Por. Juan Francisco Martínez, EE.UU
La
semana pasada se formalizó la acusación de acuso sexual contra el Cardenal Pell
de Australia. Durante su tiempo como cardenal él fue acosado por acusaciones de
proteger a sacerdotes que habían cometido abuso sexual de menores. Muchos en
Australia lo consideraban un cardenal dispuesto a “proteger” a los sacerdotes
acusados. Pero ahora la acusación va en contra de él mismo. Dice que las
acusaciones son falsas, pero ha dejado su puesto en el Vaticano para defenderse
de las acusaciones en Australia.
Este
caso se da en un contexto de cambios significativos en la Iglesia Católica bajo
el liderazgo del Papa Francisco. El dijo que iba a luchar contra este tipo de abuso,
pero ahora la acusación se da contra uno de los cardenales que Francisco mismo
trajo al Vaticano para tratar con la situación económica turbia de la Iglesia.
Para muchos este es “sencillamente” otro caso que demuestra la situación
problemática que existe dentro de la Iglesia Católica Romana.
Para los evangélicos, nos es muy fácil apuntar a los
casos de abuso en la Iglesia Católica y sentirnos vindicados de alguna forma.
Pero el problema es que los evangélicos también tenemos nuestros secretos.
Existen muchos casos de abuso físico y sexual de pastores contra cónyuges y
contra niños y niñas. Al igual que en la Iglesia Católica nosotros también
tapamos estos casos. Nuestras escusas son “santas”. Decimos que no queremos
lastimar la obra, que el Señor perdona, que los humanos somos débiles, etc.
Todas estas justificaciones son las mismas que han utilizado líderes católicos.
Los evangélicos no encontramos utilizando las mismas “razones” para no tratar
con nuestros propios pecados.
Somos parte de sociedades machistas así que
tendemos a defender las acciones de los varones, aunque le hagan daño a otros.
Los sistemas familiares y eclesiales defienden al abusador y presionan a la
persona abusada a callar. Esto se complica más cuando el abusador es pastor o
líder eclesial. Nos es muy difícil aceptar la idea de que nuestros líderes
tengan pies de barro, así que los defendemos a capa y espada. Y las personas
lastimadas quedan marginalizadas, dañadas y sin recurso para poder confrontar
al abusador y comenzar el proceso de sanar. Mi propia tradición menonita sigue
sufriendo con el impacto del abuso de uno de nuestros líderes más reconocidos a
nivel mundial.
Es
tiempo de romper estos patrones. Necesitamos buscar ser transparentes en todo
aspecto de nuestras vidas personales y comunitarias. Por un lado es tiempo de
confesar. Es tiempo que nosotros los líderes de iglesias evangélicas
reconozcamos que este no es problema de “ellos” sino que es parte de la
realidad del pecado humano. También necesitamos llamar a los pastores y líderes
que son culpables a nombrar su pecado, buscar la sanidad de las personas a las
que dañaron y comenzar procesos de restauración.
También
es tiempo de declarar y denunciar. Necesitamos abrirle las puertas a las personas que
han sido dañadas para que puedan nombrar lo que les pasó y que puedan recibir
el apoyo que necesitan para recuperarse. Necesita ser claro en nuestras
iglesias que el abuso emocional, físico, sexual o de cualquier otro tipo no
será tolerado.
Es
tiempo de liberar a nuestras iglesias de los secretos que tenemos escondidos. Tenemos que
nombrar este pecado por lo que es. Hay muchas personas que todavía viven con el
impacto de lo que les pasó y que no han podido resolverlo completamente porque
la persona que les hizo el daño fue un pastor. Si creemos en la gracia de Dios
sabemos que puede haber liberación tanto para las víctimas como para los
victimarios. Pero tenemos que tomar acción.
También
es tiempo de proteger a los más vulnerables en nuestra sociedad y en nuestras
iglesias. Necesitamos crear sistemas de cuidado e intervención para evitar que se dé
el lugar para el abuso. Necesitamos intervenir cuando vemos situaciones
cuestionables y necesitamos darles herramientas a nuestros líderes para que
pueda evitar toda tentación hacia el abuso.
El evangelio nos invita a vivir hacia el llamado de
Dios en Cristo Jesús. Nos llama a la santidad y nos da el poder del Espíritu
Santo para vivir de maneras transformadas. Pero también nos confronta con la
realidad del pecado y del hecho que si tratamos de taparlo no podremos recibir
su perdón, su liberación, su gracia.
El caso del Cardenal Pell nos ha recordado de la
realidad del pecado en todos nosotros. Pero también nos da la oportunidad de
reflexionar sobre la transformación que Dios quiere hacer en nosotros, si
estamos dispuestos a confesar, a confrontar el mal y a restaurar a los que han
sido dañados por el pecado o que han dañado a otros. Que el Señor obre su
transformación en nosotros.
Fuente: Protestantedigital, 2017
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