Por varios siglos la expansión del cristianismo
estuvo vinculada a la expansión colonial de las naciones “occidentales y
cristianas”. Esta era, por así decirlo, la dimensión religiosa de la
colonización: los pueblos conquistados por los europeos eran obligados a
abrazar la cultura de los conquistadores, la que incluía la fe cristiana. Así,
podemos decir que la base de la fe cristiana era el poder colonial ejercido por
España y Portugal (en el caso del catolicismo romano) o por Inglaterra,
Holanda, Alemania y Suecia (en el caso del protestantismo).
En un periodo más reciente, durante la Guerra Fría,
un movimiento estadounidense que tenía como misión la evangelización de
estudiantes universitarios en varios países del mundo promovía la promoción de
recursos económicos con el siguiente aviso: “ayúdenos a detener el avance del
comunismo, envíenos su contribución financiera”. Sería posible decir que, para
los líderes de ese movimiento, la misión tenía como base la ideología
capitalista en contraposición con la ideología comunista.
Se podrían dar otros ejemplos de cómo los
cristianos, en lo que respecta a nuestra misión, hemos sido condicionados a lo
largo de la historia por la situación que nos rodea. Nos olvidamos que la base
de la misión cristiana no es otra que la revelación de Dios que culmina en
Jesucristo, de la cual dan testimonio las Sagradas Escrituras, y tratamos de
justificar nuestra misión con razones derivadas de nuestra propia cultura.
Hay varios textos de
la Biblia que podríamos citar para mostrar el lugar central que la revelación
de Dios en Jesucristo ocupa en la misión cristiana. Probablemente ningún de
ellos ha sido tan usado en lo que se refiere a la Gran Comisión en Mateo
28:16-20, un pasaje que sintetiza el contenido del Evangelio. Ya en 1590, Adrián
Saravia (1531-1613), un joven teólogo reformado holandés contemporáneo de
Calvino, escribió un tratado sobre la vigencia de ese texto del Nuevo
Testamento. Su propósito era demostrar la necesidad de que la iglesia en Europa
rompiera con la reclusión impuesta por la
cristiandad y, en obediencia a la comisión de Mateo 28:19, se apropiara de la
promesa de Mateo 28:20. Posteriormente, William Carey (1761-1834), el zapatero
misionero, publicó su famoso tratado sobre el mismo tema, por un
desconocimiento general del tratado de Saravia, pasó a la historia como el
primer protestante en recurrir a la Gran Comisión para promover la misión
transcultural.
Hay muchos textos bíblicos que apuntan al propósito
de Dios de que su mensaje de redención llegue a todas las naciones de la
tierra. Por ahora, en vista del lugar que Mateo 28:16-20 ocupa en el primer
Evangelio y en movimiento misionero moderno, vamos a explorar su contenido en
varios artículos.
La escena descrita en el texto tiene lugar en
Galilea, la provincia donde Jesús creció y desarrolló la mayor parte de su
ministerio; la región “semipagana” donde convocó a la mayoría de sus seguidores
y de donde provenían casi todos sus discípulos. Es el último encuentro del
Cristo resucitado, antes de su ascensión, un encuentro que marca el fin del
ministerio terrenal de Jesucristo y el acto de comisionar a sus discípulos como
continuadores de ese ministerio. Las palabras que Jesús les dirige son en
realidad el testamento en el cual deposita su legado no sólo para ellos sino también
para los discípulos que les sucederán “hasta el fin del mundo”. Son,
consecuentemente, palabras cuyo sentido tiene mucho que ver con todos los que
se reconocen como discípulos de Cristo hoy.
Fuente: El blog de René Padilla, 2013.
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