Por.
Juan Stam, Costa Rica
El
discernimiento entre profetas falsos y profetas verdaderos es uno de los problemas
más difíciles de la teología y de nuestra vida cristiana.
Personalmente,
creo que Dios habla hoy por medio de mensajes proféticos. ¡Claro que sí! Dios
no se ha quedado mudo ni ha dejado de hablarnos por su Espíritu. Creo en el don
profético, pero no creo para nada en la mayoría de las adivinaciones
maquilladas de "profecía" que abunda en nuestro tiempo.
No
creo en profetas sin mensaje profético, ni en "movimientos
proféticos" en los que se mueve cualquier otro espíritu que no sea el
Espíritu que inspiraba a los antiguos profetas de Yahvéh. A través de la
historia, la profecía fiel y verdadera siempre ha estado acompañada por la
falsa profecía, como si fuera su propia sombra. Nuestra época no es ninguna
excepción. La profecía es un don muy peligroso e incómodo, por muchas razones.
Una de ellas es lo difícil de distinguir entre profecía fiel y falsa profecía.
La misma Biblia, desde Deuteronomio hasta Jeremías, da una variedad de
criterios muy distintos pero no parecen ser definitivos o incondicionales; casi
siempre hay excepciones a cualquiera de ellos. Pero a la vez, la existencia de
las dos "profecías", la falsa y la que realmente es de Dios, nos
obliga a optar a favor o en contra de cada pretendida profecía.
Y en
el caso de profecía falsa, la misma exigencia implacable del mensaje profético
no nos permite callar. El mismo Espíritu de los profetas nos obliga a levantar
la voz en denuncia valiente, pero... ¿si nos hemos equivocado, como siempre es
posible, podríamos estar oponiéndonos a una auténtica palabra de Dios? En mi
lucha personal por ser fiel al Señor, al Yahvé que también hoy nos habla, lo
que más me ha ayudado es medir a todo supuesto profeta por su prototipo
normativo, o sea, compararlos con los profetas bíblicos para ver si se parecen.
Si no corresponden a ese modelo, tengo razones para sospechar que estoy frente
a un caso de profecía falsa. Sin pretender dar respuestas finales, me permito
sugerir algunas de las pautas bíblicas que nos pueden orientar para reconocer a
los falsos profetas:
(1) Cuando un dizque profeta se limita al
vaticinio, sin traer un mensaje de Dios para nuestra vida, hay que dudar de él
o ella. En la Biblia, la profecía predictiva nunca es una finalidad en sí
sino que es sólo una parte, casi siempre (o siempre) muy secundaria, del
mensaje profético. El mensaje no está en las predicciones mismas, sino ellas
vienen en función del mensaje.
Los
profetas no son astrólogos sino predicadores. No más de cinco por ciento de los
escritos proféticos tiene que ver con el futuro, visto desde el tiempo del
profeta, y menos de un por ciento puede ser futuro todavía para nosotros hoy.
¿Y qué del otro 95 por ciento? Bueno, junto con las mismas profecías
predictivas, todo eso tiene carácter ético, como mensaje al pueblo y sus
líderes. Podemos decir, sin exagerar mucho, que frente a un cinco por ciento
que es predictivo, un cien por ciento de los escritos proféticos es ético,
mayormente social, económico y político. Basta leer esos libros, y los relatos
de Samuel, Natán, Elías y Eliseo, para descubrir esta verdad muchas veces
olvidada.
Jeremías
plantea muy claramente un criterio ético para reconocer a los falsos profetas:
"Si hubieren estado en mi consejo, habrían proclamado mis palabras a mi
pueblo: lo habrían hecho volver de su mal camino y de sus malas acciones"
(Jer 23:22). Cuando oímos o leemos supuestas profecías, siempre debemos
preguntarnos: ¿Cuál es el mensaje ético de esta profecía? Los profetas fieles
no perdían tiempo en simples predicciones; dejaban eso a los adivinos. Profecía
predictiva sin mensaje ético profético, huele muy fuertemente a profecía falsa.
Casi seguro es adivinación en vez de profecía fiel. Cuando Dios habla
proféticamente, es para algo serio, no para entretenernos o impresionarnos con
predicciones triviales. Una buen prueba para las profecías puede ser
preguntarnos, ¿Cómo obedezco esta profecía? Claro, una profecía falsa puede
exigir también una obediencia errada, pero si una profecía no exige ninguna
acción de obediencia, muy probablemente es adivinación y no verdadera profecía.
(2) Los profetas bíblicos profetizaban a partir
de un profundo conocimiento de la realidad de su nación y generalmente daban
razones bien fundadas para su mensaje. Cuando uno lee a los profetas
hebreos con una óptica socio-política, resulta sumamente impresionante su
dominio analítico y crítico (o sea, profético) de las condiciones imperantes de
la sociedad y de la historia de su tiempo. Otro tanto puede decirse de Juan de
Patmos. Por su análisis económico del imperio romano, por ejemplo, Juan merece
un doctorado en ciencias económicas (Ap 6:5-6; 13:16-18; 17:4; 18:3,7,11-17,23;
ver "Apocalipsis y el imperio romano", en este sitio web).
Los
profetas eran los sociólogos, economistas y politólogos de su tiempo, aunque
por la inspiración divina eran más que sólo eso. Igualmente, con las profecías
de hoy, debemos plantearnos tres preguntas: ¿En qué análisis de la realidad
histórica se basan? ¿Qué actitud asumen hacia esa realidad? y ¿Qué acción
proponen para nosotros en medio de la coyuntura que vivimos? La profecía
bíblica no ocurre en el vacío, sino en medio de la historia y vinculada
esencialmente con la historia de la salvación. Cualquier "profecía"
desconectada de la historia, y de la voluntad de Dios para nosotros en medio de
ella, muy probablemente es profecía falsa. Mejor entonces recurrir a Nostradamus
o el horóscopo, y no meter a Dios en tales especulaciones.
(3) Los profetas falsos se acomodaban al
sistema vigente, muchas veces poniéndose incondicionalmente a las órdenes de
los poderosos. En cambio los profetas verdaderos, debido a su honestidad,
vehemencia y valentía, mantenían relaciones muy tensas con las autoridades y
con los profetas del sistema. Las palabras del rey Acab a Elías valen para
todos los profetas: "¿Eres tú el perturbador de Israel?" (1 R 18:17).
Me parece que la gran mayoría de las profecías que escuchamos hoy día son
sedantes y no podrían perturbar a nadie, ni mucho menos a los poderosos. Más
adelante, cuando los profetas profesionales de la corte profetizaron sólo
bendiciones y éxito para Acab, éste quiso rechazar al profeta Micaías ben Imlá
porque "me cae muy mal, porque nunca me profetiza nada bueno: sólo me
anuncia desastres" (1 R 22:8).
El rey
envió a un mensajero para traer a Micaías, y éste le dijo, "Mira, los
demás profetas a una voz predicen el éxito del rey. Habla favorablemente",
a lo que Micaías respondió, "Tan cierto como que vive Yahvéh, ten la
seguridad de que yo le anunciaré al rey lo que Yahvéh me diga" (22:13-14).
Micaías lo hizo, después de mofarse del rey y de los falsos profetas, y el rey
se enojó tanto que ordenó al gobernador "echar en la cárcel a ese tipo, y
no darle más que pan y agua" (22:27). Amós ofendió tanto a los ricos y
cómodos de Samaria que lo sacaron por la fuerza del reino del norte. (¡Qué
ofensivo, llamar a las ricas de Samaria "vacas de Basán"!). Cuando el
falso profeta Jananías profetizó, en nombre de Yahvéh Todopoderoso, que Dios
iba a quebrar el yugo del rey de Babilonia, para devolver a los exiliados y los
utensilios del templo, Jeremías le respondió; "A pesar de que Yahvéh no te
ha enviado, tú has hecho que este pueblo confíe en una mentira. Por eso, así
dice Yahvé: 'Voy a hacer que desaparezcas de la faz de la tierra. Puesto que
has incitado a la rebelión contra Yahvéh, este mismo año morirás'" (Jer
28:16). En el capítulo 23 Jeremías lanza una feroz denuncia contra los reyes
como "pastores que destruyen el rebaño" (23:1) y después contra los
profetas mentirosos (23:9-32) y contra las profecías falsas (23:33-48).
De los
falsos profetas exclama Jeremías, "En cuanto a los profetas: Se me parte
el corazón en el pecho y se me estremecen los huesos. Por causa de Yahvéh y de
sus santas palabras, hasta parezco un borracho... Los profetas corren tras la
maldad, y usan su poder para la injusticia. Impíos son los profetas y los
sacerdotes... Entre los profetas de Jerusalén he observado cosas terribles...
viven en la mentira; fortalecen las manos de los malhechores...
Los
profetas de Jerusalén han llenado de corrupción todo el país" (23:9-15).
¿Qué diría Jeremías de nuestros profetas de hoy? ¿Y de nuestros partidos
cristianos y políticos evangélicos? (Todo el capítulo de Jeremías 23 está lleno
de enseñanzas para la iglesia hoy). Para los profetas fieles, callarse no
estaba dentro de sus posibilidades. La Palabra de Dios ardía en sus corazones y
martillaban sus huesos (Jer 23:29). No todos los profetas vaticinaron el
futuro, pero todos ellos denunciaron el pecado, la corrupción y la injusticia.
Profeta no puede ser quien encubre o calla esas cosas. Por eso, los profetas
sufrieron la persecución, la cárcel, el exilio y hasta el asesinato (Mt
23:30-31).
Los
profetas falsos tuvieron mucho mejor suerte, porque sólo decían lo que la gente
quería escuchar y se cuidaban especialmente de no ofender a los poderosos.
"Curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz., paz; y no hay
paz" (Jer 6:14). Igualmente los profetas de hoy, si nunca ofenden a nadie
podemos estar seguros de que son profetas falsos. Un "profeta inocuo"
es una contradicción de términos.
(4) Este mismo capítulo de Jeremías nos da otra
clave para contestar nuestra pregunta: los falsos profetas pueden
reconocerse porque usan livianamente el nombre de Dios. En un sorprendente
epílogo al capítulo 23, Dios prohíbe tajantemente que se usa la expresión
"Oráculo (o Carga) de Dios" (23:33-40 hebreo). Aunque ese mismo
término es muy frecuente en otros pasajes, queda obvio del pasaje que los
seudo-profetas la repetían frívola e irreverentemente para cualquier opinión
caprichosa que se les ocurriera, y por eso el Señor les prohibió totalmente
hablar en su nombre.
Hoy en
día es alarmante la facilidad ligera con que nuestros profetas anuncian que
"el Señor me ha dicho" o "tengo una palabra profética de
Dios". ¿No será eso tomar en vano el nombre del Señor? Debe preocuparnos
que nuestra situación se parezca tanto a los falsos profetas del tiempo de
Jeremías. ¿No sería mejor un moratorio sobre las pretensiones de hablar en
nombre de Dios, como el que Yahvé, evidentemente enojado, impuso sobre Israel?
(5) Para los profetas fieles, su misión era un
sacrificio, más que un privilegio. En ningún momento buscaban su beneficio
propio. Muchos de ellos no querían ser profetas (Moisés, Isaías, Jeremías),
pero Dios los obligó. En cambio, los falsos profetas disfrutaban como
privilegio su oficio y su rango, y hasta lucraban de él. Se creían dueños de su
carisma, que empleaban no para servir sino para servirse, como seguidores del
mercenario Balaam. Por eso buscaban siempre agradar al público y complacer a
los ricos y poderosos a quienes debían más bien denunciar. Para los mismos fines
pretendían manipular a la gente, y aun manipular a Dios. ¡Qué parecido a
nuestro tiempo!
CONCLUSIÓN
El
discernimiento entre profetas falsos y profetas verdaderos es uno de los
problemas más difíciles de la teología y de nuestra vida cristiana. No hay fórmulas
mecánicas ni criterios invariables; todos tienen alguna excepción, incluso los
que planteamos aquí. En eso está la libertad de Dios de actuar dónde, cuándo y
cómo él quiere. Pero creo, y he visto, que estas orientaciones nos ponen el
alerta contra abusos del oficio profético. Al fin es un acto de fe, en la
sincera convicción del corazón de cada cual, aceptar o no una supuesta
profecía. Pero estamos obligados a optar, y creo que es mayor el peligro de
creer y seguir una falsa profecía que el de posiblemente mantener sanas
reservas ante una profecía incierta, aunque pudiera ser verdadera. En ese caso,
Dios podrá seguir hablándonos y guiándonos hacia mayor certidumbre.
Fuente:
Protestantedigital, 2017
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