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lunes, 8 de septiembre de 2008

La naturaleza comunitaria de la Iglesia

Leopoldo Cervantes-Ortiz, México
Ezequiel 37.15-28, Hechos 4.13-37
1. El “malentendido de la Iglesia”
Emil Brunner, otro de los grandes teólogos reformados del siglo XX, publicó un librito titulado así, El malentendido de la Iglesia, pues advirtió que, en efecto, la comprensión que hay sobre la Iglesia, dentro y fuera de ella, e incluso en ambientes ilustrados, es bastante incompleta. En primer lugar, partiendo de una idea destacad, fruto de las reformas religiosas del siglo XVI, una de las razones para este “malentendido” es el escaso entendimiento de las relaciones entre la iglesia “visible” (la que anda por el mundo y que se ha organizado externamente) y la “invisible” (la que sólo Dios conoce y en la cual identifica plenamente a sus elegidos). Su confusión con el mundo al dispersarse continuamente la pone en riesgo de ser nuevamente absorbida por él y perder su sustancia, máxime si está dispuesta a negociar su presencia y existencia a cambio de beneficios o privilegios. Su carácter de “sal” y “luz”, según las metáforas del propio Jesús, la obliga a reinventarse a sí misma todo el tiempo a partir de una adecuada comprensión de su origen, misión y esperanzas específicas.
Brunner insiste en que las comunidades cristianas deben aspirar permanentemente a convertirse en el modelo Ecclesia del Nuevo Testamento, pues es el modelo requerido para cumplir su función en el mundo:
La Ecclesia, en el sentido de koinonia Christou y koinonia pneumatos —y por lo tanto el cuerpo de Cristo— es donde el portentoso Espíritu otorga a cada miembro su don particular con el cual le asigna a cada uno su ministerio característico. La Ecclesia, creencia en la cual ellos profesan, es, en realidad, una realidad celestial, divina y, no obstante, es un tesoro en vasos de barro, algo que es perpetuamente malentendido y efectivamente distorsionado, no sólo por los de afuera, sino también por los fieles mismos. La maravilla de la gracia divina fue manifestada, no obstante, en el hecho de que estos malentendidos y distorsiones podrían ser superados en repetidas ocasiones y en el hecho de que, de nuevo, no sólo el ideal, sino también la Iglesia empírica triunfaba sobre conceptos equivocados muy humanos.[1]
Esta es una manera muy teológica de abordar y apreciar el gran malentendido de la Iglesia en su dimensión originaria, partiendo de los lineamientos bíblicos como en el AT, cuando Israel cayó, una y otra vez, en el malentendido de su propia misión, al identificar su orgullo nacionalista con el propósito divino de hacerlos no el pueblo más importante de la tierra, sino apenas su siervo para dar a conocer las bondades de Dios. Por ello, el profeta Ezequiel canta y añora la necesidad de restaurar al pueblo y a la nación entera desde nuevas perspectivas. El libro de los Hechos también da testimonio de cómo hubo una enorme incomprensión del rumbo que Dios estaba dando a la forma comunitaria de su pueblo. El esfuerzo de los apóstoles también estuvo presidido por un reajuste en su mentalidad sobre las características del “nuevo pueblo de Dios”. Prueba de ello son las tensiones ocasionadas por la incorporación de personas ajenas al judaísmo y el diálogo dirigido por el Espíritu Santo para llegar a acuerdos que normaran la convivencia cotidiana (diáconos), la aceptación o rechazo de las tradiciones judías (el “concilio” de Jerusalén, Hch 15), la autoridad de los apóstoles (Pedro, Juan y el propio Pablo) o la conformación de los equipos misioneros (Pablo y sus diversos colaboradores).
2. Los malentendidos sociales o sociológicos sobre la Iglesia
Así como la teología y la doctrina reformadas se han atrevido a reformular la naturaleza de la Iglesia desde los postulados más críticos que brotan el NT, en América Latina se han hecho esfuerzos profundos en ese sentido. Por ejemplo, en los años ochenta, el teólogo brasileño Leonardo Boff hizo una revisión de las “patologías” de su iglesia (Iglesia, carisma y poder) que le costó ser castigado por el Vaticano. Años más tarde renunció al sacerdocio. En el mismo país, Rubem Alves evidenció el grado de descomposición que había experimentado el presbiterianismo luego de poco más de 100 años de historia (Protestantismo y represión). Sus conclusiones fueron dolorosas y también le costó abandonar la iglesia que lo había formado. El pastor Zwinglio M. Dias, en un librito publicado en México (Discusión sobre la Iglesia), planteó también la necesidad de reinterpretar la presencia de la Iglesia desde un horizonte más genuino de servicio y misión al mundo. Rescató algunos énfasis como la relación Iglesia-mundo y la manera en que se puede vivir la realidad eclesiástica en medio de una situación de apertura al ecumenismo. Sus palabras son enfáticas:
Los reformadores, al definir la naturaleza de la Iglesia afirmaron: ecclesia reformata et semper reformanda est, esto es, la Iglesia reformada, siempre en proceso de reforma. Esta es la marca característica de la Iglesia revelada en el Nuevo Testamento. En la medida en que es fiel a sí misma, o, en la medida en que procura ser expresión del cuerpo de Cristo, la Iglesia debe estar procurando siempre nuevas maneras de ser en el mundo, para poder hablar con actualidad en el lenguaje de todos los hombres. Cabe entonces la pregunta: ¿Cuál es la forma de la iglesia hoy? […]
El N.T. llama a la Iglesia cuerpo de Cristo como designación profunda y clara. De este modo, la Iglesia no es una comunidad religiosa de los que vienen a Cristo sino ‘Cristo que ha tomado forma entre los hombres’. La Iglesia puede llamarse cuerpo de Cristo porque en el cuerpo de Cristo el ser humano y, por consiguiente, todos los seres humanos han sido elegidos. La Iglesia no es más que el fragmento de humanidad en el que Cristo ha tomado forma realmente.[2]
Además, ha trabajado también la necesidad de llevar a cabo transformaciones eclesiásticas ante nuevas situaciones. En “De la separación necesaria a la unidad imprescindible” explicó con mucha sensibilidad las razones para el surgimiento de la Iglesia Presbiteriana Unida, luego de años de persecución e incomprensión al interior de la Iglesia Presbiteriana de Brasil (IPB), equivalente directo de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México. Don José Luis Velazco, en México, lleva muchos años trabajando el tema de la Iglesia en sus diferentes matices, siempre preocupado porque la visión reformada domine la mente de las dirigencias y la militancia (véase: "La iglesia según la tradición calvinista reformada").
El finado pastor Daniel Prince, junto con su esposa Olivia Quesada, en el segundo tomo de la Versión popular, actualizada y amplificada de la Confesión de Fe de Westminster, siguiendo algunas apreciaciones del peruano Samuel Escobar, resumieron un bloque de deformaciones sociales o sociológicas que se practican con cierta frecuencia entre nosotros.
1. La iglesia “teatro” se reúne para ver el desarrollo de un drama como la misa o una obra dramática con supuesta enseñanza cristiana.2.La iglesia “sindicato” se reúne para recoger las cuotas de sus afiliados así como que su vida se concentra en defender a sus agremiados.3. La iglesia “hospital” se reúne para sanar a los enfermos pues considera que la sanidad es la razón de ser del evangelio.4. La iglesia “club” se reúne para planear alguna obra benéfica a la comunidad y que todos los miembros se relacionen entre sí.5. La iglesia “institución” se reúne para demostrar que su burocracia funciona a manera de reloj y, comparada con otras, allí lo propuesto sí funciona.6. La iglesia “sala de conferencias” se reúne para escuchar “excelentes ponencias” en voz de afamados oradores, pero su compromiso no va más allá de comparar el tema expuesto con el de la semana anterior.7. La iglesia “discoteque” es la comunidad que se reúne para escuchar música “inspirada” y reduce su participación a cantar y “danzar” para agradar a Dios.8. La iglesia “tienda de ofertas” se reúne para escuchar la oferta de amor y perdón divinos con métodos en los que no existe compromiso de parte del oyente, sólo… pruébelo, da resultado.[3]
Como se ve, todas estas (y otras) deformaciones alteran la concepción original de la Iglesia y destacan excesivamente algunos aspectos que pueden tomar el lugar de los demás, dañando la orientación de la Iglesia en una adecuada perspectiva transformadora y solidaria. La naturaleza comunitaria de la Iglesia es, pues, un enorme desafío para la experiencia del servicio, la enseñanza y el gobierno de la misma, pues estas realidades conforman parte importante de su misión interna y externa, y constituyen la razón de ser de todas las comunidades que desean, efectivamente, llevar el apellido de cristianas.
En el ámbito social y político, por ejemplo, la premisa básica para el comportamiento eclesiástico es el respeto y la práctica de la laicidad. Como expuso Máximo García Ruiz hace unos días en un congreso en Madrid: “Lo importante es poder armonizar los deberes ciudadanos con las demandas de la fe, y para ello tiene que existir una gran capacidad de respeto en los dos ámbitos, por parte del Estado y por parte de la Iglesia o confesión respectiva. Vivir la fe y mantener los compromisos de participación ciudadana sin que exista ningún tipo de incompatibilidad, aunque lleve unido una permanente tensión, es el reto que se plantea”.[4]
Notas
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[1] E. Brunner, El malentendido de la Iglesia. Trad. de P. Pérez y E. Olvera. Guadalajara, Ediciones Transformación, 19, pp. 109-110. Énfasis agregado.[2] Z.M. Dias, Discusión sobre la Iglesia. México, CUPSA, 1984, pp. 119, 120.[3] D. Prince y Olivia Quesada, “Programa de entrenamiento”, en Versión popular, actualizada y amplificada de la Confesión de Fe de Westminster. México, CUPSA; 1990, pp. 74-75.[4] M. García-Ruiz, El lugar del cristianismo en una sociedad laica. Barcelona, Lupa Protestante, 2008, p. 16.
Fuente: Lupaprotestante.

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