Por. Carlos Martínez García, México*
Conrado Grebel y los anabautistas que
predicaron el Evangelio de paz abrieron una vía distinta a los modelos
teológicos y políticos imperantes.
En una época en donde distintos bandos consideraban natural
defender y/o imponer sus creencias a otros por la fuerza de las armas,
Conrado Grebel abogó por el Evangelio de paz. El núcleo de los hermanos
suizos descubrió que si los cristianos querían en verdad seguir el
ejemplo de Cristo, entonces el ser discípulos implicaba necesariamente
ser constructores de paz.
En la primera carta de Grebel y sus correligionarios en Zurich dirigida a Thomas Müntzer, que comencé a desglosar en mi artículo anterior, Conrado de forma muy clara afirma: “tampoco hay que proteger con la Espada el Evangelio y a sus adherentes, y éstos tampoco deben hacerlo por sí mismo como –según sabemos por nuestro hermano [Hans Huiuff]– tú opinas y sostienes. Los verdaderos fieles cristianos son ovejas entre los lobos, ovejas para el sacrificio. Deben ser bautizados en la angustia y en el peligro, en la aflicción, la persecución, el dolor y la muerte […] Ellos no recurren a la espada temporal ni a la guerra, puesto que renuncian por completo a matar”.
Tras establecer lo anterior, el grupo de Conrado Grebel, Félix Manz y Jorge Blaurock le comunican a Müntzer por qué sostienen el bautismo de creyentes. En su entendimiento, “las Escrituras [les] dicen que el bautismo significa que por la fe y la sangre de Cristo son lavados los pecados del bautizado; significa que uno está y debe estar muerto para el pecado, que se ha adquirido una nueva vida y un nuevo espíritu y que será salvo con certeza, si por el bautismo interior se vive de acuerdo al verdadero sentido de la fe”.
Sostienen que ser bautizado no reafirma ni aumenta la fe, tampoco proporciona la salvación, sino que es un testimonio visible de que quien recibe el bautismo tiene salvación por reconocer a Cristo como Salvador y Señor. Citan varios pasajes bíblicos para respaldar su oposición a que los infantes sean bautizados, los tales podrán serlo cuando por ellos mismos decidan que quieren testimoniar su fe en Cristo dentro de la familia de creyentes.
La misiva tiene fecha del 5 de septiembre de 1524, para entonces ya Müntzer y sus seguidores están en abierta oposición armada a los príncipes alemanes. Cuando Grebel y los demás conocen esta noticia escriben una segunda misiva en la que llaman al teólogo de Allstedt a deponer su actitud bélica.
Conrado Grebel menciona que ha conocido el folleto de Lutero, publicado en agosto de 1524, contra la revuelta de los campesinos y el papel de Müntzer dentro de la misma: “Veo que [Lutero] desea hacerte decapitar entregándote al Príncipe, a quien él ha ligado su Evangelio”.
Ya bien enterados del llamado de Müntzer a tomar las armas para hacer posible la Nueva Jerusalén, Grebel y los suyos hacen una exhortación “en nombre de la común salvación de todos nosotros a que desistas de todo ello y de toda idea propia [sobre la violencia], ahora y en adelante”. Consideran que mantener la integridad de la enseñanza neotestamentaria sobre vivir en contraste a los valores religiosos y políticos vigentes, necesariamente los pone en minoría ya que en el régimen de Cristiandad no se prioriza la práctica cotidiana de los principios éticos de Jesús.
Los radicales de Zurich perciben con claridad que sus críticas tanto a príncipes católicos como a protestantes, al igual que a sus respectivos teólogos, les acarrearían persecuciones. El por ellos llamado bautismo de sangre, es decir pagar con sus propias vidas las crueles penas capitales que les impusieron sus perseguidores, no tardaría en llegar.
Grebel subraya en la segunda misiva que el apego a las normas del punto máximo de la Revelación progresiva de Dios son las que deben transmitirse como vinculatorias para los creyentes: “Instituye y enseña sólo la clara palabra de Dios y los correspondientes ritos, junto con la Regla de Cristo [Mateo 18], el inadulterado Bautismo y la inadulterada Cena (tal cual la hemos mencionado en la primera carta acerca de los cuales tú sabes más que cien de nosotros)”.
Los disidentes de Zwinglio en Suiza sostendrían sus convicciones pacíficas, pacifistas y pacificadoras en territorios dominados por gobernantes católicos lo mismo que bajo la hegemonía de gobernantes protestantes. Su eclesiología tuvo como núcleo la conversión voluntaria y el ingreso a la comunidad de creyentes por un compromiso personalmente asumido.
Thomas Müntzer, como he intentado desarrollar en esta serie, hizo denodados esfuerzos por llevar a la práctica su entendimiento bíblico de haber sido elegido divinamente para hacer llamados a la insurrección armada y establecer un nuevo orden religioso, social, político y económico. Sus proclamas encontraron terreno fértil en una población oprimida y esperanzada de tener acceso a condiciones de vida muy distintas a las sufridas cada día. Müntzer no creó el descontento de los campesinos, se sumó a él y le proporcionó un discurso revolucionario basado en una hermenéutica original no en cuanto al uso de la violencia (tal uso estaba respaldado teológicamente desde siglos antes), sino al sujeto que debía hacer uso de ella para terminar con la injusticia: los oprimidos y desheredados de la tierra.
Por su parte Conrado Grebel y los anabautistas que predicaron el Evangelio de paz abrieron una vía distinta a los modelos teológicos/políticos imperantes en el siglo XVI. Perseguidos, y en algunos momentos a punto de ser extinguidos, perseveraron en la encarnación de la comunidad voluntaria de creyentes al grado de que éste principio teológico les convirtió, por la simbiosis Estado/Iglesia oficial presente por toda Europa, en disidentes políticos.
En la primera carta de Grebel y sus correligionarios en Zurich dirigida a Thomas Müntzer, que comencé a desglosar en mi artículo anterior, Conrado de forma muy clara afirma: “tampoco hay que proteger con la Espada el Evangelio y a sus adherentes, y éstos tampoco deben hacerlo por sí mismo como –según sabemos por nuestro hermano [Hans Huiuff]– tú opinas y sostienes. Los verdaderos fieles cristianos son ovejas entre los lobos, ovejas para el sacrificio. Deben ser bautizados en la angustia y en el peligro, en la aflicción, la persecución, el dolor y la muerte […] Ellos no recurren a la espada temporal ni a la guerra, puesto que renuncian por completo a matar”.
Tras establecer lo anterior, el grupo de Conrado Grebel, Félix Manz y Jorge Blaurock le comunican a Müntzer por qué sostienen el bautismo de creyentes. En su entendimiento, “las Escrituras [les] dicen que el bautismo significa que por la fe y la sangre de Cristo son lavados los pecados del bautizado; significa que uno está y debe estar muerto para el pecado, que se ha adquirido una nueva vida y un nuevo espíritu y que será salvo con certeza, si por el bautismo interior se vive de acuerdo al verdadero sentido de la fe”.
Sostienen que ser bautizado no reafirma ni aumenta la fe, tampoco proporciona la salvación, sino que es un testimonio visible de que quien recibe el bautismo tiene salvación por reconocer a Cristo como Salvador y Señor. Citan varios pasajes bíblicos para respaldar su oposición a que los infantes sean bautizados, los tales podrán serlo cuando por ellos mismos decidan que quieren testimoniar su fe en Cristo dentro de la familia de creyentes.
La misiva tiene fecha del 5 de septiembre de 1524, para entonces ya Müntzer y sus seguidores están en abierta oposición armada a los príncipes alemanes. Cuando Grebel y los demás conocen esta noticia escriben una segunda misiva en la que llaman al teólogo de Allstedt a deponer su actitud bélica.
Conrado Grebel menciona que ha conocido el folleto de Lutero, publicado en agosto de 1524, contra la revuelta de los campesinos y el papel de Müntzer dentro de la misma: “Veo que [Lutero] desea hacerte decapitar entregándote al Príncipe, a quien él ha ligado su Evangelio”.
Ya bien enterados del llamado de Müntzer a tomar las armas para hacer posible la Nueva Jerusalén, Grebel y los suyos hacen una exhortación “en nombre de la común salvación de todos nosotros a que desistas de todo ello y de toda idea propia [sobre la violencia], ahora y en adelante”. Consideran que mantener la integridad de la enseñanza neotestamentaria sobre vivir en contraste a los valores religiosos y políticos vigentes, necesariamente los pone en minoría ya que en el régimen de Cristiandad no se prioriza la práctica cotidiana de los principios éticos de Jesús.
Los radicales de Zurich perciben con claridad que sus críticas tanto a príncipes católicos como a protestantes, al igual que a sus respectivos teólogos, les acarrearían persecuciones. El por ellos llamado bautismo de sangre, es decir pagar con sus propias vidas las crueles penas capitales que les impusieron sus perseguidores, no tardaría en llegar.
Grebel subraya en la segunda misiva que el apego a las normas del punto máximo de la Revelación progresiva de Dios son las que deben transmitirse como vinculatorias para los creyentes: “Instituye y enseña sólo la clara palabra de Dios y los correspondientes ritos, junto con la Regla de Cristo [Mateo 18], el inadulterado Bautismo y la inadulterada Cena (tal cual la hemos mencionado en la primera carta acerca de los cuales tú sabes más que cien de nosotros)”.
Los disidentes de Zwinglio en Suiza sostendrían sus convicciones pacíficas, pacifistas y pacificadoras en territorios dominados por gobernantes católicos lo mismo que bajo la hegemonía de gobernantes protestantes. Su eclesiología tuvo como núcleo la conversión voluntaria y el ingreso a la comunidad de creyentes por un compromiso personalmente asumido.
Thomas Müntzer, como he intentado desarrollar en esta serie, hizo denodados esfuerzos por llevar a la práctica su entendimiento bíblico de haber sido elegido divinamente para hacer llamados a la insurrección armada y establecer un nuevo orden religioso, social, político y económico. Sus proclamas encontraron terreno fértil en una población oprimida y esperanzada de tener acceso a condiciones de vida muy distintas a las sufridas cada día. Müntzer no creó el descontento de los campesinos, se sumó a él y le proporcionó un discurso revolucionario basado en una hermenéutica original no en cuanto al uso de la violencia (tal uso estaba respaldado teológicamente desde siglos antes), sino al sujeto que debía hacer uso de ella para terminar con la injusticia: los oprimidos y desheredados de la tierra.
Por su parte Conrado Grebel y los anabautistas que predicaron el Evangelio de paz abrieron una vía distinta a los modelos teológicos/políticos imperantes en el siglo XVI. Perseguidos, y en algunos momentos a punto de ser extinguidos, perseveraron en la encarnación de la comunidad voluntaria de creyentes al grado de que éste principio teológico les convirtió, por la simbiosis Estado/Iglesia oficial presente por toda Europa, en disidentes políticos.
*Autores: Carlos Martínez García
©Protestante Digital 2014
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