Por. Carlos Martínez
García, México
La
liberación espiritual que experimentó fue el detonante de una gran explosión.
Martín Lutero no tenía previsto lo que desataría cuando externó por escrito
duras críticas al sistema eclesiástico cuya cúspide era, en ese momento, el
papa León X.
Sin
buscarlo desató una tormenta de torrenciales dimensiones. El entonces monje
agustino solamente buscaba incentivar debates en torno a la para él
pecaminosa venta de indulgencias.
La
reacción popular de lo que escribió en latín, las 95 tesis contra las indulgencias,
al ser traducidas estas al germano, le tomó por sorpresa y convirtió en un
personaje súbitamente ascendente.
Primero
sectores amplios de Wittenberg se identificaron con los postulados de Lutero,
después la identificación se extendió por toda Europa, a veces de manera
clandestina y otras de forma pública.
Faltan
poco menos de cuatro meses para el 31 de octubre, mismo día pero de 1517 en que
Martín Lutero clavó en la capilla del Castillo de Wittenberg las 95 tesis. Los
quinientos años del acontecimiento han estimulado la realización de coloquios,
cátedras especiales, festivales, ediciones de libros y conferencias en muchos
países.
En
Iberoamérica instituciones de distinto talante están organizando foros de
análisis sobre el significado y desarrollo del movimiento iniciado por Lutero,
el protestantismo. Porque el protestantismo tuvo repercusiones globales,
incluso en lugares donde se atrincheraron férreamente en su contra.
En un
principio el profesor de Biblia de la Universidad de Wittenberg puso en tela
de juicio algunas enseñanzas de la Iglesia católica romana.
Basado
en lo que descubrió al estudiar detenidamente la Biblia, particularmente la
Carta a los Romanos, Lutero concluyó que por siglos la institución
eclesiástica había mal enseñado sobre cómo tener salvación y recibir perdón por
parte de Dios.
Aunque
ya conocía los escritos bíblicos traducidos en la Vulgata Latina, la edición
del Nuevo Testamento en griego (lengua original de la obra) hecha por Erasmo de
Róterdam en 1516, ahondó los descubrimientos de Lutero y entonces decidió hacer
pública su postura sobre los errores doctrinales hallados.
La en
apariencia inocencia de Lutero al convocar a debatir la que él consideraba
escandalosa forma de comercializar la fe del pueblo, mediante la venta de
indulgencias, puso en jaque al sistema teológico y eclesial católico romano.
Su
disidencia paulatinamente alcanzó otros terrenos impensados al nada más llamar
a un debate al interior de la comunidad académica y sacerdotal de Wittenberg, la crítica teológica se
convirtió en política y cultural.
Esto
fue así por la estrecha unión entre el orden eclesiástico y el político en la
sociedad que, sin ser consciente de ello, transitaba por los estertores de la
Edad Media.
Martín
Lutero quiso compartir lo que consideraba su liberación espiritual cuando al
releer incansablemente el primer capítulo de la Carta a los Romanos su
comprensión del pasaje tuvo un giro.
La
experiencia la resumió varios años después, en 1545, al escribir el prólogo a
sus obras completas editadas en latín: “Me sentí entonces un hombre renacido y
vi que se me habían franqueado las compuertas del paraíso. La Escritura entera
se me apareció con cara nueva. […] Así, este pasaje de Pablo en realidad fue mi
puerta del cielo”. En este sentido es aguda la observación de Alec Ryrie; “él y
los protestantes que le sucedieron no estaban tratando de modernizar al mundo,
sino de salvarlo. En tal proceso cambiaron profundamente cómo pensamos sobre
nosotros mismos, nuestra sociedad y nuestra relación con Dios (Protestants, the
Faith that Made the Modern World, Viking, New York, 2017, p. 2.).
La
batalla personal de Lutero fue creciendo por varios factores. Uno de ellos tuvo
mucho qué ver con la respuesta de las autoridades eclesiásticas católicas.
La de
Wittenberg no era una de las grandes universidades del siglo XVI en Europa. La
fundó Federico el Sabio en 1502, y carecía de prestigio en el conjunto
educativo superior europeo.
Que un
profesor de una pequeña universidad alemana hubiera tenido la osadía de retar
al poderoso entramado católico romano fue visto, en la sede pontificia, como un
exabrupto al que con celeridad se le pondría remedio.
No fue
así, la rebeldía creció aceleradamente y alcanzó un punto sin regreso en la
Dieta de Worms, a la que llegó con el salvoconducto de Federico el Sabio y
aclamado por los habitantes que salían al paso para darle palabras de respaldo
y ánimo. En abril de 1521, ante el emperador Carlos I de España y V del Sacro Imperio
Romano Germánico junto con representantes del papa León X, no se retractó de
sus enseñanzas Martín Lutero sino que las refrendó y reconoció ser autor de
libros en los que desconocía la autoridad papal.
Lutero
tuvo a su favor un avance tecnológico que hizo posible la difusión de sus
propuestas por toda Europa, inclusive en la muy católica España: la
reproducción masiva de lo que escribía. Gracias a la imprenta de tipos movibles los talleres produjeron por
miles los folletos y libros de Lutero.
En
1522 se publicó el Nuevo Testamento traducido al germano por Lutero, y en 1534
la Biblia. Él anhelaba que la gente leyera la Biblia y la gente la leyó,
quienes no sabían leer tuvieron un incentivo para aprender a hacerlo y en tanto
escuchaban a los lectores que visitaban pueblos y aldeas para leerla en voz
alta.
Pero
además de la Biblia en distintos sectores de la sociedad leyeron otras
propuestas más radicales que las de Lutero, y el ejercicio llevó a diversas
posiciones no nada más religiosas sino también políticas y económicas.
La
trascendencia cultural e histórica de la traducción de Lutero le da un cariz
particular a la nación germana. Le sirve para fortalecer su identidad, para
anteponer su idioma al dominante latín priorizado por la Iglesia católica. La Biblia
de Lutero representa la democratización del conocimiento religioso, que desde
este terreno se extiende a otros ámbitos, como el político. De ahí que se haga
necesario aquilatar la afirmación de Johann Wolfgang von Goethe: “Los
alemanes sólo se convirtieron en un pueblo con Lutero”.
Martín
Lutero vio en la imprenta un medio invaluable para extender sus traducciones y
escritos. La tenía por “un regalo divino, el más grande, el último don de
Dios”. El instrumento tecnológico es considerado un aliado por Lutero, y lo usa
eficazmente en la producción promedio de un libro cada 15 días. Incluso antes
que iniciara en mayo de 1521 la traducción del Nuevo Testamento, entre 1517 (en
octubre de 1517 cuando redacta las 95 tesis contra las indulgencias) y 1520
(cuando pública tres de sus principales escritos: Discurso a la nobleza de la
nación alemana, La libertad del cristiano, y La cautividad babilónica de la
Iglesia); se venden más de 300 mil ejemplares de treinta obras de Lutero.
La
inmensa mayoría de quienes en vida de Lutero se enteraron de sus propuestas y
razones para romper con el papado y la Iglesia católica, lo hicieron por medio
de papeles impresos, la red más eficaz de la época, el YouTube de
entonces.
Resume
bien el acontecimiento E. de Moreau: “Por primera vez en la historia de
los hombres un vasto público de lectores ha podido juzgar las ideas
revolucionarias gracias a un modo de comunicación que se dirigía a las masas,
que utilizaba las lenguas vernáculas y que recurría tanto al arte del
periodista como al del caricaturista”.
Recién
lo ha escrito Iñaki Ezkerra: “La Reforma protestante estaba condenada desde su
inicio a ser literariamente fecunda porque surgió ligada a la palabra escrita.
No hay un paso en ella que no se dé con un documento, un texto, un libro por
medio. Nace y crece a golpe de lectura, traducción y publicación en los
caracteres impresos diseñados por Gutenberg” (http://www.laverdad.es/ababol/primer-best-seller-20170703003805-ntvo.html).
En el
tiempo de fijar las 95 tesis Lutero tenía claro lo que no deseaba se
enseñara y practicara en la Iglesia, y buscaba que se regresara a la sencillez
del Evangelio.
Más
allá de esto carecía de un programa para el cambio y creación de una nueva
institucionalidad. En el camino de su disputa con Roma se fueron abriendo
horizontes inesperados, los que le llevaron a la ruptura teniendo detrás de sí
apoyos y simpatías que posibilitaron que no solamente sobreviviera a las
maniobras de los papas que confrontó (León X, Adriano VI Clemente VII y Paulo
III), sino que fuera el artífice para desencadenar cambios y la construcción de
un abanico religioso y cultural conocido como protestantismo.
El
contexto político operó a favor de Lutero. Federico el Sabio, un gran coleccionista de reliquias que
veneraba, protegió al monje agustino por así convenirle a sus intereses
y fortalecerse tanto frente a Roma como ante el poder imperial.
Maximiliano
I, cabeza del Sacro Imperio Romano Germánico había estado muy enfermo desde
1514, tanto que en sus viajes el séquito que le acompañaba “cargaba con un
ataúd a dondequiera que [el emperador] viajara (Ryrie, op. cit., p. 25). Murió
en enero de 1519. Cinco meses después, en junio, fue elegido el sucesor, Carlos
V, tenía diecinueve años.
Carecía
de suficiente experiencia para enfrentar una crisis como la representada por el
reto de Lutero al régimen de Cristiandad. Años después, cuando ya tenía
conocimiento del entorno socio político y decisión para someter al teólogo
alemán, el entramado que había hecho posible por siglos controlar las
disidencias religiosas estaba resquebrajado y fue imposible revertir el
movimiento desatado por Lutero.
Martín
Lutero no fue revolucionario a priori, fueron los cambios que provocó los
que le infundieron de manera creciente un carácter revolucionario a la lid que
emprendió.
Su genio
fue haberse mantenido firme cuando la simbiosis poder eclesiástico/poder
imperial se le vino encima. Se aferró con denuedo a lo que leyó una y otra vez
en la Carta a los Romanos, “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?”
(8:31).
Fuente: Protestantedigital, 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario