Por. Alfonso
Ranchal, España
Hablar
de abuso en el contexto de la iglesia es casi como entrar en un territorio
virgen o inexplorado y no debido a que se desconozcan casos sino porque los
mismos parecen silenciarse siendo considerado este tema una especie de tabú.
Enormemente significativo es, además, que determinadas clases de pensamiento, o
estructuras eclesiales, se basan precisamente en algún tipo de abuso haciendo
del mismo una forma de vivir la fe incurriendo de esta manera en su
normalización. Con esto último quiero significar que lejos de ser detectados, y
consecuentemente denunciados, lo que ocurre es que esta forma de proceder se
presenta como cristiana y, entonces, el desastre está servido.
“Después
de trabajar cuarenta años como guía espiritual, me aterrorizan los enormes sufrimientos
que causan los dictadores espirituales a personas, grupos y congregaciones
cristianas. Al mismo tiempo, me causa consternación el hecho de que rara vez se
habla con claridad acerca de esto, aún entre los cristianos y los especialistas
en este campo”.
Edin
Lövas[1].
Cuando hablamos de abuso lo que
posiblemente nos viene primero a la mente es el de tipo sexual o psicológico
pero la realidad es que los hay de variadas clases y el que se puede dar en el
seno de una determinada congregación no necesariamente puede parecer
escandaloso pero produce un daño de la misma intensidad y repercusiones, para
la persona que lo sufre, como los dos anteriores. Por tanto, sin duda podemos
hablar de abuso espiritual el cual se puede estar dando
sutilmente, de forma consciente o no, en no pocas congregaciones y que supone
para la persona que lo padece un gran sufrimiento.
El abuso espiritual consiste,
precisamente en maltratar a una persona que necesita ayuda, apoyo o mayor
crecimiento espiritual, lo cual debilita, sabotea o disminuye el desarrollo
espiritual de esa persona.
Uno de
los casos más llamativos y comunes es el que se basa en la supuesta autoridad de
un pastor o cuerpo dirigente y en donde no se está permitida la discrepancia.
Algunos creyentes son sistemáticamente silenciados o ignorados cuando tienen
una opinión diferente en temas doctrinales, de organización o de orientación
para la iglesia.
Sostenidos
en esta supuesta autoridad divina que él o ellos representan se mira con
desdén, se pone en tela de juicio la espiritualidad del creyente, o
sencillamente se le llama al orden. Este creyente, que puede tener una
sensibilidad diferente o tal vez ha leído otras posturas posibles frente a
determinados temas o pasajes bíblicos, será considerado como molesto, poco
espiritual y muy posiblemente tachado de pretender estar por encima de lo que
Dios dice y que equivale exactamente a lo que ellos enseñan. Es un tipo de
abuso que se puede llamar de posiciónya que son ellos los
escogidos divinamente y se ven legitimados para actuar de esta forma.
Con
esto no pretendo decir que no se den casos en donde un cristiano por su cuenta
y riesgo quiere imponer algo que puede estar claramente equivocado o tener una
mala actitud o incluso soberbia. Estoy hablando de otra cosa.
Es
sobre esta posición elevada que los dirigentes, supuestamente espirituales,
coaccionan, presionan e incluso colocan un interrogante a la integridad moral
del que se ha atrevido a mostrar su disconformidad. Al creyente sensible esta
situación le producirá un profundo malestar, podrá confundirlo e incluso puede
que se calle de allí en adelante y que viva sus dudas y preguntas en su
interior.
Es
importante tener presente que podemos hablar de abuso espiritual cuando un
cristiano que necesita orientación, comprensión o tener claras determinadas
cuestiones de fe es silenciada. Para ello se puede recurrir a la manipulación,
como ya hemos apuntado, y así es debilitada y disminuido su desarrollo como
persona, como creyente. Los que están en posiciones de autoridad podrán incluso
hablar de él como alguien problemático y que debe abandonar el ministerio que
puede estar desarrollando o, sencillamente, dejarlo de lado para que así
produzca la menor molestia posible en el futuro y, por supuesto, excluirlo de
cara a una futura labor eclesial.
Esto
también tiene una variante en la presente era de las redes sociales. Así y
desde las mismas, es que se apunta a los que supuestamente no están en la
“ortodoxia”. Se llama a que cuantos más conozcan la deriva de ese creyente
mejor, se trata de difundir su nombre, de manchar su testimonio. Por supuesto
la ortodoxia la marca el acusador (que no suele tener dudas casi de nada, a sus
ojos él mismo está sobre la montaña de la verdad desde la que puede divisar
todo tipo de error) pero en estos casos ya se ha pasado del abuso al acoso ya
que el supuesto hereje está fuera de su área de influencia física. Bajo una
máscara de piedad pretende actuar en nombre de Dios pero el daño que causa en
absoluto puede provenir del Padre celestial.
Otro
tipo de abuso muy común es el basado en el legalismo. Al
creyente se le coacciona de diferentes formas para que se comporte siguiendo un
patrón establecido el cual puede llegar incluso al cómo vestirse ya que de lo
contrario es considerado como pecador o mundano. Es una manera de entender el
cristianismo fijado en lo externo y descuidando en sobremanera lo interno.
Realizan
una rígida división entre lo que pertenece “al mundo” y lo relacionado con
Dios. Así, ir al cine o al teatro se podría considerar carnal, lo mismo que
acudir a determinados espectáculos, escuchar un tipo de música o el reunirse
con una serie de personas no creyentes. En claro contraste, lo bueno y
aceptable por Dios sería todo aquello relacionado con la congregación y que
ellos se encargan de programar.
Se
hace hincapié en la continuada lectura de la Biblia, en la oración sin cesar,
en la asistencia a los cultos, a las reuniones de grupo, etc. Para esta
mentalidad tiene toda la preeminencia las actividades de iglesia frente a
cualquier otra aunque ésta última sea familiar, entre amigos o laboral. Si el
creyente no se atiene a estas normas, muchas de ellas tácitas, se le considera
en pecado, descarriado, y llegará el momento en el que se le llame al orden.
Esto
suele crear una conciencia de culpabilidad que se traducirá en no saber
reconocer la libertad a que Cristo nos llamó. Es una manipulación en toda regla
que quiere hacerse con el control de la vida y de la alegría de esa persona.
Acabarán concibiendo a Dios como un juez cruel que siempre está atento a
cualquier falta para castigarla. Un Padre celestial que ante todo es vengativo
y apático y que para defender su santidad coarta las vidas de sus hijos.
Parece
que el creyente que sabe que ha sido salvado por gracia ahora tiene que hacer
tal cantidad de méritos que acaba ahogado en el intento. Sí, la salvación fue
gratuita pero ahora su vida cristiana se sostiene en un hacer y en un evitar
para no despertar la desaprobación divina. Dios los liberó pero este tipo de
iglesias los vuelve a atar con cargas más pesadas.
Cuando
una persona ha sufrido este tipo de abuso espiritual las consecuencias que
aparecen en ella son comunes a otros tipos de abusos. De hecho, si llegan a
salir de esta clase de congregaciones quedan marcadas y casi incapaces de
confiar en otras personas que sí poseen una genuina autoridad que no es otra
que la sostenida en el servicio entregado y desinteresado. También se acercarán
a las Escrituras sin poder entender qué significa la gracia de Dios. Llegan a
experimentar una profunda soledad y desilusión ante lo que ellos pensaban que
era la vida de fe.
Si la
persona no es tratada puede quedar atrapada en una mentalidad propia de las
abusadas tomando características enfermizas lo que la predispone para nuevos
abusos en el futuro, sean del tipo que sean.
Puede
llegar incluso a creer que el problema es ella misma y que si Dios está airado
es por culpa suya, a eso se debe su infelicidad, su tristeza interior, jamás
está a la altura.
A la
persona atrapada en el abuso le es muy difícil salir del mismo. Las razones son
variadas y así es frecuente la vergüenza, esto es ser señalada en el seno de
esa comunidad e identificada como conflictiva e incluso destinada a la
perdición; el miedo, ya que ha pertenecido al grupo por un considerable espacio
de años y no sabe qué hacer fuera del mismo, a lo que se le une el temor a
dejar familiares y amigos de toda una vida o incluso pánico a que algunas
facetas de su vida se conozcan al haberse sincerado con alguien, en momentos
concretos, buscando orientación.
Son
cadenas que la persona abusada arrastra y que la hacen sentirse cansada, triste
y exhausta y es posible que ni siquiera lo aparente al vivirlo todo ello en
secreto.
Otro
tipo de abuso se da cuando se utiliza la Biblia para silenciar,
apartar o incluso como una especie de garrote con el que se golpea al creyente.
Así los líderes que creen tener la última palabra pueden usar una serie de
versículos para apoyar su posición y mantenerse por encima del creyente común.
El legalismo, del que ya hemos hablado más arriba, puede ser defendido de
acuerdo a otra serie de versículos tomados fuera de contexto y usados como si
Dios mismo estuviera manteniendo lo que ellos enseñan. El Antiguo Testamento es
especialmente citado para este fin. Allí, gracias a una mezcla de ignorancia y
mala fe, se pueden encontrar textos que apoyen casi cualquier idea. Por
supuesto esconden lo que Jesús podría haber dicho al respecto y así algo ya
superado por el Maestro se trae a otro contexto y tiempo defendiendo su plena
actualidad.
Un caso
especialmente hiriente para con las mujeres es la idea de que éstas
deben estar sometidas a sus esposos aun cuando los mismos se
equivoquen y sean, de esta forma, obligadas a acatar los deseos y directrices
de ellos. Incluso puede darse un maltrato psicológico y físico y aún así haber
líderes que le aconsejen, en nombre de Dios, que regresen a su hogar, que oren
y que soporten todo aquello como una ocasión para crecer. Frases como poner la
otra mejilla, respetar en todo al marido, que él es la cabeza del hogar
creyente o que Dios tiene un propósito en todo, son usadas para perpetuar el
sufrimiento de la esposa.
Esto,
digámoslo claro, es una aberración de lo que Dios desea para todos sus hijos.
Nadie tiene el derecho de condenar a estas mujeres a un sufrimiento de tal
calado, muy al contrario deben ser escuchadas, sostenidas e incluso aconsejadas
a que denuncien a sus maridos en los casos de gravedad. No es cierto que las
mujeres deban aceptar y acatar esto como proveniente de Dios sino todo lo
contrario. Es más, deberían plantearse si sus esposos son realmente cristianos
y si la situación es muy seria pensar en disolver el matrimonio. Ellas estarían
en perfecto derecho de rehacer sus vidas a todos los niveles.
El
abuso espiritual es un hecho que se da en no pocas congregaciones. No sirve de nada mirar para otro
lado como si no ocurriera. Se trata de poner en evidencia a los lobos que han
sido colocados para cuidar del rebaño. Jesús fue muy duro con aquellos
religiosos de su tiempo que habían ahogado la verdadera fe en un mar de
legalismo, que usaban las Escrituras para su propio fin, que creían estar por
sobre todos o los que consideraban a la mujer como personas de tercera fila.
Fue él el que dijo:
“El
Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar buenas
nuevas a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los presos y dar
vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el
año del favor del Señor.” Lucas 4:18-19.
[2]
Johnson, D. y Van Vonderen, J. (1995). El poder sutil del abuso
espiritual. Miami: Editorial Unilit, p. 22
Fuente:
Lupaprotestante, 2018
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