Por. Oscar Fernández Herrera*
Esta época del posmodernismo, en la que la libertad y el respeto es
primordial para los derechos del ser humano, se ha aprovechado, al
parecer, para poder tener fraccionada a la iglesia de tal manera que
exista una para cada gusto y que cada quien pueda escoger la
congregación a la que asistir, dependiendo precisamente del gusto
personal. Si se desea una congregación conservadora, nos encontramos con
una amplia gama entre la que se puede seleccionar desde la
ultraconservadora hasta la moderadamente conservadora; si se prefiere
asistir a una congregación liberal también hay donde elegir, incluso
hasta las que rayan el libertinaje. Además, dentro del menú a
seleccionar están las iglesias que aplauden y las que no, las que danzan
al estilo hebreo y las que no mueven ni una pestaña; se puede escoger
entre las que permiten a sus feligresas usar pantalones y las que el uso
de tal prenda es una apostasía de la fe. Podemos encontrar
congregaciones que permiten las manifestaciones pentecostales y las que
no, las que bautizan por inmersión y las que lo hacen por aspersión, las
que la liturgia tiene un orden invariable e inviolable, o las que dicha
liturgia no tiene ningún orden previo con el objetivo de “darle
libertad al Espíritu”. También se puede optar por iglesias antiguas,
modernas y posmodernas; las que usan solo la pandereta o tamborín para
sus cantos y las que tienes sus grupos de alabanza dignos de Broadway y,
por supuesto, están las congregaciones que no permiten tener ni un solo
instrumento en su liturgia. De la misma manera que existen muchos
sabores de helado, también encontraremos una gran gama de estilos
litúrgicos, y esto sin incluir a las diferentes sectas, que añaden más
variedad al menú eclesial.
Se podrían seguir citando ejemplos de estilos de “hacer iglesia”
hasta la extenuación. Lo interesante de esto es que, al parecer, todos
tienen razón, porque son capaces de defender su posición utilizando
pasajes bíblicos para sostener su dogma; tienen argumentos de peso que
se defienden a capa y espada para mostrar a los diferentes “públicos”
que son una opción viable y que pueden ser el vehículo ideal para llevar
a su membresía hasta los mismos pies del trono de Dios.
¡Claro! Estamos en la edad de la diversidad, en la época de la
globalización y, por lo tanto, debe existir el respeto, el derecho a
pensar y a ser diferente. Esto puede parecer algo obvio y sin
posibilidad de ser rebatido, ya que cualquiera que se atreva a decir que
esta o aquella posición es incorrecta será sujeto de crítica, y corre
el riesgo de ser excomulgado de su comunidad de fe si tan solo se
atreviera a preguntar algo con respecto a algún asunto que inquiete su
espíritu. Por supuesto, si esa inquietud tuviera que ver con algo que ha
dicho el pastor, profeta o apóstol, no sólo sería excomulgado, también
correría el riesgo de convertirse en el receptor de la palabra de
maldición de esos semidioses por atreverse siquiera a pensar algo en
contra de sus palabras. Quizás esto sea una mera exageración o sólo un
ejemplo de increíble imaginación.
De todas maneras, la pregunta es: ¿Por qué existen tantas
denominaciones en el pueblo protestante? Un día un buen amigo me
preguntó: “¿Por qué si ustedes dicen que son los que tienen la verdad
–refiriéndose a los protestantes– son tantos y pareciera que todos
piensan diferente y nunca logran ponerse de acuerdo, y no tienen una
sola cabeza como nosotros? ¿Será que esa gran cantidad de pensadores dan
reales opciones para que la gente pueda elegir dónde asistir? ¿Dejó
nuestro Señor Jesús las denominaciones establecidas?”
La respuesta absoluta a la última pregunta es un no. Jesús no dejó
ningún tipo de denominación establecida, lo cual no quiere decir que en
su época, o en las inmediatamente posteriores, no se diesen problemas de
división que atentaran contra su enseñanza. Incluso Él mismo avisó de
que un reino dividido no podría prevalecer cuando en Mateo 12.25 dice:
“…toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá”, lo cual
es una gran verdad porque, como dice el refrán: “En la unión está la
fuerza”.
El texto del Nuevo Testamento no ignora los problemas que tenía la
iglesia primitiva, de hecho, nos muestra algunos de esos problemas ya en
los orígenes de la misma. Justo González en su libro Historia del
Cristianismo, Tomo I, nos dice:
“… durante varios siglos Palestina había estado dividida entre los
judíos más puristas y aquellos de tendencias más helenizantes. Es a esto
que se refiere Hechos 6:1 al hablar de los “griegos” y los “hebreos”.
No se trata aquí verdaderamente de judíos y gentiles —pues todavía no
había gentiles en la iglesia, según nos lo da a entender más adelante el
propio libro de Hechos— sino más bien de dos grupos entre los judíos.
Los “hebreos” eran los que todavía conservaban todas las costumbres y el
idioma de sus antepasados, mientras que los “griegos” eran los que se
mostraban más abiertos hacia las influencias del helenismo” (pág. 36).
Resulta obvio que ya existía una división entre los diferentes grupos
que conformaban la naciente iglesia, y si leemos el texto bíblico nos
encontraremos con que en 1 Corintios 3 Pablo hace referencia a una
discusión entre los que se consideraban de Apolos y los que se
consideraban de Pablo, y el apóstol les exhorta al respecto.
El historiador González, en la obra ya mencionada, hace referencia al
hecho de que las iglesias “trataban de reclamar para sí un origen
directamente apostólico” y que estas rivalizaban entre sí por poner de
manifiesto cuál era más apostólica o más original que la otra e incluso
se dice que “la iglesia de Alejandría rivalizaba con las de Antioquía y
Roma; ella también tenía que reclamar para sí la autoridad y el
prestigio de algún apóstol”. Esto es sólo un ejemplo del gran problema
de división que ya sufría la iglesia naciente.
Si damos un salto histórico, nos encontraremos con un desarrollo de
la iglesia lleno de intrigas, luchas sociales, políticas y económicas
que darán lugar a una iglesia formada por obispos y papas, enemigos los
unos de los otros, donde se comercializa la fe y los asuntos sagrados se
diluyen en asuntos políticos y económicos hasta que comienzan los
movimientos de reforma que, de forma equivocada, se identifican con
Lutero, puesto que estos ya habían empezado mucho antes.
No es el propósito de este escrito entrar en detalles históricos,
pero lo que sí se puede constatar es que, en la trayectoria de la
iglesia, la división siempre ha estado presente. El proceso reformador
se hizo eco de los pensamientos y de las discusiones de la época desde
una determinada filosofía y una comprensión de la Biblia, en las que no
nos vamos a detener, aunque sí hay que decir que cada uno de los
diferentes pensadores creían lo que exponían con la convicción de poseer
argumentos razonables y razonados, lo cual contribuyó a generar más
divisiones.
Se dice que los reformadores Lutero y Zwinglio se reunieron para
revisar sus posiciones teológicas, que de hecho coincidían en muchos
puntos, pero que no pudieron ponerse de acuerdo porque en uno de los
desacuerdos no estuvieron dispuestos a dar su brazo a torcer. Por lo
tanto, si desde la Reforma nos encontramos con dicha actitud entre sus
líderes, ¿Qué podría esperarse de lo que viniera después?
Llegó el movimiento anabaptista y Calvino en diálogo con diferentes
conceptos del pensamiento de Lutero y otros, con diferencias que, al
parecer, no eran insalvables. Entran en escena Erasmo, Juan Knox y otros
teólogos, que desarrollaron el protestantismo en España. Después, los
procesos de colonización de Las Américas a partir de los cuales el
cristianismo, reflejado en la iglesia católica, llegó a nuestras tierras
a través de procesos evangelizadores como el de Fray Bartolomé de las
Casas y otros. Se puede decir que en esa época se cometieron las mayores
injusticias y atrocidades en la historia de Latinoamérica en el nombre
de Dios, aunque al fin y al cabo el evangelio llegó a estas tierras.
Si seguimos indagando en la historia, nos encontraremos con el
pietismo luterano y los moravos, y después con Juan Wesley y los
metodistas. También, si leemos a González nos encontraremos con el
protestantismo en los Estados Unidos, que poco a poco comenzó a
desarrollar una teología que, en el transcurso del tiempo, llegó a los
países latinos.
En el devenir de la historia empiezan a darse una serie de
trasformaciones teológicas, y surgen movimientos que salen unos de otros
simplemente porque no comulgan con los criterios originales. De esta
forma, de las tradiciones protestantes surgen otros protestantes que se
multiplican de manera exponencial. De ahí que nos encontremos con una
iglesia fraccionada en cientos de denominaciones que no se toleran unas a
otras debido a sus diferencias dogmáticas.
Con tristeza escuché a un pastor contarme que un colega de una
denominación diferente a la suya le llamó la atención porque estaba
evangelizando en la zona de su iglesia, y le rogaba –por decirlo de una
manera elegante– que no lo hiciera porque ese era su terreno y no
debería predicar allí. Otro pastor me comentó que, en su visita a un
país extranjero, se presentó ante las autoridades de su propia
denominación, las cuales le dijeron que, si deseaba predicar en sus
iglesias, la carta de presentación del presidente de la denominación de
su país no era suficiente, por lo que debía pasar un examen teológico
con el objetivo de comprobar si compartían los mismos puntos de fe o no,
a pesar de pertenecer a la misma denominación. Y la historia de otro
pastor de una zona semi-rural que recibió la visita de un colega de la
ciudad y éste con amor fraternal le dijo: “Cuídense, póngase vivos,
porque estoy pensando en poner una filial de nuestra iglesia en esta
zona y los puedo dejar sin miembros.”
Estoy de acuerdo con el hecho de que la Palabra nos enseña que un
cuerpo está formado por muchas partes y que cada parte tiene su función
específica que Dios ha equipado con diferentes dones y capacidades; pero
en el cuerpo, una mano no se levanta para cortar un pie, o los dientes
no se usan para arrancar un trozo de carne de la pierna.
Esto nos lleva a plantearnos nuevas preguntas: ¿Puede estar el cuerpo
de Cristo tan dividido? ¿Es bíblica tanta división? ¿Existe una Iglesia
como cuerpo de Cristo? ¿Qué está sucediendo con tantas denominaciones,
aparte de las que surgen cada día? ¿Es una estrategia divina o satánica?
*Oscar Fernández Herrera. Estudió Maestría en Liderazgo Organizacional,
Gerencia de proyectos y Orientación Familiar. Es Bachiller en Teología y
ejerce como profesor, terapeuta/consejero y director del Ministerio
Internacional Formador de Formadores.
Fuente: Lupaprotestante, 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario