Por. Juan Stam, Costa Rica
Las iglesias evangélicas observan infaliblemente dos
celebraciones especiales cada año: la Navidad y Semana Santa. Pero hay dos
sucesos más, también sumamente importantes, con fecha del mes y del día, que
nunca se celebran. Son el domingo de Ascensión y el domingo de Pentecostés.
¿Cuántos de nosotros nos dimos cuenta que se cumplían
los cincuenta días después de la Pascua? Es tal nuestro olvido de las bases
históricas de nuestra fe, que ni las iglesias pentecostales acostumbran
celebrar el día de Pentecostés. Hermanos y hermanas, ¡recordemos que el
pentecostés es una fecha y no sólo ciertas experiencias especiales!
Eso levanta una pregunta importante para hoy: ¿Qué
significa, bíblicamente, ser pentecostal? Para responder a esa pregunta,
tenemos que volver al día de Pentecostés, en que Cristo fundó la iglesia en el
Espíritu y marcó su carácter para siempre. Es obvio, entonces, que ser
pentecostal es vivir de acuerdo con el modelo que nos da el capítulo dos de los
Hechos.
El Pentecostés, según este capítulo, ocurrió en tres
momentos, tres fases, y todos los tres son indispensables para una auténtica
pentecostalidad. En primer lugar, experimentaron los poderosos dones del
Espíritu Santo (Hch 2:1-13). En segundo lugar, Pedro proclamó el evangelio con
un mensaje profundamente bíblico (2:14-41). En tercer lugar (lo vimos la pasada
semana) una comunidad transformada practicó el evangelio en todas sus
consecuencias (2:42-47). ¡Eso es ser pentecostal, todo eso y nada menos!
Los discípulos tenían por delante una gran tarea de
comunicación, y el Espíritu los calificó para ella con el extraordinario don de
idiomas extranjeros. El texto hasta identifica la larga lista de pueblos en
cuyas lenguas los apóstoles hablaron "las maravillas de Dios" (2:11),
y todos oyeron "en su propio dialecto" (2:6, griego), "en
nuestra lengua en que hemos nacido" (2:8). Lo interesante es que en
seguida Pedro les predicó en una lengua común, probablemente un griego medio
machucado porque no era su lengua materna. Pero entendieron muy bien su mal
griego, tanto que tres mil personas entregaron sus vidas a Cristo. Entonces,
¿Para qué hacían falta las lenguas? ¿Cuál fue la intención del Espíritu en
impartir ese don, si de todas maneras entendían el sermón de Pedro?
Creo que el propósito y el sentido del don de lenguas
en el Pentecostés era doble. Primero, el Señor quería decirnos que todos los
pueblos tienen el derecho de escuchar el evangelio en su propio
"dialecto" en que han nacido, en los tonos auténticos de su propia
cultura. En el día de Pentecostés el Espíritu demostró que el evangelio no
tiene ningún idioma oficial, ni el latín ni el inglés ni el hebreo ni el
griego. Para nuestros hermanos y hermanas bribrí, el lenguaje del evangelio es
el bribrí. Tampoco tiene el evangelio una cultura oficial. El evangelio está
llamado a encarnarse en los "acentos" auténticos de cada cultura,
como Jesús mismo se encarnó plenamente en la cultura suya.
Creo que Pedro da otra razón para el don de lenguas
cuando explica en su sermón lo que había pasado (2:17-18). En esta cita de Joel
2:28-32, debemos observar dos detalles: aquí ni Joel ni Pedro mencionan el don
de lenguas como tal, pero todos los dones mencionados son de tipo profético (profetizar,
ver visiones, soñar). Además, según Joel y Pedro, los dones se reparten entre
todos los creyentes, sin discriminación alguna, ni de edad (hijos, ancianos),
ni de sexo (hijos, hijas), ni de clase social (siervos, siervas). En otras
palabras, el don de lenguas aquel día significaba que de ahí en adelante, la
iglesia entera estaría llamada a ser una comunidad profética en medio de las
naciones (2:9-11). En el Antiguo Testamento, sólo unos pocos recibieron el
Espíritu y el llamado profético. Ahora, el Espíritu profético, que vino sobre
Elías e Isaías y todos aquellos antiguos portadores de su presencia y su poder,
ha venido sobre toda la comunidad.
Pero no basta sólo la experiencia de los dones del
Espíritu para ser pentecostal. El segundo momento, la predicación fiel de la
Palabra con exposición bíblica clara y cuidadosa (2:14-41), es esencial a la
pentecostalidad, igual que el tercer momento, una nueva comunidad que llega aun
hasta compartir todos sus bienes (Hch 2:42-47; 4:31-35).
Fuente: Protestantedigital, 2017
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