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martes, 13 de mayo de 2014

Denominacionalismo: ¿Estrategia divina o estrategia satánica?

Por. Oscar Fernández Herrera*
Esta época del posmodernismo, en la que la libertad y el respeto es primordial para los derechos del ser humano, se ha aprovechado, al parecer, para poder tener fraccionada a la iglesia de tal manera que exista una para cada gusto y que cada quien pueda escoger la congregación a la que asistir, dependiendo precisamente del gusto personal. Si se desea una congregación conservadora, nos encontramos con una amplia gama entre la que se puede seleccionar desde la ultraconservadora hasta la moderadamente conservadora; si se prefiere asistir a una congregación liberal también hay donde elegir, incluso hasta las que rayan el libertinaje. Además, dentro del menú a seleccionar están las iglesias que aplauden y las que no, las que danzan al estilo hebreo y las que no mueven ni una pestaña; se puede escoger entre las que permiten a sus feligresas usar pantalones y las que el uso de tal prenda es una apostasía de la fe. Podemos encontrar congregaciones que permiten las manifestaciones pentecostales y las que no, las que bautizan por inmersión y las que lo hacen por aspersión, las que la liturgia tiene un orden invariable e inviolable, o las que dicha liturgia no tiene ningún orden previo con el objetivo de “darle libertad al Espíritu”. También se puede optar por iglesias antiguas, modernas y posmodernas; las que usan solo la pandereta o tamborín para sus cantos y las que tienes sus grupos de alabanza dignos de Broadway y, por supuesto, están las congregaciones que no permiten tener ni un solo instrumento en su liturgia. De la misma manera que existen muchos sabores de helado, también encontraremos una gran gama de estilos litúrgicos, y esto sin incluir a las diferentes sectas, que añaden más variedad al menú eclesial.
Se podrían seguir citando ejemplos de estilos de “hacer iglesia” hasta la extenuación. Lo interesante de esto es que, al parecer, todos tienen razón, porque son capaces de defender su posición utilizando pasajes bíblicos para sostener su dogma; tienen argumentos de peso que se defienden a capa y espada para mostrar a los diferentes “públicos” que son una opción viable y que pueden ser el vehículo ideal para llevar a su membresía hasta los mismos pies del trono de Dios.
¡Claro! Estamos en la edad de la diversidad, en la época de la globalización y, por lo tanto, debe existir el respeto, el derecho a pensar y a ser diferente. Esto puede parecer algo obvio y sin posibilidad de ser rebatido, ya que cualquiera que se atreva a decir que esta o aquella posición es incorrecta será sujeto de crítica, y corre el riesgo de ser excomulgado de su comunidad de fe si tan solo se atreviera a preguntar algo con respecto a algún asunto que inquiete su espíritu. Por supuesto, si esa inquietud tuviera que ver con algo que ha dicho el pastor, profeta o apóstol, no sólo sería excomulgado, también correría el riesgo de convertirse en el receptor de la palabra de maldición de esos semidioses por atreverse siquiera a pensar algo en contra de sus palabras. Quizás esto sea una mera exageración o sólo un ejemplo de increíble imaginación.
De todas maneras, la pregunta es: ¿Por qué existen tantas denominaciones en el pueblo protestante? Un día un buen amigo me preguntó: “¿Por qué si ustedes dicen que son los que tienen la verdad –refiriéndose a los protestantes– son tantos y pareciera que todos piensan diferente y nunca logran ponerse de acuerdo, y no tienen una sola cabeza como nosotros? ¿Será que esa gran cantidad de pensadores dan reales opciones para que la gente pueda elegir dónde asistir? ¿Dejó nuestro Señor Jesús las denominaciones establecidas?”
La respuesta absoluta a la última pregunta es un no. Jesús no dejó ningún tipo de denominación establecida, lo cual no quiere decir que en su época, o en las inmediatamente posteriores, no se diesen problemas de división que atentaran contra su enseñanza. Incluso Él mismo avisó de que un reino dividido no podría prevalecer cuando en Mateo 12.25 dice: “…toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá”, lo cual es una gran verdad porque, como dice el refrán: “En la unión está la fuerza”.
El texto del Nuevo Testamento no ignora los problemas que tenía la iglesia primitiva, de hecho, nos muestra algunos de esos problemas ya en los orígenes de la misma. Justo González en su libro Historia del Cristianismo, Tomo I, nos dice:
“… durante varios siglos Palestina había estado dividida entre los judíos más puristas y aquellos de tendencias más helenizantes. Es a esto que se refiere Hechos 6:1 al hablar de los “griegos” y los “hebreos”. No se trata aquí verdaderamente de judíos y gentiles —pues todavía no había gentiles en la iglesia, según nos lo da a entender más adelante el propio libro de Hechos— sino más bien de dos grupos entre los judíos. Los “hebreos” eran los que todavía conservaban todas las costumbres y el idioma de sus antepasados, mientras que los “griegos” eran los que se mostraban más abiertos hacia las influencias del helenismo” (pág. 36).
Resulta obvio que ya existía una división entre los diferentes grupos que conformaban la naciente iglesia, y si leemos el texto bíblico nos encontraremos con que en 1 Corintios 3 Pablo hace referencia a una discusión entre los que se consideraban de Apolos y los que se consideraban de Pablo, y el apóstol les exhorta al respecto.
El historiador González, en la obra ya mencionada, hace referencia al hecho de que las iglesias “trataban de reclamar para sí un origen directamente apostólico” y que estas rivalizaban entre sí por poner de manifiesto cuál era más apostólica o más original que la otra e incluso se dice que “la iglesia de Alejandría rivalizaba con las de Antioquía y Roma; ella también tenía que reclamar para sí la autoridad y el prestigio de algún apóstol”. Esto es sólo un ejemplo del gran problema de división que ya sufría la iglesia naciente.
Si damos un salto histórico, nos encontraremos con un desarrollo de la iglesia lleno de intrigas, luchas sociales, políticas y económicas que darán lugar a una iglesia formada por obispos y papas, enemigos los unos de los otros, donde se comercializa la fe y los asuntos sagrados se diluyen en asuntos políticos y económicos hasta que comienzan los movimientos de reforma que, de forma equivocada, se identifican con Lutero, puesto que estos ya habían empezado mucho antes.
No es el propósito de este escrito entrar en detalles históricos, pero lo que sí se puede constatar es que, en la trayectoria de la iglesia, la división siempre ha estado presente. El proceso reformador se hizo eco de los pensamientos y de las discusiones de la época desde una determinada filosofía y una comprensión de la Biblia, en las que no nos vamos a detener, aunque sí hay que decir que cada uno de los diferentes pensadores creían lo que exponían con la convicción de poseer argumentos razonables y razonados, lo cual contribuyó a generar más divisiones.
Se dice que los reformadores Lutero y Zwinglio se reunieron para revisar sus posiciones teológicas, que de hecho coincidían en muchos puntos, pero que no pudieron ponerse de acuerdo porque en uno de los desacuerdos no estuvieron dispuestos a dar su brazo a torcer. Por lo tanto, si desde la Reforma nos encontramos con dicha actitud entre sus líderes, ¿Qué podría esperarse de lo que viniera después?
Llegó el movimiento anabaptista y Calvino en diálogo con diferentes conceptos del pensamiento de Lutero y otros, con diferencias que, al parecer, no eran insalvables. Entran en escena Erasmo, Juan Knox y otros teólogos, que desarrollaron el protestantismo en España. Después, los procesos de colonización de Las Américas a partir de los cuales el cristianismo, reflejado en la iglesia católica, llegó a nuestras tierras a través de procesos evangelizadores como el de Fray Bartolomé de las Casas y otros. Se puede decir que en esa época se cometieron las mayores injusticias y atrocidades en la historia de Latinoamérica en el nombre de Dios, aunque al fin y al cabo el evangelio llegó a estas tierras.
Si seguimos indagando en la historia, nos encontraremos con el pietismo luterano y los moravos, y después con Juan Wesley y los metodistas. También, si leemos a González nos encontraremos con el protestantismo en los Estados Unidos, que poco a poco comenzó a desarrollar una teología que, en el transcurso del tiempo, llegó a los países latinos.
En el devenir de la historia empiezan a darse una serie de trasformaciones teológicas, y surgen movimientos que salen unos de otros simplemente porque no comulgan con los criterios originales. De esta forma, de las tradiciones protestantes surgen otros protestantes que se multiplican de manera exponencial. De ahí que nos encontremos con una iglesia fraccionada en cientos de denominaciones que no se toleran unas a otras debido a sus diferencias dogmáticas.
Con tristeza escuché a un pastor contarme que un colega de una denominación diferente a la suya le llamó la atención porque estaba evangelizando en la zona de su iglesia, y le rogaba –por decirlo de una manera elegante– que no lo hiciera  porque ese era su terreno y no debería predicar allí. Otro pastor me comentó que, en su visita a un país extranjero, se presentó ante las autoridades de su propia denominación, las cuales le dijeron que, si deseaba predicar en sus iglesias, la carta de presentación del presidente de la denominación de su país no era suficiente, por lo que debía pasar un examen teológico con el objetivo de comprobar si compartían los mismos puntos de fe o no, a pesar de pertenecer a la misma denominación. Y la historia de otro pastor de una zona semi-rural que recibió la visita de un colega de la ciudad y éste con amor fraternal le dijo: “Cuídense, póngase vivos, porque estoy pensando en poner una filial de nuestra iglesia en esta zona y los puedo dejar sin miembros.”
Estoy de acuerdo con el hecho de que la Palabra nos enseña que un cuerpo está formado por muchas partes y que cada parte tiene su función específica que Dios ha equipado con diferentes dones y capacidades; pero en el cuerpo, una mano no se levanta para cortar un pie, o los dientes no se usan para arrancar un trozo de carne de la pierna.
Esto nos lleva a plantearnos nuevas preguntas: ¿Puede estar el cuerpo de Cristo tan dividido? ¿Es bíblica tanta división? ¿Existe una Iglesia como cuerpo de Cristo? ¿Qué está sucediendo con tantas denominaciones, aparte de las que surgen cada día? ¿Es una estrategia divina o satánica?

*Oscar Fernández Herrera. Estudió Maestría en Liderazgo Organizacional, Gerencia de proyectos y Orientación Familiar. Es Bachiller en Teología y ejerce como profesor, terapeuta/consejero y director del Ministerio Internacional Formador de Formadores.

Fuente: Lupaprotestante, 2014.

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