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viernes, 8 de marzo de 2013

La base de la misión cristiana

Por C. René Padilla, Argentina

Por varios siglos la expansión del cristianismo estuvo vinculada a la expansión colonial de las naciones “occidentales y cristianas”. Esta era, por así decirlo, la dimensión religiosa de la colonización: los pueblos conquistados por los europeos eran obligados a abrazar la cultura de los conquistadores, la que incluía la fe cristiana. Así, podemos decir que la base de la fe cristiana era el poder colonial ejercido por España y Portugal (en el caso del catolicismo romano) o por Inglaterra, Holanda, Alemania y Suecia (en el caso del protestantismo).
En un periodo más reciente, durante la Guerra Fría, un movimiento estadounidense que tenía como misión la evangelización de estudiantes universitarios en varios países del mundo promovía la promoción de recursos económicos con el siguiente aviso: “ayúdenos a detener el avance del comunismo, envíenos su contribución financiera”. Sería posible decir que, para los líderes de ese movimiento, la misión tenía como base la ideología capitalista en contraposición con la ideología comunista.
Se podrían dar otros ejemplos de cómo los cristianos, en lo que respecta a nuestra misión, hemos sido condicionados a lo largo de la historia por la situación que nos rodea. Nos olvidamos que la base de la misión cristiana no es otra que la revelación de Dios que culmina en Jesucristo, de la cual dan testimonio las Sagradas Escrituras, y tratamos de justificar nuestra misión con razones derivadas de nuestra propia cultura.
Hay varios textos de la Biblia que podríamos citar para mostrar el lugar central que la revelación de Dios en Jesucristo ocupa en la misión cristiana. Probablemente ningún de ellos ha sido tan usado en lo que se refiere a la Gran Comisión en Mateo 28:16-20, un pasaje que sintetiza el contenido del Evangelio. Ya en 1590, Adrián Saravia (1531-1613), un joven teólogo reformado holandés contemporáneo de Calvino, escribió un tratado sobre la vigencia de ese texto del Nuevo Testamento. Su propósito era demostrar la necesidad de que la iglesia en Europa rompiera con la reclusión impuesta por la cristiandad y, en obediencia a la comisión de Mateo 28:19, se apropiara de la promesa de Mateo 28:20. Posteriormente, William Carey (1761-1834), el zapatero misionero, publicó su famoso tratado sobre el mismo tema, por un desconocimiento general del tratado de Saravia, pasó a la historia como el primer protestante en recurrir a la Gran Comisión para promover la misión transcultural.
Hay muchos textos bíblicos que apuntan al propósito de Dios de que su mensaje de redención llegue a todas las naciones de la tierra. Por ahora, en vista del lugar que Mateo 28:16-20 ocupa en el primer Evangelio y en movimiento misionero moderno, vamos a explorar su contenido en varios artículos.
La escena descrita en el texto tiene lugar en Galilea, la provincia donde Jesús creció y desarrolló la mayor parte de su ministerio; la región “semipagana” donde convocó a la mayoría de sus seguidores y de donde provenían casi todos sus discípulos. Es el último encuentro del Cristo resucitado, antes de su ascensión, un encuentro que marca el fin del ministerio terrenal de Jesucristo y el acto de comisionar a sus discípulos como continuadores de ese ministerio. Las palabras que Jesús les dirige son en realidad el testamento en el cual deposita su legado no sólo para ellos sino también para los discípulos que les sucederán “hasta el fin del mundo”. Son, consecuentemente, palabras cuyo sentido tiene mucho que ver con todos los que se reconocen como discípulos de Cristo hoy.
 
Fuente: El blog de René Padilla, 2013.

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