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martes, 30 de agosto de 2011

Prólogo a Chiapas para Cristo: Las enseñanzas de la práctica misionera tienen que ser evaluadas desde distintas ópticas

Por. Carlos Martínez García, México


Una de ellas es la de quienes se establecieron por largo tiempo en alguna zona lejana, geográfica y culturalmente, a su propio entorno. Es el caso de los misioneros de la Iglesia Reformada en América, cuya primera pareja se asentó en tierras chiapanecas en 1926 . Entonces, junto con misioneros nacionales y locales, eligieron como lema para sus tareas el de “Chiapas para Cristo”. Las líneas que siguen son el prólogo que escribí para el libro que conjunta escritos de misioneros de larga experiencia en Chiapas . Cada capítulo recoge las reflexiones bíblicas, históricas, culturales y misionales fruto de varias experiencias intelectuales y espirituales de quienes llegaron a Chiapas invitados por grupos de creyentes chiapanecos.

Pronto el libro estará en circulación. Ente tanto comparto con los lectores de Protestante Digital las páginas iniciales que fui invitado a escribir como presentación del volumen:«Llegan de muchos lugares y con las más variadas motivaciones. Algunos(as) permanecen unos cuantos meses o pocos años. Otros, los personajes que más nos interesa estudiar, pasan la mayor parte de su vida entre poblaciones y habitantes de los que casi nadie más se ocupa, como si no existieran en la geografía y la cultura nacionales. Son los misioneros, mayormente los enviados para difundir alguna creencia religiosa, aunque también los hay en muchos otros campos, como el político, de salud, de los derechos humanos. El tema es muy vasto, simplemente hay que recordar la existencia histórica, en el seno del cristianismo, de viajes misioneros en la Iglesia primitiva, de los cuales da cuenta el Nuevo Testamento. Esos viajes le imprimieron a la naciente Iglesia el carácter para trascender fronteras geográficas, sociales, étnicas y culturales.

Damos un salto de varios siglos y nos encontramos con el auge de las misiones protestantes en el siglo XIX, sobre todo las de iglesias libres, es decir, las de agrupaciones de creyentes que NO se identificaban con la confesión religiosa oficial del Estado. Al llegar al territorio estadounidense los peregrinos que en Europa pertenecían al tipo de iglesias libres, tuvieron entre sus preocupaciones básicas la de extender sus creencias religiosas. Se organizaron infinidad de sociedades misioneras para enviar voluntarios a tantos países como les fuera posible.

En el caso de México, a partir del último tercio del siglo XIX arribaron al país misioneros metodistas, presbiterianos, bautistas y congregacionales, entre otros. Antecesores de todos ellos fueron John C. Brigham, congregacional, agente de la Sociedad Bíblica Americana, quien trabajó en México en los años 1824-1826; y James Thomson, que llegó a la nación mexicana en 1827, auspiciado por la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, con el fin de distribuir la Biblia. Hacemos otro salto, para situarnos en Chiapas, donde en 1926 se asientan John y Mabel Kempers, mediante un convenio que establecen la Iglesia Nacional Presbiteriana de México (INPM) y la Iglesia Reformada en América (IRA). El acuerdo fue firmado por ambas partes en 1925. Antes de los Kempers hubo varios misioneros extranjeros espontáneos en Chiapas, tanto norteamericanos como guatemaltecos, quienes a fines del siglo XIX y principios del XX trataron de difundir su fe en Tapachula, en las fincas cafetaleras del Soconusco y en Tuxtla Gutiérrez. Le corresponde a la IRA la línea con la mayor continuidad en el trabajo misionero en Chiapas , por lo que en el 2006 esa denominación celebró ocho décadas de colaboración con la INPM. Se organizaron varios actos para celebrar el acontecimiento, tanto en Chiapas como en Estados Unidos. Por parte de la IRA se publicó un número especial de la revista Reformed Review , en el que hicieron una especie de evaluación misioneros con larga experiencia de trabajo en Chiapas. Esos escritos son los que conforman el presente libro.

Los misioneros de la IRA ya tenían casi década y media en Chiapas, cuando hicieron su aparición los del Instituto Lingüístico de verano (ILV) . Este hecho le ha pasado desapercibido a prácticamente todos los “chiapanólogos” que se han ocupado de investigar el asentamiento y expansión del protestantismo en los pueblos indios de Chiapas. Casi siempre reproducen la afirmación de que el cristianismo evangélico llegó a los indígenas chiapanecos mediante los enviados del Instituto Lingüístico de Verano. No fue así, y de ello hemos dado cuenta en distintas publicaciones de nuestra autoría. Mientras los del ILV —que para realizar una parte de su labor (la de rescatar por escrito los idiomas indígenas) establecen convenios con los gobiernos— fueron objeto de severas críticas e impugnaciones por parte de los y las antropólogos nacionales; la presencia y obra de los misioneros de la IRA en territorio chiapaneco prácticamente han sido ignorados por los impugnadores del ILV. Tal vez sea porque los de la IRA desde un principio buscaron colaborar con iglesias locales, sus cuerpos regionales y su liderazgo nacional, mientras el ILV presentaba su labor como más ligada a temas culturales y mantenía en bajo perfil sus tareas específicamente religiosas, lo que le valió acusaciones de encubrir sus verdaderos propósitos al trabajar entre los indígenas.

En el verano del 2005 se realizaron varias despedidas a una pareja de misioneros de la IRA, un matrimonio procedente de Holland, Michigan, y que trabajó por casi cuarenta años principalmente con los indios de Los Altos de Chiapas. Él, además de antropólogo, es teólogo y fue coordinador, junto con su esposa, de la traducción de la Biblia al tzotzil de Chenalhó. En razón de una investigación que tengo en curso, y que se ocupa de los actores de la expansión del protestantismo evangélico en Chiapas, he tenido varias conversaciones con esa pareja misionera.En este ejercicio me ha quedado claro que, por lo menos en su caso (que hago extensivo a la línea iniciada por la IRA en 1926) la explicación preferida por muchos críticos, en el sentido de que los misioneros son nocivos para las poblaciones indígenas, es errónea y hasta injusta. Es errónea porque no llegaron como agentes exógenos por sus ganas y por su cuenta, sino que fueron invitados por un grupo de indígenas para trabajar con ellos. Y es injusta porque al convivir en las mismas duras condiciones de sus invitadores, se identificaron con ellos, con sus aspiraciones, y les acompañaron en su búsqueda por hacer realidad el respeto a sus derechos humanos, tan vulnerados por un medio históricamente opresivo.

Los misioneros y las misioneras, en particular quienes gastan sus vidas en décadas de servicio a los indígenas, llegan a fundirse con los sujetos de la misión. No les imponen unas creencias, sino que intercambian con ellos y ellas mensajes, convicciones y objetivos, hasta ser vistos por los “receptores” —quienes en realidad son sujetos activos y no recipientes vacíos en los que se pueda verter lo que uno quiera— como uno de ellos. Es el caso de René y Carla Sterk , la pareja que hace casi cuarenta años llegó del norte a Chiapas y permaneció por casi cuatro décadas entre sus habitantes y territorio. Por cierto, al parecer cuarenta años son un lapso cuasi normativo para los misioneros que han trabajado entre los indígenas de Chiapas. Cuarenta años estuvieron en esas tierras los primeros misioneros de la IRA, John y Mabel Kempers . Garold y Ruth Van Engen permanecieron de 1943 a 1978, dedicándose a servir a los tzotziles de Chenalhó. Samuel y Helen Hofman coadyuvaron en la obra de los tzeltales y tojolabales evangélicos, lo hicieron entre 1959 y 2000. Cuarenta años permaneció allí otro misionero (1960-2000), el obispo católico de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruiz García . Vale mencionar que una de las influencias de Samuel Ruiz para desarrollar su práctica eclesiológica y pastoral, además del Concilio Vaticano II, fue su comprobación de los magníficos resultados alcanzados por los misioneros protestantes en los pueblos indios de Chiapas, particularmente de Marianna Slocum y Florence Gerdel (ambas del Instituto Lingüístico de Verano) entre los tzeltales.

Y más de la mitad de ese lapso de cuatro décadas lleva en el lugar alguien formado en las aulas de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde estudió filosofía, y a quien han llamado de muchas formas, pero al que también le queda el título de misionero: el subcomandante Marcos, misionero social y político del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, pero misionero al fin . Él llegó con ciertos objetivos, de los cuales sus misionados se apropiaron y enriquecieron en el camino con su gran capacidad para hacer florecer un mensaje originalmente exógeno. Chiapas, tierra fascinante para los misioneros.»



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