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miércoles, 16 de marzo de 2011

¿Ayunar salva a los pobres de su ayuno?

Justo comenzamos este Miércoles de Ceniza la estación litúrgica de Cuaresma, enmarcada en los cuarenta días previos a la Pascua de Resurrección, estos cuarenta días motivados por el ejemplo de Jesús en el que, justo antes de comenzar su ministerio público y a raíz de su bautismo, pasó 40 días en el desierto ayunando, según dicen las Escrituras.

Por. Eduardo González Hernández (*)
Es bueno saber que el ayuno como práctica no es algo original del cristianismo, ni tan siquiera del judaísmo, otras religiones más antiguas que éstas también han tenido el abstenerse de comida como practica religiosa.
Aunque muchos atribuyen a la Biblia la responsabilidad de esta experiencia, las Escrituras no ordenan que los cristianos ayunen. No es algo que Dios requiera o demande de los cristianos. Pero, al mismo tiempo, la Biblia presenta el ayuno como algo que es bueno, beneficioso y esperado.
El libro de Hechos registra el ayuno de creyentes antes de hacer decisiones importantes (Hechos 13:4; 14:23). El ayuno con frecuencia va ligado a la oración (Lucas 2:37; 5:33). Creemos casi siempre que el objetivo del ayuno es la falta de alimento. En cambio, el propósito del ayuno, según los más fundamentalistas de nosotros, debe ser quitar tus ojos de las cosas de este mundo y concentrarte en Dios, una manera de demostrar a Dios, y a ti mismo, que tomas en serio tu relación con Él. El ayuno, según algunos, te ayuda a obtener una nueva perspectiva y una renovada confianza hacia Dios.
Como si Dios necesitara eso, como si fuera de esa forma en que, de verdad, se llega a una relación con el Padre. Hasta pudiera decir que resultaría todo más fácil. El ayuno, como todas las demás prácticas rituales de las religiones han sido observadas, es un mecanismo o medio de cambio a través del cual podemos lograr “cosas” que necesitamos de Dios.
Pero el abstenerse de comida no nos cambia a nosotros. El ayuno no nos hace más devotos o espirituales que otros.
Los grandes profetas judíos entendieron y explicaron, de modo magistral, el sentido verdadero de esta práctica (Is. 58; Miq. 6,8...). Y Jesús, nuestro Maestro, nos enseñó con su doctrina y su praxis que lo que entra por la boca no mancha al hombre; que no se debe ayunar en un banquete de bodas, cuando el novio está presente; que se debe ayunar en cambio de todo egoísmo, de toda injusticia, de toda avaricia, de toda maldad (Mc. 2,18-22; 7,15-23). Si el ayunar fuera un mérito, tendríamos que canonizar a todos los millones de hambrientos de la tierra. No es el comer o el ayunar lo que importa, sino el espíritu con que se come, se ayuna y sobre todo se vive.
Jesús ayunó como el mayor de los ascetas y compartió la mesa de los ricos y los pobres, de los justos y los pecadores, hasta granjearse el calificativo de «comilón y borracho» (Mt. ll,l9).
Tradicionalmente, el Miércoles de Ceniza y en la Cuaresma toda, los cristianos como práctica “espiritual” ayunan. Habría que ver qué tanto por ciento. Pero, ¿a qué se reduce ese día de ayuno? ¿Por qué y para qué y cómo ayunamos? ¿Para cumplir o para hacer obras buenas? ¿Para imitar a Cristo en el desierto? No sé si ganaremos méritos, ¿pero ganan algo los pobres con nuestro ayuno? ¿Dejan de ayunar por eso los hambrientos del mundo? Porque éste es el problema; si el hambre es el mayor castigo y el mayor pecado de nuestro tiempo, ¿no resulta ridículo y hasta burlesco el que ayunemos un día, para seguir tranquilos sintiéndonos buenos cristianos el resto del tiempo? ¿Es caso el ayuno adoración o servicio?
Yo puedo alabar a Dios si me privo de un alimento y puedo alabar a Dios si tomo un alimento, pero alabo mejor a Dios si comparto el alimento. Un vaso de agua bebido y agradecido es un acto virtuoso; un vaso de agua esparcido en la tierra como ofrenda a Dios es también un acto virtuoso, pero no necesariamente más que el primero. Y aún existe otra alternativa mejor: dar ese vaso de agua al prójimo que lo necesita. Ese vaso sí que lo bebe Dios. Sea éste nuestro ayuno. No el ayuno que me impone una ley, sino el que me pide la solidaridad y la necesidad del otro y la otra.
Estamos en Cuaresma. ¡Ayunemos desde la solidaridad, desde nuestra preocupación por este planeta y los seres que en él vivimos, a los que estamos exterminando con el uso desmedido y egoísta que hacemos de los recursos naturales! Hoy sólo se puede hablar de ayuno gritando la injusticia en que vivimos. Hoy sólo se puede ayunar luchando para que otros no tengan que ayunar por obligación. Hoy sólo se puede celebrar el ayuno asumiendo el dolor, la impotencia y la rabia de los millones de hambrientos.
Sin lugar a dudas, ayunar es amar. Pero el ayuno que Dios quiere sigue siendo el de partir tu pan con el necesitado, el privarte no sólo de los bienes superfluos, sino aún de los necesarios en favor de los que tienen menos, el dar aliento al que no tiene esperanza o ayudar a solucionar el problema del que quedó sin fuente de subsistencia, el curar a los que están enfermos de cuerpo o de espíritu, el liberar al alcohólico, al drogadicto o prevenir su caída, el denunciar toda injusticia, el dar amor al que está solo y a todo el que se te acerca.
Ayunar es amar. No demos importancia a la comida de la que se priva un satisfecho. Demos importancia a la comida que posibilitamos alguien con el estómago vacío. No importa quedarnos nosotros un día sin comer. Sí importa dar a Dios un día de comer. Pues como dice Jesús, el paradigma de nuestro vivir, en Juan 4:34: “Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y que acabe su obra.”
Sea, pues, nuestro ayuno voluntario el impedir los ayunos obligados de los pobres. Ayunemos para que nadie tenga que ayunar. Ayunemos para saber decir no a la oferta seductora de las cosas que nos llevan a invertir nuestros talentos y esfuerzos en causas y cosas que nada construyen. Ayunemos se más libres y dar libertad. Y ayunemos para la austeridad. Ayunemos de sembrar cizaña y división para que haya paz, ayunemos de acaparar cosas que no necesitamos para que los que verdaderamente las necesiten no tengan que ayunar de ellas por obligación.
Ayunar no es una virtud, aunque nos puede hacer virtuosos según San Juan Crisóstomo
Cuando dijo: “Ningún acto de virtud puede ser grande si de él no se sigue también provecho para los otros... Así pues, por más que te pases el día en ayunas, por más que duermas sobre el duro suelo y comas ceniza, y suspires continuamente, si no haces bien a otros, no haces nada grande.”
Por eso en esta Cuaresma, hermanos y hermanas, hagamos del ayunar una virtud:
Ayunemos de palabras hirientes y transmitamos palabras bondadosas.
Ayunemos de descontento y llenémonos de gratitud.
Ayunemos de enojos y llenémonos de mansedumbre y paciencia.
Ayunemos de pesimismo y llenémonos de esperanza y optimismo.
Ayunemos de preocupaciones y llenémonos de confianza en Dios.
Ayunemos de quejas y llenémonos de las cosas sencillas de la vida.
Ayunemos de presiones y llenémonos de oración.
Ayunemos de juzgar a otros y descubramos a Jesús que vive en ellos.
Ayunemos de tristeza y amargura y llenémonos de alegría el corazón.
Ayunemos de egoísmos y llenémonos de solidaridad con los demás.
Ayunemos de falta de perdón y llenémonos de actitudes de reconciliación.
Ayunemos de palabras y llenémonos de silencio y de escuchar a otros para encontrar en la experiencia, no solo de estos cuarenta días, sino del diario vivir la virtud de ser como aquél que se dio a sí mismo por amor a los demás.
(*) Pastor de la Iglesia Bautista “Enmanuel” en Ciego de Ávila, Cuba
y coordinador general de la Coordinación Obrero-Estudiantil Bautista de Cuba (COEBAC)

Fuente: ALC

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