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lunes, 3 de julio de 2017

Desinteligencias entre interpretación teológica y comunicación en el libro de Hechos de los Apóstoles



Por Carlos Valle-Argentina
Las circunstancias en que hoy oramos por el reino de Dios nos impelen a la más honda solidaridad con el mundo. Dietrich Bonhoeffer
Hay dos formas de ver la vida: una es creer que no existen milagros, la otra es creer que todo es un milagro. Albert Einstein
Capítulo III de El libro de los Hechos, una mirada desde la comunicación, de Carlos Valle, que se edita juntamente con Prensa Ecuménica
Predicación y curaciones
Desde su comienzo, los sucesos que narra Hechos buscan poner de relieve la trascendencia de lo que ha sucedido y sus consecuencias sobre la vida del pueblo. Todo esto se acentúa con la curación de un cojo (3:1-10), que es el primer acto de curación por parte de Pedro, que da lugar a resaltar su liderazgo. Es llamativo que esta curación se lleve a cabo en la puerta del templo. Pedro, junto al apóstol Juan -primera mención de otro apóstol por su nombre-, estaban yendo al templo cuando un cojo les pide una limosna. Pedro le dice que dinero no tienen, pero le ofrece la curación. Hechos indica que la curación ocurrió al instante y a la vista de la gente, por lo cual todo el pueblo alababa a Dios. Pero, cuando supieron de quienes se trataba se llenaron de “asombro y espanto”. Algunas traducciones en lugar de espanto hablan de que estaban “desconcertados” o “llenos de estupor”, pero los que les siguen brindan a Pedro la oportunidad de pronunciar su segundo mensaje donde manifiesta que la curación no es fruto de su poder o piedad, sino que “la fe que es por él ha dado a éste completa sanidad” (3:16).
Lo que provoca este hecho y las posteriores afirmaciones de Pedro muestran la falta de claridad entre las interpretaciones teológicas y la responsabilidad de autoridades religiosas y políticas. Es difícil entender a quien se le atribuyen las responsabilidades, como si volcar la balanza a uno u otro lado, o repartir la culpa de lo sucedido dejara un sabor a lo no resuelto. Aquí la comunicación pone necesariamente una distancia entre una interpretación teológica de los hechos que se narran, lo que se refleja en el tratamiento de lo sucedido.
En este segundo mensaje, tanto la presentación como algunas de sus afirmaciones, parecen no coincidir con el primero de ellos. Nuevamente pone la responsabilidad de la muerte de Jesús en los judíos, porque le entregaron a Pilatos, “cuando éste había resuelto ponerlo en libertad”. Es la primera mención de las autoridades romanas sobre las que no abre ningún juicio o crítica, todo lo contrario. Por otra parte, justifica en cierta manera, la posición del pueblo y de los gobernantes, porque lo han hecho por ignorancia (3:17), algo que había acentuado en el mensaje anterior “prendieron y mataron por manos de inicuos, crucificándolo” (2:23)
Resulta llamativo que lo que sucedió con Jesús, su crucifixión y muerte, pareciera no apuntar a un responsable final entre los que intervinieron en su proceso. Por el contrario, en ambos discursos se indica que todo sucedió conforme al plan previsto y sancionado por Dios (2:23), y que Dios ha cumplido lo que había anunciado antes por todos sus profetas (3:18). ¿Qué significa establecer que la responsabilidad de romanos y judíos tiene un atenuante, que en buena parte los exculpa y que Pedro les reconoce? En este contexto lo que Pedro parece decir es que no importa lo sucedido porque la resurrección estaba ya anunciada. Por eso, apela a los reconocidos líderes de la historia de Israel, como Abraham y Moisés, que vienen a confirmar la intención de Dios: que Cristo habría de padecer, pero finalmente resucitaría de los muertos, a lo que solo corresponde responder con arrepentimiento y conversión. La fluctuación de responsabilidades que va de los judíos, pasa por los romanos, y en cierta medida por Dios mismo.
Describe una cierta confusión sobre responsabilidades, o solo quieren prevenirse de las acusaciones tanto de judíos como de romanos. Lo que se pone en claro es la confusión entre concepciones teológicas y las responsabilidades de las varias autoridades. No obstante, la afirmación de la resurrección de Jesús solo parece perturbar a los judíos, a quienes no se les puede convencer que ella sea la culminación de la promesa recibida. Por otro lado, aducir la responsabilidad de Dios, a quien no pueden dejar afuera de esta discusión, tiende a diluir la responsabilidad concreta de los protagonistas de los hechos sucedidos, sobre lo que se explicitará más adelante. Todo este contexto pone de manifiesto que el conflicto externo e interno es una realidad presente en la vida de este movimiento, que tiñe toda comunicación.
La reacción oficial
Esta predicación no cae en oídos sordos. Las autoridades religiosas estaban muy molestas que se hubiese enseñado y anunciado en “Jesús, la resurrección de entre los muertos” (4:2) Dos cosas suceden, por un lado, nuevamente se habla de un número muy considerable de los que creyeron en la palabra de Pedro: “varones como cinco mil”. Por otro lado, las autoridades deciden poner preso no solo a Pedro sino a un número indeterminado de su grupo. ¿Se trataría de los otros apóstoles? No se aclara, pero da a entender que es a un grupo de ellos a quienes interrogan “los gobernantes, los ancianos y los escribas y el sumo sacerdote Anás y Caifás y Juan y Alejandro, y todos los que eran de la familia de los sumo sacerdotes” (4:5-6). Llama la atención semejante grupo de autoridades reunida para saber cuál es la potestad que tienen los apóstoles para predicar la resurrección. Aquí, una vez más, es Pedro quien asume la palabra del grupo. Les recrimina que ellos lo crucificaron, pero es Dios “que lo resucitó de los muertos” (4:11)
El concilio hace un paréntesis y, tomando en cuenta que el cojo sanado por Pedro está entre ellos, buscan una salida más política que religiosa. Se dan cuenta de que están frente a “hombres sin letra y sin instrucción”, que no pueden negar la curación, pero lo que les interesa es que no sigan predicando más, y les amenazan para que lo cumplan. Pero, Pedro y Juan, no están dispuestos a acatar las órdenes del concilio. A pesar de rechazar lo decidido por el concilio, resuelven dejarlos en libertad. Los apóstoles se van a celebran con su grupo lo que ha sucedido, porque consideran que han logrado un cierto éxito, aunque el Concilio no acepte como válida la predicación de Pedro y la afirmación de la resurrección de Jesús. La libertad de los apóstoles es muy bienvenida entre la gente, provocando gestos de alabanza, pero también de variadas acusaciones por lo que le sucedido a Jesús. Acusan a “Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel” por unirse contra Jesús, con una llamativa salvedad que incluye la intervención de Dios: “para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían determinado que sucediera” (4:28) Al volver la mirada sobre lo que provocaron los hechos que llevaron a la muerte de Jesús, se añade ahora a Herodes y a los gentiles y se repiten los mismos interrogantes que ya habían surgido en las afirmaciones anteriores, donde los protagonistas parecieran jugar un papel circunstancial sobre designios preestablecidos.
¿De qué otra manera se puede leer la afirmación de que lo que sucedió había sido ya determinado, que la resurrección ya estaba anunciada? ¿Se trata de un hecho inevitable por las circunstancias, o lo sucedido no hizo otra cosa que poner en acción designios divinos? Esta postura teológica trasciende los hechos, porque introduce un elemento exterior inmanejable, que es el que finalmente decide el destino irremediable sobre la vida y muerte de Jesús y, especialmente, su resurrección. En cierta medida, la responsabilidad de las autoridades judías como de las romanas queda relativizada por este reclamo de un destino establecido de antemano, una interpretación que ha sido reiterada a lo largo del tiempo. La insistencia marcada sobre la soberanía de Dios domina los acontecimientos de una manera peculiar y, en buena manera, sorprendente. Hechos relata lo sucedido y, a la vez, lo interpreta con una visión teológica que responde a las tradiciones de aquel tiempo.
Las dificultades de vivir en comunidad
La siguiente mención tiene que ver con lo que estaba sucediendo en la incipiente comunidad. Se vuelve a mencionar que tenían “todas las cosas en común”, que “no había entre ellos ningún necesitado”. (4:33) Se menciona, en especial, el caso de Esteban -sobre quien se hablará más adelante- que pone todos sus bienes “a los pies de los apóstoles”. Este panorama idílico, que se menciona por segunda vez, tiende a reforzar la idea de que es necesario o posible desarrollar una nueva forma de comunidad como fruto de la aceptación de la fe. Lamentablemente este sueño deja ver pronto las dificultades que acosan a todo intento comunitario, porque a poco se establece una distancia entre lo deseable y lo posible. La búsqueda de una comunidad totalmente integrada, compartiendo los bienes como bienes comunes, es también un intento, mayormente cargado de buenas intenciones y magros resultados, que se ha ido repitiendo a lo largo de la historia.
Comunidades religiosas provenientes del cristianismo se han desarrollado en varias partes del mundo procurando encarnar ese sueño. Igualmente se podrían mencionar algunos otros movimientos, entre ellos algunos sin una identificación religiosa particular, que lo han intentado e intentan en el presente. Se puede indicar que esas comunidades tratan de mantener las reglas que le dieron origen, aunque han ido aceptando ciertos ajustes. Para evitar cualquier tentación por quebrarlas procuraron dar señales concretas de integridad. A fin de lograrlo se vieron impelidas a desarrollar comunidades que se fueron aislando de la sociedad. Esto no solo ha sucedido en el cristianismo sino en otros grupos que, por razones religiosas o filosóficas, pretendieron crear espacios de armonía y comunicación. En varios casos, las comunidades desarrollaron estructuras de funcionamiento que llevaron a establecer esquemas muy conservadores de organización y acción, generalmente jerárquicas, lo que llevó a que muchas de ellas terminaran en frustración y provocaran su desintegración.
La vida de estas comunidades se organiza a partir de una horizontalidad que pretende eludir toda jerarquía. De todas maneras, en todo grupo por el hecho de la diversidad de dones de sus miembros, siempre hay quienes se distinguen por sus capacidades para organizar o alentar, por su entusiasmo o por su argumentación para proponer soluciones o nuevos rumbos. Hay ciertos momentos en los cuales estos liderazgos naturales empiezan a ser más preponderantes y, hasta puede darse el caso que tiendan a ser menos buscadores de consenso y asumir una autoridad que no es delegada pero sí reconocida. Al analizar el ministerio de Pablo bien puede entenderse esa natural preponderancia de su liderazgo en comunidades sin que necesariamente se le hubiese otorgado una autoridad formal. Es evidente que Pablo no pareció entender que la requería, aunque no dejó de lado esperar que se le reconociera su carácter de apóstol. Tema que será tratado más adelante.
Otro aspecto que debe mencionarse tiene que ver con la trasposición de convicciones religiosas a estructuras que produce la convivencia social, con las virtudes y dificultades que se han mencionado y se manifiestan en la siguiente historia.
Una severa comunidad con final trágico
La vida en la comunidad primitiva, donde se comparte todo, muestra sus férreas reglas, especialmente en términos del manejo del dinero. Entre los que han decidido hacer un significativo aporte a la comunidad se encuentran Ananías y su esposa Safira que se relata en una escueta historia cargada de interrogantes y sorpresas inexplicables (Cap.5). Ellos venden su propiedad, pero deciden que solo pondrán a los “pies de los apóstoles” una parte de lo obtenido. Pedro, no se sabe cómo, se da cuenta de lo que han decidido y comienza por recriminar a Ananías, porque entiende que “Satanás“  -nombrado aquí por primera vez-  le ha llevado a mentirle al Espíritu Santo (5:3). Esta acusación provoca, no se sabe cómo, el trágico fin de la vida no solo de Ananías, sino seguidamente de su mujer, que pasa por el mismo interrogante, que desemboca en el mismo desenlace fatal. Finalmente, ambos son enterrados juntos. El único comentario que se registra es que, lo que ha sucedido produjo “gran temor sobre toda la iglesia”, y más allá, de la comunidad en general.
Este relato es sorprendente por varias razones. Aparece inesperadamente sin ningún tipo de introducción. Lo hace justo después de destacar la ofrenda de un levita oriundo de Chipre, a quien los apóstoles le han puesto por sobrenombre Bernabé, que significa “hijo de la consolación”, quien será el que presente a Pablo a los apóstoles. Esta grata noticia da un brusco vuelco para pasar a contar el trágico fin de Ananías y Safira, de quienes no tenemos ninguna información aparte de este texto.
Hay una serie de informaciones que no se proveen en este texto. No hay ninguna indicación de que, quienes querían ser parte de la comunidad, tuvieran la obligación de entregar todo el producto de la venta de su propiedad. En ningún momento se indica que ese prerrequisito fuese solicitado. Por otra parte, Pedro acusa directamente a Ananías de haberle mentido a Dios, como igualmente acusará a su esposa. Esta inculpación resulta tan fatal que les produce la muerte. Pedro no dice nada más, ni se indica que la muerte de ambos hubiese sido una responsabilidad directa del apóstol, excepto su severa reprimenda. De todas maneras, ¿Por qué lo sucedido produce tan cruel desenlace? ¿Por qué no expresa Pedro ninguna palabra de consuelo o advertencia a la comunidad? ¿Por qué este matrimonio no tiene siquiera la posibilidad de arrepentirse por lo hecho? La conclusión de este atroz hecho, como se ha mencionado, llena de espanto a la iglesia y a todo el que tuvo la oportunidad de conocer lo sucedido (5:11).
Si se recorren comentarios bíblicos sobre este texto llama la atención que no se exprese ninguna sorpresa sobre lo ocurrido, ni siquiera que su introducción en ese lugar de Hechos suene extraño  y, hasta cierto punto, ajeno al desarrollo de los sucesos que se venían mencionando. Más bien, las reflexiones sobre el texto se concentran en una preocupación moral condenatoria que se extiende, sobre la misma base, a todo aquel que cometa una acción que pudiera ser considerada una acción contra Dios. Hechos ha venido desarrollando su historia en términos muy positivos y alentadores. Sobre la base de la resurrección de Jesús se despliega la tarea de los apóstoles de propagar lo que ellos afirman haber visto y oído. Su mensaje se centra en buenas noticias de vida que reclaman arrepentimiento para recibir a cambio el perdón. Esta historia pareciera nublar esta expectativa de restauración. No hay aquí ningún tipo de oportunidad para el arrepentimiento. Es lo que hoy algunos llamarían tradicionalmente un “pecado mortal” al cual no le cabe siquiera la mínima oportunidad de pedir o esperar consideración alguna. Por eso llama la atención que, en general, el tratamiento del texto tienda a ignorar cualquier cuestionamiento a lo sucedido y ponga a Pedro en una actitud muy dura y exenta de alguna intención por ofrecer una oportunidad para el arrepentimiento.
Corresponde considerar, aparte de su contenido, la ubicación de este relato en la secuencia de la narración. Si se quisiera sacar esta historia de este contexto, el relato de Hechos encontraría su lógica secuencia. El capítulo 4 concluye con la historia de José -a quien los apóstoles ponen el nombre de “Hijo de la consolación”- que dona toda la heredad que poseía y la pone para el desarrollo de esa comunidad en la que se comparte todo. Si de esta historia vamos directamente a 5:12, salteando la historia de Ananías y Safira, donde se declara “Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo”, encontramos una narración que encuentra su equilibrio. En esta situación, el relato de Ananías y Safira por su contenido fragmentado levanta más preguntas que respuestas, y resulta de muy débil réplica como estímulo para un genuino arrepentimiento. ¿Cómo es que llegó a introducirse esta historia que quiebra la lógica del relato y que muestra una redacción más bien rudimentaria y fragmentada? ¿Será posible imaginar que este texto fue introducido posteriormente como una necesidad para acrecentar la autoridad de Pedro, fortalecer la vida de las comunidades que necesitaban una mayor regulación o por algún otro motivo difícil de detectar?
Al describir la vida de la comunidad, se destacan las “muchas señales y prodigios” y el hecho de que estaban todos “unánimes”. Pero hay quienes, “de los demás” (5:12) que no se atrevían a juntarse con ellos. ¿Quiénes son estos “de los demás”? No se aclara, pero se retoma la idea de que el “pueblo los alababa grandemente”. Todo confluye en el crecimiento en número de los que constituían la comunidad, a lo que se adosan las curaciones de quienes venían de ciudades fuera de Jerusalén y con la llamativa indicación de que se ponían al paso de Pedro para que, al menos, su sombra cayera sobre algunos de ellos (5:16) La severidad que acompaña a Pedro en su relación con Ananías y Safira entra en un círculo de misteriosa acción milagrosa donde la sombra de Pedro puede llegar a tener efectos sanadores. En ninguna parte de los evangelios se refieren a situaciones similares en los casos de sanidad atribuidos a Jesús. Se podría hacer referencia a la mujer que, acercándose por detrás de Jesús ”tocó el borde de su manto” y creyó que eso era suficiente para ser curada. Jesús se da vuelta y le ofrece la salud (Mateo 20:22), lo que, indudablemente, no es comparable con esta suposición milagrosa que se esperaba de Pedro.
Los apóstoles otra vez en la cárcel
El rechazo de las autoridades es una constante que, desde los comienzos del ministerio de Jesús, es mencionado como la de los incansables opositores por lo que les significaba la persona de Jesús y, posteriormente, por la actuación de sus seguidores. No hay ningún atisbo de que siquiera estuviesen dispuestos a considerar la veracidad o no de los contenidos que los discípulos predican. En todas las épocas las autoridades políticas y religiosas, tanto como los poderes económicos, han tendido a sospechar de todo aquello que pudiera poner en peligro su poder. Por lo tanto, no solo han buscado limitar esos intentos  sino que, preferentemente, optaron por eliminarlos. Son aquí los saduceos, de orientación más bien belicosa, que eran ricos y poderosos, los que “se llenaron de celos” (5:17) y mandaron a apresar a los apóstoles.
El proceso de ese encierro es muy peculiar, porque son encarcelados e inusitadamente se habla de “un ángel del Señor” que abre las puertas de la cárcel, los saca de allí y los envía al templo a anunciar al pueblo “todas las palabras de esta vida”, una formulación que se había usado anteriormente, cuyo significado no se explica. Las autoridades se sienten perturbadas porque se les asegura que los prisioneros estaban muy custodiados, pero que ahora se encuentran enseñando al pueblo en el templo. Allí se genera un áspero dialogo entre las autoridades y Pedro y los apóstoles. Aquellos les recriminan que siguen enseñando en Jerusalén, y “echan sobre nosotros la sangre de ese hombre”, no obstante haberles prohibido difundir “su doctrina”. La respuesta de los apóstoles es que tienen que obedecer antes a Dios que a los hombres (5:29), alegato que es acompañada por una elaborada afirmación doctrinal.
Las autoridades se enfurecen por la respuesta de los apóstoles, y hasta manifiestan intenciones de matarlos. No se argumenta o cuestiona por qué han podido salir de la cárcel. Se podría pensar que imaginaron una complicidad dentro de la prisión, lo que es poco probable. Lo cierto es que no parecieron pensar que hubiera ocurrido algo milagroso, ni tampoco Hechos lo cuenta como algo extraordinario, posiblemente porque todo el relato tiene una connotación mítica. Hechos acentúa el acto milagroso del escape, pero no tiene efecto en lo que sucede a posteriori, salvo acentuar la tensión entre los apóstoles y las autoridades, como una reiterada afirmación de la nueva realidad que quiere resaltar en todo su escrito. La liberación de la cárcel tiene un fuerte acento simbólico que apunta a la libertad que gozan esos predicadores. Hechos se limita a relatar esa salida como un acontecimiento que es solo fruto de esta nueva realidad. Lo que sucedió pasa a ser secundario porque lo que se destaca es la ininterrumpida presencia de los apóstoles difundiendo “su doctrina”.
En medio de esta polémica, se presenta a un tal Gamaliel, introducido como fariseo y doctor de la ley, “venerado por todo el pueblo”, que intenta poner paños fríos a la situación. Cita el caso de dos predicadores que habían reunido a un cierto grupo de seguidores, pero que fueron perseguidos y muertos. Su argumento es que si lo que afirman los apóstoles es de los hombres se va a desvanecer, pero si lo que hacen proviene de Dios no lo van a poder destruir, porque estarían “luchando contra Dios”.
Una vez más, las autoridades toman una decisión política: liberarlos. Aunque, comienzan por azotar a los apóstoles, para reafirmar su autoridad, y nuevamente les intiman para que “no hablasen en el nombre de Jesús”. El comentario posterior de los apóstoles tiene un dejo vencedor por “haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del nombre” y así siguieron predicando sin cesar.
Dos reflexiones necesarias
Corresponde aquí una breve reflexión sobre estos primeros cinco capítulos de Hechos. Es bueno comenzar por recordar que esta división entre capítulos y versículos y los títulos que los acompañan, es un viejo intento para facilitar la lectura de los textos bíblicos, lo que no siempre se ha logrado adecuadamente en todos los casos, pero tienen la virtud de ayudar a ubicar rápidamente cualquier pasaje en particular.
Sobre estos cinco capítulos corresponden, al menos, dos reflexiones. En primer lugar, se trata de un relato con claras intenciones de promover una propuesta que no puede ser desechada. Sus principales argumentaciones tienen un condicionante cuestionable, porque se mezclan los hechos que van sucediendo con actos de carácter mitológico. Lo concreto se mezcla con lo trascendental como si fuesen una misma cosa. Así, la resurrección de Jesús se da como un hecho sin discusión porque se entiende que es el núcleo central de todo lo que se comunica. En medio de esta presentación destaca Hechos que, a los ojos de las autoridades, estos predicadores son un puñado de iletrados, a los cuales no se les puede considerar seriamente. Si se quisieran admitir los sucesos, excluyendo cualquier connotación trascendental o milagrosa, sin duda habría que destacar la tenacidad de un pequeño grupo que, sin el respaldo de los poderes del momento, busca desafiar a las autoridades de su pueblo para hacer conocer su palabra. Por eso, en estos primeros pasos, repite Hechos, hay que entender lo que significa el desafío que este grupo asume frente a quienes conducían la sociedad en aquel momento. Por eso, a veces el relato tiende a asumir cierto acento que podría entenderse como triunfalista. Se procura realzar la importancia que quieren darle a esa comunicación, aunque no siempre lo hace de la manera más aceptable. La lectura de estos textos, para quienes comparten esa postura, tiende a crear una aceptación sin discusión, especialmente la confrontación con las autoridades. Esto hace que no se analice cómo consideran los apóstoles a sus cuestionadores. Las autoridades solo ven en los apóstoles a aquellos que quieren que se hagan cargo de la culpa de lo que ha pasado, lo que, en forma reiterada, se muestra en los discursos apostólicos. También se podría pensar que lo que el relato dice solo pone de manifiesto lo que ve como la ineludible confrontación con la religión tradicional. Ese paso triunfal por la cárcel y los juicios posteriores son solo una manera de resaltar expectativas, pero no hechos.
En segundo lugar, Hechos describe este encuentro como una relación de confrontación que no da lugar a ningún diálogo. Por cierto, el diálogo no interesa a las autoridades, porque el poder siempre supone que tiene razón y que solo los demás deben adaptarse a su forma de pensar y ser. Al mismo tiempo, del lado de los apóstoles, no se emite ninguna palabra que busque acercarse a ellos y hacerles entender que lo que hacen es cumplir con lo que entienden es la voluntad de Dios. Las argumentaciones de Gamaliel tienen el carácter de un aporte legal a la situación que, a su manera, acatan con ciertas licencias las autoridades, pero que no se manifiesta en ningún tipo de indicio que permita intuir que la palabra de los apóstoles ha creado alguna preocupación por lo que ellos anuncian. Este abismo infranqueable que impide cualquier tipo de acercamiento, describe una realidad que siempre ha estado y está presente en vida de los pueblos. Las tensiones políticas y sociales entre países y comunidades reflejan esa incapacidad para la comprensión humana. El factor poder pareciera obnubilar todo camino de acercamiento. Los capítulos siguientes mostrarán otras dimensiones de lo que aquí se presenta. + (PE)

valleferrari@gmail.com
Ilustración. La Ansiedad Edvard Munch pintor y grabador noruego. Sus evocativas obras sobre la angustia influyeron profundamente en el expresionismo alemán de comienzos del siglo XX. Nació el 12 de diciembre de 1863. Falleció el 23 de enero de 1944.
El autor es Teólogo, con estudios en Alemania y Suiza. Pastor (j) de la Iglesia Metodista Argentina. Director del Departamento de Comunicaciones del Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (ISEDET), Buenos Aires, 1975-1986. Presidente de Interfilm, 1981-1985. Secretario General de la Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana (WACC), Londres, 1986-2001. Autor de los libros Fe en tiempos difíciles (982) Comunicación es evento (1988); Comunicación: modelo para armar (1990); Comunicación y Misión; En el laberinto de la globalización (2002) y Emancipación de la Religión (2017)

Fuente: ALNOTICIAS, 2017

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