Por.
René Padilla, Argentina
C.
René Padilla
Desde
1968, el tercer lunes de enero de cada año en los Estados Unidos se celebra con
un feriado nacional el Día de Martin Luther King Jr. Habiendo nacido en la
ciudad de Atlanta el 15 de enero de 1929, este pastor bautista de raza negra,
movido por el poder del amor se transformó en el ícono de la lucha en pro de
los derechos humanos de los negros.
Sus
trece años de activismo fueron años de intenso sufrimiento: las prisiones, los
insultos, las calumnias, los maltratos y las amenazas de muerte fueron su cruz
de cada día. Fue encarcelado veintinueve veces y la FBI lo calificó como “el
negro más peligroso… de la nación”. Finalmente, el 4 de abril de 1968 una bala
asesina le arrancó la vida en un balcón de un motel en la ciudad de Memphis,
cuando tenía apenas treinta y nueve años de edad.
Paradójicamente,
ya en octubre de 1964 se lo había honrado con el Premio Nóbel de la Paz, el más
joven de todos los que habían recibido ese tributo, ya que solo tenía treinta y
cinco años de edad. Y después de haber sido asesinado, cada tercer lunes de
enero todo su país rememora su legado y celebra su vida dedicada a la lucha por
la igualdad racial y la justicia para todos. Esa lucha era motivada por el
ideal cristiano que él sintetizó en su memorable discurso pronunciado ante una
multitud de 250.000 personas (negras y blancas, ricas y pobres) que
participaron en la “Marcha sobre Washington por el Trabajo y la Libertad”, a la
sombra del monumento a Abraham Lincoln en la capital estadounidense. Haciendo
uso de la elocuencia desarrollada en el púlpito de la Iglesia Bautista que
pastoreaba, King describió el sueño que compartía con millones de
afroamericanos como él: el sueño de un mundo caracterizado por la justicia para
todos, un mundo de justicia y libertad donde todos fueran respetados como hijos
de Dios creados a su imagen y semejanza, sin distinción de raza, nacionalidad,
clase social o credo.
Aunque
esa aspiración suya estaba vinculada con la tradición liberal y democrática de
su propio país, definida en la Declaración de independencia y en la
Constitución Nacional, jamás podremos entender su valiente lucha si no damos la
debida atención a sus raíces bíblicas. King no fue principalmente un defensor
de los derechos civiles de los negros: fue un pastor evangélico con profundas convicciones
cristianas, dispuesto a morir, no por un ideal liberal y democrático como tal,
sino por el prójimo como criatura de Dios, fuese quien fuese. Fue por eso que
con tanta vehemencia desafió a sus conciudadanos a desarrollar una perspectiva
global, a ver que “el sueño (norte) americano” no puede realizarse aparte de
ese “sueño más amplio de un mundo de fraternidad y paz y buena voluntad.” Como
alguna vez dijo: “Tenemos que aprender a vivir juntos como hermanos, o
pereceremos juntos como necios. Tenemos que llegar a entender que ningún
individuo puede vivir solo; que ninguna nación puede vivir sola.”
La
motivación fundamental de King fue el amor cristiano, el amor-entrega. Si algo
demuestra la lectura de sus escritos, es que él consideraba que el amor es la
fuerza más grande para la transformación personal y social. A la vez, estaba
convencido de que para que los sueños dejen de ser meros sueños, el amor tiene
que traducirse en acción no violenta en pro de cambios sociales concretos. Por
eso, en colaboración con otros pastores negros, en enero de 1957 organizó la
Conferencia de Líderes Cristianos del Sur (SCLC) para lograr “los plenos
derechos como ciudadano, la igualdad y la integración del negro a todos los
aspectos de la vida americana.” Pero es claro que para King la segregación
racial no era solamente un problema político, sino un problema moral. Desde su
óptica, por lo tanto, los políticos segregacionistas eran culpables de destruir
la fibra moral de la nación, y las iglesias que no se oponían abiertamente a la
segregación negaban con los hechos la autenticidad de su compromiso cristiano.
Tristemente, la
nación que hoy celebra a Martin Luther King Jr. como héroe nacional sigue
invirtiendo millones, billones y trillones en armas “para mantener la paz.”
Mientras tanto, el presupuesto para los programas de ayuda social ha sido
drásticamente recortado y el déficit fiscal ha llegado a sus niveles más
elevados. Y, a pesar de todos los logros obtenidos mediante la lucha promovida
por el movimiento del cual King formó parte a favor de las minorías étnicas en
el campo político y legal, su sueño sigue siendo nada más que un sueño no sólo
en los Estados Unidos sino prácticamente en todos los países alrededor del
mundo con respecto al reconocimiento de la igualdad de derechos de todos
los seres humanos, sin el cual no hay posibilidad de la realización del hermoso
sueño de un mundo de justicia y libertad para todos. Sin lugar a dudas, el
legado de lucha de Martin Luther King contra el lamentable déficit de igualdad
en su país es un llamado a la acción para quienes vivimos en los países
latinoamericanos donde se violan a diario los derechos no sólo de los negros
sino también de los pueblos originarios.
Fuente:
El blog de René Padilla, 2018.
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