¡Vos podes ayudarnos!

---
;
Mostrando entradas con la etiqueta Carlos Martínez García. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Carlos Martínez García. Mostrar todas las entradas

martes, 16 de enero de 2018

Casiodoro de Reina: Libertad y tolerancia en la Europa del siglo XVI

Por. Carlos Martínez García, México
Es una obra muy valiosa acerca del entorno, persona y obra de Casiodoro de Reina. El volumen llegó en los últimos días del año pasado, de inmediato me di a la tarea de leerlo cuidadosamente. La autora es Doris Moreno y tiene por título Casiodoro de Reina: libertad y tolerancia en la Europa del siglo XVI (Sevilla, Fundación Pública Andaluza Centro de Estudios Andaluces, 2017). En la segunda de forros se informa que Doris Moreno es profesora de historia de la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha investigado y publicado libros y numerosos artículos sobre la Inquisición española, la Compañía de Jesús y el apasionante mundo de los heterodoxos españoles de la época moderna, de los protestantes a las brujas pasando por los fenómenos de profecía y misticismo. Planea sobre todas estas temáticas un intenso interés por el estudio de la frontera entre ortodoxia y heterodoxia y entre tolerancia e intolerancia, su teorización y sus prácticas. Entre sus libros destacan: La invención de la Inquisición (Madrid, 2004) e Inquisición. Historia crítica (con R. García Cárcel, Madrid, 2000). Es coautora de Protestantes, visionarios, profetas y místicos: herejes (Barcelona, Ediciones de Bolsillo, 2005), libro que he querido conseguir, infructuosamente, desde hace algunos meses.  La obra que en esta ocasión comento es de miras amplias. Busca, y lo hace sobradamente, indagar sobre la trayectoria de Casiodoro de Reina más allá de su labor como traductor de la Biblia al castellano. Doris Moreno sitúa a Reina en su contexto histórico, cultural y religioso, de tal manera que el suyo es un acercamiento que incluye datos del personaje y al mismo tiempo describe muy bien las corrientes de pensamiento existentes en España, sobre todo en Sevilla, en las que abrevó el monje isidoro.
La autora reconoce el legado historiográfico de quienes han estudiado a Casiodoro de Reina y publicado sobre él, como Benjamin Wiffen y Edward Bohemer (quienes rescataron documentación), A. Gordon Kinder, Paul Hauben, José C. Nieto, Carlos Gilly, Rady Roldán-Figueroa. Cada uno de ellos ha contribuido para trazar con más detalles el perfil del pensamiento y obra de Casiodoro. Tal vez se debe a Arthur Gordon Kinder el mayor aporte para delinear la ruta intelectual y espiritual seguida por Reina desde sus años en el monasterio de San Isidoro del Campo, la salida de Sevilla para huir de las fuerzas inquisitoriales, las peripecias para ver en 1569 publicada su traducción de la Biblia y su apertura hacia teólogos considerados heterodoxos por calvinistas y luteranos. El verano pasado pude hacerme de un ejemplar del libro de Kinder, Casiodoro de Reina: Spanish Reformer of the Sixteenth Century (London, Tamesis Books Limited, 1975).
La obra de Kinder, más de cuatro décadas después de haber sido publicada, no ha sido traducida al castellano. Una vez que Casiodoro de Reina abrazó la fe evangélica en los últimos años que estuvo en el monasterio (salió de Sevilla hacia finales de 1557), tuvo disposición para ir construyendo una teología que tomaba contribuciones de distintos autores dentro del abanico protestante. Afirma Doris Moreno que él fue un hombre de fronteras: “en su tiempo de definición de ortodoxias, de ansiedades dogmáticas por definir claramente identidades confesionales frente a los oponentes en pugna, Casiodoro se alineó con todos aquellos que en nombre de la paz, la concordia y la unidad de los cristianos defendieron que las certezas dogmáticas que se podían desprender del texto bíblico eran en realidad pocas, mientras que el terreno de lo interpretable era extenso. Y en el campo de lo interpretable los criterios que debían regir eran el amor cristiano y la paz con el sermón del monte del Evangelio de Mateo como estándar de conducta moral. Por ello mismo, las diferencias teológicas o dogmáticas en el seno de una comunidad, en última instancia, solo debían merecer disciplina religiosa, en ningún caso castigo corporal”.
En algunas secciones la historiadora hace ejercicios de imaginación, las llama ficciones “aposentadas sobre la realidad del espacio y el tiempo”, que anteceden la presentación del material basado en fuentes y esto permite que lo imaginativo sea un recurso literario factible donde se presentan las disyuntivas del personaje en distintas circunstancias. Una cuestión es asegurar que las personas, dudas y convicciones no surgen en un vacío histórico, y otra hurgar en el contexto donde se desenvolvieron para comprender la influencia del mismo en la forja de inquietudes y nuevos horizontes por parte de colectivos y personas. Doris Moreno realizó una ágil reconstrucción de lo que denomina “el entorno sevillano” en el cual vivieron Casiodoro de Reina y otros monjes isidoros que huyeron de territorio sevillano con la idea de asentarse en otras partes de Europa donde pudiesen vivir libremente su fe evangélica.
A los 26 años, en 1546, Casiodoro ingresó en el monasterio de San Isidoro del Campo. Para entonces Sevilla era un hervidero comercial y de ideas, que tenía pobladores de muy diversos trasfondos. La ciudad contaba con aproximadamente cien mil habitantes y el intercambio de imaginarios era intenso. Fue la existencia de intensas corrientes espirituales, que implicaban deseos de renovación de una religiosidad anquilosada, el terreno fértil en donde se dio bienvenida a críticas y propuestas como las de Erasmo. Acierta Doris Moreno cuando observa que en España “las ansias de una reforma de la Iglesia eran compartidas por muchos cristianos y de ahí la extraordinaria recepción de la devotio moderna flamenca y de Erasmo de Rotterdam […] Desde la segunda década del siglo XVI muchos sevillanos, y entre ellos muchos conversos, habían leído con gusto y devoción las obras de Erasmo, con su rechazo al fariseismo clerical o a las devociones supersticiosas y, sobre todo, su reivindicación de un cristianismo éticamente renovado”. El “hervidero” de ideas en Sevilla, la forja de un erasmismo en sectores universitarios y del clero, la consolidación del movimiento de los alumbrados y las repercusiones en España de la Reforma protestante (de la que se enteraron no pocos mediante el contrabando de libros y reportes de españoles que por sus viajes conocieron del movimiento), fueron cruciales para fertilizar núcleos como del que formaba parte Casiodoro de Reina en el monasterio sevillano. La incidencia de las anteriores corrientes entre los monjes tuvo resultados que traza Doris Moreno en su obra, a los cuales intentaré referirme en la próxima entrega.


Fuente: Protestantedigital, 2018.

martes, 3 de octubre de 2017

Descubrimiento bíblico y experiencia de salvación de Lutero



Por. Carlos Martínez García, México
A los veinticuatro años, en 1507, Martín Lutero fue ordenado sacerdote. En 1512 obtuvo su doctorado en teología por la Universidad de Wittenberg.1 En dicho centro de estudios impartió cursos de distintos libros bíblicos: Salmos, 1513-1514, Carta a los Romanos, 1515-1516, Carta a los Gálatas, 1516-1517 Carta a los Hebreos, 1517-1518.2 En la cuidadosa lectura y exposición de “estos textos bíblicos encontró Lutero la que sería su tesis teológica central: la justificación por la fe”.3
La relectura de Romanos lo sacudió de tal manera que hizo se replanteara el significado de la fe, justificación y autoridad en asuntos teológicos y eclesiales. Casi cuatro décadas después de haber impartido el curso de la Carta a los Romanos, cuando escribió en 1545 el prólogo a sus obras completas editadas en latín, plasmó su testimonio: “A pesar de que mi vida monacal era irreprochable, me sentía pecador ante Dios, con la conciencia la más turbada, y mis satisfacciones resultaban incapaces para conferirme la paz”. Menciona que no amaba a Dios sino que lo aborrecía por justo y castigador de pecadores, frente a la justicia divina, reflexionaba, la humanidad estaba irremediablemente perdida. Rememora que tuvo un giro en su comprensión de Romanos 1:17:
Hasta que al fin, por piedad divina, y tras meditar noche y día, percibí la concatenación de los dos pasajes: “La justicia de Dios se revela en él”, “conforme está escrito: el justo vive de la fe”. Comencé a darme cuenta de que la justicia de Dios no es otra que aquella por la cual el justo vive el don de Dios, es decir, de la fe, y que el significado de la frase era el siguiente: por medio del evangelio se revela la justicia de Dios, o sea la justicia pasiva, en virtud de la cual Dios misericordioso nos justifica por la fe, conforme está escrito: “el justo vive de la fe”. Me sentí entonces un hombre renacido y vi que se me habían franqueado las compuertas del paraíso. La escritura entera se me apareció con cara nueva. La repasé tal como la recordaba de memoria, y me confirmé en la analogía de otras expresiones como “la obra de Dios es la que él opera en nosotros”, “la potencia divina es la que nos hace fuertes”, “la sabiduría de Dios es por la que nos hace sabios”, “la fuerza de Dios”, “la salvación de Dios”, “la gloria de Dios”.
Desde aquel instante, cuanto más intenso había sido mi odio anterior a la expresión “la justicia de Dios”, con tanto más amor comencé a exaltar esta palabra infinitamente dulce. Así, este pasaje de Pablo, en realidad fue mi puerta del cielo.4

Para su sorpresa, tras leer Del espíritu y de la letra, de Agustín de Hipona (354-430 d. C.), encontró que “también él interpreta la justicia de Dios en el mismo sentido: la justicia con que Dios nos reviste al justificarnos; y aunque esto no esté acabadamente expresado, aunque no explique con toda claridad lo relativo a la imputación, le pareció bien enseñarnos que la justicia de Dios es la justicia por la que somos justificados”.5 El hallazgo al estudiar Romanos y la coincidencia entre su propia interpretación y la de Agustín, provocó que Lutero contrastara el nuevo entendimiento del pasaje con lo doctrinalmente sostenido por el catolicismo romano.
Basado en lo que descubrió al estudiar detenidamente la Biblia, Lutero concluyó que por siglos la institución eclesiástica había mal enseñado sobre cómo tener salvación y recibir perdón por parte de Dios. Aunque ya conocía los escritos bíblicos traducidos en la Vulgata Latina, la edición del Nuevo Testamento en griego (lengua original de la obra) hecha por Erasmo de Róterdam en 1516, ahondó los descubrimientos de Lutero y entonces decidió hacer pública su postura sobre los errores doctrinales hallados. Tenía la intención de llamar a un debate teológico entre la comunidad académica y estudiantil de Wittenberg, por lo cual su escrito fue redactado en latín.
La en apariencia inocencia de Lutero al convocar a debatir la que él consideraba escandalosa forma de comercializar la fe del pueblo, mediante la venta de indulgencias, puso en jaque al sistema teológico y eclesial católico romano. Su disidencia paulatinamente alcanzó otros terrenos impensados al nada más llamar a un debate al interior de la comunidad académica y sacerdotal de Wittenberg, la crítica teológica se convirtió en política y cultural. Esto fue así por la estrecha unión entre el orden eclesiástico y el político en la sociedad que, sin ser consciente de ello, transitaba por los estertores de una época y el inicio de otra.
Sobre la motivación primaria que tuvo Lutero para desafiar al establishment religioso, es aguda la observación de Alec Ryrie; “él y los protestantes que le sucedieron no estaban tratando de modernizar al mundo, sino de salvarlo. En tal proceso cambiaron profundamente cómo pensamos sobre nosotros mismos, nuestra sociedad y nuestra relación con Dios”.6
Las lecturas y evaluaciones sobre el movimiento iniciado por Lutero se multiplican exponencialmente conforme se acerca el 31 de octubre, mismo día pero de 1517 cuando el monje agustino hizo públicas las 95 tesis contra las indulgencias. Abundan los acercamientos hagiográficos, que presentan a Lutero como una persona inmaculada, quien de manera heroica y casi solitaria enfrentó al poder eclesiástico romano encabezado por el papa León X y quienes le sucedieron en vida del teólogo germano. Son exaltaciones acríticas, hechas por ingenuidad histórica o por interés teológico y político. Circulan investigaciones que reflejan la heroicidad de Lutero pero también sus fallas o complicidades con los excesos del poder político. En este tono va el volumen de Lyndal Roper.7. Además de los dos enfoques mencionados está una tercera óptica cuyo objetivo es resaltar las zonas sombrías, que son varias, de Lutero y desconocer o invisibilizar los aportes, que son muchos, del teólogo germano al proceso democratizador de la sociedad.
El detonante del enfrentamiento de Martín Lutero con el entramado católico romano fue la respuesta hallada en la lectura de la Biblia a su crisis espiritual, crisis que lo mantuvo angustiado por muchos años. No aquilatar debidamente esto y priorizar como explicaciones otros factores materiales, que por otra parte los hubo, significa incurrir en anacronismo que no comprende el dilema existencial y miedo de perder la salvación que tenían las personas en el siglo XVI. En Lutero “su propia vida espiritual se caracterizó por [lo que en alemán se denomina] Anfechtung, asaltos de de duda y terror, así como por su posición ante Dios”.8 Ejemplo de un acercamiento como el señalado, es el que hizo María Elvira Roca Barea en un artículo publicado por El País y titulado “Martín Lutero: mitos y realidades”.9 Ella simplifica un personaje complejo para sobajarlo y demeritar su lid contra la maquinaria eclesiástica de la época. La colisión de Martín Lutero y posterior ruptura con la Iglesia católica romana es presentado de forma estigmatizante por la autora.
Lo publicado por ella en el diario español ya lo había desarrollado, con mucha más extensión, en Imperofobia y Leyenda Negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español.10 Desde la premisa de lo escrito en El País, con la que pretende explicar los orígenes de la rebelión de Martín Lutero, María Elvira Roca confunde las causas de la crítica del teólogo con los resultados que hubo en buena medida por la cerrazón y autoritarismo de la jerarquía católica romana. Por cierto que guarda silencio al respecto. Dice que “Hay en la figura de Lutero un componente de heroísmo a toro pasado […] El cisma luterano es la manifestación de un problema político, y haberlo mantenido en el orbe de lo religioso enturbia completamente su comprensión”. El cisma fue primeramente teológico/doctrinal, y tuvo necesariamente repercusiones políticas por la imbricación entre lo religioso y la organización sociopolítica de las sociedades en el siglo XVI.
Roca Barea incurre en un ostensible error cuando intenta presentar a Lutero como un analista geopolítico, consciente de los intereses y fuerzas que se disputaban la hegemonía en la segunda década del siglo XVI. Port supuesto que la rebeldía de Lutero tuvo repercusiones sociales, políticas y económicas, pero ellas fueron el resultado, a veces no buscado, de accione estimuladas por un descubrimiento teológico que lo convenció de hacer frente a un entramado doctrinal y eclesiástico que, desde su óptica, tenía cautivos principios y enseñanzas centrales del Evangelio para privilegiar doctrinas y tradiciones que lo contravenían. Es cierto que “cuando alzó su voz en una protesta local no intentaba iniciar un incendio. Estaba expresando su reciente descubrimiento espiritual y argumentando acerca del mismo (…] Quería renovar la Iglesia, no destruirla”.11
La luterofobia de María Elvira Roca Barea recorre todo su artículo, de la misma manera que al capítulo de su libro citado (“Alemania: protestantismo y regresión feudal”). Se le puede aplicar lo que ella dice, con justificada razón, de quienes mitifican a Lutero: si non è vero, è ben trovato.
La batalla personal de Lutero fue creciendo por varios factores. Uno de ellos tuvo mucho que ver con la respuesta de las autoridades eclesiásticas católicas. La de Wittenberg no era una de las grandes universidades del siglo XVI en Europa. La fundó Federico el Sabio en 1502, y carecía de prestigio en el conjunto educativo superior europeo. Que un profesor de una pequeña universidad alemana hubiera tenido la osadía de retar al poderos entramado católico romano fue visto, en la sede pontificia, como un exabrupto al que con celeridad se le pondría remedio. No fue así, la rebeldía creció aceleradamente y alcanzó un punto sin regreso en la Dieta de Worms, a la que llegó con el salvoconducto de Federico el Sabio y aclamado por los habitantes que salían al paso para darle palabras de respaldo y ánimo. En abril de 1521, ante el emperador Carlos I de España y V de Alemania junto con representantes del papa León X, no se retractó de sus enseñanzas Martín Lutero sino que las refrendó y reconoció ser autor de libros en los que desconocía la autoridad papal.
Entorno eclesiástico y político
El descubrimiento espiritual que le impulsó a manifestar críticas con el tradicional entendimiento de cómo ser salvo de la ira de Dios fue un aporte de Lutero al panorama teológico del siglo XVI. El contexto político, social y religioso le fue favorable, aunque eso él no lo sabía ni determinó inicialmente la actitud rebelde del monje agustino contra lo que consideraba una falsificación del cristianismo.
Por convenir a sus intereses, y sin necesariamente compartir los postulados doctrinales de Martín Lutero, el príncipe elector Federico el Sabio protegió al profesor de la Universidad que él había fundado en 1502 y en la cual el primero iniciaría funciones docentes provisionales en 1508 y definitivas a partir de 1511.12
Alemania estaba políticamente fragmentada, la conformaban varios principados, territorios eclesiásticos y ciudades con autogobiernos. Todo esto dificultaba control en cada uno de los terrenos mencionados para la cabeza del Sacro Imperio Romano Germánico, puesto que recaía en Maximiliano I para cuando Lutero inició el movimiento que terminaría en la ruptura con Roma. El emperador era elegido por siete electores, uno de ellos Federico el Sabio.13
Wittenberg era la capital del Electorado de Sajonia, esta región representaba uno de los más poderosos estados de los estados germánicos. En 1490 Federico el Sabio inició esfuerzos por desarrollar Wittenberg, restauró el castillo y le construyó una capilla.14 En ella guardaba y mandaba exhibir Federico su gran colección de reliquias, que llego a tener cerca de 19 mil objetos.15 Conformaban el tesoro “fragmentos de sagrados huesos y otros objetos como briznas de paja del pesebre del Niño Jesús y aun trozos de sus pañales, cabellos de la Virgen María, gotas de su leche y fragmentos de los clavos de Cristo, además de uno de los cadáveres de los santos inocentes”.16
En marzo de 1514, Alberto von Hohenzollern fue nombrado por León X arzobispo de Maguncia, tenía el mismo cargo en Magdeburgo y el obispado de Halberstadt. Para devolver el préstamo que los banqueros Fugger (24 mil ducados) le habían concedido para hacerse de los puestos eclesiásticos, Alberto solicitó la franquicia para comercializar indulgencias en sus territorios eclesiásticos y estuvo de acuerdo que una parte de lo obtenido por las ventas fuese para sufragar la construcción de la Basílica de San Pedro en Roma. Obtuvo la concesión el 11 de marzo de 1515. El encargado de sembrar terror entre los pobladores de Sajonia, y otras regiones germanas, de los males que les sobrevendrían de no comprar indulgencias fue el fraile dominico Juan Tetzel.17
Las giras de Tetzel no fueron bien recibidas por Federico el Sabio, la causa del malestar era que el príncipe vio mermados los ingresos que levantaba con la exhibición de su colección de reliquias y del donativo que debían dejar quienes desfilaban ante ellas con la esperanza de recibir un milagro. Además, al final del recorrido se otorgaba una indulgencia.18 Aunque a Tetzel no le fue permitido ofrecer indulgencias en Wittenberg, muchos de sus habitantes emprendieron viajes hacia donde el dominico predicaba y adquirían los certificados de indulgencias.19
Federico el Sabio protegió a Lutero, sin embargo no fue tal protección la creadora de la disidencia teológica y eclesiástica del monje agustino pero sí le proporcionó condiciones favorables para enfrentar al sistema católico romano. Federico y Lutero nunca se conocieron personalmente, el príncipe tampoco adoptó las ideas teológicas de su protegido.20
Desde 1514 el emperador Maximiliano I estaba muy enfermo, a tal extremo que su comitiva llevaba consigo a todas partes un féretro.21 El deceso ocurrió en enero de 1519, y, en consecuencia debía elegirse un sucesor. La elección estaba en manos de siete príncipes electores germanos y obispos. Uno de los primeros era Federico el Sabio.
En junio de 1519 la elección recayó en Carlos I de España, quien a partir de entonces pasó a ser Carlos V del Sacro Imperio Romano Germánico, tenía diecinueve años. La coyuntura de la sucesión favoreció a Lutero porque “al morir Maximiliano I, el título de emperador quedó vacante y, en aquel momento, la elección imperial parecía ser mucho más importante que las palabras destempladas que cierto monje había pronunciado en Wittenberg […] La cuestión se dirimió gracias al dinero del banco de los Fugger con el que se pudieron pagar los sobornos de los electores que tenían que designar al Emperador”.22
Al concluir la Dieta de Worms, Carlos V expresó deseos de terminar con la que llamó herejía de Martín Lutero, lo cual sería posible una vez caducado el salvoconducto que le había extendido y negociado por Federico el Sabio. Otros asuntos demandaron su atención, como diferendos y enfrentamientos con el papado por intereses de cada parte, luchas de poder con otros monarcas europeos, hacer frente al peligroso avance las fuerzas otomanas comandadas por Solimán el Magnífico, cuyas tropas avanzaban por Europa mientras Lutero estaba resguardado en el Castillo de Wartburgo.
La debilidad de Carlos V para reunificar religiosamente los estados germánicos tuvo en la primera Dieta de Espira (agosto de 1526) una muestra contundente. De acuerdo a intereses y convicciones los soberanos alemanes decidieron combatir o apoyar a Lutero, “de la Alemania central el elector de Maguncia, el duque Jorge de Sajonia y Enrique, el menor de Brünswick-Wonfenbüttel […} se mantenían fieles a Carlos y a su religión. El elector de Sajonia y el de Hesse […] estaban en la oposición [y respaldando a Lutero]”, mientras otros se declaraban neutrales y se definirían conforme se desarrollara el problema.23 Al paso de los años Carlos V encontró más obstáculos y le fue imposible parar el proyecto de Lutero, quien murió en la misma ciudad que había nacido, Eisleben, el 18 de febrero de 1546 y rodeado de su círculo cercano.24
Así como Federico el sabio salvaguardó a Martín Lutero del emperador Carlos V, hizo lo mismo para evitar que el autor de las 95 tesis contra las indulgencias tuviera que viajar a Roma con el fin de ser juzgado por las autoridades eclesiásticas. Instado Lutero para comparecer en Roma en agosto de 1518, Federico no extendió su beneplácito sino que negoció se verificara el interrogatorio en Augsburgo (12 y 13 de octubre) y por parte de un enviado del papa León X, el cardenal Cayetano.25
León X intentó en otras oportunidades y lugares, mediante comisionados, que Lutero se retractara. Cuando no logró el objetivo le amenazó con excomulgarlo a través de la bula Exsurge Domine (15 de junio de 1520). En Wittenberg, el 10 de diciembre, Lutero quemó la bula en abierto desafío a la institución del papado.26 En respuesta León X decreto el 3 de enero de 1521 la excomunión de Lutero por “hereje obstinado”.27
Entre las 95 tesis y la muerte de Lutero en 1546 transcurrieron 39 años. Durante el tiempo señalado hubo cuatro papas: León X, Adriano VI, Clemente VII y Paulo III.28 El primero murió el 1 de diciembre de 1521, ocho meses después de la fallida Dieta de Worms en la que no se logró la retractación de Lutero. León X vio cómo en lugar de contener el reto del teólogo germano a su autoridad, la rebeldía se incrementó y comprobó por sí mismo la osadía de Lutero cuando en junio de 1520 publicó Sobre el papado de Roma. Aquí expresó que: “nadie puede ser tan estúpido como para creerse que el papa y todos sus romanistas y pelotilleros hablan en serio cuando dicen que su poderosa autoridad es por orden divina. Esto lo puedes apreciar por el hecho de que en Roma no se cumple ni el más pequeño trazo de letra de todo cuanto ha sido ordenado por Dios”.29
El sucesor en el obispado de Roma fue Adriano de Utrecht, ex tutor del emperador Carlos V, gobernador de los Países Bajos y gran inquisidor de España. Con la elección de Adriano VI como papa (9 de enero de 1522) estuvo de plácemes Carlos V, mientras que Francisco I, de Francia, se mostró horrorizado. Adriano quiso reformar los excesos y corrupción de la curia romana, y detener con su experiencia inquisitorial los avances del fuego iniciado por Lutero. No tuvo mucho tiempo ni para lo uno ni para lo otro, ya que su papado solamente duró un año y nueve meses. Murió el 14 septiembre de 1523.30
El siguiente papa fue Clemente VII (ocupó el cargo del 18 de noviembre de 1523 al 25 de septiembre de 1534). Carlos V apoyó la elección de este jerarca, Julio de Médici, hijo bastardo de Juliano de Médici y una de sus amantes, Fioretta.31 Sobrino de León X, quien lo nombró arzobispo y cardenal de Florencia, asumió el cargo de canciller católico romano en marzo de 1517, por lo que tuvo a su cargo los asuntos políticos de León X, incluyendo el affaire Lutero.32
Clemente VII fue mecenas de los pintores Rafael y Miguel Ángel, a este último encargó El juicio final para la Capilla Sixtina. Su papado fue un desastre. Como canciller resultó eficaz, pero en el papado lo caracterizaba la indecisión y falta de agudeza para negociar con fuertes monarcas de la época: Carlos V, Francisco, I, Enrique VIII. Una de las humillaciones que debió sufrir fue consecuencia de su alianza política con Francisco I y otras fuerzas para contrarrestar el poder de Carlos V. En mayo de 1527 las tropas del emperador saquearon Roma y arrestaron a Clemente VII, lo retuvieron durante un mes. El emperador y el papa concertaron pedir disculpas el primero por los daños al patrimonio de la Iglesia católica romana, y el segundo cubrir 400 mil ducados por su vida.33
Mientras acontecía todo lo anterior, una de las consecuencias fue que el movimiento de Martín Lutero, adversario de Carlos V y Clemente VII, se consolidó en Alemania e irradiaba influencia en otros territorios europeos. El 25 de junio de 1530 “ciertos príncipes y ciudades” de Alemania que se identificaban con los postulados de Lutero, presentaron ante el emperador la que a partir de entonces se conocería como la Confesión de Augsburgo.34 La disidencia de Lutero se consolidaba teológica, política y territorialmente.
Paulo III sucedió a Clemente VII, ascendió al trono papal el 3 de octubre de 1534 y permaneció en el mismo hasta el 10 de noviembre de 1549. Al momento del cónclave que lo eligió papa era el cardenal de más edad, tenía sesenta y seis años.35 Su hermana Giulia fue amante del papa Alejando VI (cabeza de la Iglesia católica del 11 de agosto de 1492 al 18 de agosto de 1503). Paulo III, “auténtico producto del Renacimiento –tuvo tres hijos y una hija, y fue extraordinariamente nepotista– se entregó, sin embargo, a la causa de la Contrarreforma”.36
Bajo el mandato de Paulo III “la Compañía de Jesús fue oficialmente fundada por bula papal en 1540”, para “el provecho de las ánimas en la vida y doctrina cristiana y para la propagación de la fe”.37 Además de impulsar a los jesuitas, Paulo III “restauró la Inquisición y logró que se iniciara la celebración de un concilio ecuménico en Trento (1545). Fracasó, sin embargo, en su intento de derrotar al protestantismo”.38
Además de buscar revertir la consolidación del protestantismo en Alemania y otras partes de Europa, un frente más atrajo la atención y fuerzas del papado de Paulo III: el caso de Enrique VIII en Inglaterra. Aunque desde 1535 había sido expedida la bula de excomunión contra el monarca inglés, fue el 17 de diciembre de 1538 cuando la misma entró en vigor,39 y así el enfrentamiento con las iglesias territoriales protestantes se amplió, dándole esto a Martín Lutero y sus seguidores germanos mayor espacio para cimentar su movimiento en Alemania.

Notas
1# Scott H. Hendrix, Martin Luther. A Very Short Introduction, Oxford, Oxford University Press, 2010, p. 17.
2# Albrecht Beutel, “Luther’s life”, Donald K. McKim (editor), The Cambridge Companion to Martin Luther, Cambridge, Cambridge University Press, p. 7.
3# Joaquín Abellán, estudio preliminar, Martín Lutero, escritos políticos, 3ª edición, reimpresión 2013, Madrid, Editorial Tecnos, 2013, p. XX.
4# Martín Lutero, “Prólogo a la edición de Obras Completas en latín”, en Teófanes Egido, Lutero, obras, Salamanca, Ediciones Sígueme, 1977, pp. 370-371.
5# Ibid, p. 371.
6# Alec Ryrie, Protestants, the Faith that Made the Modern World, New York, Viking, 2017, p. 2.
7# Martin Luther: Renegade and Prophet, New York, Random House, 2017.
8# Jane E. Strohl, “Luther’s spiritual journey”, Donald K. McKim (editor), op. cit., p. 150.
9# https://elpais.com/internacional/2017/07/21/actualidad/1500642089_505462.html?id_externo_rsoc=FB_CC
10# Madrid, Ediciones Siruela, 2016.
11# Alec Ryrie, op. cit., pp. 16 y 18.
12# Helmar Junghans, “Luther’s Wittenberg”, Donald K. McKim (editor), op. cit., p. 23.
13# Peter Marshall, The Reformation. A Very Short Introduction, Oxford, Oxford University Press, 2009, p. 12.
14# Graham Tomlin, Luther and His World, Downers Grove, Illinois, InterVarsity Press, 2002, p. 48.
15# Idem.
16# María Magdalena Ziegler, “La Reforma y la trastienda de su historia”, Cuadernos Unimetanos, número 24, julio 2010, p. 28.
17# Ibid., pp. 27-29.
18# Ibid., p. 29.
19# Graham Tomlin, op. cit., p. 70.
20# Alec Ryrie, op. cit., p. 26.
21# Ibid., p. 25.
22# Richard Mackenney, La Europa del siglo XVI, expansión y conflicto, Madrid, Ediciones Akal, 1996, p. 90.
23# Karl Brandi, Carlos V. Vida y fortuna de de una personalidad y de un imperio mundial, segunda edición, México, Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 193
24# Graham Tomlin, op. cit., p. 174; Lyndal Roper, “Martin Luther”, Peter Marshall (editor), The Oxford Illustrated History of the Reformation, Oxford, Oxford University Press, 2015, p. 69.
25# María Magdalena Ziegler, op. cit., p. 34.
26# César Vidal, El caso Lutero, Madrid, Editorial EDAF, 2008, pp. 137 y 151.
27# Ibid., p. 163.
28# Eamon Duffy, Saints and Sinners. A History of the Popes, New Haven, Yale University Press, 2002, p. 394.
30# Eamon Duffy, op. cit., pp. 204 y 394.
31# J. N. D. Kelly, Oxford Dictionary of Popes, Oxford-New York, Oxford University Press, 1996, p. 259.
32# Ibid., pp. 259-260.
34# La Confesión de Augsburgo, Editorial Concordia, Saint Louis, Missouri, 2003.
35# César Vidal Manzanares, Diccionario de los papas, Ediciones Península, Barcelona, 1997, p. 95.
36# Idem.
37# Verónica Zaragoza Reyes, Reseña de Perla Chinchilla y Antonella Romano (coordinadoras), Escrituras de la modernidad: los jesuitas entre cultura retórica y cultura científica, México, Universidad Iberoamericana, 2008, Estudios de Historia Novohispana, número 43, julio-diciembre 2010, p. 261.
38# César Vidal Manzanares, op. cit., p. 95.
39# J. N. D. Kelly, op. cit., p. 262.

Fuente: Protestantedigital, 2017