Por. Lidia Martín T. España*
Llegados a este punto de la cuestión, viene siendo hora de hacer una parada en el camino para considerar qué hace (y no hace) un profesional de la psicología, creyente o no, cuando recibe a un paciente en su consulta. Pareciera una cuestión sin importancia, pero adquiere especial relevancia a la luz de las expectativas erróneas que a veces las personas tienen sobre la acción profesional del terapeuta y las esperanzas desmesuradas que a veces se depositan sobre él.
Los hay, por una parte, que ven en el psicólogo prácticamente un mago que, de un momento a otro, tocará con su varita mágica esa tecla maravillosa que hará que todo cambie. Nada más lejos de la realidad (ya nos gustaría que la cosa fuera tan fácil). En el otro extremo, están los que dudan de que el profesional tenga algo bueno que aportar, básicamente también porque no creen que las personas puedan cambiar y menos porque otro se lo diga (la cuestión, obviamente, tampoco es tan simple).
Que las personas cambian es una realidad inapelable. Sólo hace falta que se produzcan las circunstancias adecuadas con los parámetros propicios para que ese cambio tenga lugar y, en ese asunto, precisamente, es donde el terapeuta intenta incidir, a veces con éxito, otras veces con menores resultados de los que nos gustaría ver.
Consideremos cómo lo hace, contrastando lo que el psicólogo es con lo que no es, lo que hace con lo que no hace y desmontando algunas de las muchas ideas erróneas que circulan alrededor de esta figura y su ejercicio profesional:
* El psicólogo es un profesional que ha dedicado muchos años de su vida de forma seria y sistemática a estudiar lo que hoy sabemos acerca del comportamiento humano. No es, por tanto, un curandero, y no hace magia, sino terapia. Necesita de la implicación seria y real del paciente para poder introducir los cambios urgentes que el caso pueda requerir y funciona con la persona que solicita la ayuda como un equipo que persigue, de forma coordinada, un objetivo común: mejorar la situación que llevó a ese individuo a pedir ayuda.
* El psicólogo fundamenta sus intervenciones, y ahora más que nunca, en estudios e investigaciones realizadas acerca de la forma en que las personas nos comportamos. Las técnicas utilizadas han sido sometidas al ojo escrutador de personas que, de forma seria, buscan ayudar eficazmente a otros y no hacerles perder tiempo, esfuerzo y dinero. No funciona entonces, simplemente desde su intuición, sus buenas intenciones o su posible sentido común y, por supuesto, tampoco lo hace por ensayo y error, divagando en voz alta o baja sobre la vida de sus pacientes y tomando decisiones a la ligera sobre ellos, sino cuidando por su bienestar integral y completo.
* El psicólogo ayuda al paciente en el análisis pormenorizado y objetivo de su situación problemática, ayudándole a constituir una visión clara de su problema antes de abordarlo y presentándole una perspectiva diferente a la que él tiene. Así, no ha de tomar decisiones jamás en nombre del paciente, lo cual sería del todo antiético, sino que dota al individuo de recursos para que esas decisiones puedan ser tomadas por el propio interesado con, al menos, unas mínimas garantías de acierto.
* El psicólogo proporciona a la persona un soporte emocional en momentos de dificultad, cubriendo necesidades como ser escuchado, comprendido, acompañado o reforzado en los pequeños y grandes avances. Es un sostén diferente al que aporta el propio círculo personal del paciente, porque el psicólogo no es parte implicada ni tiene un peso emocional para la persona cuando solicita la ayuda. La objetividad y la no implicación personal previa con el paciente son pilares fundamentales de cara al éxito de la labor del profesional sin las cuales no habrá garantía de éxito alguna. No sustituye, por supuesto, el consuelo y la cobertura emocional que sólo el Señor es capaz de proporcionar, pero sí dota de un entorno humano de acogida que los familiares y amigos no pueden dar de la misma forma, y que es, entonces, otro de los muchos métodos y vías de los que el Señor se sirve para hacernos llegar Su ayuda en la adversidad.
* El psicólogo, como estudioso del comportamiento y sus implicaciones en cada situación, advierte sobre los peligros de ciertas conductas, normaliza otras que a la persona pueden preocuparle sin fundamento suficiente que lo justifique, establece objetivos a corto, medio y largo plazo, desmonta mitos o creencias obstaculizadoras para el avance personal y supone, a veces, la motivación y el impulso práctico que la persona puede estar necesitando para empezar a movilizarse en aras de resolver un determinado problema. Pero el psicólogo no resuelve esos problemas de forma individual y milagrosa. La realidad es que no tiene el poder de controlar la conducta de su paciente, sino que más bien le invita a desarrollar ciertos cambios de forma voluntaria y personal para resolver alguna de las situaciones que le angustian y mejorar su estado general. No es un adivino, por otro lado, ni una máquina de rayos X para atravesar los pensamientos e intenciones de cada cual, pero sí puede, por el conocimiento que posee sobre la conducta, anticipar posibles consecuencias ante un determinado comportamiento y prevenir males mayores.
Los psicólogos somos, entonces, ni más ni menos que profesionales que, sin ningún tipo de dotación milagrosa o sobrenatural, aprovechamos para el bien de las personas el conocimiento que hoy tenemos sobre ellas. Cuando la profesión se ejerce, además, por parte de alguien que ama a Cristo y entiende que desde su labor no ha de hacer sino honrar a Su Creador y glorificarle con todo lo que hace, el cuidado de las personas ha de ser aún más exquisito, cuidando de no atribuirnos funciones que no nos corresponden, pero muy conscientes de que el Señor, en Su gracia, nos ha permitido conocer algo acerca de lo que las personas son y sienten, piensan y hacen, temen y quieren.
¿Qué mejor que usar ese conocimiento para bienestar y sanidad, fortaleza y misericordia hacia los que sufren, también dentro de Su propio pueblo?
MULTIMEDIA
Pueden escuchar aquí la entrevista en audio de Esperanza Suárez a Lidia Martín Torralba “Psicología y fe: ¿amigas o enemigas?”
*Lidia Martín T. es psicóloga, docente y escritora
Fuente: © L. Martín T, ProtestanteDigital.com (España, 2010)..
Llegados a este punto de la cuestión, viene siendo hora de hacer una parada en el camino para considerar qué hace (y no hace) un profesional de la psicología, creyente o no, cuando recibe a un paciente en su consulta. Pareciera una cuestión sin importancia, pero adquiere especial relevancia a la luz de las expectativas erróneas que a veces las personas tienen sobre la acción profesional del terapeuta y las esperanzas desmesuradas que a veces se depositan sobre él.
Los hay, por una parte, que ven en el psicólogo prácticamente un mago que, de un momento a otro, tocará con su varita mágica esa tecla maravillosa que hará que todo cambie. Nada más lejos de la realidad (ya nos gustaría que la cosa fuera tan fácil). En el otro extremo, están los que dudan de que el profesional tenga algo bueno que aportar, básicamente también porque no creen que las personas puedan cambiar y menos porque otro se lo diga (la cuestión, obviamente, tampoco es tan simple).
Que las personas cambian es una realidad inapelable. Sólo hace falta que se produzcan las circunstancias adecuadas con los parámetros propicios para que ese cambio tenga lugar y, en ese asunto, precisamente, es donde el terapeuta intenta incidir, a veces con éxito, otras veces con menores resultados de los que nos gustaría ver.
Consideremos cómo lo hace, contrastando lo que el psicólogo es con lo que no es, lo que hace con lo que no hace y desmontando algunas de las muchas ideas erróneas que circulan alrededor de esta figura y su ejercicio profesional:
* El psicólogo es un profesional que ha dedicado muchos años de su vida de forma seria y sistemática a estudiar lo que hoy sabemos acerca del comportamiento humano. No es, por tanto, un curandero, y no hace magia, sino terapia. Necesita de la implicación seria y real del paciente para poder introducir los cambios urgentes que el caso pueda requerir y funciona con la persona que solicita la ayuda como un equipo que persigue, de forma coordinada, un objetivo común: mejorar la situación que llevó a ese individuo a pedir ayuda.
* El psicólogo fundamenta sus intervenciones, y ahora más que nunca, en estudios e investigaciones realizadas acerca de la forma en que las personas nos comportamos. Las técnicas utilizadas han sido sometidas al ojo escrutador de personas que, de forma seria, buscan ayudar eficazmente a otros y no hacerles perder tiempo, esfuerzo y dinero. No funciona entonces, simplemente desde su intuición, sus buenas intenciones o su posible sentido común y, por supuesto, tampoco lo hace por ensayo y error, divagando en voz alta o baja sobre la vida de sus pacientes y tomando decisiones a la ligera sobre ellos, sino cuidando por su bienestar integral y completo.
* El psicólogo ayuda al paciente en el análisis pormenorizado y objetivo de su situación problemática, ayudándole a constituir una visión clara de su problema antes de abordarlo y presentándole una perspectiva diferente a la que él tiene. Así, no ha de tomar decisiones jamás en nombre del paciente, lo cual sería del todo antiético, sino que dota al individuo de recursos para que esas decisiones puedan ser tomadas por el propio interesado con, al menos, unas mínimas garantías de acierto.
* El psicólogo proporciona a la persona un soporte emocional en momentos de dificultad, cubriendo necesidades como ser escuchado, comprendido, acompañado o reforzado en los pequeños y grandes avances. Es un sostén diferente al que aporta el propio círculo personal del paciente, porque el psicólogo no es parte implicada ni tiene un peso emocional para la persona cuando solicita la ayuda. La objetividad y la no implicación personal previa con el paciente son pilares fundamentales de cara al éxito de la labor del profesional sin las cuales no habrá garantía de éxito alguna. No sustituye, por supuesto, el consuelo y la cobertura emocional que sólo el Señor es capaz de proporcionar, pero sí dota de un entorno humano de acogida que los familiares y amigos no pueden dar de la misma forma, y que es, entonces, otro de los muchos métodos y vías de los que el Señor se sirve para hacernos llegar Su ayuda en la adversidad.
* El psicólogo, como estudioso del comportamiento y sus implicaciones en cada situación, advierte sobre los peligros de ciertas conductas, normaliza otras que a la persona pueden preocuparle sin fundamento suficiente que lo justifique, establece objetivos a corto, medio y largo plazo, desmonta mitos o creencias obstaculizadoras para el avance personal y supone, a veces, la motivación y el impulso práctico que la persona puede estar necesitando para empezar a movilizarse en aras de resolver un determinado problema. Pero el psicólogo no resuelve esos problemas de forma individual y milagrosa. La realidad es que no tiene el poder de controlar la conducta de su paciente, sino que más bien le invita a desarrollar ciertos cambios de forma voluntaria y personal para resolver alguna de las situaciones que le angustian y mejorar su estado general. No es un adivino, por otro lado, ni una máquina de rayos X para atravesar los pensamientos e intenciones de cada cual, pero sí puede, por el conocimiento que posee sobre la conducta, anticipar posibles consecuencias ante un determinado comportamiento y prevenir males mayores.
Los psicólogos somos, entonces, ni más ni menos que profesionales que, sin ningún tipo de dotación milagrosa o sobrenatural, aprovechamos para el bien de las personas el conocimiento que hoy tenemos sobre ellas. Cuando la profesión se ejerce, además, por parte de alguien que ama a Cristo y entiende que desde su labor no ha de hacer sino honrar a Su Creador y glorificarle con todo lo que hace, el cuidado de las personas ha de ser aún más exquisito, cuidando de no atribuirnos funciones que no nos corresponden, pero muy conscientes de que el Señor, en Su gracia, nos ha permitido conocer algo acerca de lo que las personas son y sienten, piensan y hacen, temen y quieren.
¿Qué mejor que usar ese conocimiento para bienestar y sanidad, fortaleza y misericordia hacia los que sufren, también dentro de Su propio pueblo?
MULTIMEDIA
Pueden escuchar aquí la entrevista en audio de Esperanza Suárez a Lidia Martín Torralba “Psicología y fe: ¿amigas o enemigas?”
*Lidia Martín T. es psicóloga, docente y escritora
Fuente: © L. Martín T, ProtestanteDigital.com (España, 2010)..
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