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jueves, 24 de marzo de 2011

Día de la memoria por la verdad y la justicia

Por. Rene Padilla, Argentina.

De los muchos lugares que he visitado en mis múltiples viajes, muy pocos han quedado grabados tan profundamente en mi memoria como el Museo Casa del Terror de la ciudad de Budapest, un museo que invita a la reflexión sobre lo que sucedió en Hungría durante la dictadura nazi de 1944-1945 y las subsiguientes cuatro décadas de ocupación soviética.
La Casa del Terror está ubicada en el inmenso edificio que se utilizó como prisión y sede de la fuerza policial terrorista durante los regímenes nazi y soviético. El museo está diseñado para hacer posible que el visitante no sólo reciba información histórica sino que también escuche grabaciones de testimonios de experiencias personales de víctimas de esos regímenes. Las tristes experiencias incluyen la deportación, por parte de los nazis, de miles de judíos húngaros al campo de concentración de Auschwitz, donde perecieron casi todos ellos; la deportación, bajo el régimen soviético, de miles de judíos a la Unión Soviética, y la de miles de judíos de origen alemán a Alemania; los “internamientos” que se llevaban a cabo durante la ocupación soviética, en que las nuevas autoridades húngaras disponían la vigilancia y eventualmente el arresto de ciudadanos bajo sospecha de resistencia al régimen; los campos de concentración donde los prisioneros eran sometidos a labores forzadas; la dura campaña comunista contra los campesinos húngaros que se resistían a la colectivización de la tierra.
En enero de 1945, la Unión Soviética estableció en uno de los ambientes del edificio la “Antesala de la policía política húngara” con el propósito de interrogar a los prisioneros de guerra. Posteriormente se le cambió el nombre, pero se mantuvieron los métodos, incluyendo la tortura. El lugar estaba al servicio del Partido Comunista y se hizo famoso por la crueldad desplegada para reprimir a los enemigos del régimen comunista.
Ninguna persona sensible puede visitar la Casa del Terror de Budapest y mantenerse indiferente frente al terror a que un grupo de gente poderosa, dominada por una ideología totalitaria, puede someter a toda una nación. La remembranza de las atrocidades cometidas por la dictadura nazi y la comunista no sólo tiene un valor histórico: es un medio de advertir a los húngaros y a ciudadanos de todo el mundo contra los peligros del totalitarismo. Más aún, es una manera efectiva de usar la memoria para sanar heridas y sembrar esperanza, especialmente cuando se toma en cuenta que los culpables del genocidio fueron juzgados y condenados y la terrible pesadilla pasó a la historia.
Ni en la Argentina ni en ningún otro país de América Latina existe nada parecido a la Casa del Terror. Tristemente, sobran razones para que haya no sólo una sino varias: el terrorismo de Estado forma parte constitutiva de la historia de nuestros países. En nuestra región, sin embargo, la Casa del Terror que necesitamos no es la relacionada con dictaduras basadas en la ideología nazi o comunista y apoyadas por Alemania o la Unión Soviética respectivamente. La Casa del Terror que requerimos es la vinculada a dictaduras igualmente violadoras de los derechos humanos como aquéllas, pero basadas en la ideología neo-liberal y apoyadas por los Estados Unidos de América.
A falta de un museo como el de Budapest, el Día de la Memoria, que por decreto presidencial se celebra en la Argentina el 24 de marzo, es una elocuente afirmación que el abuso del poder, la violación de los derechos humanos y los crímenes de lesa humanidad cometidos por gobiernos totalitarios pertenecen al pasado y tienen que ser superados; que la última palabra tanto en la vida personal como en la pública la tienen la Verdad y la Justicia, que emanan de Dios y buscan colaboradores en el plano humano. Como dice Hannah Arendt, bajo el terror, la mayoría de la gente se da por vencida, pero unos pocos no, y desde un punto de vista humano, no se requiere nada más ni se puede esperar nada más para que este planeta siga habitado por seres humanos.


Fuente: Blog de René Padilla, Fundación Kairos.

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