Por. Carlos Martinez
Garcia, México.
En
Zúrich, un pequeño grupo liderado por Conrado Grebel pugnaba por la renovación
eclesiástica y social. Enterados sobre la propuesta revolucionaria de Müntzer,
aunque no detalladamente, los radicales de Zúrich le escribirían cartas para
encomiarle que los cambios acordes a las enseñanzas de Cristo debían seguir su
ejemplo constructor de la paz, y no alcanzarlos con el poder de la espada, como
proclamaba el incendiario Thomas.
Thomas
Müntzer pretendía tomar el cielo por asalto, es decir instaurar un régimen
político y religioso igualitario mediante la fuerza. En la primera misiva de
Grebel a Müntzer (otoño de 1524) aquél informa a éste sobre los descubrimientos
a que han llegado los radicales de Zúrich en su lectura del Nuevo Testamento en
relación al uso de la violencia, el bautismo, la Cena del Señor, y el
seguimiento ético de Jesús.
La
misiva de septiembre de 1524 es “el documento más antiguo del movimiento
protestante de iglesias libres”.1 Es decir, la propuesta de Grebel consideraba
a la comunidad cristiana como la formada por creyentes, quienes confesaban a
Jesús como Señor y Salvador, daban fe de esa confesión mediante el bautismo
personal y voluntario, además se comprometían al seguimiento ético de las
enseñanzas de Jesús y abogaban por la separación entre Estado e Iglesia.
En lo
concerniente al uso de la violencia para defender al Evangelio, le externan a
Müntzer: “Tampoco hay que proteger con la espada al Evangelio y a sus
adherentes, y éstos tampoco deben hacerlo por sí mismos –según sabemos por
nuestro hermano– tú opinas y sostienes. Los verdaderos fieles cristianos son
ovejas entre los lobos, ovejas para el sacrificio. Deben ser bautizados en la
angustia y en el peligro, en la aflicción, la persecución, el dolor y la
muerte. Deben pasar la prueba de fuego y alcanzar la patria del eterno descanso
no destruyendo a los enemigos físicos, sino inmolando a los enemigos
espirituales”. Esto último, lo de inmolar a los enemigos espirituales, por
supuesto debe ser tomado en un sentido figurado, en el contexto de la misiva
que, como afirma John Howard Yoder, “constituye el primer testimonio del
pacifismo de la Reforma radical”.2
Contra
lo decretado por las autoridades de Zúrich, algunos que antes fueron discípulos
de Ulrico Zwinglio, decidieron bautizarse mutuamente. Lo hicieron en casa de
Félix Manz el 21 de enero de 1525. Entonces se comprometieron a difundir la
necesidad de proclamar el Evangelio y bautizar a quienes decidieran seguir a
Jesús como Salvador y Señor. Les comenzaron a llamar anabautistas.
Es importante detenerse en la
explicación del vocablo anabautistas.
El término les fue adjudicado desde afuera, ya que practicaban el rebautismo.
Las iglesias que bautizaban infantes, al juzgar la práctica de quienes decidieron
solamente bautizar a los y las que previamente se convirtieran al camino de
Jesús, consideraron el hecho como un rebautismo, dado que ya tales personas
habían sido bautizadas en su infancia. Fue así que a los practicantes del
bautizo de creyentes, y contrarios al paidobautismo, se le comenzó a llamar
anabautistas, es decir, rebautizadores.
El mote anabautistas es reduccionista, porque
sobre enfatiza una de las características de los propugnadores de la Iglesia de
creyentes de tal manera que hace aparecer casi como único distintivo del grupo
la oposición al bautismo de infantes. Lo entiende bien William Estep, al
referir que ya para cuando tienen lugar el 21 de enero de 1525 los bautizos en
casa de Manz “el movimiento radical enfocaba mucho más que sólo la misa, o
incluso el bautismo de creyentes. Para entonces también se incluía el tema de
la naturaleza de la Iglesia. El concepto de una Iglesia de creyentes
comprometidos con el Señor había sustituido al de una Iglesia compuesta por una
multitud mixta. Esta nueva Iglesia, como la de los apóstoles, iba a estar
compuesta sólo por los que confesaran a Cristo como Señor y recibieran el
bautismo de creyentes, en lugar de estar compuesta por todos los nacidos en una
determinada parroquia. La Cena del Señor sería practicada por los bautizados en
una forma sencilla, despojada de sus adornos medievales, como un compromiso de
amor fraternal en memoria del sacrificio de Cristo, una vez hecho y más que
suficiente”.3
Al
otro día de la sencilla ceremonia en casa de Manz, Grebel se da a la tarea de
predicar en Zúrich y las cercanías la necesidad de la conversión a Cristo,
testificar de esta decisión mediante el bautismo, y el seguimiento cotidiano a
sus enseñanzas. Se dedica a estas tareas junto con Manz, y es en casa de éste
donde tienen lugar las reuniones de estudio bíblico, bautizos y celebración de
la Cena del Señor. Grebel llega a convencerse del bautismo de creyentes, y no
de infantes, mediante el tenaz estudio del Nuevo Testamento. Dado que su
enfoque de la revelación de Dios era cristológico y cristocéntrico, Conrado
afirma la supremacía del Nuevo Testamento sobre el Antiguo, ya que en aquél se
encuentra la Palabra final de Dios, Jesucristo.
Normalmente
los bautizos entre los “hermanos suizos” se realizaban con derramamiento de
agua sobre la cabeza de la persona. Así hizo Grebel con Jorge Cajakob el 21 de
enero de 1525. Le correspondió al mismo Conrado Grebel bautizar por primera vez
mediante inmersión en febrero de ese año a un monje converso, Wolfgang Ulimann.
El acto tuvo como escenario el río Rin, en la sección cercana a Schaffhausen.
Grebel sumergió en las frías aguas a Ulimann, y después permaneció cerca de dos
meses con la congregación de Schaffhausen para fortalecerla y hacer discípulos.
Debido
a lo fructífero de las tareas evangelizadoras de Ulimann, el bautizado en el
río Rin, y las de dos anteriores convertidos por Grebel (Gabriel Giger y Lorenz
Hochrutiner), los trabajos anabautistas en San Gallen y alrededores se
acrecentaron. Grebel se les unió para consolidar la obra. En Gallen se conforma
una congregación muy receptiva. El 9 de abril, en el río Sitter, Grebel bautiza
a un buen número de personas. En la etapa inicial de la obra anabautista en San
Gallen son bautizados unos quinientos creyentes, varones y mujeres.
Aunque
sabía de la animadversión contra él de Zwinglio y el Concejo de Zúrich, Grebel
regresa en abril a esa ciudad y visita discretamente a los hermanos. Evita
aparecer en público, ya que es consciente de que si las autoridades
eclesiásticas y políticas del lugar lo ubican su destino sería la cárcel. Para
entonces la primera congregación anabautista surgida después de los bautizos
del 21 de enero de 1525, la de Zollikon en las cercanías de Zúrich, ya había
padecido advertencias judiciales y encarcelamientos de algunos de sus
integrantes.
Durante
su ocultamiento en Zúrich recae a causa de su frágil salud, mermada desde
1515-1518, cuando estudiaba en la Universidad de Viena. También se recrudece la
falta de recursos económicos, de tal manera que Grebel se propone vender
preciados libros de su biblioteca. Pero ni enfermedad, ni pobreza y tampoco las
amenazas de ser encarcelado detienen a Conrado, quien toma la decisión de ir a
predicar a Groningen. Entre finales de junio y el 8 de octubre de 1525, cuando
es arrestado, Grebel se dedica a testificar a una o dos personas a la vez, enseñan
a pequeños grupos y visita en sus casas a los creyentes. Subraya la necesidad
del arrepentimiento y la autoridad de las Escrituras para normar las creencias
y conducta cotidiana.
En la redada del 8 de octubre, además de
Grebel, es apresado
Jorge Cajakob. Gracias a que logra escapar Félix Manz no corre la misma suerte
que sus dos hermanos en la fe. Pero solamente tarda tres semanas en acompañar a
Grebel y Cajakob en la cárcel del castillo de Groningen, ya que entonces los
captores no fallan. El trío es llevado a juicio el 18 de noviembre de 1525, y
condenado por “su anabautismo y su conducta impropia, a permanecer en la torre
con una dieta de pan y agua, y a nadie, excepto a los guardias, se le permitía
visitarlos”.
Pronto
les harían compañía otros anabautistas. A lo largo del gélido invierno los
carceleros podían escuchar las oraciones, cánticos y predicaciones de los
anabautistas presos, A pesar de las inclementes condiciones de la prisión,
Grebel se dio a la tarea de escribir un trabajo prometido a los hermanos de
Groningen acerca del bautismo. Conrado había afirmado antes de ser encarcelado
que “si ellos [sus perseguidores] permitían que su escrito fuera impreso, él
estaría dispuesto a discutir con el maestro Ulrico Zwinglio, y si el maestro
Ulrico Zwinglio resultara vencedor, él, Conrado, estaría dispuesto a ser
quemado; mientras que si él resultara vencedor no exigiría que Zwinglio fuera
quemado”. Tras cinco meses de encarcelamiento el osado Conrado Grebel solicita
autorización para que su escrito sobre el bautismo fuera impreso. La petición,
pero por supuesto, es rechazada después de haberse verificado un segundo juicio
contra Grebel, Manz y Cajakob los días 5 y 6 de marzo de 1526. Todos reciben
condena de cadena perpetua. Un nuevo mandato ordenaba castigar el acto de
bautizar adultos con la pena de muerte. El 21 de marzo, con ayuda de
simpatizantes y seguidores, los anabautistas presos escapan de la cárcel.
Bajo
persecución Grebel y Manz se dirigen a otros cantones (Appenzell y Graubünden)
para continuar con su ministerio itinerante. Cajakob toma otra dirección, pero
igualmente insiste en predicar el Evangelio, bautizar creyentes, rechazar la
unión Iglesia-Estado y en mantener una vida que reflejara la no violencia de
Jesús. Más tarde Manz y Grebel se separan, éste se encamina a Maeienfield, en
el Oberland, donde muere en agosto de 1526. Müntzer y Grebel buscaron un mundo
mejor. Les tocó vivir tiempos de cambios vertiginosos. En unos pocos años el
aparente sólido control religioso y social de la Iglesia católica romana se
transformó para dar paso a otras formas de creer y la consolidación de éstas en
nuevas instituciones.
Al leer los escritos de Müntzer se puede
fácilmente encontrar en ellos un estilo profético veterotestamentario. Hace reiterados llamamientos al
arrepentimiento y a mostrar frutos acordes al mismo, consistentes en regresar
al propósito original de Dios para la humanidad, un orden social libre de
dominio por una casta de nobles y sin explotación a las masas. En el Manifiesto
de Praga (25 de noviembre de 1521) Müntzer arguye para sí una elección especial
de Dios con el fin de dar a conocer el verdadero sentido de la Biblia, ya que
otros han tratado de hacer ésa explicación pero más bien desfiguraron las
enseñanzas de las Escrituras: “Con mi palabra doy fe que me he aplicado
visiblemente y con la máxima diligencia, mucho más que todos los otros hombres,
a conocer los fundamentos de la fe cristiana, santa e invencible. En verdad y
con osadía puedo decir que ningún desafortunado cura consagrado ni ningún monje
desgraciado han sabido exponer los puntos más sencillos de los fundamentos de
la fe”.4
En el
mismo llamado citado, dirigido a los residentes en la ciudad del “ínclito y santo
luchador Jan Hus”, denuncia que los intérpretes de la Biblia han adulterado sus
auténticas enseñanzas: “con frecuencia les he oído explicar la Escritura, que
han robado como si fueran pérfidos ladrones y asesinos feroces. A causa de este
robo recibirán la maldición del mismo Dios, que habla por mediación de
Jeremías”.5 Entonces cita Jeremías 23:30-33: “Mirad, vengo contra los profetas
que roban los unos a los otros mis palabras y engañan a mi pueblo. Jamás les he
hablado. Usurpan mis palabras, las pervierten en sus labios pestíferos y en sus
bocas que parecen burdeles. De esta manera niegan que mi Espíritu hable a los
hombres”. A mediados de julio de 1524 Müntzer expone el Sermón a los príncipes
de Sajonia, en Allstedt, a donde viajan para escuchar al encendido predicador
el duque Juan, hermano de Federico el Sabio (protector de Lutero), y el hijo de
aquél, Juan Federico. El sermón tuvo un largo subtítulo: “Explicación del
segundo capítulo del profeta Daniel ante los laboriosos y estimados duques y magistrados
de Sajonia por Thomas Müntzer, servidor de la Palabra de Dios”.6 El lugar donde
hizo la exposición fue en la Iglesia de Todos los Santos en Allstedt, ciudad
donde había llegado Müntzer dieciocho meses atrás para ser pastor en la Iglesia
de San Juan.
Müntzer
buscaba convencer al duque Juan (primero en la línea sucesoria de Federico el
Sabio, por carecer éste de descendencia), y su hijo, de tomar en sus manos la
reforma de la sociedad junto con quienes buscaban cambios en ésta y en el mundo
eclesial. Los interesados en tales transformaciones deberían unirse para
ejecutar actos revolucionarios que trajesen un nuevo orden religioso y
político. La interpretación que hizo Müntzer del cuarto Imperio, Daniel 2:33,
41-43, le llevó a concluir que allí se explicitaba la necesaria unión del poder
político y el poder religioso para hacer los cambios necesarios para instalar
la Nueva Jerusalén en Allstedt, y de aquí en otras partes de Alemania. Lluís
Duch considera la pieza oratoria “como la máxima expresión del pensamiento
político-teológico del reformador de Allstedt”.7
El
mismo autor y experto en Müntzer sostiene que “siguiendo la inspiración
narrativa ofrecida por el texto bíblico de Daniel, subraya con énfasis que la
pequeña piedra, desprendida de la montaña y formada por laicos pobres y
arruinados campesinos, destruirá el imperio eclesiástico-imperial, cuyas
cabezas visibles, antaño, eran la Iglesia de Roma y el Emperador y, en los días
de Müntzer, son Lutero y los duques de Sajonia. Los elegidos son los encargados
de guiar a los pobres para que, finalmente, pueda tener lugar el juicio de Dios,
que separará a los justos de los malvados, y, acto seguido, tendrá lugar la
instalación definitiva del Reino de Dios sobre la tierra”. Müntzer se
consideraba un nuevo Daniel, y a su llamado deberían unirse las huestes que
desarraigarían toda cizaña que impedía florecer la justicia. Ocho meses después
de que su llamado a los duques de Sajonia no tuvo el efecto buscado, sino que
más bien los príncipes rechazaron tajantemente los cambios exigidos por los
campesinos y sus aliados, Thomas Müntzer, desde Mühlhausen, hizo una
desesperada Proclama a los ciudadanos de Allstedt. En ella les exhorta para que
se unan a los movimientos rebeldes que están teniendo lugar en otras partes de
Alemania.8
Inicia
asegurando que es tiempo de despertar para las conciencias adormiladas. Después
urge a que “Sin demora, ¡iniciad, combatid la batalla del Señor!” Sabedor de
las maniobras del poder para desmovilizar los levantamientos populares, Müntzer
externa: “Sólo tengo una preocupación y es que, a causa del desconocimiento de
la perfidia de los príncipes, los ingenuos campesinos lleguen a establecer con
ellos un pacto engañoso”. Desde su óptica ya no hay otra opción sino la
confrontación armada contra quienes no quisieron poner sus puestos a favor de
un cambio radical. Por ello instruye a los habitantes donde fungía como pastor
a que exciten “a la rebelión a pueblos y ciudades, y sobre todo, a los
compañeros mineros juntamente con los restantes compañeros que puedan ayudaros.
No permanezcáis por más tiempo mano sobre mano”.
Como a su conocimiento habían llegado noticias de levantamientos en otras partes de la geografía germana, Müntzer confía en que también los habitantes de Allstedt se sumen a la que cree será una exitosa revolución: “Ánimo, ánimo, ánimo, hasta que arda el fuego! ¡No dejéis enfriar vuestra espada! ¡No vaciléis! ¡Martillead, pink, pank, pink, pank, sobre el yunque de Nemrod! ¡Destruid sus defensas! No os podréis librar del temor humano mientras ellos [los príncipes] vivan. No podréis hablar de Dios mientras ellos, impunemente, señoreen sobre vosotros. ¡Ánimo, ánimo, ánimo mientras os acompaña la luz, Dios os precede: seguidle, seguidle! La historia ya se encuentra escrita (Mateo 24, Ezequiel 34, Daniel 7, Esdras 10:1-14, Apocalipsis 6, todos ellos pasajes que explican Romanos 13)”.
Como a su conocimiento habían llegado noticias de levantamientos en otras partes de la geografía germana, Müntzer confía en que también los habitantes de Allstedt se sumen a la que cree será una exitosa revolución: “Ánimo, ánimo, ánimo, hasta que arda el fuego! ¡No dejéis enfriar vuestra espada! ¡No vaciléis! ¡Martillead, pink, pank, pink, pank, sobre el yunque de Nemrod! ¡Destruid sus defensas! No os podréis librar del temor humano mientras ellos [los príncipes] vivan. No podréis hablar de Dios mientras ellos, impunemente, señoreen sobre vosotros. ¡Ánimo, ánimo, ánimo mientras os acompaña la luz, Dios os precede: seguidle, seguidle! La historia ya se encuentra escrita (Mateo 24, Ezequiel 34, Daniel 7, Esdras 10:1-14, Apocalipsis 6, todos ellos pasajes que explican Romanos 13)”.
La insurrección de los campesinos fue
aplastada en Frankenhausen por las fuerzas militares de los príncipes. No hubo tregua para los alzados y cien
mil de ellos murieron a manos de soldados mejor entrenados y armados. Thomas
Müntzer fue capturado, enjuiciado y torturado, “se retractó de sus enseñanzas
contra la autoridad y contra la doctrina sacramental tradicional. Comulgó con
una sola especie”.9 Le condenaron a la pena de muerte, el 27 de mayo de 1525
fue decapitado en Mühlhausen.
Conrado Grebel creyó tener en Thomas
Müntzer un aliado. Tal
convicción le llevó, junto con correligionarios que consideraban tibias las
reformas de Ulrico Zwinglio en Zúrich, a escribirle al radical de Alemania dos
misivas, en las cuales el grupo de Zúrich le hacía conocer sus descubrimientos
teológicos y éticos.10
La
noticia sobre la pieza oratoria de Müntzer ante el duque Juan y su hijo, Juan
Federico, llegó a conocimiento de Conrado Grebel, Félix Manz y otros del grupo
anabautista en Zúrich. Más información se la proporcionó a los disidentes de
Zwinglio el germano Hans Huiuff, quien había llegado a Suiza y se contactó con
Grebel y los otros11
Conrado
escribe a Müntzer en nombre de un movimiento, “de una comunidad; la iglesia
libre es una realidad vivida antes de concretarse en enero de 1525 con los
primeros bautismos [de creyentes]”.12 Creyendo que Müntzer comparte con ellos
sus críticas tanto a la Iglesia católica como a los reformadores magisteriales
y la necesidad de una vía que privilegie la construcción de una comunidad voluntaria,
los radicales de Zúrich intentaron tender puentes de entendimiento con el
profeta de Allstedt. Es por esto que el contenido de la primera carta muestra
que “no conocen su misticismo, sus desprecio hacia el biblicismo, su
originalidad apocalíptica […] ignoran sus expresiones a favor de una revolución
violenta”.13
Grebel reconoce que él y la comunidad en
nombre de la cual escribe estuvieron inmersos en el mismo error que ahora
critican: “En ese error
también hemos estado implicados nosotros –como pago de nuestros pecados–,
mientras sólo fuimos oyentes y lectores de predicadores evangélicos, culpables
de todo eso. Pero después que tomamos las Escrituras en nuestras manos y
examinamos todos los puntos, nos hemos informado mejor y hemos descubierto el
grande y nefasto error de los pastores y de nosotros mismos”.
Grebel
le explica que los disidentes de Zúrich conocieron su escrito “contra la fe y
el bautismo espurios”, encontrando puntos de coincidencia entre los propuesto
por ellos y lo sostenido por Müntzer. Cabe mencionar que a diferencia de
Grebel, Manz y Blaurock, “el visionario de Allstedt nunca practicó ni exigió el
bautismo de adultos”.16. Es decir, no fue, como algunos han sostenido,
anabautista. Los remitentes, con Grebel a la cabeza, le reprochan a Müntzer
haber traducido la misa al alemán, no tanto por la traducción a la lengua del
pueblo sino porque lo traducido es la misa, que consideraban carente de bases bíblicas.
Además, en un estrecho entendimiento de lo que debe tenerse por bíblico,
reprueban que Müntzer ha “introducido nuevos himnos alemanes. Eso no puede
estar bien, cuando en el Nuevo Testamento no encontramos ninguna enseñanza
acerca del canto ni ningún ejemplo” […] Puesto que cantar en el idioma latino
surgió sin enseñanza divina o ejemplo y práctica apostólicos, y no aparejó nada
bueno ni resultó edificante, mucho menos edificante será en alemán y provocará
una fe sólo aparente”.
La
clave para la desaprobación de lo realizado por Müntzer, en cuanto al canto de
himnos y de otras prácticas, estaba para los hermanos suizos en su siguiente
afirmación: “Lo que no se nos enseña por medio de claros pasajes de la Biblia y
por medio de ejemplos debe considerarse prohibido”. Ellos creían que lo que no
estaba expresamente mandado en las Escrituras entonces estaba prohibido. En
tanto que otros consideraban que si no estaba claramente prohibido por lo tanto
podía permitirse. Hoy existen tendencias interpretativas semejantes a las dos
mencionadas. En el mismo sentido de apegarse casi literalmente a lo normado por
la Biblia, particularmente en el Nuevo Testamento, punto culminante de la
revelación progresiva de Dios, Grebel y los otros mencionan que “la cena de la
comunión fue instituida por Cristo e implantada por él. Sólo deben emplearse
las palabras que aparecen en Mateo 26, Marcos 14, Lucas 22 y 1ª Corintios 11,
ni más ni menos […] Debe utilizarse pan corriente, sin ídolos ni añadidos […]
Además debe utilizarse [para el vino un vaso común] […] Porque la cena es una
muestra de comunión, no una misa y un sacramento”.
Grebel exhorta a Thomas Müntzer para que
dedique sus talentos y esfuerzo a crear una comunidad cristiana de acuerdo al
Espíritu de Cristo. Para
aquél dicha comunidad debería ser voluntaria, caracterizada por el amor y
contrastante éticamente con el mundo circundante, en ella no debe tener parte
el Estado para obligar a creer de acuerdo a lo prescrito por una Iglesia
oficial. Sin ahondar en la noción de separación Iglesia-Estado, ya que Grebel
no desarrolla este punto que sería central en posteriores posiciones
anabautistas, sí está implícito en la carta el principio de separación entre
ambas esferas. Para él, desde el gobierno político, y basando su entendimiento
en la interpretación que hacía del Nuevo Testamento, era una contradicción
pretender cristianizar a la fuerza a la sociedad. Respecto a defender con la
espada al Evangelio y la postura de los hermanos suizos sobre el paidobautismo,
Grebel y el núcleo zurichense manifestaron principios que se consolidarían a
contracorriente de los sostenidos por los reformadores magisteriales y las
iglesias territoriales del siglo XVI.
En una
época en donde distintos bandos consideraban natural defender y/o imponer sus
creencias a otros por la fuerza de las armas, Conrado Grebel abogó por el
Evangelio de paz. El núcleo de los hermanos suizos descubrió que si los
cristianos querían en verdad seguir el ejemplo de Cristo, entonces el ser
discípulos implicaba necesariamente un compromiso voluntario y comprometerse
con la construcción de paz. Así, enfatizaban, lo había enseñado Cristo. En la
primera carta de Grebel y sus correligionarios en Zúrich de forma muy clara
afirmaban: “tampoco hay que proteger con la Espada el Evangelio y a sus adherentes,
y éstos tampoco deben hacerlo por sí mismo como –según sabemos por nuestro
hermano [Hans Huiuff]– tú opinas y sostienes. Los verdaderos fieles cristianos
son ovejas entre los lobos, ovejas para el sacrificio. Deben ser bautizados en
la angustia y en el peligro, en la aflicción, la persecución, el dolor y la
muerte […] Ellos no recurren a la espada temporal ni a la guerra, puesto que
renuncian por completo a matar”.
Tras
establecer lo anterior, el grupo de Conrado Grebel, Félix Manz y Jorge Blaurock
le comunican a Müntzer por qué sostienen el bautismo de creyentes. En su
entendimiento, “las Escrituras [les] dicen que el bautismo significa que por la
fe y la sangre de Cristo son lavados los pecados del bautizado; significa que
uno está y debe estar muerto para el pecado, que se ha adquirido una nueva vida
y un nuevo espíritu y que será salvo con certeza, si por el bautismo interior
se vive de acuerdo al verdadero sentido de la fe”. Sostienen que ser bautizado
no reafirma ni aumenta la fe, tampoco proporciona la salvación, sino que es un
testimonio visible de que quien recibe el bautismo tiene salvación por
reconocer a Cristo como Salvador y Señor. Citan varios pasajes bíblicos para
respaldar su oposición a que los infantes fueran bautizados, los tales podrán
serlo cuando por ellos mismos decidan que quieren testimoniar su fe en Cristo
dentro de la familia de creyentes. La misiva tiene fecha del 5 de septiembre de
1524, para entonces ya Müntzer y sus seguidores están en abierta oposición
armada a los príncipes alemanes. Cuando Grebel y los demás conocen esta noticia
escriben una segunda misiva en la que llaman al teólogo de Allstedt a deponer
su actitud bélica.
Conrado
Grebel menciona que ha conocido el folleto de Lutero, publicado en agosto de
1524,17 contra la revuelta de los campesinos y el papel de Müntzer dentro de la
misma: “Veo que [Lutero] desea hacerte decapitar entregándote al Príncipe, a
quien él ha ligado su Evangelio”. Müntzer y Grebel concordaban en que Lutero
traicionaba el Evangelio al defender la política de los príncipes contra las
reivindicaciones campesinas. Ya bien enterados del llamado de Müntzer a tomar
las armas para hacer posible la Nueva Jerusalén, Grebel y los suyos hacen una
exhortación “en nombre de la común salvación de todos nosotros a que desistas
de todo ello y de toda idea propia [sobre la violencia], ahora y en adelante”.
Consideran que mantener la integridad de la enseñanza neotestamentaria sobre
vivir en contraste a los valores religiosos y políticos vigentes,
necesariamente los pone en minoría ya que en el régimen de Cristiandad no se
prioriza la práctica cotidiana de los principios éticos de Jesús.
Los
radicales de Zúrich perciben con claridad que sus críticas tanto a príncipes
católicos como a protestantes, al igual que a sus respectivos teólogos, les
acarrearían persecuciones. El por ellos llamado bautismo de sangre, es decir
pagar con sus propias vidas las crueles penas capitales que les impusieron sus
perseguidores, tanto católicos como protestantes, no tardaría en llegar. Grebel
subraya en la segunda misiva que el apego a las normas del punto máximo de la
Revelación progresiva de Dios, Jesús el Cristo, son las que deben transmitirse
como vinculatorias para los creyentes: “Instituye y enseña sólo la clara
palabra de Dios y los correspondientes ritos, junto con la Regla de Cristo
[Mateo 18], el inadulterado Bautismo y la inadulterada Cena (tal cual la hemos
mencionado en la primera carta acerca de los cuales tú sabes más que cien de
nosotros)”.
Los disidentes de Zwinglio en Suiza sostendrían sus convicciones pacíficas, pacifistas y pacificadoras en territorios dominados por gobernantes católicos lo mismo que bajo la hegemonía de gobernantes protestantes. Su eclesiología tuvo como núcleo la conversión voluntaria y el ingreso a la comunidad de creyentes por un compromiso personalmente asumido.
Los disidentes de Zwinglio en Suiza sostendrían sus convicciones pacíficas, pacifistas y pacificadoras en territorios dominados por gobernantes católicos lo mismo que bajo la hegemonía de gobernantes protestantes. Su eclesiología tuvo como núcleo la conversión voluntaria y el ingreso a la comunidad de creyentes por un compromiso personalmente asumido.
Thomas Müntzer, como he intentado
desarrollar, hizo denodados esfuerzos por llevar a la práctica su entendimiento
bíblico de haber sido elegido divinamente para hacer llamados a la insurrección
armada y establecer un
nuevo orden religioso, social, político y económico. Sus proclamas encontraron
terreno fértil en una población oprimida y esperanzada de tener acceso a
condiciones de vida muy distintas a las sufridas cada día. Müntzer no creó el
descontento de los campesinos, se sumó a él y le proporcionó un discurso
revolucionario basado en una hermenéutica original no en cuanto al uso de la
violencia (tal uso estaba respaldado teológicamente desde siglos antes), sino
al sujeto que debía hacer uso de ella para terminar con la injusticia: los
oprimidos y desheredados de la tierra.
Por su
parte Conrado Grebel y los anabautistas
que predicaron el Evangelio de paz abrieron una vía distinta a los modelos
teológicos/políticos imperantes en el siglo XVI. Perseguidos, y en algunos
momentos a punto de ser extinguidos, perseveraron en la encarnación de la
comunidad voluntaria de creyentes al grado de que éste principio teológico les
convirtió necesariamente, por la simbiosis Estado/Iglesia oficial presente por
toda Europa, en disidentes políticos.
Notas
1[1]
Fritz Blanke, Brothers in Christ: The History of the Oldest Anabaptist
Congregation, Zollikon, near Zurich, Switzerland, Wipf and Stock Publishers,
Eugene, Oregon, 2005, p. 16.
2[1]
Misiva completa en Textos escogidos de la Reforma radical, Editorial La Aurora,
Buenos Aires, 1976, pp. 132-140. La obra ha sido reeditada por Biblioteca
Menno, Burgos, España, 2016.
3[1]
William R. Estep, La historia de los anabaptistas, revolucionarios del siglo
XVI, tercera edición revisada y ampliada, Publicadora Lámpara y Luz,
Farmington, New Mexico, 2008, p. 30.
4[1]
Thomas Müntzer, “Manifiesto de Praga”, en Lluís Duch, Thomas Müntzer: tratados
y sermones, Madrid, Editorial Trotta, 2001, p.82.
5[1]
Ibid., p. 83.
6[1]
Ibid., p. 93.
7[1]
Ibid., p. 94.
8[1]
Thomas Müntzer, “Proclama a los ciudadanos de Allstedt”, en Lluís Duch, op.
cit., pp.201-204.
9[1]
Lluís Duch, op. cit., p. 47.
10[1]
Las dos cartas suman 345 líneas. La primera es más extensa, contiene 275
líneas, y la segunda 70. J. C. Wenger (transcripción y traducción), Conrad
Grebel’s Programatic Letters of 1524, Herald Press, Scottdale, Pennsylvania,
1970.
11[1]
John H. Yoder, op. cit., p. 131.
12[1]
Ibid., p. 132.
13[1]
Idem.
14[1]
George H. Williams y Ángel M. Mergal (editores), Spiritual and Anabaptist
Writers, The Westminster Press, Philadelphia, 1957, p. 71.
15[1]
Leland Harder (editor), The Sources of Swiss Anabaptism, Herald Press,
Scottdale, Pennsylvania, p. 285.
16[1]
Lluís Duch, op. cit., p. 68. 17[1]
Circuló como folleto, originalmente fue una carta escrita por Lutero en junio
de 1524 y dirigida a “a los muy ilustres príncipes y señores, Federico,
príncipe elector, y Juan, duque de Sajonia”. Después Lutero escribiría en
términos más reprobatorios contra el movimiento insurreccional, el 20 de abril
de 1525, “Exhortación a la paz en contestación a los doce artículos del
campesinado de Suabia”; y mayo del mismo año “Contra las bandas ladronas y
asesinas de los campesinos”. Ambos textos en Joaquín Abellan (estudio
preliminar y traducción), Martín Lutero, escritos políticos, tercera edición,
primera reimpresión, Editorial Tecnos, Madrid, 2013, pp. 67-94 y 95-101.
Fuente:
Protestantedigital, 2017
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