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jueves, 14 de marzo de 2013

HE VISTO A JESUS MUTILADO Y TORTURADO EN EL CUERPO DE UNA MUJER MEXICANA

Por. Luis Eduardo Cantero, Argentina*

Me sorprendió la muerte de María Santos G, una heroína mexicana de nuestro siglo XXI, que se enfrentó a los carteles de la droga desde su función de alcaldesa. Fue un símbolo de lucha y justicia, que puso a temblar a los carteles mexicanos. Ella es un ejemplo de vida, de compromiso y de seguimiento al crucificado. Duele que haya muerto en manos de cobardes, “ahora es un número más en las escalofriantes estadísticas de la guerra contra los carteles mexicanos que se cobran cada año miles de vidas.” 
María Santos G, sabía a lo que se enfrentaba, no tuvo miedo de levantar la bandera contra la lucha de los mercaderes de la droga, y así lo expresó en una entrevista: A pesar de mi seguridad y la de mi familia, lo que ocupa mi mente es mi responsabilidad hacia mi gente: los jóvenes, las mujeres, los mayores y los hombres que se parten el alma cada día sin descanso para encontrar un pedazo de pan para sus hijos".
Esas palabras de responsabilidad y compromiso con su gente representan la forma en que Jesús nos invita a todos (as) a rebelarnos contra toda estructura o sistema económico o religioso que abuse y destruya a nuestra gente. Jesús se enfrentó a los poderes de su tiempo, porque veía que su pueblo estaba sufriendo en manos de un sistema opresivo y excluyente, que excluía a los leprosos, a las personas con cualquier defecto físico, a los extranjeros, etc.  Por eso, Jesús vino al mundo, vivió y sufrió entre nosotros y fue el primero en experimentar las torturas que en Semana Santa recordamos con dolor.
Ese mismo dolor del alma que acompañó a María Santo hasta el último aliento, al sentir los golpes y las torturas  más viles que haya vivido un ser humano. Su dolor es nuestro dolor, un dolor que clama justicia, que clama no solo al pueblo mexicano para que haga un pare contra los mercaderes de la droga, sino a todo el pueblo latinoamericano que sufre este mal de ver a niños, niñas, jóvenes, mujeres, ancianos que mueren por el consumo de  la droga…
María Santos G, sintió dolor por el sufrimiento de su gente, lo cual la impulsó a pelear desde el escenario político; pues estaba cansada de ver a sus homólogos sin hacer nada. ¿Cuantos políticos latinoamericanos se podrían preguntar qué están haciendo con el legado de esta mujer que sobrevivió a dos atentados? Sin embargo, los dolores de las balas no le impidieron continuar y siguió peleando. A ella lo que le importaba era luchar por su gente, tratar de erradicar a los mercaderes de la droga. Se trataba de una lucha contra el mal, pero sabía que asumir esa responsabilidad y ese compromiso era más gratificante que rendirse a los deseos  materialistas de los mercaderes…
¿Cuántos políticos podrían seguir el modelo de María Santos G? ¿Cuántos pastores y pastoras evangélicos podríamos asumir esa responsabilidad? ¿Cuántos políticos evangélicos e iglesias, de hecho, han asumido dicha responsabilidad y compromiso o más bien han sucumbido al miedo a ser torturados, mutilados, etc.? ¿No será esto el reflejo de que aún no se han negado a sí mismos, a los placeres, a la riqueza, a los deleites de este mundo, debido a que sus acciones y predicas los dejan mal parados; porque sólo se han preocupado de atesorar riquezas a través de la explotación del diezmo, los pactos, las siembras, etc., que dejan a los hermanos cada vez más pobres?
Somos responsables de lo que muchos de estos mercaderes religiosos están  haciendo, igual que lo son los dueños de las drogas que envenenan y matan a sus seguidores para quedarse con su dinero. Cada uno de nosotros (pastores, pastoras,  líderes) somos responsables de lo que Dios nos ha llamado a cumplir, a saber, las demandas del Reino de Dios.
A veces cometemos el error de pensar que ser pastor, pastora, profeta o seguidor de Cristo consiste en considerar Su Palabra como un libro mágico y que podemos solucionar los problemas de la gente apelando a esa supuesta magia, sin pasarlos por la lupa de un análisis crítico de nuestra realidad. Sólo queremos vivir la fe obedeciendo a Dios en una especie de huida de nuestra propia realidad. Sin duda, obedecer y pasar tiempo a solas con Dios es importante, pero sin ningún compromiso no hemos comprendido la relación de Jesús con su Padre, la cual estaba basada en el amor al prójimo.
Así lo entendió María Santos G, que obedeció a las palabras que encontramos en la primera carta de Juan: “El que dice que permanece en Jesús, debe andar como él anduvo.” (1 Juan 2: 6). Estas palabras me han permitido ver a Jesús mutilado y torturado en el cuerpo de una mujer mexicana, y mi oración es: “Señor, que tu Espíritu Santo nos guíe hoy. Ayúdanos a discernir las prioridades y a vivir como el Jesús reflejado en María Santos…”
 
*Luis Eduardo Cantero, pastor, Teólogo, filósofo y Docente universitario. Doctorando en Historia de América Latina por la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, España.

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