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miércoles, 26 de mayo de 2010

Predicar: Un acto de espiritualidad o de arrogancia

Por: William D. Lawrence, Dr. en Teología.
Presidente de Leader Formation Internacional (Formación Internacional de Líderes)
ObreroFiel.com. usado con permiso
Estimado(a) amigo (a):
El acto de predicar es un acto espiritual o de arrogancia. No hay nada intermedio para cualquiera que se para en el púlpito.
El acto de predicar puede ser un acto espiritual realizado en el poder del Espíritu Santo, hecho a través de un hombre enseñado por el Espíritu quien ha meditado en la palabra de Dios hasta que se ha apoderado de él, de tal manera que deba hablar para la gloria de Dios, porque la Verdad viva se ha convertido en un fuego abrasador en sus huesos.
O el acto de predicar puede ser un acto arrogante, realizado en el poder de la carne, hecho por un hombre que ha meditado en la palabra de Dios hasta que siente que su inteligencia la ha dominado, de tal manera que él hable para su propia gloria, porque solo hay cenizas carbonizadas de muerte en sus huesos.
¿Qué es para ustedes la predicación? ¿Un acto espiritual o de arrogancia? Deben enfrentar esta pregunta y tomar esta decisión. Consideren esta definición de predicar, y de inmediato sabrán que predicar debe ser un acto espiritual.
Predicar: la proclamación de la palabra inspirada de Dios, para el determinado propósito de Dios a través del único heraldo autorizado, para los escuchas (o apáticos) del pueblo de Dios.
El predicador actúa como un heraldo para Dios, un vocero con un mensaje que hombres y mujeres deben conocer de Él. Su palabra no es una palabra de humana sabiduría, tampoco una colección de ideas para ser examinadas, ni pensamientos agradables que deban ser considerados; sino la verdad de Dios para ser obedecida. Su proclamación es una palabra de Dios que lleva a sus oyentes a una relación con Él y los guía a un caminar más íntimo con Él. Con todo esto, sus escuchas saben que el predicador es mortal, pero tienen la esperanza – y aún la confianza - de que el predicador ha estado en la presencia de Dios de una maneras que ellos no hayan podido hacerlo. Ellos esperan – y confían – que el predicador tiene una cierta clase de comunicación verbal con Dios, que tiene una relación íntima con Dios, y que él ha buscado a Dios con tal vehemencia, que ellos podrían no ser capaces de lograr. Esto significa que él ha recibido una palabra de Dios para ellos. Esperan, pero raramente encuentran, que su predicador esté en intimidad Dios.
Para nosotros, el predicar en base a cualquier otra cosa que no sea una intimidad con Dios, significa que somos embusteros, charlatanes, mentiras vivientes proclamando verdades que no estamos practicando, y sí demostrando ser poseedores de una incomprensible arrogancia. Ningún hombre puede estar en el púlpito por derecho propio o hablar en base a sus propios intereses. A menos que un hombre esté totalmente abrumado y humillado por la tarea de predicar, no tiene el derecho para hacerlo.
Sin embargo, hay mucho acerca de predicar, que eleva a un hombre y lo exalta en vez de a Dios. Predicar es excitante y estimulante. Hay algo eléctrico acerca de pararse frente a una congregación que espera escuchar al predicador, lista para asirse de cada palabra que se diga. A menos que veamos la predicación como algo supremamente espiritual, ésta degenerará en una actuación para el reconocimiento y la fama, un esfuerzo de auto-promoción y auto exaltación. No podemos permitir que esto suceda.
También debemos volvernos de lo banal, [1] de la superficialidad de historias agradables y la habilidad de los “dichos” que darán impacto a la predicación. Eugene Peterson está en lo correcto cuando nos advierte que podemos canjear un llamado de Dios por un ídolo, “... una propuesta para trabajar, hecha por el diablo, que puede ser medida y manipulada a conveniencia del obrero.” [2]Para parafrasear a Peterson; la predicación debe arder con la gloria de la presencia de un Dios que condena en y a través del predicador. Si sacrificamos la predicación en el altar de los programas y éxitos, sacrificaremos el poder de Dios por la idolatría y lo banal. Cuando predicamos independientemente de la intimidad con Dios, asumimos que Dios no toma en serio la veracidad de la palabra que estamos proclamando, que Él no nos pedirá cuentas por nuestra hipocresía. Sin embargo, ningún pecado es juzgado con más severidad en la Escritura que la hipocresía, como podemos constatarlo con ejemplos como los de Acán, Ananías y Safira. Dios no es indiferente a la hipocresía, y nosotros tampoco podemos serlo.
Todos nosotros predicamos - tal vez con más frecuencia de lo que nos gustaría admitirlo- como resultado de la arrogancia y la hipocresía, más que de la intimidad. La pereza, la falta de disciplina, las demandas abrumadoras, una rutina que nos anestesia, el pecado intencional- todo esto y más, nos roban nuestra intimidad con Dios y nos hacen hipócritas en el púlpito en más domingos de los que quisiéramos reconocer. En esos momentos, Dios nos extiende Su gracia. Dios aún nos utiliza, y es en esas ocasiones, que por su bondad nos llama a recordar, arrepentirnos, y a regresar a Él. Es por Su gracia que Dios nos llama para transformar nuestra rutina en una intimidad con Él. Entonces se nos recuerda nuestra siempre desesperada necesidad de depender de Él. Pero nunca podemos abusar de Su gracia. Predicar es un acto espiritual, o es la acción más egoísta imaginable.
Debemos ser Espirituales, porque predicamos las Escrituras Inspiradas por Dios.
Existen muchas razones por las que predicar debe ser un acto espiritual, pero me estoy enfocando en tres en este artículo. Vemos primeramente, que predicar es un acto espiritual, en razón de su fuente: la Palabra de Dios. Las Escrituras son Inspiradas por Dios (1 Tim. 3:16). Esto significa que el Espíritu Santo de Dios inspiró las Escrituras. Sabemos que el Espíritu de Dios, trabajando a través de la experiencia, las mentes, las emociones, la voluntad, el contexto de la vida, y la totalidad de la experiencia de los autores humanos, los condujo a las mismas palabras que Dios deseaba, mientras ellos registraban Su verdad en sus escritos originales. Aunque muy poco de la Biblia está dictado –porciones tales como Los Diez Mandamientos, que obviamente lo fueron- aún así, Biblia sigue siendo la palabra de Dios. Y lo que Dios produjo a través del Espíritu Santo, lo protegió a través de Su providencia soberana. Como resultado, nosotros tenemos la [3] Palabra de Dios en su máxima posible exactitud, cuidadosamente preservada para nuestro entendimiento, meditación y edificación actual.
La inspiración de Dios vino al mundo antiguo que estaba deformado y marcado por el pecado. Aunque inicialmente fue dirigida para ese mundo antiguo, ese mensaje transmitió la verdad de Dios para todos los hombres de todos los tiempos. Desde ese mundo antiguo hasta nuestro tecnológicamente moderno, y sin embargo moralmente degenerado mundo, vino la Palabra de Dios de una nueva forma, a través de nuestra palabra hablada, y demostrada y confirmada por nuestras palabras vivientes.
Nuestra predicación se convirtió en la palabra de Dios a través de nosotros, para nuestro mundo moderno y post modernista. Escuchen lo que dos grandes hombres de la historia tienen que decir acerca de predicar.
Ahora permítanme a mí y a cualquiera que hable la palabra de Cristo libremente, se gloríe de que nuestras bocas sean las bocas de Cristo. Estoy positivamente seguro de que mi palabra no es mía, sino la palabra de Cristo. Así que en mi boca debe ser Su boca la que hable.
-Martín Lutero 3
No importa quien pueda ser el hombre, si él te enseña de acuerdo a su propia mente y pensamiento, su enseñanza es falsa. Pero si él te enseña de acuerdo con la palabra de Dios, no es él quien te enseña, sino Dios quien le enseña a él. Porque como dice Pablo, ¿quiénes somos nosotros sino - servidores de Cristo encargados de administrar los misterios de Dios?
-Huldrych Zwingli4
Debemos ser espirituales porque Predicamos Las Benditas Escrituras de Dios.
Después de que tomamos conciencia de que las Escrituras están benditas por Dios, y por lo tanto son provechosas para nuestro bienestar, comprendemos que son útiles y prácticas para satisfacer nuestras necesidades. Ellas nos traen vida como ninguna otra cosa lo hace. Como Pedro lo expresó, “Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn. 6:68) Las Escrituras tienen las palabras de vida eterna y como tales, realizan exactamente lo que Pablo dice de ellas en II Tim. 3:16.
Es para nuestro beneficio que las Escrituras corrigen nuestra manera equivocada de pensar enseñándonos los principios creados por Él que nos permiten vivir con amor y gozo en un mundo que regularmente se encuentra deprimido y sin esperanza alguna. Ellas corrigen nuestra distorsionada idea acerca de la vida, nuestros inválidos valores que resultan en prácticas dañinas. Las Escrituras penetran en las partes más profundas de nuestro ser y nos muestran qué tan mal estamos a la luz de la verdad de Dios.
Las Escrituras corrigen nuestras respuestas erróneas al hacernos responsables por nuestros destructivos patrones de vida y así poder obtener los beneficios de Dios para nosotros. Echan su luz sobre las tinieblas de nuestro comportamiento y nos fuerzan a enfrentar la futilidad de nuestra propia necedad. La verdad de las Escrituras nos abruma y nos deja expuestos a nosotros mismos y a los demás en maneras que no podemos negar y de las que no podemos escapar, así que debemos enfrentar el pecado que hayamos cometido.
Las Escrituras nos son provechosas porque corrigen nuestra perspectiva. La Biblia no solo nos enseña; la Bibliano solo nos redarguye; la Biblia nos reintegra al camino correcto, el camino de Dios.
Por último, nos beneficiamos de las Escrituras porque ellas nos ejercitan en la piedad. La Biblia es el instrumento de enseñanza de Dios, el libreto de Dios, el manual de las normas de Dios. La constante exposición a la Biblia, combinada con un esfuerzo consistente de obedecer la verdad de Dios, desarrolla nuevos hábitos de rectitud en nosotros. La rectitud, desde luego, es más que un comportamiento; la rectitud es un comportamiento que crece -de y dentro- de las sanas relaciones. Crece de una sana relación con Dios redundando en una sana relación con los demás porque, finalmente se expresa a sí misma en amor.
Así que las Escrituras son provechosas porque ninguna otra cosa puede lograr lo que ellas hacen. Y ¿cómo podemos proclamar el beneficio de las Escrituras, aparte del poder del Espíritu Santo?
Debemos ser Espirituales porque las Escrituras están autentificadas por Dios.
En tercer lugar, las Escrituras han sido autentificadas por Dios a través de la historia. En la historia de la iglesia, siempre que las Escrituras han sido tenidas en alta estima, la predicación ha sido altamente valorada. Y siempre que la predicación ha sido altamente valorada, la iglesia se ha mantenido sana. Por lo tanto, existe una correlación directa entre la salud espiritual de la iglesia y la proclamación de las Escrituras. La palabra de Dios es verdaderamente la palabra de Dios y Dios ha autentificado esta realidad, a lo largo de toda la historia sin fallar. Esto significa que cuando las Escrituras no son tenidas en alta estima, el valor de la predicación se desploma, y consecuentemente también la salud de la iglesia.
Cuando predicamos la Biblia, traemos salud a la iglesia de Cristo, despertamos la vida en el pueblo de Dios y llevamos la luz a un mundo que está en tinieblas. Como John Broadus declaró, “En cada era del cristianismo, desde que Juan el Bautista atraía a multitudes al desierto, no ha habido ningún gran movimiento religioso, ni restauración de la verdad de la Escritura, ni reanimación de la piedad genuina, sin un nuevo poder en predicar ambas cosas como causa y efecto.”5 Consideren lo que John Brown, el puritano inglés, declaró.
Aquel que toma conciencia de la vital importancia que la predicación en sus formas más variadas ha tenido en la vida espiritual de la iglesia, ya no necesitará mas testimonio de su gran importancia. No fallará en observar que el mensaje del predicador y la condición espiritual de la iglesia se han elevado o han caído conjuntamente. Cuando la vida se ha ausentado del predicador, no pasa mucho antes que también se aleje de la iglesia. Por otra parte, cuando ha habido un mensaje de resurgimiento de vida en los labios del predicador, éste viene como consecuencia de una condición revitalizada de la Iglesia misma. La conexión entre estas dos cosas siempre ha sido estrecha, uniforme y constante. 6
Así que, a través de toda la historia, las Escrituras han permanecido autenticadas como un medio por el que Dios ha traído salud a la iglesia y luz al mundo. Cuando la luz de la palabra de Dios resplandece con brillantez en la iglesia, penetra en las tinieblas del mundo y trae la vida donde previamente solo había muerte.
La predicación sola no logra esto. La predicación comprende tanto el vivir la palabra como el proclamarla. La luz y la vida no derrotarán a las tinieblas y a la muerte sin la proclamación de la palabra de Dios, pero la salud espiritual no viene solo a través del conocimiento. La salud espiritual no solo viene por la proclamación de la palabra o el oír de la palabra de Dios; la salud espiritual procede vivir la palabra de Dios. Esto significa que los líderes piadosos deben moldear la madurez espiritual para sus seguidores, para que ellos puedan convertirse en una iglesia activa, a través del ejercicio de sus dones, adoración que exalte al Dios vivo, un compromiso puro y apasionado con el Señor Jesucristo, cuidado y servicio de pequeños grupos, y un anhelo de llevar la verdad de Dios al mundo. 7
Tengo el temor de que podamos alejarnos de un sano enfoque sobre la proclamación de la palabra de Dios. Si no somos cuidadosos, entraremos en una era, en la cual la palabra de Dios será escasa, así como lo hizo Israel hace tanto tiempo (I Sam. 3:1). Una de las razones por las que la palabra era tan escasa en los tiempos de Samuel, era porque los sacerdotes de Israel estaban ciegos a su verdad. La verdad de que -como tal gente, tales sacerdotes- es tan cierta hoy como lo fue en el mundo antiguo. Cuando nos hacemos de la vista gorda ante la palabra de Dios, la gente tendrá oídos sordos ante nuestras palabras. ¿Quién quiere escuchar agradables tonterías de nuestras bocas vacías? ¿Quién se volverá a un dios hecho a nuestra imagen? ¿Quién será transformado por una palabra procedente de nosotros? Corremos el riesgo de permitir que nuestras ocupaciones se conviertan en banalidades y que nuestra banalidad se convierta en ceguera que nos aparte de ver cómo nuestros propios egos, celos y ambiciones nos ensordecen ante la palabra de Dios y nos ciegan ante los caminos de Dios. Si no tenemos cuidado, la carne paralizará nuestros esfuerzos mientras nos convertimos en parapléjicos espirituales, imposibilitados para hacer alguna clase de impacto para Dios. Si queremos ver hacia dónde podemos estar dirigiéndonos, echen un vistazo a la Edad Media, un tiempo en el cual la liturgia suprimió la predicación, las Escrituras cayeron en desuso, los clérigos reemplazaron a la gente, y la luz de la iglesia fue virtualmente extinguida. Es la razón por la que llamamos a esa era El Oscurantismo. No podemos permitir un movimiento que nos lleve, de predicar la palabra de Dios, a un nuevo Oscurantismo.
En la actualidad se nos dice que la pregunta clave que debe orientar nuestra predicación es ¿Qué es lo que quiere la gente? y escuchamos Ellos no quieren la Biblia. Los expertos nos dicen que la Biblia no es relevante para donde ellos están. Lo que la gente desea es oír historias de “cuentos de caldo de pollo,” que calienten sus corazones y les haga sentir bien. ¿Podremos estar en peligro de satisfacer la comezón de oír? Desde luego, debemos luchar por el contenido de interés y relevancia, pero como nuestro Señor sugirió acerca de Su primo Juan, los hombres apasionados por Dios siempre atraerán a las multitudes que Dios quiere que tengan. La gente irá a cualquier parte, aún a los desiertos de Judea para ver a un hombre con un gran celo por la verdad de Dios. Esto no significa que debamos estar airados, o ser ásperos, o proclamar sermones vestidos con “pelo de camello.” Pero sí significa que debemos comprometernos a la proclamación del amor de Dios y a la santidad, y hablar de maneras que lo eterno se introduzca una vez más en el tiempo y que esté revestido por una humanidad viviente justo frente a los escuchas. Esto solo es posible a través de la proclamación de la Palabra de Dios; a través del poder del Espíritu de Dios, mediante un hombre que esté libre de la necesidad de impresionar a otros a través de su predicción.
Desde luego, no podemos ser irrelevantes, aburridos o poco interesantes, o cualquiera de las otras cosas que se dicen acerca de la predicación actual. Ciertamente usamos la tecnología de nuestros tiempos a través de videos y otros soportes visuales. Podemos implementar drama, música, lecturas dramáticas, cualquiera de las numerosas herramientas que ayudan a comunicarnos en nuestra era. Pero siempre habrá un lugar para un predicador apasionado por el Señor, encendido con la santidad que arde sin consumir, llamando a la gente que se quite el calzado porque están pisando suelo sagrado. Dios hablará a través de ese predicador aún en el siglo veintiuno, al igual como lo hizo en el primero.
No deben permitir que la palabra se convierta en algo extraño en su generación como sucedió en los tiempos de Samuel. Deben comprometerse ustedes mismos a proclamar la palabra de Dios con exactitud, claridad, interés y relevancia. Deben luchar por ser creativos sin llegar a ser corrientes, a ser efectivos sin ser superficiales, a usar la tecnología sin permitir que ella los utilice a ustedes. Nunca deben sacrificar la exactitud por la relevancia, ni la claridad por el interés. Deben comprometerse a sí mismos a realizar la dura tarea de simplificar los conceptos difíciles, de clarificar las verdades complejas, y de bajar el cielo hasta la tierra. La gente debe ver a Jesús en jeans y tenis, a Abraham en zapatos Domit y Dockers, a los discípulos en bermudas y sandalias –todo sin diluir la deidad de Cristo, la impaciencia de Abraham, o los esfuerzos de los discípulos para ocultar sus temores en su esfuerzo por llegar a ser el # 1.
Sobre todo, deben recordar que la predicación es un acto espiritual supremo. Nunca pueden estar demasiado ocupados para ser espirituales; nunca pueden ceder ante lo que resulta funcional; nunca deben permitir que los ciegue la codicia de la carne. Si permiten que esto suceda, todo lo que tendrán serán agradables naderías acerca de un dios hecho a su imagen. Todo lo que tendrán será una palabra que procede de ustedes, conducida por su egoísmo y su ambición. Como predicadores, recuerden sobre todas las cosas, que la predicación es un acto espiritual supremo. Cuando no es espiritual, se convierte en arrogancia suprema, una afrenta hacia Dios y el hombre.
Si su predicación es para hacer de ella un acto espiritual, ésta debe salir de su intimidad con Dios. No deben permitir que nada, absolutamente nada los aleje de Su virtualmente diaria presencia. Se encuentran en la posición más grandiosa y privilegiada del mundo, el privilegio de traer el mensaje de Dios a los atribulados y a los pacíficos, a aquellos que son exitosos y a los que han fracasado, a quienes conocen a Cristo y a quienes no lo conocen. Ustedes deben acometer esta gran responsabilidad, con la fortaleza que procede de una intimidad con Dios, o fracasarán. La intimidad con Dios les dará integridad, no solo en su carácter, sino también en su mensaje. Aprenderán cómo crecer. Le mostrarán a otros cómo recobrarse del fracaso, cómo perseverar cuando tengan que confrontar al pecado en su vida, cómo es la lucha en su crecimiento en Cristo. Sus escuchas aprenderán más de su modelo de lo que lo harán de su mensaje, pero creerán su mensaje porque saben que son hacedores de la palabra.
La intimidad y la integridad les dan la intensidad, no una intensidad en la elocuencia, aunque puede suceder, sino una intensidad de la realidad. La persona que habla por Dios es real, genuina, viva, no alguien que esté tratando de presentarse a sí mismo como perfecto, que impacte a sus escuchas como plástico. Esta persona está verdaderamente comprometida, lista para pagar cualquier precio que deba para hablarnos de la gracia y el poder de Dios. Y a través de esta intimidad, integridad, e intensidad, encenderán una flama en su ministerio que tocará y cambiará vidas, no solo en su comunidad, sino por todo el mundo. Como ven, una vez que Dios sabe que puede confiar en ustedes, Él les dará una influencia como jamás soñaron que fuera posible.
Así que ahí lo tienen: intimidad, integridad, e intensidad, encienden la flama de influenciar excediendo abundantemente más allá de todo aquello que pudieran haber pedido o imaginado, porque proclaman la inspiración de Dios, la bendición de Dios, la autentificada palabra de Dios en el poder del Espíritu Santo.
¿Qué principios debemos poner en práctica esta semana para predicar la Palabra de Dios con la perspectiva de una persona que está en intima comunión con Él.
Para escuchar este artículo en formato mp3 ir a este enlace.
Fuente: Obrerofiel.com

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[1] Aquello que es común o trillado, sin poder, sin valor; aquel que reemplaza el poder de la cruz con la ostentación de
la carne o la inutilidad de lo seguro.
[2] Eugene H. Peterson, Ander the Unpredictable Plant . Grand Rapids, MI: William D.
Eerdmans Publishing Company, 1992, p.5
[3] Larsen, David L. The Company of the Preachers, Grand Rapids, MI: Kregel, 1998, p.155
4 Larsen, p. 169.
5 Larsen p. 14
6 Larsen p. 104
7 Ver Natural Church Development (Desarrollo Natural de la Iglesia) por Christian Schwars para un desarrollo de estos conceptos, publicado por The Internacional Center for Lidership Development and Evangelism, (El Centro Internacional para el Desarrollo de Líderes y Evangelismo), Winfield BC Canada, 1998

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