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domingo, 16 de mayo de 2010

FAMILIAS DEL N.T.: REINO DE DIOS Y CONVIVENCIA FILIAL

Leopoldo Cervantes-Ortiz, México.

1. Las familias, telón de fondo y estructura social
Los textos del Nuevo Testamento, y en especial los Evangelios, tienen como telón de fondo las estructuras sociales, algunas de las cuales ocasionalmente aparecen cerca o en el centro de las narraciones encaminadas a presentar el mensaje cristiano. En el caso de las familias, éstas desempeñan, como siempre, un papel formativo y estructural ante el cual varias de las transformaciones anunciadas por Jesús mismo suenan sumamente agresivas. Especialmente cuando Jesús dice: “No penséis que he venido a traer la paz a la tierra. No he venido a traer la paz sino la espada. Pues he venido a enfrentar al hombre contra su padre, y a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra. Y los enemigos del hombre serán los de su misma casa. Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y quien ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí” (Mt 10.34-38. Estas palabras, dentro del proyecto de introducción del Reino de Dios en el mundo, parecen un ataque violento a la institución familiar y muestran uno de los aspectos radicales del mensaje de Jesús, al identificar con extrema claridad los peligros de los afectos y las comodidades instituidos como entidades inamovibles o intocables.
Pero lo cierto es que Jesús está confrontando la fuerza de los vínculos tradicionales con los nuevos que produce el apego al Reino de Dios como reestructuración humana y social, es decir, como aquella posibilidad efectiva de replantearse los afectos, la consanguinidad y la cercanía cotidiana con base en los valores que aporta la venida de esta nueva realidad de vida y esperanza. La familia inevitablemente se vería afectada por esta presencia impactante del Reino de Dios, en medio de estructuras que Jesús consideraba francamente caducas. Él se aplicó a sí mismo semejante radicalidad, al grado de que llegó a preguntarse quiénes eran realmente sus familiares lo cual se explica, como escribe René Luneau, porque Jesús era el primogénito de su familia y utilizó las prerrogativas tradicionales de esa situación para después “transgredir” lo que se esperaba de un núcleo consanguíneo:
Si el ‘prójimo’, según Jesús, se parece muy poco al que creían conocer perfectamente teniendo por referencia la tradición, sigue siendo ‘el hermano’ aquel a quien nos unen los lazos más fuertes que pueden existir, los de sangre? […] Los evangelios no sólo no incluyen ningún elogio sobre la familia en cuanto tal, sino que no dudan en recordar, cuando hace falta, las relaciones conflictivas que Jesús tuvo con sus hermanos y sus parientes.[1]
El Reino de Dios aparece como aquello ante lo cual hay que tomar una decisión, distante o cercana, pero que no puede posponerse. La familia es el espacio del lazo estrecho, de los compromisos innegociables y que, por su naturaleza ligada a la tradición, más podía poner en entredicho nuevos compromisos sociales, ideológicos o culturales. Jesús enfrenta esta estructura tradicional al reto de sostenerse ante una realidad que la supera y la subordina, pues como le mostró a los saduceos ante una pregunta capciosa, en el Reino de Dios no existirán esas estructuras marcadas por la sumisión negativa y la superioridad que planteaba la supuesta posesión de las personas (). Reconocer a Dios como padre, en el marco del Reino, debía producir una auténtica transformación de las relaciones sociales, incluidas las familiares.[2]
2. La familia de Pedro y el anuncio del Reino de Dios
En esta historia estamos, nada menos, que ante el primer milagro de Jesús según el primer evangelista. Jesús inicia su trabajo al servicio del Reino y uno de sus primeros seguidores tiene a su suegra (pénthera) enferma. Su familia nuclear estaba complementada con una presencia adicional. El relato de Marcos (1.29-31) es escueto, lo mismo que sus paralelos en Mateo y Lucas. No obstante, la sustancia del pasaje radica en lo que Jesús hace y en el resultado de su labor: la mujer sanada se levanta inmediatamente y “les servía”. Sobre esto hay que puntualizar lo que destaca Eliseo Pérez:
Para el gusto de algunos biblistas, la suegra de Pedro marca la referencia a la primera mujer en el Evangelio y lo hace jugando un papel muy tradicional al asumir una actitud servil. Como dicen, ¡Jesús la sanó a tiempo para cenar! (Lc 17.34-35). […] ¿Estamos entonces frente al llamado de la primera discípula? O la acción de servir es simplemente la confirmación de su entero restablecimiento?
También es importante resaltar el hecho de que esta mujer muy probablemente era viuda y ahora en su calidad de suegra de Pedro, poseía un valor dependiente de su yerno.[3]
Según I Corintios 9.5, el apóstol Pedro llevaba consigo a su esposa en sus labores eclesiásticas, lo cual manifiesta que, al menos para él, no había impedimento entre armonizar su llamamiento con la institución conyugal y familiar. Como un hombre casado, a quien encontró Jesús así y a quien no obligó a deshacer esos compromisos, Pedro asumió una responsabilidad de compartir con la madre de su esposa los beneficios de la presencia del Reino de Dios en su vida. Esta característica marcaría para siempre su trabajo espiritual. Más allá de cualquier alusión a la buena o mala relación con las suegras, el pasaje subraya cómo, ante la cercanía de Jesús, no se hace a un lado el interés por compartir los beneficios de la nueva realidad traída por Jesús: la tradicional marginación de la mujer es superada por la posibilidad de levantarla de su condición. Pedro, por decirlo así, tuvo la oportunidad de “evangelizar” a su suegra acompañado por la figura primordial del Reino de Dios en el mundo, algo que jamás hubiera imaginado y que seguramente marcó para siempre su relación.
La familia, como estructura funcional para los fines de sometimiento y control, puede ser transformada por los valores del Reino de Dios para introducir en ella una manera diferente de actuar y situarse ante la vida. Pedro y los demás apóstoles tenían que aprender a dejar de marginar a los débiles, pues el acceso de éstos a los beneficios de la acción de Dios en el mundo estaba limitado precisamente por las instituciones intermediarias que, supuestamente, administraban la gracia divina, pero que dejaban mucho que desear a la hora de llegar a sus verdaderos destinatarios. La familia, como espacio privilegiado de convivencia filial, debe revisar los resortes de sus afectos, sus propósitos formativos y la manera en que contribuye a la humanización permanente de las personas. Los evangelios la acercan, de esta manera, a una crítica basada en los criterios establecidos por Jesús para normar la coexistencia humana a la luz del Reino de Dios.

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[1] R. Luneau, Jesús, el hombre que “evangelizó” a Dios. Santander, Sal Terrae, 2000 (Presencia teológica, 107), p. 99.
[2] Cf. El análisis mesurado de José Luis Caravias, Matrimonio y familia a la luz de la Biblia, en www.supercable.es/~caridad/nfami.htm.
[3] Eliseo Pérez-Álvarez, Marcos. Minneapolis, Augsburg Fortress, 2007 (Conozca su Biblia), p. 19.
Fuente: Leopoldo Cervantes - Ortiz, Teólogo mexicano, médico, poeta y escritor.

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