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lunes, 5 de julio de 2010

EL PECADO DE LA VIOLENCIA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

Leopoldo Cervantes-Ortiz, México*

Líbrame de la violencia humana pues quiero cumplir tus preceptos. Salmo 119.134


1. Cómo entró la violencia en el mundo: una mirada desde los orígenes
Con el lenguaje simbólico con que indaga en los orígenes de todo lo humano, el AT, y particularmente el Génesis, propone, con una actualidad sobrecogedora, una explicación teológicamente coherente de la aparición de la violencia en el mundo, pues posteriormente a la Caída, este esquema de interpretación de la existencia humana le permite penetrar y ampliar la visión de las cosas y su complicación paulatina. Contrariamente a la lectura tan elemental con que se ha asumido el episodio del asesinato de Abel por parte de Caín, el Génesis plantea que la diversa interpretación humana del verdadero culto a Dios y la recepción de éste, origina la aparición consecutiva del mal, la violencia y la muerte en el mundo. Se trata de un conflicto de interpretaciones de la relación del hombre con lo sagrado mediada por el deseo de agradarlo, contaminado con las consecuencias de la Caída que se acaba de consignar en el capítulo anterior del Génesis. Las palabras posteriores de Gn 6.11b y 6.13a: “y la tierra estaba llena de violencia”, alcanzan su explicación cabal en la ira ocasionada por la reacción de Yahvé ante los sacrificios presentados por Caín, el campesino, y Abel, el pastor de ovejas. A Yahvé, dice G. von Rad, “le agradó más el sacrificio cruento”.[1]
Caín se enoja rotundamente (Gn 4.5b) y Yahvé mismo viene a hablar con él para preguntarle sus motivos (4.6-7). Von Rad, uno de los especialistas más notables en este libro, explica así la naturaleza literaria y teológica del relato (puesto que cada época o situación de violencia forja su propia literatura, como ha sucedido en Brasil y Colombia, con la obra de Rubem Fonseca y Fernando Vallejo, respectivamente):
El fuego del rencor se apodera de Caín, lo saca fuera de sí (incluso físicamente). Envidia a su hermano por la amistosa actitud de Dios hacia él [¿el celo filial por la preferencia paterna?]. Dios se dirige a Caín advirtiéndole contra semejante cambio en lo más íntimo de su ser, y del peligro que supone el pecado que bulle en su corazón. Palabras paternales, que quisieran mostrarle cómo escapar a tal amenaza, antes de que sea demasiado tarde. (Vemos que Caín no había sido rechazado definitivamente, aun cuando no fue aceptada su ofrenda.)[2]
Pero él no responde ni entiende razones y recurre directamente al engaño y la violencia física. Nuevamente Yahvé lo confronta. A la pregunta teológico-antropológica que atraviesa toda la historia humana: “¿Dónde está tu hermano?”, responde altaneramente: “¿Soy acaso el vigilante de mi hermano?”. “La responsabilidad ante Dios es responsabilidad por el hermano; ‘la pregunta de Dios se enuncia ahora como pregunta social’ (W. Vischer)”.[3]
Caín no recoge el cable que Dios le echa, sino todo lo contrario. Pretende no saber nada de su hermano. Su misión era cultivar la tierra; ¿por qué iba a tener que guardar a su hermano? ¿Acaso no era su hermano el que llevaba el título de guardián del ganado? […] ¿no es Dios mismo el verdadero guardián? ¿Por qué no intervino en vez de ponerse a juzgar ahora?
Adán había acusado a Dios de haberle dado una mujer; la mujer acusaba a Dios de haber suscitado la serpiente. Caín acusa a Dios de no haber cumplido con sus funciones. ¿Por qué se le acusa al hombre? ¿No es Dios el verdadero responsable?[4]
2. La estructura pecaminosa de la violencia humana
No hay piedad para el hombre entre los hombres.[5]
Pablo Neruda

Las consecuencias de la caída se van encadenando simbólica e históricamente. Los redactores de los textos, sin horrorizarse demasiado, van narrando de manera muy realista las consecuencias constantes de la presencia cada vez mayor del pecado y del mal en el mundo, con un horizonte universal que rebasa los límites espacio-temporales en los que ellos se encontraban, en el destierro babilónico, observando y recogiendo cuidadosamente las tradiciones religiosas de Israel para armar un cuadro completo de los orígenes humanos en toda su profundidad moral. El resultado: un texto cuyas conclusiones provisionales y cuyo cumplimiento profético podemos seguir viendo hoy ante el predominio de la violencia en sus diversos niveles. El Génesis, en ese sentido, no sólo es realista a su manera, sino que además es contundente al afirmar que la violencia se basa en el profundo desprecio por la fraternidad deseada por Dios. En ese esquema, la cercanía de los seres humanos, la familiaridad excesiva experimentada en las ciudades, ejemplifica hasta qué grado puede llegar el odio y la no aceptación del prójimo.
La estructura pecaminosa de la violencia humana, para el Génesis, es bastante elemental, pues procede de una desobediencia radical de la voluntad divina, ciertamente, pero también responde a la incomprensión de los motivos de los demás y al ansia incontrolable por ser siempre superior a los otros y hacérselo sentir sin contemplaciones.
La violencia es siempre una manifestación de poder, y es desencadenada por el deseo egoísta de “ser/tener/poder” más que otro, el cual se convierte en su receptor y en el perjudicado real. La violencia no se ejercita en el vacío sino sobre un “otro” y sus cosas. Es la primera violencia, la que rompe el equilibrio de las relaciones justas y normales de la sociedad, desde la familia hasta el estado. Es perversa por cuanto genera in justicias por un lado, y respuestas violentas por el otro. Más aun cuando el poder que la sostiene tiene en su origen la finalidad de proteger al desvalido, justamente al que no tiene poder.[6]
La gran metáfora de las formas de culto originarias, aceptadas y rechazadas, sigue vigente en nuestras formas de convivencia aun cuando ya no sean el centro del interés humano. Como dijo alguna vez Carlos Monsiváis: “Esté muerto Dios o no, los valores de la vida comunitaria hacen que no todo esté permitido”,[7] respondiendo a la famosa afirmación de uno de los personajes de Los hermanos Karamazov, de Dostoievski. Porque, en efecto, estemos o no al tanto de la estructura pecaminosa del pecado, la practicamos subrepticiamente algunos y otros abiertamente. Éstos, los violentos/as visibles, son objeto de nuestra indignación, aunque potencialmente todos/as estamos en el mismo barco de la violencia. Las Escrituras enseñan, a contracorriente de nuestras inclinaciones melodramáticas, que todos los seres humanos somos, a la vez, víctimas y victimarios, y que, a pesar de nuestras inclinaciones espirituales positivas reproducimos voluntariamente el modelo de Caín. La violencia está cosida al pecado, no a la naturaleza humana originaria creada, según el Génesis, a imagen y semejanza divina, por lo que es posible superarla mediante el ejercicio de una libertad crítica, responsable y consciente de sí misma, con la ayuda del Dios que creó libres a los seres humanos.
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[1] G. von Rad, El libro del Génesis. 2ª ed. Trad. de S. Romero. Salamanca, Sígueme, 1982 (Biblioteca de estudios bíblicos, 18), p. 125.
[2] Ibid., p. 126.
[3] Idem.
[4] François Castel, Comienzos. Los once primeros capítulos del Génesis. Estella, Verbo Divino, 1987, p. 96.
[5] P. Neruda, “No sé cómo me llamo”, en Geografía infructuosa. Buenos Aires, Losada, 1972.
[6] J. Severino Croatto, “Violencia y desmesura del poder”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 2, www.claiweb.org/ribla/ribla2/violencia%20y%20desmesura%20del%20poder.htm.
[7] Cit. por Alejandro Brito, “Melancolía de las conversaciones pendientes”, en La Jornada Semanal, 4 de julio de 2010, www.jornada.unam.mx/2010/07/04/sem-alejandro.html
Fuente: Leopoldo Cervantes - Ortiz. Teólogo mexicano, medico y escritor.

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