron después? ¿En qué grado cambiaron sustancial y ontológicamente?
Aun podríamos problematizar más el tema, preguntando: ¿Será que el signo denominacional, el “ontos eclesial” es tan fuerte que, como en el caso de la teología católica –en su comprensión de los sacramentos– imprime carácter que no se borra nunca? ¿Cómo sabemos que no cambia? Tomemos un caso hipotético, que se ha dado en las últimas décadas en varios casos. Un líder nacido en cierta denominación que después de ciertas experiencias va mutando en sus doctrinas y en sus prácticas. Las mutaciones que ha sufrido son tan profundas que ya se parece en mucho a otro tipo de iglesias o denominaciones.
¿Podríamos decir que porque se originó como evangélico X sigue siendo tal?
En fin, nos parece que lo expuesto nos debe hacer pensar seriamente en los peligros del orgullo denominacional, de quienes no consideran que la Iglesia de Cristo es una sola, y que ninguna de sus representaciones históricas es tan perfecta como para agotar su realidad o encarnar su esencia. Y que la unidad por la cual Jesús oró al Padre, siempre será unidad en diversidad. Más importante que plantear una ontología denominacional, es recordar, aceptar y alegrarnos, de que por encima de “sangre bautista”, “sangre hermano libre”, “sangre metodista”, “sangre pentecostal” —el lector puede ampliar esta lista— es que todos somos redimidos por una única sangre preciosa: la de Jesucristo. Y este debe ser nuestro orgullo, nuestro único orgullo.
*Dr. Alberto F. Roldán
Doctor en Teología (Instituto Universitario Isedet)
Master en Ciencias Sociales y Humanidades (Universidad Nacional de Quilmes)
Maestría en Educación (Universidad del Salvador en Buenos Aires)
Escritor y conferencista internacional
Pastor de la Iglesia Presbiteriana San Andrés
Fuente: PastoresxlaGente, 2013
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