Por. Dr. Máximo García Ruiz, España
¿Dónde comienza y dónde termina el círculo que forman la fe y las obras? En su búsqueda de Dios Unamuno decía: “Obra como si creyeres y acabarás creyendo para obrar” (D. I.: 164). Él pasó su vida haciendo circunloquios en torno a este gran dilema, sin que sepamos si finalmente consiguió alcanzar una postura íntimamente satisfactoria. ¿Qué es primero la fe o las obras? ¿Y cuál es el camino que conduce a Dios?
Hay que rehuir de las respuestas absolutas. Los caminos de Dios son inescrutables y Él llama a todos, pero lo hace de formas diferentes. La experiencia de conversión se muda en algo muy personal, muy íntimo. Y diferente. La puerta de entrada es la fe. No podemos abrirla sin fe, pero el apóstol Santiago nos alerta de lo falaz que puede resultar hablar de fe sin mostrarla por medio de las obras, es decir, del testimonio personal, de la actitud ante las demandas de la vida cotidiana, ante el prójimo, ante las adversidades y ante las alegrías, ante el éxito y ante el fracaso, ante el amor y ante el odio, ante la guerra y ante la paz.
Desde el punto en el que la propia Biblia nos dice que la fe es un don de Dios, es decir, un regalo fuera del alcance del esfuerzo humano, todo lo que la rodea se convierte en un misterio. No depende del esfuerzo personal, no depende de las obras, no depende de la herencia religiosa, no depende de la piedad, no depende de la cultura o de la raza, ¡es un regalo de Dios! ¿Y de qué medios se sirve Dios para otorgarla? ¿Qué criterios utiliza? ¡Es un misterio! ¿Por qué unos la poseen con tanta firmeza y otros en condiciones de vida análogas no son capaces de experimentarla? ¡Es un misterio! ¿Por qué unos la piden, la buscan, la suplican y se mueven toda su vida en ese terreno indefinido de la no-fe, del agnosticismo, de la duda, mientras que otros se zambullen en una mística infinita sin aportar aparentemente mayores méritos? ¡Es un misterio!
No iba desencaminado Unamuno cuando inmerso en su lucha interior buscando su identidad espiritual y su compromiso cristiano, entendiendo que fe y obras no pueden disociarse, consciente de que la adquisición de la fe es en sí misma un misterio, se recomienda a sí mismo comenzar a recorrer el camino cristiano, aún en medio de la oscuridad (“obra como si creyeres”) en la confianza de que en el camino se iría despejando la tiniebla en la que se debatía y se haría la esplendorosa luz de la fe.
¿Dónde comienza y dónde termina el círculo que forman la fe y las obras? En su búsqueda de Dios Unamuno decía: “Obra como si creyeres y acabarás creyendo para obrar” (D. I.: 164). Él pasó su vida haciendo circunloquios en torno a este gran dilema, sin que sepamos si finalmente consiguió alcanzar una postura íntimamente satisfactoria. ¿Qué es primero la fe o las obras? ¿Y cuál es el camino que conduce a Dios?
Hay que rehuir de las respuestas absolutas. Los caminos de Dios son inescrutables y Él llama a todos, pero lo hace de formas diferentes. La experiencia de conversión se muda en algo muy personal, muy íntimo. Y diferente. La puerta de entrada es la fe. No podemos abrirla sin fe, pero el apóstol Santiago nos alerta de lo falaz que puede resultar hablar de fe sin mostrarla por medio de las obras, es decir, del testimonio personal, de la actitud ante las demandas de la vida cotidiana, ante el prójimo, ante las adversidades y ante las alegrías, ante el éxito y ante el fracaso, ante el amor y ante el odio, ante la guerra y ante la paz.
Desde el punto en el que la propia Biblia nos dice que la fe es un don de Dios, es decir, un regalo fuera del alcance del esfuerzo humano, todo lo que la rodea se convierte en un misterio. No depende del esfuerzo personal, no depende de las obras, no depende de la herencia religiosa, no depende de la piedad, no depende de la cultura o de la raza, ¡es un regalo de Dios! ¿Y de qué medios se sirve Dios para otorgarla? ¿Qué criterios utiliza? ¡Es un misterio! ¿Por qué unos la poseen con tanta firmeza y otros en condiciones de vida análogas no son capaces de experimentarla? ¡Es un misterio! ¿Por qué unos la piden, la buscan, la suplican y se mueven toda su vida en ese terreno indefinido de la no-fe, del agnosticismo, de la duda, mientras que otros se zambullen en una mística infinita sin aportar aparentemente mayores méritos? ¡Es un misterio!
No iba desencaminado Unamuno cuando inmerso en su lucha interior buscando su identidad espiritual y su compromiso cristiano, entendiendo que fe y obras no pueden disociarse, consciente de que la adquisición de la fe es en sí misma un misterio, se recomienda a sí mismo comenzar a recorrer el camino cristiano, aún en medio de la oscuridad (“obra como si creyeres”) en la confianza de que en el camino se iría despejando la tiniebla en la que se debatía y se haría la esplendorosa luz de la fe.
Fuente: Lupaprotestante, 2010.
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