Alberto Roldán, Argentina*
Hay acusaciones que sorprenden, sobre todo cuando se refieren a ciertos “delitos” que sólo son tales en apariencia o para la subjetividad de ciertas personas. Para mi sorpresa –aunque no tanto– el domingo último leo en el diario Perfil: “Tras ser acusados de hacer teología, los científicos sociales se defienden”. El artículo se refiere a un debate que se generó entre el ministro de ciencia de la Argentina y científicos sociales. En una entrevista realizada por otro diario, Página/12, el titular de esa cartera, Lino Barañao, había afirmado: “a veces los trabajos en ciencias sociales me parecen teología”. Las reacciones de los científicos sociales no se hicieron esperar. He aquí una de ellas: “«Estamos bien lejos de la teología», se indignó Federico Schuster, decano de la facultad de Ciencias Sociales de la UBA.”
¿A qué se debe esa reacción? ¿Cuál es el delito? En realidad se trata de una cuestión del carácter científico de la teología y su rigor metodológico. En otra afirmación de Schuster, que suscribimos, dijo: “el modelo único de las ciencias naturales es incompleto.” Para que un saber alcance el status de ciencia, en primer lugar, el tema u objeto de ese saber debe estar bien definido y, en segundo lugar, debe tener una metodología adecuada a ese objeto. Pero ¿cuáles son las ciencias? La realidad es tan amplia y abarcadora que es imposible que sea abordada por un solo tipo de ciencias. Por eso se habla de ciencias naturales, ciencias exactas, ciencias sociales y humanidades. Algunas son llamadas “ciencias duras”, como la física, la química y, según algunos, también la matemática. Se trata de ciencias con mayor rigor que utilizan datos cuantificables y el método científico. Otras son denominadas “ciencias suaves” porque acaso no tengan ese rigor metodológico y en sus interpretaciones la subjetividad es mayor. Ya sabemos cuánto tiempo le llevó a la psicología ser reconocida como ciencia, al punto de que todavía hoy es resistida como tal por algunos científicos, de las “ciencias duras”, claro.
Pero volvamos a la teología y al delito de “hacer teología”. A partir de la Ilustración, la teología fue bajada del pedestal en que estaba en la Edad Media cuando ella era “la reina de las ciencias” y la filosofía era una “sierva” de ella. Los nuevos conocimientos del cosmos, unido al surgimiento de muchas corrientes de pensamiento racional y no metafísico y, sobre todo, el positivismo, condujeron a muchos pensadores, filósofos y científicos, a considerar a la teología como “una enana poco agraciada”, en célebre expresión del filósofo Walter Benjamín. Pero ¿se puede despreciar sin más por considerarla superada, vetusta y “medieval”? Lo sería si fuera absolutamente cierto lo que dice el columnista Martín de Ambrosio: “Aunque los límites de la ciencia son muchas veces difusos, si hay algo que no puede ser es religión, es decir, verdades sagradas e irrefutables. La ciencia, por definición, debe ser ágil para modificar sus conclusiones según la evidencia.” Pero no es tan así. Porque, una cosa es considerar a un texto religioso como “verdad sagrada e irrefutable” y otra cosa distinta es considerar a un discurso, en nuestro caso, “teológico”, como una posibilidad del lenguaje sobre cierto objeto o realidad. En este sentido, el cristianismo histórico siempre ha distinguido entre la Biblia y la teología, considerando a la primera como “palabra de Dios” y a la segunda como discurso sobre Dios, aunque no “Dios a secas” sino Dios con relación al mundo, la humanidad, la sociedad, la realidad en el sentido de totalidad. Y ese discurso echa mano de todos los recursos disponibles y adecuados para su construcción: texto, hermenéutica, filosofía y, aún, sociología. Para citar un ejemplo: las teologías de la liberación, de cuño católico, representan una corriente teológica surgida en América Latina en 1968 –hay antecedentes protestantes en 1961 con ISAL (Iglesia y Sociedad en América Latina)– y sus gestores siempre han insistido que, así como la teología usó desde sus orígenes a la filosofía griega como instrumental de análisis, ahora usa las ciencias sociales. En todo caso, se trata de metodologías que usan herramientas propias del lenguaje: lingüística, semiótica, hermenéutica, análisis del discurso, etc.
Si el saber científico es el único válido para interpretar la realidad, entonces ni la filosofía ni la teología tienen lugar en nuestro mundo. Sin embargo, vale la pena tener en cuenta las preguntas que un filósofo de la talla de Jürgen Habermas formula: “¿Es la ciencia moderna una práctica que puede explicarse completamente por sí misma y comprenderse en sus propios términos y que determina performativamente la medida de todo lo verdadero y todo lo falso? ¿O puede más bien entenderse como resultado de una historia de la razón que incluye de manera esencial las religiones mundiales?” En esa historia de la razón, intervienen no sólo las “ciencias duras” y las “ciencias suaves”, sino también la filosofía, la poesía y la teología, pese a que en este último caso, “hacer teología”, para algunos, sea poco menos que cometer un delito.
* Teólogo. Candidato a la maestría en ciencias sociales. www.teologos.com.ar
Hay acusaciones que sorprenden, sobre todo cuando se refieren a ciertos “delitos” que sólo son tales en apariencia o para la subjetividad de ciertas personas. Para mi sorpresa –aunque no tanto– el domingo último leo en el diario Perfil: “Tras ser acusados de hacer teología, los científicos sociales se defienden”. El artículo se refiere a un debate que se generó entre el ministro de ciencia de la Argentina y científicos sociales. En una entrevista realizada por otro diario, Página/12, el titular de esa cartera, Lino Barañao, había afirmado: “a veces los trabajos en ciencias sociales me parecen teología”. Las reacciones de los científicos sociales no se hicieron esperar. He aquí una de ellas: “«Estamos bien lejos de la teología», se indignó Federico Schuster, decano de la facultad de Ciencias Sociales de la UBA.”
¿A qué se debe esa reacción? ¿Cuál es el delito? En realidad se trata de una cuestión del carácter científico de la teología y su rigor metodológico. En otra afirmación de Schuster, que suscribimos, dijo: “el modelo único de las ciencias naturales es incompleto.” Para que un saber alcance el status de ciencia, en primer lugar, el tema u objeto de ese saber debe estar bien definido y, en segundo lugar, debe tener una metodología adecuada a ese objeto. Pero ¿cuáles son las ciencias? La realidad es tan amplia y abarcadora que es imposible que sea abordada por un solo tipo de ciencias. Por eso se habla de ciencias naturales, ciencias exactas, ciencias sociales y humanidades. Algunas son llamadas “ciencias duras”, como la física, la química y, según algunos, también la matemática. Se trata de ciencias con mayor rigor que utilizan datos cuantificables y el método científico. Otras son denominadas “ciencias suaves” porque acaso no tengan ese rigor metodológico y en sus interpretaciones la subjetividad es mayor. Ya sabemos cuánto tiempo le llevó a la psicología ser reconocida como ciencia, al punto de que todavía hoy es resistida como tal por algunos científicos, de las “ciencias duras”, claro.
Pero volvamos a la teología y al delito de “hacer teología”. A partir de la Ilustración, la teología fue bajada del pedestal en que estaba en la Edad Media cuando ella era “la reina de las ciencias” y la filosofía era una “sierva” de ella. Los nuevos conocimientos del cosmos, unido al surgimiento de muchas corrientes de pensamiento racional y no metafísico y, sobre todo, el positivismo, condujeron a muchos pensadores, filósofos y científicos, a considerar a la teología como “una enana poco agraciada”, en célebre expresión del filósofo Walter Benjamín. Pero ¿se puede despreciar sin más por considerarla superada, vetusta y “medieval”? Lo sería si fuera absolutamente cierto lo que dice el columnista Martín de Ambrosio: “Aunque los límites de la ciencia son muchas veces difusos, si hay algo que no puede ser es religión, es decir, verdades sagradas e irrefutables. La ciencia, por definición, debe ser ágil para modificar sus conclusiones según la evidencia.” Pero no es tan así. Porque, una cosa es considerar a un texto religioso como “verdad sagrada e irrefutable” y otra cosa distinta es considerar a un discurso, en nuestro caso, “teológico”, como una posibilidad del lenguaje sobre cierto objeto o realidad. En este sentido, el cristianismo histórico siempre ha distinguido entre la Biblia y la teología, considerando a la primera como “palabra de Dios” y a la segunda como discurso sobre Dios, aunque no “Dios a secas” sino Dios con relación al mundo, la humanidad, la sociedad, la realidad en el sentido de totalidad. Y ese discurso echa mano de todos los recursos disponibles y adecuados para su construcción: texto, hermenéutica, filosofía y, aún, sociología. Para citar un ejemplo: las teologías de la liberación, de cuño católico, representan una corriente teológica surgida en América Latina en 1968 –hay antecedentes protestantes en 1961 con ISAL (Iglesia y Sociedad en América Latina)– y sus gestores siempre han insistido que, así como la teología usó desde sus orígenes a la filosofía griega como instrumental de análisis, ahora usa las ciencias sociales. En todo caso, se trata de metodologías que usan herramientas propias del lenguaje: lingüística, semiótica, hermenéutica, análisis del discurso, etc.
Si el saber científico es el único válido para interpretar la realidad, entonces ni la filosofía ni la teología tienen lugar en nuestro mundo. Sin embargo, vale la pena tener en cuenta las preguntas que un filósofo de la talla de Jürgen Habermas formula: “¿Es la ciencia moderna una práctica que puede explicarse completamente por sí misma y comprenderse en sus propios términos y que determina performativamente la medida de todo lo verdadero y todo lo falso? ¿O puede más bien entenderse como resultado de una historia de la razón que incluye de manera esencial las religiones mundiales?” En esa historia de la razón, intervienen no sólo las “ciencias duras” y las “ciencias suaves”, sino también la filosofía, la poesía y la teología, pese a que en este último caso, “hacer teología”, para algunos, sea poco menos que cometer un delito.
* Teólogo. Candidato a la maestría en ciencias sociales. www.teologos.com.ar
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