C.
René Padilla
“¡Ay de ustedes los ricos,
porque ya han recibido su consuelo!
¡Ay de ustedes los que ahora están saciados,
porque sabrán lo que es pasar hambre!
¡Ay de ustedes los que ahora ríen,
porque sabrán lo que es derramar lágrimas!
¡Ay de ustedes cuando todos los elogien!
Dense cuenta de que
los antepasados de esta gente
trataron así a los falsos profetas”
(Lc 6.24-26).
porque ya han recibido su consuelo!
¡Ay de ustedes los que ahora están saciados,
porque sabrán lo que es pasar hambre!
¡Ay de ustedes los que ahora ríen,
porque sabrán lo que es derramar lágrimas!
¡Ay de ustedes cuando todos los elogien!
Dense cuenta de que
los antepasados de esta gente
trataron así a los falsos profetas”
(Lc 6.24-26).
LA VIGENCIA DE ESTA ADVERTENCIA BÍBLICA
La
advertencia bíblica contra el peligro de las riquezas tiene mucha vigencia en
relación con las premisas fundamentales de las economías de mercado auspiciadas
actualmente por los gobiernos latinoamericanos. La prueba ácida del
neoliberalismo no está en los resultados (muy discutibles, por cierto)
que tenga en términos de “crecimiento económico”, sino en los que tenga en relación
con la distribución de la riqueza. Si el crecimiento beneficia sólo a un sector
minoritario de la población en tanto que las grandes mayorías siguen sumidas en
la pobreza, es evidente que el sistema económico está fallando seriamente y
requiere cambios de fondo.
No es
necesario ser economista para reconocer que tal es, en efecto, el caso en
América Latina. Basta abrir los ojos para constatar la realidad que José
Míguez Bonino describe elocuentemente:
El
agravamiento de la pobreza va conduciendo, me parece, a una diferencia
cualitativa. Los “ajustes” económicos que el sistema va imponiendo en país tras
país no sólo crean más pobres y pobres más pobres sino una nueva especie de
pobres: los millones que son “expulsados” de la sociedad. No se necesitan como
productores ni califican como consumidores. Por lo tanto no existen como seres
humanos (1990:8).
Por lo
menos en los casos donde la población se mantiene más o menos estable, si la
pobreza de los pobres crece a la vez que hay crecimiento económico a nivel
nacional, entonces es claro que no se trata de un problema meramente económico
sino esencialmente ético: crece la pobreza de los muchos porque hay acumulación
de bienes en manos de los pocos. Si esto es así, hoy más que nunca es
indispensable que reconozcamos la validez de lo que el distinguido economista
argentino Raúl Prebisch, ya a comienzos de la década de los años ochenta,
afirmaba: que frente al injusto sistema económico de nuestros países se
requieren “principios éticos que orienten la transformación y racionalidad para
realizarla” (1983:13).
La
institución del Jubileo, la cual presentamos en detalle en el capítulo 2, es un
valioso paradigma de los principios éticos necesarios para la transformación de
una situación caracterizada por la distribución injusta de los recursos
materiales. El propósito de Dios es la restauración de su creación sobre
la base de una ética que toma en cuenta los siguientes principios, entre otros:
1) Toda
persona sin excepción debe tener acceso a los recursos de la creación de
Dios, y este es un derecho humano que no puede ser postergado por el afán de
acumulación de bienes materiales por parte de quienes tienen en su mano el
control del poder. Desde una perspectiva bíblica el derecho a la vida está por
encima de cualquier otro derecho.
2) Todo
sistema requiere de normas y medidas para fomentar el bien común e impedir
la acumulación desmedida de bienes materiales en pocas manos en detrimento del
bien de los demás.
3) Todo
grupo humano, familia o comunidad debe tener la oportunidad de satisfacer
sus necesidades, incluyendo las relacionadas con la educación, la salud y el
trabajo.
4)
Toda sociedad precisa medidas de protección de sus miembros más débiles y
mecanismos que les eviten el dolor de convertirse en víctimas indefensas de los
miembros más pudientes. El Estado tiene la responsabilidad irrevocable de
asegurar institucionalmente que sus ciudadanos más débiles sean protegidos de
la explotación de los más fuertes.
La
premisa que subraya todos estos principios inherentes al Jubileo es que la
tierra, que provee la base material de la vida en todas sus formas, incluyendo
la humana, le pertenece a Dios y él la pone a disposición de la humanidad para
sustentar la vida de todos los grupos humanos por igual. La acumulación desmedida,
en pocas manos, de los bienes materiales donados por Dios para todos es una
negación de esa perspectiva.
Fragmento de
Economía humana y economía del Reino de Dios, cap. 3: “Economía y
plenitud de vida” pp. 66-68, Ediciones Kairós.
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