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domingo, 26 de diciembre de 2010

La egolatría, la peor egolatría

Por. Francisco (Paco) Rodés, Cuba*

Los protestantes sabemos mucho de la idolatría, nos gusta predicar contra ella. Los textos del Antiguo Testamento que la condenan los conocemos de memoria: “No tendrás dioses ajenos delante de mi, no te harás imagen ni ninguna semejanza de lo que etsé….no te inclinarás a ellas ni las honrarás.”(Éxodo 20.3-4ª).

Estamos prontos a señalar los sitios donde pensamos que hoy se practica este pecado, por supuesto, en otras expresiones religiosas; nosotros nos sentimos libres del mismo. ¡Nosotros no somos idólatras! Pero cuidado, es bueno recordar lo que dice el Salmo 19:12,13: “ Quién puede discernir sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos, Preserva a tu siervo de las soberbias, que no se enseñoreen de mi. Entonces seré integro, estaré libre de gran rebelión.” El ídolo es todo aquello que se enseñorea de nosotros, se apodera de un lugar que le corresponde solo a Dios, interfiriendo y emitiendo falsas señales, peligrosas y engañosas que enturbian la vida espiritual. Jesús llamó al amor a las riquezas un ídolo incompatible con la adoración de Dios. (Mateo 6,24). Por esto el salmista pide ser librado de los pecados que le son “ocultos”, que no los puede reconocer. Menciona la soberbia, que es el vano orgullo, la autocomplacencia de creerse una cosa falsa de uno mismo. Una distorsionada conciencia del yo, que entorpece las relaciones con nuestros semejantes.

Mal de los buenos

Por esto pienso que la egolatría es una de las peores formas de idolatría que podemos encontrar. Y lo peor de todo es que abunda en aquellos que brillan por sus dones y sus aportes positivos, por ser los “buenos” de la sociedad, los inteligentes y sacrificados. Porque poseen una increíble capacidad de adaptarse a los más refinados ambientes de cultura y talento, perfectamente vestida de un bello ropaje, surgiendo en el rincón de la interioridad, agazapada a la espera de la menor ofensa para lanzar su veneno. Un ego hipertrofiado, es a veces alimentado por éxitos profesionales, por logros en las metas personales alcanzadas. El aplauso y los halagos de los demás es un nutriente efectivo. Esto nos llamó la atención al estudiar la Historia; grandes figuras que hicieron notables aportes a la humanidad adolecían de este ponzoñoso mal. Incluyéndose aquí a los Padres de la Iglesia, aquellos sabios que dejaron una riquísima herencia de escritos teológicos y pastorales; algunos de estos santos varones no podían resistir la tentación de agredir duramente a otros igualmente santos, pero que tenían diferentes puntos de vista a los suyos.

Por esto, decimos que la egolatría es mal de los buenos, pero que no por eso deja de ser terriblemente destructiva, como cualquier otra idolatría. Jesús se refirió a esto en una de sus maravillosas parábolas, la del fariseo y el publicano que van al templo a orar (Lucas 18.9-14). Ubica el escenario en el templo, el lugar del encuentro con Dios, precisamente allí puede darse la manifestación de la más refinada egolatría. El hombre que se siente satisfecho de su rectitud, de su pureza de vida, complacido de sus logros religiosos ante Dios, muy diferente a los demás pecadores. “Oraba consigo mismo”, dice Jesús. El ególatra tiene su referente en sí mismo, se mira en su propio espejo, y se siente satisfecho. Y lo peor es que piensa que ora a Dios, pero su pensamiento gira en torno a su ego, ese eje invisible del que irradian las energías para todas las actividades. Todo lo que hace alimenta ese ídolo, sus obras buenas, su moral, su rectitud, está viciada por la insidiosa fuerza de este altar interior. Pero, ¿no es normal en todos los seres humanos el hacer las cosas que brinden algún tipo de satisfacción interior, algún sano orgullo? Por supuesto que sí, hacer el bien trae su gratificación espiritual. Se trata de una cuestión de equilibro. Si empezamos a creernos que somos mejores que los demás, si olvidamos que lo que tenemos lo hemos recibido, si nos cegamos a nuestra fragilidad humana, nuestras miserias, entonces es que empieza a engordarse el ego, a tiranizar desde su oscuro rincón. Una señal inequívoca se enciende y es cuando nos erigimos en jueces de nuestro prójimo. “Yo no soy como ese publicano”, discurría el fariseo. Se creía superior al prójimo, y por tanto con derecho a juzgarlo, usando las reglas que miden por las simples apariencias.

El Padre Nuestro contra la egolatría

La más refinada argucia del ego es la manipulación de Dios. Hacer a Dios la expresión de mis secretas intenciones de controlar a otros, de imponerme sobre otros. Tanto la invasión física que realizaron en el pasado los cruzados y los conquistadores españoles y anglosajones, las diversas colonizaciones se hicieron con la bandera de Dios. Hoy tenemos dentro de nosotros un pequeño ego colonizador, queriendo proyectarse sobre otros, y mi experiencia de Dios tiene que ser la del otro.

Es imposible enumerar las formas sutiles en que creemos que Dios debe acomodarse a mi propia visión. Pero el Padre Nuestro que nos legó Jesús es el mejor antídoto, porque habla de un Padre que no es exclusivamente mío, ni de mi gente, sino “nuestro”; es decir, no es excluyente, sino que se extiende a todas sus criaturas. “Estás en los cielos”, distante, inalcanzable por nosotros mismos. No está en nuestro poder, ni en mi cabecita arrogante, sino muy distante de las manipulaciones, en un lugar no profanado, como es el firmamento, resonando la sentencia del profeta “sus pensamientos son más altos que nuestros pensamientos” (Isaías 55.8). Mucho mas alto que nuestros “sentimientos religiosos”, que nuestra piedad sincera, pero viciada por hábitos humanos. Lo mejor que podamos decir es que su nombre sea santificado, es decir liberado de nuestra profanación de nuestro uso vano de su nombre. Los labios que hablan de Él deben ser purificados del egocentrismo.

Venga Tu Reino

La expresión Venga tu Reino, es el proyecto de Dios para la vida humana. Su voluntad, no la nuestra, es el sometimiento de nuestro ego a un fin más alto, lo más profundo de nosotros alumbrado por un propósito divino. Nos convoca a no confundir las buenas intenciones nuestras, nuestros criterios humanos con su voluntad. Agónicamente Jesús en Getsemaní, ora, “si es posible pase de mi esta copa, pero no se haga como yo quiero, si no como tú.” No es fácil quebrar el altar de nuestro ego. San Pablo también, orando por la enfermedad, que era un aguijón en su cuerpo, oró tres veces ser liberado, pero la respuesta fue “bástate mi gracia, mi poder se perfecciona en la debilidad”. La conciencia de nuestra fragilidad, que se experimenta cuando los sucesos de nuestra vida, salud, bienestar, etc. no se conforman a nuestros deseos, da lugar a una oportunidad para que nuestro ego se enriquezca con una nueva dimensión de espiritualidad, experimentando la presencia y el poder divinos de un modo especial.
Las categorías, los valores los caminos de Dios con frecuencia contradicen los nuestros. El que quiera venir en pon de mi “tome su cruz cada dia y sígame”. Es la crucifixión del yo idolátrico, para adquirir un nuevo sentido, “el que pierda su vida por causa de mi la ganará’. Y tomar la cruz no significa que nuestra auto estima sea rebajada, ya que el mandamiento de amar, claramente establece el amor al prójimo “como a ti mismo”, es decir hay un legítimo amor propio, que buscará la salud y el bienestar personal, como algo válido. No quiere decir esto pues, que anulamos y pulverizamos nuestro ego. No, no dejamos de ser, sino que nos humanizamos, encontramos nuestro verdadero derrotero, realizamos lo que hay de más bello en nuestro ser más íntimo, que es el amor al prójimo. Pero el espíritu humano se forja y crece en la disciplina propia.

Una persona puede nacer con dotes especiales para la música, pero para llegar a ser un gran músico, será necesario que alguien lo descubra, y lo ponga en el camino correcto. Necesitará maestro que le transmitan la herencia de los grandes maestros del pasado, que le enseñe la técnica de manejar un instrumento. Su potencial como músico se irá desplegando a la medida que siga las pautas del arte. Su voluntad tendrá que someterse a una disciplina. Y finalmente tocará en una orquesta, si no es un solista. Para seguir con el símil es mejor pensar en una orquesta, porque tocamos en compañía de otros, oiremos otros sonidos diferentes y tendremos una batuta que dirija. El ego se funde en el conjunto grupal. Muy parecida a la metáfora bíblica del “cuerpo de Cristo”. El ego brilla en el conjunto, se goza en el buen director y con la buena compañía de profesionales, deleitando a su público. Dios tiene una melodía para nosotros, quiere que estemos atentos a sus pautas, que sigamos en su disciplina, para tocar en su orquesta. Nuestra vida encuentra su camino haciendo esa voluntad suya, que se confunde y se une a la mia. No desparezco, sino que crezco. Esto es la superación de la idolatría del egocentrismo. Este el camino que nos trazó. Jesús, el sendero del Reino.

* Francisco Rodes, es pastor bautista cubano, profesor de historia en el Seminario Evangelico de Matanza, Cuba. Ademas, es Doctor en Ministerio.

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