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viernes, 2 de mayo de 2014

Maneras de matar

Por.  Jaume Triginé, España*
Parece que el respeto por la vida humana se halla profundamente arraigado en el propio hecho antropológico. Los estudios sobre la filogénesis de la humanidad señalan que, desde los albores de la humanidad, la protección de la vida ha formado parte de los códigos comportamentales, fuesen implícitos o explícitos. De ahí las severas sanciones ante el homicidio, desde la Ley del Talión hasta nuestros códigos penales.
Es cierto que tanto una visión diacrónica como sincrónica aporta innumerables matices (muertes rituales, el poco valor otorgado a la vida en contextos en los que el pecado estructural obnubila las conciencias, guerras, genocidios…). Con todo, de modo lento, todavía insuficiente… se amplía la masa crítica en contra de la violencia, incluida la institucionalizada (movimientos contrarios a la pena de muerte, intentos de agotar las vías de la negociación antes de iniciar un conflicto armado…).
Pero no siempre esta sensibilización alcanza a todas las formas de violencia o a todas las maneras de matar contra las que nos previene la radicalidad de Jesús de Nazaret cuando sitúa, en mismo plano que el homicidio, el enojo, el insulto, la injuria… Ya no se trata tan solo de quitar la vida física a alguien; se trata de no ver en el prójimo al hermano y descuidar el proyecto de fraternidad.
A la luz de esta ampliación conceptual descubrimos nuevas formas de matar. Podemos matar psicológicamente cuando impedimos el desarrollo y la autonomía de otros. Cuando, en términos freudianos, “castramos” a los hijos, al cónyuge o al empleado. En la mayoría de las diferentes modalidades de violencia de género subyace el impulso de aniquilar psicológicamente a la pareja.
Debemos también incluir la exclusión y el desprecio de los derechos de los demás. La Declaración Universal de Derechos Humanos promulgada el 10 de diciembre de 1948 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, continúa siendo una asignatura pendiente en demasiados rincones del planeta y en muchas instituciones de los países que han suscrito la declaración. Llegados a este punto, no deja de ser paradójico que algunos derechos universales sean más reconocidos en la sociedad civil que en la propia iglesia. Un ejemplo es el limitado papel de la mujer en algunas denominaciones cristianas y su subordinación al hombre, lo cual no deja de ser una injuria, un agravio.
También a una persona se la puede matar emocionalmente. Los casos de mobbing, en empresas e instituciones, que puede ser definido como un maltrato deliberado y sistemático hacia una persona con la finalidad de que, hastiada, abandone la organización, son un claro ejemplo. El acoso de unas personas hacia otras tanto puede darse en el plano horizontal, entre compañeros, a causa de envidia, sexismo, racismo…; como en el plano vertical, de superior a inferior, como en los supuestos de abuso de poder; o viceversa, como pueden ser los casos en los que no se acepta de buen grado la promoción de un compañero. Las tendencias egocéntricas, la falta de alteridad, entre otras características de naturaleza psicológica (inmadurez, falta de resonancias emocionales, ausencia de sentido de culpabilidad…), explican el acoso al que algunas personas llegan a someter a compañeros, colaboradores o superiores.
Se confirma que, además de acabar físicamente con una persona, es posible que puedan aniquilarse muchas más cosas: las ilusiones, las expectativas y deseos lícitos, la esperanza, la motivación, la alegría… Triste realidad para millones de personas. Mujeres engañadas por mafias organizadas que, al llegar a nuestro país, descubren que el paraíso prometido no es otro que la práctica de la prostitución bajo amenazas y coacciones de todo tipo. Miles de inmigrantes hacinados en el norte de África, a la espera de jugarse la vida, para terminar recogiendo chatarra en nuestras calles, si no han dejado antes su cuerpo inerte en las aguas que separaban su dura realidad de las expectativas creadas.
El sistema político-financiero (quizá más lo segundo que lo primero) se nos ha especializado en matar derechos (el derecho al trabajo, correctamente retribuido, para que la persona pueda vivir dignamente; el derecho a la vivienda, de la que tantas personas han sido excluidas por obra y gracia del afán de lucro de las estructuras financieras; el derecho a una pensión, después de años de cotización; el derecho a la salud, seriamente limitado por una política de recortes que alarga el tiempo de permanencia en las listas de espera y disminuye las prestaciones sanitarias; el derecho a la educación, condicionado por la limitación de plazas, disminución de docentes, incremento de tasas…), el derecho a la justicia universal no mediatizada por la capacidad económica.
A pesar del aparente contrasentido, algunas iglesias están matando el desarrollo espiritual tanto de las nuevas generaciones, que han nacido en su seno, como de las personas que, tras una decisión de fe, deciden seguir a Jesucristo incorporándose a la comunidad creyente. Ciertamente hay excepciones, pero abunda la superficialidad en la enseñanza bíblica que mantiene en la niñez espiritual, impidiendo una comprensión adulta y madura de Dios y del hecho antropológico. Esta falta de rigor es constatada en púlpitos; dirección de grupos de estudio bíblico; clases con niños, adolescentes y jóvenes; libros; publicaciones…
Ya Bertolt Brecht (1898-1956), uno de los más influyentes dramaturgos y poetas alemanes del siglo XX había escrito:
Hay muchas maneras de matar.
Pueden meterte un cuchillo en el vientre.
Quitarte el pan.
No curarte de una enfermedad.
Meterte en una mala vivienda.
Empujarte hasta el suicidio.
Torturarte hasta la muerte por medio del trabajo.
Llevarte a la guerra…
¡Cuánta víctima inocente! ¡Cuánto dolor absurdo! ¡Cuánto camino aún por andar! ¡Cuánto compromiso por asumir! ¡Cuánta voz profética por levantar ante la injusticia del sistema! ¡Cuánta necesidad de hacer presentes, de modo vital y existencial, los valores del Reino de Dios!

 * Jaume Triginé, Licenciado en Psicología por la Universidad de Barcelona. Articulista y autor de LA IGLESA DEL SIGLO XXI ¿CONTINUIDAD O CAMBIO?, de ¿HABLAMOS DE DIOS? TEOLOGÍA DEL DECÁLOGO y de ¿HABLAMOS DE NOSOTROS? ÉTICA DEL DECÁLOGO.
Fuente: Lupaprotestante, 2014

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