Por. Tomás Castaño Marulanda, Colombia.
Hemos afilado nuestras posturas de “la verdad”
como las dagas de los sicarios zelotes que asesinaban a cualquiera que
consideraran infiel y alejado de su sistema de creencias de mesianismo
apocalíptico. Que llegaron a matar al sumo sacerdote del templo y se
unieron con otras facciones para expulsar a las tropas de militares romanos de
Jerusalén, una victoria que les cobró, no muchos años más tarde, la vida de sus
habitantes que murieron, muchos, de hambre, antes de que las legiones de
“recuperación” de la ciudad, que habían obstaculizado su entrada y salida a la
espera campante de que los alimentos acabaran, al fin entraron con filo de
espada a matar y a destruir. Hasta ese día hubo templo judío en Jerusalén. La
lucha a muerte por la verdad dio lugar a la masacre de muchas familias, a ríos
de sangre fluyendo en las calles, a torturas y miedo.
(Para este relato me valgo del libro “El Zelote”
de Reza Aslan.)
Creo en una verdad fraccionada entre todos y todas,
que logra verse cada vez más completa, en tanto vivimos y nos complementamos en
comunidad: un Jesús visto desde diferentes ángulos que logra ser
completo, sólo cuando aprendemos a mirarlo con el otro. A veces es difícil
caminar en ese sentido, tal vez porque crecimos en instituciones sociales a
blanco y negro, de lo bueno y de lo malo, de lo nuevo que sirve y desplaza a lo
viejo que es caduco. Aun así, es necesario soñar la utopía del reino de Dios
que se propone como la alternativa a la normalidad en que fuimos enseñados a
mirar el mundo.
Esa es una de las enseñanzas que nos deja saber que
el evangelio; la esperanza de una nueva y grata noticia que es aplicable a una
diversidad incontable de escenarios sociales, fue compuesto en contextos
diferentes, por diferentes tradiciones de la reflexión de los hechos y los
dichos de Jesús, para aportar ideas prácticas a las realidades específicas y
concretas que vivían las comunidades “del camino”, seguidoras del cristo que
fue incapaz de vivir en el status quo, viendo y viviendo un
panorama colectivo de desilusión y angustia.
Nosotros nos agolpamos tras las trincheras de
nuestras denominaciones y a veces nos juntamos con las facciones que creen de
alguna manera similar a como nosotros creemos. Damos lugar a las voces
autoritarias que reclaman tener “la verdad”, como si “verdad” fuese un
objeto que se “tiene”, al cuidado de unas élites privadas, que la administran y
la proveen de una manera fraccionada, para que quienes la están buscando puedan
volver a ellos una y otra vez, y seguir recibiendola a migajas.
Más bien la verdad se vive. La
verdad es un camino que nos llena de vida. Es darse cuenta de lo que ocurre en
el alrededor, así como lo hacía Jesús, y generar/aportar alternativas que
lleven a las personas a vivir el reino de Dios, la sanidad, liberación y
esperanza que representa. Es una invitación constante a mirar el mundo desde la
óptica de un Dios cercano y familiar que ocurre en la vida cotidiana, en la naturalidad
del día a día.
Y es que si vamos a asimilar categóricamente a
Jesús como “verdad”, debemos entenderlo dentro del panorama amplio de lo que
dice el evangelio de él y no desde nuestras idea de verdad subordinada al
método científico y a las minucias estrictas de lo fáctico, puesta en
confrontación con “las pruebas”. Jesús, como se nos propone, era un campesino
inquieto, con unas afirmaciones admirablemente invaluables, que los escritores
exponen como un alguien lleno de preguntas que está constantemente buscando
resolverlas. Uno que se aleja del camino de la familia, de la normalidad, para
sentarse a escuchar y a preguntar a los maestros del templo.
En medio de todo, Jesús no era un hombre de
ciencias, su mensaje lo compuso a base de las experiencias de trabajadores del
campo y pescadores y madres de familia y padres de familia y niños; hombres
y mujeres de su época que ocurrían dentro de los paradigmas sociales, y sin
embargo, buscando imprimir ideas de libertad. Su observación es anecdótica,
llena de imágenes con las que creció en la aldea pequeña de Nazareth y en su
lucha por sobrevivir en la vida como “tektón” (carpintero), hombre sin tierras
que camina de aldea en aldea, tal vez de ciudad en ciudad, valiéndose de los
arreglos que necesitaran los tenedores de tierra en sus propiedades, o, tal
vez, de las nuevas construcciones de la nobleza que necesitaba mano de obra en
masa en las ciudades. buscaba el pan diario, vivía a la suerte de quien
quisiera darle trabajo.
Unir el concepto “verdad” a la luz de la vida y
obra del maestro galileo, nos lleva inevitablemente, a mirarla y a vivirla,
desde el proceso, desde la matices, desde las realidades particulares. Cada
sanación fue diferente, cada acercamiento e historia tenían sus propios
elementos, cada parábola estaba adecuada al momento y al lugar. La verdad, o
por lo menos la forma en que se expresa, es contextual, se transforma a medida
que se transforma la geografía y las agrupaciones humanas, y las estructuras
políticas, y lo que esas estructuras dan a luz socialmente.
Hubo relatos, en las Escrituras, que cada uno de
los narradores contó de maneras diferentes, anexando o dejando de nombrar
detalles, de acuerdo a lo que cada uno de los que querían contar la historia,
decidía que era importante, a la luz de lo que pensaron, cada uno de ellos,
serviría para su público específico; las comunidades de esperanza que a medida
que crecían se enfrentaban a su época y a la lógica de los sistemas que ellos
buscaban trascender de manera alternativa, viviendo la verdad de Jesús. Cada
necesidad y ubicación espacio temporal permite apreciar, reconocer esa verdad
desde diferentes posibilidades.
Nuestro filo de la verdad a veces nos genera una
sensación de “victoria”, sin que notemos que, a la larga, estamos perdiendo el
punto y estemos construyendo finales infelices, como los sicarios zelotes de
Jerusalén. Finales que incluyen muerte y terror, finales de odio y
resentimiento, de lejanía y distancia. Finales en que no es posible que se
cumpla la oración de Jesús “Te pido que todos ellos estén unidos; que como
tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos estén en nosotros, para que el
mundo crea…”, tal vez vivimos en un mundo que ha dejado de creer
precisamente porque no hay unidad. Y ¿qué es “unidad” si no, juntar los
puntos de vista desde donde nos relacionamos con Dios con las enseñanzas de
Jesús dejando que él sea en todos “la verdad”?
Fuente: Lupaprotestante, 2018
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