Por.
Carlos Valle, Argentina
¿Por
qué se ha de temer a los cambios? Toda la vida es un cambio. ¿Por qué hemos de
temerle? George Herbert
No
puedes guiar el viento, pero puedes cambiar la dirección de tus velas.
Proverbio chino.
Capítulo
V de El libro de los Hechos, una mirada desde la comunicación, de Carlos Valle,
que se edita juntamente con Prensa Ecuménica
A
partir del capítulo 9 la historia de Hechos concentra su relato en la vida de
este Saulo de Tarso, que está preparándose para un largo camino de persecución
“contra los discípulos del Señor”. Como parte de esa campaña, le pide al sumo
sacerdote permiso para dirigirse a Damasco a fin de encarcelar a “hombres y mujeres
de ese camino”. Pero, en el camino a Damasco, Saulo tiene una experiencia tan
contundente que le hace cambiar de raíz el rumbo de su vida.
¿Cómo
puede entenderse el cambio tan drástico que se va a operar en esta persona que,
con tanta determinación y premeditación, va a Damasco a perseguir y encarcelar
cristianos, con la anuencia del sumo sacerdote?
La
explicación que provee Hechos es la de un peculiar encuentro directo con Jesús
en un escenario dominado por una luz enceguecedora, y lo presenta como la mejor
explicación de tan rotundo cambio. Posteriormente, Hechos repetirá dos veces
más este relato (22:6-9 y 26:13-18). La descripción tiene las características
de experiencias extáticas, las cuales suelen manifestarse en visiones,
generalmente enmarcadas por una intensa luminosidad. Nuevamente Hechos recurre
a afirmaciones de este tipo para dar autenticidad a los relatos y certificar su
importancia. La sorprendente experiencia de Pablo es la única prueba que se
relata para explicar esa súbita transformación radical.
Lo
que pasó según Hechos
Según
Hechos, llegando a Damasco con su grupo, “le rodeó un resplandor de luz del
cielo”. Una voz, que se identifica como el mismo Jesús, le reclama por qué lo
estaba persiguiendo. Ese resplandor le enceguece, y le produce tal
desconcierto, que no sabe bien qué hacer. El grupo que lo acompaña, que solo ha
visto el resplandor, pero no ha escuchado ninguna voz, decide
llevarlo a la ciudad. Mientras tanto, se indica que Dios le ha pedido a un tal
Ananías que reciba a Pablo. Ananías procura no asumir esa responsabilidad.
El
nombre de “Saulo de Tarso” producía muchos reparos por lo que representaba su
beligerancia contra los “del camino”. No obstante, finalmente, lo acepta porque
Dios le ha anunciado que éste será un “instrumento escogido” para llevar el
nombre de Jesús a los gentiles, reyes y a los hijos de Israel. En la casa donde
lo acogen, Ananías pone sus manos sobre el “hermano Saulo” y le anuncia que el
Señor Jesús lo ha enviado para que reciba la vista y “sea lleno del Espíritu
Santo”. Inmediatamente Saulo recupera la vista y se bautiza. Después de un
corto tiempo en Damasco, habiendo recobrado sus fuerzas, “enseguida predicaba a
Cristo en las sinagogas”.
Esta
historia despierta varios interrogantes que necesitan ser considerados. En
primer lugar, aceptarla como si se tratase de una súbita conversión fruto de
una acción divina, cierra todo camino a cualquier otro tipo de planteo. Lo
cierto es que, el repentino cambio que Pablo dice haber experimentado, no fue
fácilmente aceptado en aquel momento. Tanto a los judíos como también a los
cristianos les resultó difícil admitir este repentino cambio y, los que lo
aceptaron, lo hicieron con cierto recelo y temor. Prontamente, los judíos
deciden que deberían matarlo, para lo cual lo acosan día y noche. Ante esta
situación, aquellos discípulos que lo han empezado a acompañar, para evitar que
Pablo sea tomado prisionero, deciden bajarlo durante la noche por el muro de la
casa en la que se alojaba poniéndolo a resguardo dentro de una canasta.
Los
difíciles comienzos de los cambios
La
resistencia a Pablo no desaparece, se reanuda cuando decide viajar a Jerusalén.
Su presencia causa tal revuelo entre los judíos que otra vez procuran matarle.
Allí también, el ambiente entre los discípulos no le era muy favorable y le
tenían miedo. Sin embargo, uno de ellos sale en su ayuda: Bernabé, tal como lo
llamaban los apóstoles, que significa “el hijo de la consolación”. Él había
vendido su heredad y entregado el dinero “a los pies de los apóstoles”
(4:36-37). Es él quien lleva a Pablo a un encuentro con los apóstoles, a
quienes les cuenta “como Saulo había visto en el camino al Señor, el cual le
había hablado” (9:27).
Todo
da a entender que Saulo fue bien recibido. De todas maneras, esa experiencia no
les lleva a los apóstoles a considerarlo de manera especial. La buena acogida
recibida le permite a Pablo quedarse en Jerusalén hablando “denodadamente en el
nombre del Señor, y disputando con los griegos.”. No obstante, dado que estos
últimos se habían complotado para matarle, los “hermanos” deciden llevarlo a
Cesárea y a Tarso, su lugar natal. A partir de allí, Hechos anuncia un tiempo
de paz “por toda Judea, Galilea y Samaria”, destacando que las iglesias eran
fortalecidas por el Espíritu Santo.
Un
cambio con muchos interrogantes
El
escueto desarrollo de lo que sucede con posterioridad a la conversión de Pablo
muestra las dificultades para entender este inesperado y drástico cambio.
Hechos introduce a Saulo como un denodado perseguidor de los cristianos
“respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor” (9:1),
reforzado por su consentimiento a la lapidación de Esteban (8:1). ¿Esta
descripción intenta darle un valor especial a la posterior conversión de Saulo?
Es
evidente que Hechos enaltece el cambio de Saulo, lo que permite reforzar su
persona y su posterior ministerio. Hay que destacar que la primera mención del
cambio de Pablo no se cuenta como si lo hubiese relatado Saulo, sino como parte
de la crónica de lo que se está narrando. Es, en las siguientes dos veces, que
Saulo mismo relata esa experiencia. Queda pendiente la pregunta, si lo que se
relata aquí es lo que sucedió o se trata de una lectura que reelabora los
hechos para destacar la importancia de lo que trasmite. Para la comunicación,
el armado de lo sucedido, que también involucra a los hechos extraterrestres ya
indicados, pareciera reflejar una cuidadosa reelaboración que cuadra en la
línea de lo que narra Hechos-
Argumentaciones
sobre la salud de Pablo
Una
consideración más a tener en cuenta, es lo que se refiere a lo que Saulo narra
y Hechos recoge. Como se ha indicado, sucede en tres oportunidades, y siempre
se indica que escuchó una voz. Será solo en 1 Cor. 9:1 que Pablo indica que vio
a Jesús. Mucho se ha argumentado sobre la importancia de esta experiencia, lo
que ha dado lugar especialmente a elucubraciones sobre la salud de Pablo. Se ha
llegado a suponer, o simplemente sugerir, que lo aquejaba una posible
epilepsia, lo que permitiría, desde esa perspectiva. entender lo que ha
experimentado.
No es
el propósito de este libro entrar en ese terreno, salvo indicar que la validez
o no de su experiencia en camino a Damasco expresa una profunda conmoción que
se busca expresar con este relato. En ese sentido se inscribe en la manera
mítica como Hechos analiza lo sucedido. Como bien se ha determinado, ir de un
efecto a una causa es posible en acontecimientos concretos, pero resulta muy
dudoso en hechos que tendrían su origen fuera de este mundo. De allí que, en
Hechos, cuando un relato tiene en sí mismo una significativa trascendencia,
siempre sucede una acción que excede los límites naturales.
Pablo,
aproximación y diferencia con los apóstoles
Finalmente,
se podría entender que la importancia que Pablo da a su relato es una manera de
acercarse a la experiencia de los apóstoles. Ellos son aquellos que han tenido
un contacto directo con Jesús y, como tales, definen así la validez de su
ministerio: ”testigos que Dios había ordenado de antemano, a nosotros que
comimos y bebimos con él después que resucitó de los muertos” (10:41). Pablo,
no puede decir que ha tenido la misma experiencia, no obstante, pareciera
requerir ser considerado de la misma manera, de allí, por ejemplo, su reclamo
de ser un “apóstol”, lo que será considerado más adelante. Quizás, la
referencia más directa a la búsqueda de una identificación apostólica, sea la
relacionada con la Cena del Señor (I Cor. 11:23-26). Allí afirma: “Porque yo
recibí del Señor lo que también os he enseñado…”. Lo que plantea la pregunta
¿Cómo y cuándo ha recibido este mensaje? Una respuesta tradicional ha sido que
se trata de una revelación divina lo que deja de lado cualquier otra
interpretación.
Sin
embargo, es más que probable que lo que está haciendo aquí Pablo es recrear en
parte una tradición helenística que estaba vigente en aquellos años. Se puede
así comparar la descripción de Pablo con el relato de Marcos 14:22-24, con sus
similitudes y diferencias, donde ambos reflejan una tradición litúrgica que
nutre a ambos textos. Atribuir este relato de la Cena, como un mensaje que ha
recibido directamente del Señor, probablemente pareciera tener la intención de
reforzar la validez de una tradición ya presente.
Estos
relatos concluyen como si fuera el fin de un acto teatral, donde todo semeja a
un ambiente de paz campestre, después de haber experimentado los dramáticos
momentos en los cuales un perseguidor de los cristianos se dirige a apresarlos
en Damasco, y acontece el inesperado cambio radical en su vida. Saulo es
bautizado y comienza su controvertida tarea, que levanta la sospecha de los
discípulos y la hostilidad del pueblo. Todo eso era esperable, pero el contacto
que Bernabé establece con los apóstoles le permite a Saulo ir mejorando su
relación con la iglesia, lo que le ayuda a evitar que los griegos atentaran
contra su vida, y decidir establecerse temporariamente en Tarso.
Otra
vez Pedro domina la escena
El
telón del escenario vuelve a levantarse, pero ahora deja en escena nuevamente a
Pedro, que aparece en Lida curando un paralítico, historia que refuerza su
ministerio. Prontamente, otro hecho se destaca. En Jope, situada a unos 18
kilómetros al noroeste de Lida, ambas ciudades en Judea, una discípula llamada
Tabita, en griego Dorcas, había muerto, la cual “abundaba en buenas obras y en
limosnas”. Enterados los discípulos que Pedro estaba cerca le rogaron que fuera
al lugar. Cuando llega Pedro, lo hacen pasar a la sala donde se encontraban los
restos de Dorcas, acompañada por las viudas que le mostraron las túnicas y los
vestidos que ella confeccionaba. Pide que desalojen la sala y ruega por ella,
diciendo “Tabita, levántate” y, al instante, ella se levantó. Enseguida, llama
a “los santos y a las viudas” y la presenta con vida, lo que provoca que muchos
“creyeran en el Señor”. Pedro, entonces, decide quedarse un buen tiempo en
Jope. Este relato recuerda dos episodios relatados por Lucas cuando Jesús
revive al hijo de la viuda de Naín (cap.7) y a la hija de Jairo (cap.8).
No se
sabe cuánto de lo ocurrido con la vuelta a la vida de los jóvenes que relata
Lucas era una historia conocida, o simplemente quiere reforzar lo que se ha
escrito en el primer tratado. Se acentúa la presencia de las viudas, y se
menciona por primera vez a los “santos”, sin especificar de quienes se trata.
El marco en que se desarrolla el relato da a entender que Hechos se mueve a
partir de esas dos menciones indicadas anteriormente. Ubicarlos en este momento
de la historia, en que empieza a surgir la persona de Saulo no parece causal,
como no parece casual el relato que le sigue.
Se
trata del relato que ubica a Pedro en Cesarea (cap.10), unos cuantos kilómetros
al norte de Jope. Se analizarán posteriormente los elementos simbólicos y
míticos de la historia que se narra a continuación. Hechos habla de un tal
Cornelio, centurión de la compañía “llamada la italiana”, a quien se lo
describe como un hombre “piadoso y temeroso de Dios con toda su casa”. Aquí, se
indica que una mañana este centurión tiene una visión en la que “un ángel de
Dios”, que lo llama por su nombre, le indica que sus “oraciones y limosnas” han
llegado hasta Dios y, además, le pide que envíe a sus hombres a Jope para que
le traigan a “Simón, el que tiene por sobre nombre Pedro”.
Mientras
tanto, Pedro pasa por una muy llamativa experiencia. Le preparan algo de comer,
porque había manifestado estar hambriento, y súbitamente experimenta “un
éxtasis”. Ve el cielo abierto, de donde descendía un gran lienzo atado de las
cuatro puntas. Su contenido: “todos los cuadrúpedos terrestres y reptiles y
aves del cielo”. Una voz le indicaba: “Anda, mata y come”. La reacción de Pedro
es la esperada: “ninguna cosa inmunda he comido jamás”. Pero la voz insiste en
que “lo que Dios limpió no llames tú profano”. Después de eso, el lienzo fue
recogido y desapareció.
Mientras
Pedro trataba de comprender lo que le había pasado, los enviados de Cornelio
estaban preguntando por él. Es allí que el “Espíritu” le avisa que tres hombres
lo están buscando. Pedro es informado sobre lo que ha experimentado Cornelio, y
decide ir con ellos acompañado por algunos hermanos de Jope. Cuando llegan,
Cornelio se postra a sus pies, y Pedro le dice que no lo haga porque él también
es un hombre. En la casa de Cornelio se había juntado mucha gente, a quienes
Pedro comienza por decirles que deben saber “cuan abominable es para un varón
judío juntarse o acercarse a un extranjero”. Esta confesión va acompañada por
el anuncio de que Dios no considera a ningún hombre “común o inmundo” y que
comprende que “Dios no hace acepción de persona” no importa la nación de la que
provengan.
Los
apóstoles, “los que comieron y bebieron” con Jesús
Entonces les relata lo que significa la
persona de “Jesús de Nazaret”, y que ellos son testigos de lo que hizo en
tierras de Judea y en Jerusalén, que “anduvo haciendo bienes y “sanando a todos
los oprimidos”, que fue “colgado de un madero” y Dios lo resucitó al tercer
día. Ese Jesús resucitado, es bueno recordarlo, no se manifestó a todo el
pueblo sino “a los testigos que Dios había ordenado de antemano”, a los que
“comimos y bebimos con él después que resucitó.” Estos son los que han sido
enviados a predicar al pueblo “que él es el que Dios ha puesto por Juez de
vivos y muertos”.
A las
palabras de Pedro, “los fieles de la circuncisión”, que lo habían acompañado,
quedan desconcertados al ver que sobre los no judíos se derramaba el Espíritu
Santo y les oían hablar en lenguas. Entonces, Pedro pregunta si hay algún
impedimento que les imposibilite ser bautizados. Acto seguido manda a
bautizarlos “en el nombre del Señor Jesús” y ellos le ruegan que se quede con
ellos unos días.
La
mención de la resurrección de Dorcas, el detallado relato de su éxtasis y el
encuentro con el centurión Cornelio, ponen una pausa a la presencia de Pablo en
todo el relato de Hechos. En primer lugar, es un recordatorio de que con Pedro
estamos con uno de los testigos “de todas las cosas que Jesús hizo”, acompañado
por el cálido recuerdo de que ellos comieron y bebieron con él después de su
resurrección. Son los apóstoles quienes tienen el mandato de comunicar lo que
han experimentado. Esto es lo que reclaman los apóstoles sin apelar a ningún
otro tipo de autoridad. Lo que destacan es que son testigos oculares, a quienes
se les ha pedido que compartan su experiencia. El origen de estos hombres es
bien conocido. Son hombres de trabajo rudo, dedicados al mar y a sus redes. No
han tenido otra capacitación que haber acompañado al Jesús del cual quieren
testificar. ¿Hay aquí una manifiesta valoración del rasgo humilde, ese con que
las autoridades buscaban desacreditar su testimonio porque son “hombres sin
letras y del vulgo” (4:13)?
Un
cambio radical: el mensaje es universal
En
segundo lugar, lo que este relato describe es un paso trascendental en la vida
de la primitiva comunidad. El testimonio de los apóstoles estaba concentrado en
los judíos de Jerusalén y en pueblos cercanos. Las argumentaciones de su
predicación refieren a la antigua tradición del AT, cuyas predicciones
entienden que vienen a corroborar lo que ha sucedido con Jesús. Se podría decir
que quieren convencer a los judíos de que su propia tradición anunciaba lo que
ha sucedido.
Ya se
ha explicado que, varios de los discursos que comparte Hechos, reflejan una
elaboración más formal de las que deben haber expuesto los apóstoles. De todas
maneras, lo que se da a entender aquí es que el mensaje tiene todo el ropaje de
la tradición judía y que apela a los judíos. En otras palabras, para ser
cristiano hay que pasar primero por ser judío. Esta es, al menos, la
presuposición con la que han iniciado su tarea.
El
drástico cambio de este planteo inicial se manifiesta en esta historia entre
Pedro y Cornelio, que ostenta todos los atributos que aparecen en las visiones
extraordinarias, que es la manera en que Hechos acentúa lo que estaba
sucediendo. La visión de Cornelio, un centurión a quien se describe como
piadoso y temeroso de Dios, y muy generoso con su limosna para con el pueblo, a
él se le indica que pida por Pedro, porque sus oraciones han llegado a Dios.
Dos
cosas se podrían interpretar aquí. Una, que el tiempo del acercamiento a los
gentiles ha llegado, pero que son ellos los que deben solicitarlo. Dos, que se
trata de gentiles que tienen una piedad que hace aceptable su conversión. Las
visiones, tanto de Cornelio como de Pedro, lo corroboran.
La
visión de Pedro es muy gráfica, hasta de dimensiones grotescas. Un gran lienzo
que desciende del cielo contenía “todos los cuadrúpedos terrestres y reptiles y
aves del cielo” (10:12) lleva a pensar que estamos ante la descripción de una
imagen que grafica todos los prejuicios que acosaban a los reticentes a
contaminarse con “nada profano o impuro”. Lo chocante que puede resultar esta
descripción destaca la importancia del rechazo judío a lo que consideraban
impuro. Esta historia, si así la podemos llamar, procura acentuar una verdad
que la tradición, que le es propia a Pedro, no quería o no podía aceptar: que
Dios llame limpio a lo que para ellos era impuro.
¿De
dónde obtuvo Pedro esta comprensión de la distancia que debía quebrar para
afirmar que ese testimonio iba más allá de los límites domésticos de su
tradición? Se podría decir que lo que hace Pedro es, ni más ni menos, una
manifestación de genuina honestidad que solo puede confesar: “a mí me ha
mostrado Dios que a ningún hombre llame común o impuro”. Esta no podía ser una
aceptación sencilla de asumir por un hombre que, indudablemente, se ha movido
por los sentimientos. Es, también, la afirmación de un hombre que acepta ser
doblegado por la verdad que se le ha manifestado. Si la aceptación de una nueva
mirada hacia los gentiles es un cambio súbito es difícil de saber.
Es muy
posible que aquí estemos ante la culminación de un proceso que encuentra la
ocasión propicia para manifestarse. La espectacularidad de todo el relato,
señala un cambio muy significativo en la historia que se venía desarrollando,
como la culminación de la esperanza de todo Israel con la venida del Mesías. La
teología que domina el relato es la continuación de lo afirmado en los
principales textos del AT. Este desarrollo acusa un quiebre, lo que se anuncia
no es exclusivo para los judíos. La dimensión universal, hasta los límites
conocidos en esa época, se abre con resultados impredecibles como lo mostrará
el tiempo. Esto corrobora la interpretación que Hechos está marcado por el
movimiento de los predicadores y los conflictos que suscita la confrontación de
las visiones de judíos y gentiles.
Todo
esto se acentúa cuando Pedro le dice al centurión, que no se postre delante de
él, porque él “es simplemente un hombre” (10:25). De manera que estamos delante
de dos hombres cuya autoridad o tradición no es determinante para establecer
los límites a su relación. Son solo dos hombres delante de un llamado que Pedro
ha entendido como la voluntad de Dios y que el Centurión está dispuesto a
aceptar con toda apertura.
Es así
que el relato concluye con el bautismo de ese grupo de gentiles reunidos por el
Centurión, y el pedido de la permanencia de Pedro y su grupo como un signo de
hospitalidad. La tensión entre quienes requerían la circuncisión como
prerrequisito para asumir la fe cristiana y quienes no, se fue haciendo cada
vez más un tema central, sobre el que debe dilucidar Pedro con la iglesia en
Jerusalén. Allí será interrogado en estos términos “¿Por qué has entrado en
casa de hombres incircuncisos y has comido con ellos?” (11:3)
A esta
altura del relato la introducción de la figura de Pedro, de alguna manera
quiebra una historia que tenía a Pablo asumiendo un papel protagónico. Pedro es
el que cura, vuelve a la vida a Dorcas y tiene su encuentro con Cornelio, como
la manifestación de la universalidad del mensaje cristiano. Esta presencia y
acción de Pedro es como la puerta para su encuentro con la iglesia de Jerusalén
(Cap.11). Los relatos, a los que se hará referencia posteriormente, mencionan
solo dos veces más a Pedro: la despedida de los hermanos después de salir de la
cárcel 12:17) y su participación en la reunión de la iglesia en Jerusalén
(Cap.15).
Posiblemente
las historias que tienen a Pedro como protagonista no tiene la intención de
establecer jerarquías, sino de describir una proclamación que adquiere nuevas
dimensiones. Desde el punto de vista de la comunicación, el relato manifiesta
con claridad los cambios que comienzan a manifestarse cuando el mensaje
desborda los límites de una cultura que parecía limitarlo. Los hechos narrados,
junto a los escuetos diálogos, están enmarcados en visiones muy peculiares que
refuerzan lo que Hechos trasmite a esta altura de su libro. Esta apertura al
mundo gentil marcará más claramente la tensión que va a rodear a este
movimiento que se irá manifestando ineludiblemente en conflicto. + (PE)
Imagen:
El Grito de Oswaldo Guayasamín, pintor, dibujante, escultor, grafista y
muralista ecuatoriano. Guayasamín manifestó una sensibilidad extraordinaria
para plasmar el sufrimiento de las clases oprimidas, el sentir de los más
pobres. Refleja las raíces indígenas de los pueblos latinoamericanos, sus
luchas y sus sueños. Nació en Quito el 6 de julio de 1919. Murió en
Baltimore. EE.UU. 10 de marzo de 1999
El
autor es Teólogo, con estudios en Alemania y Suiza. Pastor (j) de la Iglesia
Metodista Argentina. Director del Departamento de Comunicaciones del Instituto
Superior Evangélico de Estudios Teológicos (ISEDET), Buenos Aires, 1975-1986.
Presidente de Interfilm, 1981-1985. Secretario General de la Asociación Mundial
para la Comunicación Cristiana (WACC), Londres, 1986-2001. Autor de los libros
Fe en tiempos difíciles (982) Comunicación es evento (1988); Comunicación:
modelo para armar (1990); Comunicación y Misión; En el laberinto de la globalización
(2002) y Emancipación de la Religión (2017)
Fuente: ALCNOTICIAS, 2017
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