Por. Juan
Simarro, España
El
artículo está dirigido a los religiosos del mundo, a los cumplidores de ritual,
a los consumidores de tiempo eclesial en nuestros templos. En muchos casos es
posible que muchos tengamos que replantearnos nuestra fe. Es verdad que se
diezma, que se cumple con todos los horarios del ritual, que se celebran las
fiestas solemnes y se acude fielmente a los servicios dominicales. La ética del
cumplimiento religioso no nos va a salvar. Hay que dar un paso más, porque si
no, uno de los “ayes” de Jesús puede ser lanzado contra nosotros como una lanza
que se clave en nuestra alma: “¡Ay de vosotros, hipócritas!, porque diezmáis la
menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley; la
justicia, la misericordia y la fe.” No son palabras mías. A mí no me
corresponden palabras de condena contra nadie y tengo que ser el primero que
tiene cuidado con que este “ay” no sea lanzado también contra mí. Es por eso
que las palabras del inicio del artículo están simplemente en paralelo con las
palabras de Jesús que nos debe hacer reflexionar sobre cómo vivimos la
religiosidad, si está basada únicamente en una ética del cumplimiento del
ritual diezmando la menta, el eneldo y el comino, pero de espaldas a la
misericordia, a la justicia y a la vivencia de una auténtica fe que nos debe
lanzar al mundo en acción llevando al mundo la evidencia de las obras de la fe.
Palabras duras las de Jesús ¿Fueron sólo contra los religiosos de
la época, contra los escribas y fariseos que eran simplemente sepulcros
blanqueados por fuera, pero por dentro eran putrefacción y pasto de gusanos, o
pueden saltar los ayes de Jesús también contra nosotros hoy? ¿Hay personas hoy
sumidas en prácticas religiosas vanas autoengañándose a sí mismas y lejos de la
vivencia de la auténtica espiritualidad cristiana? ¿Hay religiosos que diezman,
pero dejan a un lado la misericordia para con prójimo y nunca son llamados a
ser movidos a ella como buenos samaritanos? ¿Hay religiosos que dan su eneldo
al templo, pero jamás trabajan por la justicia? ¿Ofrecemos nuestro comino al
servicio de rituales, pero nuestra falta de amor hace que la fe se debilite, y
acabe por morirse y dejar de ser? ¡¡Ay, ay, ay de vosotros!! ¡¡Ay, ay, ay de
todos nosotros si seguimos una simple religiosidad de cumplimiento, pero falta
de misericordia, alejada de la lucha por la justicia y del amor al prójimo!!
Tendríamos que replantearnos nuestra fe si viéramos que algunos de estos “ayes”
nos tocaran.
Diezma,
no haces nada mal. Da al templo tiempo, cumple con las exigencias del ritual,
haz fiestas solemnes y cumple con los días de reposo, pero tenemos que saber
que para que eso se sostenga delante de Dios, debe estar fundamentado en la
práctica de la misericordia, de la projimidad, de la búsqueda de justicia y de
mantener una fe viva y activa. ¿Cómo se puede uno liar en prácticas de
cumplimientos de normas religiosas y olvidar lo más importante para poder tener
una vivencia de la auténtica espiritualidad cristiana? Los cristianos, así, si
en verdad queremos ser discípulos de Jesús, tenemos que reflexionar, orar y
dejar que nuestra fe nos lance al mundo en acción con las manos tendidas
dispuestas al servicio, la voz preparada para la denuncia y el anuncio, para
clamar por la justicia e ir por el mundo impregnados de sentimientos de
misericordia que no nos dejen pasar de largo ante el grito del marginado, del
pobre, del herido, del despojado, del robado de dignidad. ¡Hay que pararse… y
darse!
Recordemos:
a la base de todo tu ritual, de todos tus cumplimientos, de todos tus diezmos y
tiempo entregado al templo, debe estar la práctica de la justicia y de la
misericordia que son la prueba de tener una fe viva que actúa a través del amor
como diría el Apóstol Pablo. Religiosos: Escuchemos la auténtica definición de
la religión, la verdadera, la pura y sin mácula. Se formula en estos términos
que quizás te asusten un poco o te parezcan una especie de Teología Segunda con
respecto a lo que tú consideras tu prioridad, tu Teología Primera, el núcleo de
tu vivencia religiosa. La Biblia dice que la religión pura y sin mácula es
ésta: “Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse
sin mancha del mundo”. Nos puede parecer extraño que primero se pongan nuestras
responsabilidades de projimidad y luego el guardarse sin mancha que sólo se
consigue en una auténtica relación con un Dios perdonador. Pero así lo dice el
Señor, porque el que dice que ama a Dios y no puede hacer lo mismo con su
hermano, es mentiroso.
Pude
ser una definición de religión un poco alejada del templo y cercana al
sufrimiento de las personas, de los colectivos marginados del mundo, aunque
Dios tampoco nos quiere de espaldas al templo si en él sabemos enfocar un ritual
que nos lanza a la práctica de la misericordia, al compartir y al vivir la fe
en compromiso con el prójimo. Cuidado hoy con que los que sirven al templo no
nos acostumbren al cumplimiento de la norma y del ritual, pero que no nos
ayuden a proseguir la justicia misericordiosa para con los sufrientes de la
tierra. Sería una lanza clavada en el corazón del cristianismo, de la auténtica
vivencia de la espiritualidad cristiana.
Jesús lanza uno de sus “ayes” y junto
a ello una acusación: ¡¡Hipócritas!!
Quizás es porque tenemos el peligro de vivir una religiosidad cómoda y de
acuerdo con nuestros intereses, incluidos aquellos que se rozan con el servicio
al dios Mamón, el dios de las riquezas a las que deseamos y, desde este
posicionamiento, damos prestigio a los que las tienen confundiendo los valores
bíblicos con aquellos que son contracultura con los valores del Reino. Ser
cristiano es ser un servidor con una gran mochila llena de misericordia y una
vocación por la justicia como consecuencia de una fe viva.
Fuente:
Protestantedigital, 2015.
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