Por. Jaume Triginé, España*
Parece que el respeto por la vida humana se halla profundamente
arraigado en el propio hecho antropológico. Los estudios sobre la
filogénesis de la humanidad señalan que, desde los albores de la
humanidad, la protección de la vida ha formado parte de los códigos
comportamentales, fuesen implícitos o explícitos. De ahí las severas
sanciones ante el homicidio, desde la Ley del Talión hasta nuestros
códigos penales.
Es cierto que tanto una visión diacrónica como sincrónica aporta
innumerables matices (muertes rituales, el poco valor otorgado a la vida
en contextos en los que el pecado estructural obnubila las conciencias,
guerras, genocidios…). Con todo, de modo lento, todavía insuficiente…
se amplía la masa crítica en contra de la violencia, incluida la
institucionalizada (movimientos contrarios a la pena de muerte, intentos
de agotar las vías de la negociación antes de iniciar un conflicto
armado…).
Pero no siempre esta sensibilización alcanza a todas las formas de violencia o a todas las maneras de matar
contra las que nos previene la radicalidad de Jesús de Nazaret cuando
sitúa, en mismo plano que el homicidio, el enojo, el insulto, la
injuria… Ya no se trata tan solo de quitar la vida física a alguien; se
trata de no ver en el prójimo al hermano y descuidar el proyecto de
fraternidad.
A la luz de esta ampliación conceptual descubrimos nuevas formas de matar. Podemos matar psicológicamente
cuando impedimos el desarrollo y la autonomía de otros. Cuando, en
términos freudianos, “castramos” a los hijos, al cónyuge o al empleado.
En la mayoría de las diferentes modalidades de violencia de género
subyace el impulso de aniquilar psicológicamente a la pareja.
Debemos también incluir la exclusión y el desprecio de los derechos
de los demás. La Declaración Universal de Derechos Humanos promulgada el
10 de diciembre de 1948 por la Asamblea General de las Naciones Unidas,
continúa siendo una asignatura pendiente en demasiados rincones del
planeta y en muchas instituciones de los países que han suscrito la
declaración. Llegados a este punto, no deja de ser paradójico que
algunos derechos universales sean más reconocidos en la sociedad civil
que en la propia iglesia. Un ejemplo es el limitado papel de la mujer en
algunas denominaciones cristianas y su subordinación al hombre, lo cual
no deja de ser una injuria, un agravio.
También a una persona se la puede matar emocionalmente. Los casos de mobbing,
en empresas e instituciones, que puede ser definido como un maltrato
deliberado y sistemático hacia una persona con la finalidad de que,
hastiada, abandone la organización, son un claro ejemplo. El acoso de
unas personas hacia otras tanto puede darse en el plano horizontal, entre compañeros, a causa de envidia, sexismo, racismo…; como en el plano vertical,
de superior a inferior, como en los supuestos de abuso de poder; o
viceversa, como pueden ser los casos en los que no se acepta de buen
grado la promoción de un compañero. Las tendencias egocéntricas, la
falta de alteridad, entre otras características de naturaleza
psicológica (inmadurez, falta de resonancias emocionales, ausencia de
sentido de culpabilidad…), explican el acoso al que algunas personas
llegan a someter a compañeros, colaboradores o superiores.
Se confirma que, además de acabar físicamente con una persona, es
posible que puedan aniquilarse muchas más cosas: las ilusiones, las
expectativas y deseos lícitos, la esperanza, la motivación, la alegría…
Triste realidad para millones de personas. Mujeres engañadas por mafias
organizadas que, al llegar a nuestro país, descubren que el paraíso
prometido no es otro que la práctica de la prostitución bajo amenazas y
coacciones de todo tipo. Miles de inmigrantes hacinados en el norte de
África, a la espera de jugarse la vida, para terminar recogiendo
chatarra en nuestras calles, si no han dejado antes su cuerpo inerte en
las aguas que separaban su dura realidad de las expectativas creadas.
El sistema político-financiero (quizá más lo segundo que lo primero) se nos ha especializado en matar derechos (el derecho al trabajo, correctamente retribuido, para que la persona pueda vivir dignamente; el derecho a la vivienda, de la que tantas personas han sido excluidas por obra y gracia del afán de lucro de las estructuras financieras; el derecho a una pensión, después de años de cotización; el derecho a la salud,
seriamente limitado por una política de recortes que alarga el tiempo
de permanencia en las listas de espera y disminuye las prestaciones
sanitarias; el derecho a la educación, condicionado por la limitación de plazas, disminución de docentes, incremento de tasas…), el derecho a la justicia universal no mediatizada por la capacidad económica.
A pesar del aparente contrasentido, algunas iglesias están matando el desarrollo espiritual
tanto de las nuevas generaciones, que han nacido en su seno, como de
las personas que, tras una decisión de fe, deciden seguir a Jesucristo
incorporándose a la comunidad creyente. Ciertamente hay excepciones,
pero abunda la superficialidad en la enseñanza bíblica que mantiene en
la niñez espiritual, impidiendo una comprensión adulta y madura de Dios y
del hecho antropológico. Esta falta de rigor es constatada en púlpitos;
dirección de grupos de estudio bíblico; clases con niños, adolescentes y
jóvenes; libros; publicaciones…
Ya Bertolt Brecht (1898-1956), uno de los más influyentes dramaturgos y poetas alemanes del siglo XX había escrito:
Hay muchas maneras de matar.
Pueden meterte un cuchillo en el vientre.
Quitarte el pan.
No curarte de una enfermedad.
Meterte en una mala vivienda.
Empujarte hasta el suicidio.
Torturarte hasta la muerte por medio del trabajo.
Llevarte a la guerra…
¡Cuánta víctima inocente! ¡Cuánto dolor absurdo! ¡Cuánto camino aún
por andar! ¡Cuánto compromiso por asumir! ¡Cuánta voz profética por
levantar ante la injusticia del sistema! ¡Cuánta necesidad de hacer
presentes, de modo vital y existencial, los valores del Reino de Dios!
* Jaume Triginé, Licenciado en Psicología por la Universidad de
Barcelona.
Articulista y autor de LA IGLESA DEL SIGLO XXI ¿CONTINUIDAD O CAMBIO?,
de ¿HABLAMOS DE DIOS? TEOLOGÍA DEL DECÁLOGO y de ¿HABLAMOS DE NOSOTROS?
ÉTICA DEL DECÁLOGO.
Fuente: Lupaprotestante, 2014
Fuente: Lupaprotestante, 2014
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