Por
Carlos Valle-Argentina
Con
una mentira suele irse muy lejos, pero sin esperanzas de volver.
Proverbio
Chino
Aquel
que tiene un porqué para vivir se puede enfrentar a todos los “cómos”.
Federico
Nietzsche
La
vida de la comunidad muestra signos de mucha vitalidad. Los discípulos crecen
en número. Todo parece desarrollarse en armonía, pero, llamativamente, se
provocan murmuraciones “de los griegos contra los hebreos” porque sus viudas
eran desatendidas en la diaria distribución de la comida (Cap. 6). Algunas
versiones entienden que se trata de “judíos helenistas” en contra de “judíos
nativos”. Otras se refieren a los de “lengua griega” contra los de “lengua
hebrea”. Esta calificación se convierte en una interpretación que podrían
aceptar, considerando que, el alcance de la cobertura de la prestación que
ofrecían, no era discriminatoria.
Aquí
es, donde por primera vez, se hace mención sobre el servicio social de la
comunidad cristiana, la atención humanitaria en la que estaban involucrados los
apóstoles: ofrecer comida donde las diferencias entre griegos y hebreos no
primaban sobre los planteos teológicos. Los apóstoles creen que ha llegado el
momento que, para atender “el servicio a las mesas”, es necesario buscar y
elegir a quienes puedan reemplazarlos. Es así que eligen “siete varones de buen
testimonio”, a los cuales se les reconoce que están “llenos del Espíritu Santo
y de sabiduría”. Mientras tanto, las mujeres no parecen haber sido consideradas
para colaborar en este servicio.
Elección
de siete varones
Entre
los nombrados se menciona a Felipe, a quien se califica como “varón lleno de fe
y del Espíritu Santo”. No se trata del Felipe que aparece en la lista de los
apóstoles (1:13). Este Felipe adquirirá cierto protagonismo, a quien llamarán
“el evangelista” (21:8). A la bendición de los apóstoles para estos siete
varones le sigue el crecimiento del número de discípulos, con la novedad de que
“muchos sacerdotes obedecían a la fe”.
El
servicio social que prestaba la comunidad de fe se puede entender a partir de
las ofrendas que, en algunos casos, parecieron ser importantes, para sostener
una tarea abierta a todo tipo de necesitado. ¿Por qué la comunidad se
comprometió con este servicio? No se indica en ninguna parte que en Jerusalén
el hambre fuera tan apelante, y no se sabe a ciencia cierta cuántas eran esas
viudas griegas que no recibían ayuda. Todo da a entender que se está hablando
de un servicio diario, para el cual, no importa el número de los receptores, se
debía contar con un equipo responsable para preparar la comida. Esa no parece
haber sido la responsabilidad de los apóstoles. De todas maneras, no es claro
qué clase de actividad social estaban desarrollando. Nunca se indica que esa
actividad fuera fruto de un imperativo que surgía del mismo mensaje que
proclamaban. En los primeros discursos, no se hace mención de las necesidades
básicas de las que carece el pueblo. Toda la crítica se centra en la
responsabilidad de quienes habían perseguido y dado muerte a Jesús.
Se
puede pensar que Hechos da por sentado que su audiencia sabe de qué está
hablando, porque es posible que quienes reciban su texto conocen experiencias
similares. De todas maneras, no hay ni siquiera una indicación de por qué
estaban ayudando a los griegos y qué clase acuerdo habían asumido hasta aquí
para incluirlos como beneficiarios de su asistencia. Si se tiene en cuenta que
la tensión de la misión a los gentiles entrará pronto en conflicto en el seno
de la comunidad cristiana, es lógico pensar que hay un interés no explicitado
por el cual los griegos son mencionados aquí, que lleva a los apóstoles tomar
los recaudos necesarios para suplir esa demanda.
Esteban:
testimonio, mentira, falso juicio y muerte
Prontamente,
Esteban adquiere un papel protagónico en la vida de la comunidad. Se cuenta que
hacía “grandes prodigios y señales”, pero no se indica en qué consistían. Sus
acusadores no tienen mejor argumento que mencionar que le han escuchado decir
palabras blasfemas contra Dios y Moisés. Este es un buen argumento para llamar
la atención de los ancianos y los escribas. Sin embargo, eran lo
suficientemente efectivos para producir el repudio de varias sinagogas. Cuando
no se tienen argumentos válidos siempre se puede recurrir al rumor que provoque
escozor y dar, a la vez, lugar a la mentira. Se trata de provocar reclamos que
apelen al sentimiento de la gente, para cual siempre se encuentra a alguno que
también está dispuesto a ser sobornado. De manera que los que acusan a Esteban
entran en acción y lo llevan al Concilio para enfrentarlo con testigos falsos.
Lo que
destaca Hechos, como para desorientar o asombrar al lector, es que los reunidos
en el Concilio “vieron su rostro como el rostro de un ángel”. Una breve nota
que expresa poéticamente lo que está sucediendo. Estamos frente a un juicio en
el que los mismos acusadores terminan provocándose a sí mismos. El deseo de
culpar y castigar es como una sombra que les impide ver lo que en realidad
están viendo. La breve reflexión de Hechos tiene un hondo sentido que se
comprende si se entiende la absurdidad de las acusaciones. La historia ha
mostrado las crueldades de quienes viendo no vieron, y no tuvieron piedad para
castigar a quienes se encontraban indefensos. El poder tiende a restar todo
vestigio de sensibilidad y volverse más cruel. El clima de venganza que se ha
creado alrededor de Esteban, obnubila la percepción de la gente para darse
cuenta de que están frente a un acusado que no merece ser condenado. La
manipulación de la gente siempre es un resorte al cual se apela para cubrir las
injusticias.
El
Concilio le reclama a Esteban que responda a una simple pregunta “¿Esto es
así?” La respuesta no se hace esperar (Cap.7) Esteban ofrece un largo discurso
donde cuenta, empezando por Abraham, la extensa historia del pueblo de Israel,
en un detallado resumen que llega hasta Salomón. Se trata de un discurso que
evidencia una clara elaboración, como es el caso de todos los que registra
Hechos. La presentación tiene el tono del examen de un estudiante con buen
conocimiento. Lo que no resulta claro es la necesidad que tuvo Hechos para
reproducir tan extensa historia sin aclarar el problema que se le quiere
plantear a Esteban. Se podría pensar en otro motivo, como que los receptores de
Hechos desconocen la historia del pueblo de Israel, y por eso se hace necesario
ese detallado resumen. El argumento no es muy sólido teniendo en cuenta sus
posibles lectores, ni tampoco que esa explicación ayude a conocer mejor a
Esteban.
La
intención evidente del Concilio no iba más allá que la de ejecutar lo decidido
previamente, y solo buscaron cubrir los procedimientos legales habituales para
estos casos, a fin de que nadie pudiera acusarlos de tomar decisiones sin el
previo juicio. Este proceder es común en todo proceso legal que cubre la
injusticia de sus actos con una detallada argumentación que sustente su
veredicto. Es evidente que ningún cambio se iba a producir porque el veredicto
había sido previamente determinado. A la argumentación de Esteban no se le
atribuyó validez. No sirvió para conocerlo mejor ni para reconocer la
importancia a su testimonio. De todas maneras, queda la pregunta sobre la
necesidad de incluir este largo texto histórico. Pareciera ser uno de esos
pasajes importantes en sí mismos, aunque no necesariamente aquí ayudan a
enriquecer o valorar mejor a Hechos. Pudiera ser que se lo incluye como
contraste frente a la intransigencia de quienes no quieren oír. Por otro lado,
¿No estaremos frente a lo que se entiende como el dilema de los escritores:
dónde cortar un texto para evitar redundancias o para hacerlo más concreto y
claro?
Comprendiendo
las manifestaciones místicas
Este
extenso relato termina de una manera tajante, porque Esteban empieza a acusar a
sus oyentes de rebeldes, duros de corazón, que se niegan a aceptar que han
perseguido a los profetas y se han convertido en “entregadores y matadores”. La
reacción de sus oyentes no se hace esperar, enfurecen y arremeten contra él.
Aquí el texto parece interrumpirse de manera llamativa. Como si todo lo que ha
pasado en el juicio pudiera quedar, por un momento en suspenso, se pasa a otra
acción sin conexión directa con la reacción de la gente. El efecto
comunicacional es muy significativo, porque se convierte en la descripción de
la irrupción de una visión situada en un ámbito celestial que rodea la figura
de Esteban y lo sustrae momentáneamente de la furia que lo acosa, como un manto
de protección, y resalta la genuinidad de su persona y mensaje. Se está aquí,
indudablemente, frente a una reflexión de tono místico que describe la
espiritualidad de Esteban, aunque que no resulte visible a los ojos del
Concilio. La mención del “Hijo del hombre sentado a la diestra de Dios” reitera
lo dicho por Pedro en su primer mensaje (2:33). Esta descripción del lugar
actual que ocupa Jesús es de un fuerte contenido alegórico, que procura
destacar el lugar particular de ese Jesús que han visto levantarse hacia el
cielo.
Esta
descripción de Dios, los cielos y el Cristo a su lado es recurrente en la
Biblia Es una bella manera de expresar con símbolos concretos convicciones que
solo una imaginación descriptiva puede manifestar. La necesidad de comunicar
gráficamente pensamientos religiosos, para los que requiere apelar a medios más
allá del lenguaje, llegará a ser un camino que, por ejemplo, procurarán
muchísimas expresiones visuales de muy variadas formas. De todas maneras, en
muchos casos no han hecho otra cosa que poner imagen a la antigua cosmología
recibida y plasmarla en cuadros y esculturas cuyos alcances y límites estaban
definidos por la proyección de sus concepciones teológicas. La ruptura con los
preceptos recibidos generalmente fue considerada como una audacia cuestionadora
y sospechosa. El valor de este tipo de comunicación reside en la veracidad que
se pueda atribuir a lo que se narra. Una narración, que pone el acento en la
importancia de una manifestación sobrenatural, apunta a valorizarla de una
manera muy llamativa y provoca diversas interpretaciones difícilmente
compatibles.
El
valor de la visión de Esteban es una manera muy gráfica de contrastar lo que
pasa en el Concilio con el mensaje que ha presentado. Un valor que no quieren o
no pueden percibir, y que se incluye como una lectura paralela a lo que está
sucediendo en el juicio del Concilio. En la historia de la iglesia la reflexión
teológica ha llegado a transformar una expresión simbólica en un hecho real,
con lo cual ha terminado distorsionando los contenidos más profundos. La
autenticidad de un símbolo pierde su real valor cuando se lo domestica para
hacerlo parte de una materialidad que se supone lo valoriza. Pero, su resultado
termina denegando al símbolo su propia raíz de expresión sensorial.
Después
de esta transición, Hechos vuelve a situar el relato en el momento en que
Esteban es llevado a las afueras de la ciudad y apedreado hasta su muerte,
mientras él ruega que el “Señor Jesús” tome su espíritu, mientras implora que
no se tome en cuenta lo que están haciendo con él. Los cristianos sufren la
pérdida de uno de los siete “varones de buen testimonio”, que lo convierte en
el primer mártir de la breve historia del movimiento cristiano.
Saulo
el perseguidor de la iglesia
Como
una cierta confidencia, en medio del apedreamiento y muerte de Esteban, se
indica que “los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se
llamaba Saulo.” (7:58). No se dice que él estuviera involucrado en su muerte,
aunque, como una conclusión fatal y dramática, se menciona “Y Saulo consentía
en su muerte” (8:1) Esta es la segunda mención de quien será más conocido por
su nombre en griego: Pablo. De todas maneras, el peso de esta aseveración es
muy significativo para describir en dos palabras quién era el que perseguía a
los cristianos. En el capítulo V se hará mayor referencia a la persona de
Saulo/Pablo y su cambio radical.
No se
puede dejar de mencionar que llama la atención – un comentario más sobre la
división de capítulos y versículos en la Biblia- que la mención de Saulo no es
la frase final del capítulo 7 sino es la primera del capítulo 8, que interrumpe
el desenlace de la historia de Esteban. Pero esto no es algo atribuible al
autor de Hechos sino a quien, al dividir la historia, es probable que quisiera
evitar acentuar la relación tan estrecha de ambas situaciones.
Hechos
indica que, en ese tiempo, se desata una “gran persecución” a la iglesia de
Jerusalén, que hace que la gente se disperse entre Judea y Samaria y, se
acentúa, “salvo los apóstoles” (8:1). No se sabe por qué los apóstoles no
abandonaron Jerusalén. Se pueden ofrecer variadas teorías, tales como que no
tenían temor a la persecución; que estaban bien resguardados y no lograban
apresarlos, y la menos probable, que las autoridades religiosas tenían respeto
por ellos. De todas maneras, las suposiciones no aseguran la veracidad de los
sucesos. Por su parte, los cristianos dispersos “iban por todas partes
anunciando el evangelio”.
Mientras
se empezaba a diseminar la predicación del evangelio, nos encontramos con la
figura de Saulo, quien “asolaba a la iglesia”, persiguiendo a los cristianos
casa por casa, y encarcelando tanto a hombres como a mujeres. La aparición de
Saulo y su ensañada persecución a los cristianos aparece sin una previa
introducción de su persona. Parece obvio que esta presentación tiene un
contenido dramático previsible. Seguramente los lectores sabrían de quien se
estaba hablando, y este texto refleja el valor de un escritor que conoce su
oficio. No obstante, debe mencionarse que no está claro a quien respondía este
perseguidor y con qué autoridad ejercía su tarea. ¿Se trata de un gesto
dramático para contrastar con su posterior llamativo encuentro luminoso camino
a Damasco? Allí se dirigía como parte de su aventura por la aniquilación de
esta nueva manifestación de fe religiosa. Una pista podría darnos el hecho que
sabemos que le pidió cartas al Sumo Sacerdote para poder llevar a cabo su tarea
y traer presos a Jerusalén (9:2). ¿Se podrá, entonces, suponer que en Jerusalén
actuaba con la anuencia del Sumo Sacerdote? No se puede responder con certeza a
esta pregunta, pero sí se puede considerar que el Sumo Sacerdote consentía, al
menos, en lo que Saulo pensaba emprender en Damasco. De ser así, es claro que
la aversión de la religión oficial era muy evidente, y que los límites para
encuadrar a esta nueva manifestación religiosa estaban desbordados. Las
persecuciones religiosas no eran una novedad para aquella época y,
lamentablemente, los mismos cristianos se convirtieron en distintas épocas de
la historia en desbordados perseguidores. El papel de perseguidos o
perseguidores han variado a la lo largo de la historia. Lo sucedido a Esteban,
con todo su dramatismo e importancia, no impidió que se produjeran otros
martirios, ni que sus ejecutores “vieran su rostro como el rostro de un ángel”.
Cuando
el dinero no compra todo
Mientras
Saulo continuaba con su despiadada persecución, Felipe, uno de los “varones de
buen testimonio”, se encontraba en Samaria, y no solo predicaba sino efectuaba
curaciones de todo tipo. Aparece en aquel lugar un particular personaje llamado
Simón (8:9) que hacía magia en esa ciudad. Se hacía pasar por una persona
importante, como muchos de estos protagonistas, que tienen la capacidad de
saber cómo seducir a su audiencia y atribuir lo que hacen “al gran poder de
Dios”. Simón vio la oportunidad de congraciarse con los cristianos, por lo que
acepta la predicación de Felipe y se bautiza.
Cuando
los apóstoles se enteran de los progresos que se vienen llevando a cabo en
Samaria, deciden enviar a Pedro y a Juan quienes imponen las manos a los
creyentes que se han incorporado a fin de que reciban el Espíritu Santo. Esto
llama la atención de Simón que trata de convencer a los apóstoles con dinero
para que le concedan el poder de otorgar el Espíritu Santo. La respuesta de los
apóstoles es terminante: que su dinero perezca con él, porque ha pensado “que
el don de Dios se obtiene con dinero” y le invitan a arrepentirse porque lo ven
“en hiel de amargura y en prisión de maldad”. No sabemos si Simón llegó a
arrepentirse de su insólito pedido, solo rogó que no cayera sobre él la
imposibilidad del perdón. Y allí termina la historia de Simón, porque los
apóstoles deciden volver a Jerusalén.
Los
casos de Simón y el anterior de Ananías y Safira están unidos por la presencia
del dinero como elemento irritante para una adecuada relación de fe. Ambos
tienen ciertas similitudes y grandes diferencias. Corresponde mencionar que es
muy difícil atribuir a Ananías y Safira una calculada mala intención por las
razones ya indicadas, pero, en el caso de Simón, podemos entender que se trata
de alguien que busca chantajear a los apóstoles, lo que demuestra que se trata
de un abuso que desnuda sus intenciones. De todas maneras, es llamativo que, en
el caso de Ananías y Safira, la resolución de la situación termina trágicamente
para ambos sin oportunidad alguna para el arrepentimiento. Mientras tanto, el
caso de Simón evidencia a todas luces su intención de aprovecharse de la
situación por lo que recibe un fuerte rechazo, pero, al mismo tiempo, un
llamado al arrepentimiento. Si Simón se arrepintió o no, no resulta claro en
este relato.
Al
menos, deja la duda sobre la vara con que se midió a ambas historias. Los
motivos no son claros y llevan a preguntar sobre cómo entendía la comunidad que
se puede ser apto para ser perdonado y cuándo resulta imposible. ¿Por qué
Ananías y Safira no tienen la oportunidad de arrepentirse? ¿Por qué ni siquiera
se les ofreció está posibilidad cuando sí la tiene Simón, cuyas intenciones han
sido fuertemente rechazadas? Estas contrastantes historias muestran ciertas
contradicciones en el manejo de la responsabilidad sobre el contenido de un
mensaje que refleja la preponderancia de las reglas culturales que modelaban la
sociedad, y a la cual los contenidos de su fe llegaban a determinar.
Tangencialmente
aparece el tema del lugar del dinero en el seno de la comunidad. Desde el
primer momento, los discípulos que procuran vivir en comunidad, aparecen
sustentados por el aporte de quienes están dispuestos a poner todos sus bienes
para su sostenimiento. También se puede hacer referencia a la ofrenda que, en
su momento, Bernabé y Saulo llevan para ayudar a los hermanos de Judea, sin
dejar de mencionar los reiterados llamados a ofrecer limosnas. La comunidad
cristiana, por atendibles razones, estaba desde un principio involucrada con el
tema del dinero y reaccionó, como se ha visto, de diferentes maneras. Al mismo
tiempo, se podría preguntar, cómo era que se sostenían las tareas misioneras,
hospedaje, comida, viajes y otros menesteres. Se puede sospechar que contaron
con el auxilio de recursos ocasionales, y de la buena voluntad de aquellos a
quienes predicaban. En aquel momento, no se da a entender que se hubiese
establecido una tesorería, al menos no se dice nada después de la desaparición
de Judas, que era quien manejaba los fondos de los discípulos en vida de Jesús.
Lo que sigue a esta historia es que, las aceptables razones para el desarrollo
del ministerio, con el tiempo van adquiriendo otros matices. La imagen de una
iglesia que ejercita su poderío religioso como instrumento de riqueza muy
pronto se va a ir haciéndose presente hasta hoy. Pero esta es otra historia que
excede los propósitos de este libro.
Felipe
y un personaje muy peculiar
A
continuación, otro relato se relaciona con Felipe. En este caso lo ubica fuera
de Samaria (8:26), en el camino que desciende de Jerusalén a Gaza en una zona
no muy transitada. Se menciona que ha acudido a la orden de “un ángel del
Señor”, lo que acentúa la importancia de lo que va a suceder. La presencia y
acción de los ángeles en momentos significativos de la vida de la comunidad es
parte de una vieja tradición que se manifiesta, entre otros, en el anuncio del
embarazo de María y en la tumba en la que había sido depositado el cuerpo de
Jesús. La significación de estas presencias tiene una connotación que excede
los límites de la realidad que los rodea e impone un sello peculiar a los
sucesos. La mención de ángeles siempre tiene el propósito de hablar de un
mandato o palabra de Dios. Los ángeles son símbolos claramente identificables
que la imaginería de los teólogos ha ido corporizando y graficando con
llamativas vestimentas blancas portando destacadas alas que partían desde sus
espaldas.
A la
orden del ángel, Felipe se encuentra con un personaje descripto con cierto
detalle: etíope, eunuco, funcionario de Candace reina de los etíopes,
intendente del tesoro. Etiopía figura en el libro de Reyes, y se destaca allí
la visita de la reina de Sabá a Salomón, a quien ella desea conocer
profundamente (I Reyes 10). Las preguntas e inquietudes de la reina son
contestadas de tal manera que ella se admira de la sabiduría de Salomón. Son
cuantiosos los regalos que ofrece a Salomón en su despedida. Algunos consideran
que, a partir de ese momento, los reyes de Etiopía mantuvieron vínculos
religiosos y continuaron visitando el Templo de Jerusalén. Esto daría pie para
entender por qué este etíope está yendo a Jerusalén “para adorar”. Es conocido
que, por cientos de años, se fue formando en Etiopía una comunidad judía, a la
que tardíamente el Estado de Israel reconoció a sus miembros como verdaderos
judíos, aptos para volver a Israel.
Indudablemente
es un funcionario importante, ya que es el encargado del manejo del tesoro. La
condición de eunuco se le imponía a aquellos que estaban en las cercanías de la
corte, limitándoles de esta manera la posibilidad de caer en tentaciones. En
Israel ser eunuco causaba cierto rechazo que aquí se obvia.
Acercándose
al carro del etíope, Felipe escucha que está leyendo al profeta Isaías (Isaías
53) y le pregunta si entiende el texto. Su respuesta es que necesita que
alguien le enseñe. El pasaje habla de la muerte infligida a alguien que fue
humillado y a quien “no se le hizo justicia”. Este relato parece interesar
mucho al etíope, que quiere saber de quién se está hablando, si es del mismo
autor o de algún otro. Felipe no pierde esta oportunidad para “anunciarle el
evangelio de Jesús”.
No se
dan detalles de esa comunicación de Felipe, ni como se produce la decisión del
etíope de ser bautizado. Además, es él mismo quien menciona la posibilidad del
bautismo como forma de aceptar lo que ha oído de evangelio. Hay agua en el
lugar y la reacción de Felipe parece reflejar una fórmula de recepción de
nuevos adherentes: “Si crees de todo corazón…” a lo que el etíope responde con
otra fórmula: “Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios”. Se procede al bautismo
y, a continuación, Felipe es arrebatado por “el Espíritu del Señor” y aparece
en Azoto, anunciando el evangelio mientras se dirigía a Cesarea. No se indica
que el eunuco haya expresado algún tipo de sorpresa por esta abrupta desaparición,
sino que “siguió gozoso su camino.” A partir de ese momento, no se produce
ningún otro encuentro entre el eunuco y Felipe.
El
relato de este encuentro entre Felipe y el eunuco es muy llamativo. Comienza
por sacar a Felipe de su tarea, para mágicamente ubicarlo en camino a
Jerusalén, en un cierto paraje solitario para el encuentro con un personaje muy
peculiar. La puesta en escena está muy estructurada y su objetivo parece ser el
de poner de manifiesto el alcance de la acción de los anunciadores del evangelio.
No es por casualidad que el etíope estuviese leyendo el libro de Isaías, y que
el pasaje fuese justamente el del sacrificio del cordero. Hay que destacar el
hecho de que tuviese una copia del texto de Isaías. En general, casi todas las
copias estaban en poder de las sinagogas. Además, es llamativo que mientras va
en su carro se encuentra leyendo ese texto. Es de presumir que se trata de un
judío etíope que conoce el hebreo, aunque no se indica si es en esa lengua que
se comunica con Felipe. La dinámica del relato se acelera entre el pedido de
explicación de la lectura, la conversión y la ceremonia de bautismo. La tónica
ritual de texto no deja dudas que estamos ante una fórmula establecida.
Se
podrá argüir por qué se introduce esta historia particular con un viajero que
proviene de Etiopía a adorar en el Templo de Jerusalén. Hasta el momento en que
Hechos narra la historia, el evangelio se ha ido esparciendo desde Jerusalén a
varias de las ciudades cercanas. No se ha hablado de acciones misioneras a otros
países. Esto, es conocido, vendrá más adelante en su relato, pero inscribir
esta historia a esta altura indica que Hechos ha hecho una selección de
momentos para escribir su historia y éste, indudablemente, tenía un valor que
era necesario mencionar con cierto relieve y ubicarlo en este momento. Es
quizás por esto, que la intervención de Felipe tenga esta característica tan
marcada: aparecer y desaparecer del mismo modo. Por otra parte, en un momento
del relato se destaca la figura de Felipe, del que sabremos algo más, casi
sobre el final de Hechos cuando Pablo y sus acompañantes lo visitan en su casa
en Cesarea. Se recuerda “que era uno de los siete” y se le llama “el
evangelista” (21:8). Pareciera ser que esta designación no implica que se le
haya otorgado un título sino el reconocimiento a una actividad misionera que,
en buena medida, parece Esteban haber desplegado desde su inclusión entre los
“siete varones de buen testimonio”. De todas maneras, no se sabe si se
introduce este relato del encuentro con el eunuco para destacar la que parece
ser la función principal de Felipe en la vida de Iglesia. No hay, por otra
parte, registro en Hechos de otras actividades que haya realizado Felipe.
Correspondería indicar que posiblemente lo que se buscaba destacar eran, al
menos, dos acentos: el alcance de la actividad misionera y el reconocimiento
del lugar de los etíopes en este círculo de conversos. Solo se puede intuirlo,
porque se trata de una muy escueta información que pareciera ser un mensaje en
clave. Todo esto habla del carácter, en buena medida rudimentario, de esta
historia de la inarticulada pero persistente comunicación del evangelio. (PE)
valleferrari@gmail.com
Capítulo IV de El libro de los Hechos, una mirada desde la comunicación, de Carlos Valle, que se edita juntamente con Prensa Ecuménica
Capítulo IV de El libro de los Hechos, una mirada desde la comunicación, de Carlos Valle, que se edita juntamente con Prensa Ecuménica
Imágenes.
Las Manos de la Protesta de Oswaldo Guayasamín, pintor, dibujante,
escultor, grafista y muralista ecuatoriano. Guayasamín manifestó una
sensibilidad extraordinaria para plasmar el sufrimiento de las clases
oprimidas, el sentir de los más pobres. Refleja las raíces indígenas de los
pueblos latinoamericanos, sus luchas y sus sueños. Nació en Quito el 6 de julio
de 1919. Murió en Baltimore. EE.UU. 10 de marzo de 1999
Carlos
Valle. Teólogo, con estudios en Alemania y Suiza. Pastor (j) de la Iglesia
Metodista Argentina. Director del Departamento de Comunicaciones del Instituto
Superior Evangélico de Estudios Teológicos (ISEDET), Buenos Aires, 1975-1986.
Presidente de Interfilm, 1981-1985. Secretario General de la Asociación Mundial
para la Comunicación Cristiana (WACC), Londres, 1986-2001. Autor de los libros
Fe en tiempos difíciles (982) Comunicación es evento (1988); Comunicación:
modelo para armar (1990); Comunicación y Misión; En el laberinto de la
globalización (2002) y Emancipación de la Religión (2017)
Fuente: ALCNOTICIAS, 2017.
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