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jueves, 7 de agosto de 2014

Protestantes en Brasil, siglo XVI

Por. Emilio Monjo Bellido, España*
Desde Ginebra vendría un joven estudiante de teología, Jean de Léry (luego sería pastor en Francia; ya que se libró de la matanza de San Bartolomé). Tuvo que vivir un año con los nativos; aprendió mucho, y lo escribió. 
Solo unas notas para acercarnos a la presencia protestante en Brasil (siglo XVI); que dicho así suena bien, pero bien mirado el asunto chirría bastante. Un desastre. Un ejemplo de la situación religiosa protestante (francesa) del momento, con sus claros y oscuros, donde se muestra el naufragio de un modelo con el que solo se podía hacer ciudadanía convirtiendo en eclesiástica toda la vida social.
Un desastre; pero eso ha continuado. Lo que produjo la perversión de la Iglesia romana, se reactiva en estas iglesias protestantes, que ya para finales del XVI aparecen como instituciones del nuevo Templo, con sus sacerdotes, ancianos y autoridades religiosas, en las que prima la religiosidad externa.
En más de una ocasión, y aquí va otra, he propuesto la necesidad de indagar en esa secuencia de transformación en la que la Reforma primera se convierte en “confesionada” (si me permiten el término), o como han señalado los profesores Antonio Rivera y José Luis Villacañas en tantas formas y contextos, en una religiosidad de la gnosis, donde la comunidad es comunidad de “santos”, y estos son certificados por medio de un sistema gnóstico con forma protestante.
Esto arruinó el modelo primero (en el que se encuentra nuestra Reforma española, ya dicho tantas veces). Se convirtió a los documentos confesionales, a los ritos y formas locales, a los teólogos de “autoridad”, en lo que nuestro Antonio del Corro llamó “un quinto evangelio”, que se usaba como medida de ortodoxia. Eso no es la cristiana y católica reforma de vivir la Escritura en la Redención gratuita, sino un nuevo papismo.
No es extraño que, con el tiempo, como pasa hoy, su padre los crió (sí, aquel cuyo libro de familia Cristo mostró a los fariseos) y ellos se juntan.
De forma muy resumida, esa presencia en Brasil empieza en 1557, cuando el extrañísimo personaje Nicolas Durand de Villegagnon (1510-1571), caballero de Malta, vestido de (¿cómo podré poner “convertido”?) hugonote, que llegó a Vicealmirante de Francia, fue enviado por el Almirante Gaspard de Coligny, con órdenes del rey Enrique II (que protestante, protestante, no era) para establecer asentamiento en la bahía de Guanabara, actual Río de Janeiro (descubierto el sitio por los portugueses el 1 de enero de 1502, por eso Janeiro). Este sujeto terminó en Francia combatiendo contra los hugonotes; pinten el cuadro, y verán qué pinta tan extraña tiene.
En la expedición comandada por este Villegagnon iban gente variopinta, entre artesanos, marineros, etc., pero ninguna mujer. Siempre tuvo un pozo sobre la realidad sexual, en el que bebía su santurrona imaginación, y quería que todos bebieran. Cómo se le desorbitarían los ojos, ya bastantes dispersos, cuando vieron que los nativos del lugar, muy hospitalarios, estaban siempre, todos, en cueros vivos.
La estancia de la expedición está llena de episodios, que podemos llamar ridículos, si no fueren realmente trágicos para los que los sufrieron, debido a la manía de celibato forzoso que este sujeto quería imponer. Lo normal (qué miseria) era que con ello se juntaban los castigos, la prisión, las torturas; todo tipo de disciplinas, para formar una comunidad de “santos” a la medida y antojo del director. (Tampoco iban en la expedición pastores; Villegagnon hacía de director espiritual. Un desastre. Y esto es lo que se conoce como “presencia protestante en Brasil”.)
Si penoso era el gobierno, el lugar no iba a la zaga. De todos los sitios que pudieron elegir, frondosos y con buen agua, se quedaron el peor posible; árido e infecto. Allí se tenía que levantar la comunidad que imaginó aquel sujeto. Las cosas no fueron bien, como es predecible.
En un giro de su mente, a este sujeto se le ocurrió pedir a Ginebra pastores y gentes para la comunidad. Miseria. Las palabras eran excelentes. Y Ginebra envió a dos pastores y otros profesionales, ahora sí, algunos casados, a los que acompañaban sus esposas. ¿Solución? No, más líos y despropósitos.
Los que llegan se encuentran con las miserias y arbitrariedad del director. No tardan los conflictos. Se acabaron las buenas palabras de la carta a Ginebra. Ahora Calvino es una mala bestia, y lo que hay en Ginebra una secta. Terminaron todos a bofetadas. Discutían sobre qué pan había que usar en la Santa Cena, y otras cuestiones a cada cual más frívola. Y todo ello en medio de un “encuentro” (por poner algo) con los nativos, a los que se les tendría que anunciar el Evangelio. Un desastre miserable, resultado de las condiciones miserables de las que se instalaban ya en el Protestantismo.
Pero en el Protestantismo, nada que ver con la escolastización del mismo que ya empieza y que luego lo arruina, se ha sembrado la Semilla que permanece, y se muestra su fuerza también en estos lugares. En la expedición enviada desde Ginebra venía un joven estudiante de teología, Jean de Léry (1534-1611, luego sería pastor en Francia; como puede verse se libró de la matanza de San Bartolomé). “Gracias” a la arbitrariedad de Villegagnon tuvo que vivir un año con los nativos; aprendió mucho, y lo escribió.
Su libro del  Viaje a Brasil  (hay ediciones y está libre en internet, en francés) es todo un ejemplo de cómo uno se encuentra con su otro y se asume la relatividad de lo externo. La fe, con todas sus dificultades, se abre paso en las circunstancias. El camino de la fe, libre, que se encuentra en la Historia; aunque en este caso sea una “historia” penosísima, alejada de todos los referentes que se podían componer en Europa.
Junto con Léry también arribaron Jean de Bordel, Matthieu Vermeil, Pierre Bourdon y André la Fou. Quitado el último, zapatero, sin letras, que abjuró; los otros tres son los primeros mártires, así al menos se consideran, en Brasil.
Atrapados por Villegagnon (que ya dije, terminó luchando, como hacía aquí ya en este periodo, contra los hugonotes en Francia), encarcelados, se les presionó a que rechazaran su fe hugonote (en el buen sentido del término). Medio muertos, no lo hicieron, incluso uno de ellos redactó una confesión de fe, que es un modelo de cómo estaba de preparado en el conocimiento de la Escritura y de la Historia alguien que, como los otros dos, era un laico. Esto es muy destacable. Sin embargo, también hay que decir que esta confesión, pionera en aquellos suelos, adolece de una desproporción en los temas tratados, ocupando una espacio excesivo lo concerniente a la Santa Cena, pero es lógico si se tiene en cuenta la manía propia del tirano director de aquel asentamiento (que no se podrá ya decir que era “protestante” en absoluto).
Fueron ejecutados, arrojados al mar. Al poco tiempo la comunidad fue destruida por los portugueses. El tirano director se había marchado un poco antes, en 1558. Así acabó aquello. Si uno tiene en cuenta la pinta del cuadro en el inicio, se puede decir que se estableció con todos los ingredientes de su destrucción, a lo que no ayudó la incorporación posterior del grupo de Ginebra.
Unas notas solamente sobre este episodio, pero que muestran que el Protestantismo se estaba convirtiendo en un papismo con nuevo formato. Contra eso se levantó el propio Calvino, contra eso estaban levantados los nuestros, contra eso estamos levantados nosotros ahora. (¿Nosotros? Sí, todos los que están con los nuestros, somos muchos.)
A los “villegagnon” de turno, y a los pastores de rito y gesto, los creadores de iglesias construidas con lodo suelto, hermanos de los de misa y olla de toda la vida, ya la grieta se hace irreparable y se les cae el edificio, ya mismo.
La semana próxima, d. v., haremos juntos iglesia, de la que no se cae, la que los nuestros vivieron, como aquella “chiquita” de Sevilla. Al final es la que permanece, porque está en las manos de su Señor, en su cruz, no en ritos ni ceremonias; no en fuerza de camino humano (gnosticismo), ni de humana santidad, sino en la obra de quien es nuestra Santidad. Las otras iglesias de lodo suelto tienen a sus santidades, y les besan las manos. Caerán. 

Autores: Emilio Monjo Bellido

©Protestante Digital 2014

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