Por Hilario Wynarczyk*
LA REPÚBLICA ARGENTINA.
Un estudio sociológico sobre el avance de la
Iglesia Evangélica-Protestante en Argentina y su déficit en la influencia pública,
la cual no se compatibiliza con su crecimiento demográfico.
El campo de fuerzas
El conjunto de las iglesias evangélicas en la
Argentina (un país con un poco más de 40 millones de habitantes) es variado,
complejo y dinámico. Las múltiples y heterogéneas iglesias evangélicas forman
un sistema, o una gran familia, si se quiere. A la vez forman también un campo
de fuerzas, como asimismo las familias suelen serlo. Muchos elementos comunes
las unen (por eso forman un sistema) pero interpretaciones e intereses
divergentes las colocan en situaciones de tensión, alejamientos y conflictos
que son parte y dínamo del curso de su historia. Por tales razones asumimos que
forman un campo de fuerzas. En este sentido el campo evangélico resulta igual a
un caleidoscopio de colores que se unen o separan en diferentes momentos,
dándole formas a variadas combinaciones, de acuerdo con el movimiento de las
influencias externas y las dinámicas internas.
Sin embargo, con el fin de encuadrar analíticamente
el colectivo de las iglesias y sus federaciones en este país del lejano sur del
mapa latinoamericano, es posible trazar una simplificación. El procedimiento
propuesto nos permite hablar de dos polos del campo evangélico, o dos polos del
sistema. Uno es el polo de los conservadores-bíblicos, que de esa manera clasifico
tomando en cuenta para este fin su lectura mayormente literalista de la Biblia.
El polo así indicado contiene dos sectores. Uno es el sector de los
evangelicales (dentro de este conjunto las más importantes son las iglesias de
los Bautistas y de los Hermanos Libres). El otro es el sector de los
pentecostales.
A su vez, el siguiente polo es el de los
históricos-liberacionistas, que llamo históricos porque provienen de las
reformas luterana y calvinista y el tronco anglicano con sus derivaciones; y liberacionistas
por hallarse orientados hacia el progresismo y la convivencia ecuménica con
sectores que también podrían ser considerados progresistas de la Iglesia
Católica Apostólica Romana. En su ámbito incluimos a las iglesias Evangélica
Metodista Argentina, Evangélica del Río de la Plata (descendiente de la Iglesia
Evangélica de Alemania), Luterana Unida, Reformada Argentina, de los Discípulos
de Cristo, Anglicana, Presbiteriana y otras.
Quedan afuera de este conjunto analítico dos
organizaciones religiosas de notable presencia pública, la Iglesia Universal
del Reino de Dios, conocida como IURD, y la Iglesia Internacional de la Gracia,
irradiadas desde el Brasil hacia la Argentina y hacia otros países, incluidos
los europeos. Estas iglesias, muy populosas y llamativas por su presencia en la
televisión y en edificios que antes fueron cines del centro de las ciudades, no
se encuentran en comunión con el resto de las iglesias del polo conservador
bíblico y sus respectivas federaciones, a la vez que por sus rasgos peculiares
se diferencian de un modo tan radical que resultan pasibles de admitir el
nombre de iglesias para-pentecostales o
iso-pentecostales (iglesias paralelas y parecidas a
las pentecostales pero considerablemente diferentes de aquéllas y diferentes
incluso de las poderosas variantes neopentecostales).
Con criterios idénticos, no incluimos las iglesias
Nueva Apostólica, Adventista del Séptimo Día, Christian Science y La Iglesia de
Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, conocida popularmente como de los
mormones. Estas iglesias no se parecen a las pentecostales pero se
auto-excluyen de las federaciones evangélicas.
Luego de tales aclaraciones ya podemos ir a
nuestro punto central. Nuestro enfoque estará dirigido a las iglesias del polo
de los conservadores-bíblicos.
Las magnitudes del sistema
Los evangélicos pueden estar en el orden del 10 al
13 % de la población argentina, basándonos en cálculos aproximados,
porque no existen en realidad datos científicamente más precisos. En lo
personal me inclino a trabajar sobre la hipótesis del 10 %, la más
conservadora, que transportada a números absolutos significa unos 4 millones de
personas. Los conservadores-bíblicos por su parte componen el 95 % de este
capital demográfico, tal vez, y entre ellos predominan los pentecostales,
situados por mis estimaciones en el orden de los 2 millones y medio de
personas. En cuanto a los que técnicamente llamamos aquí “evangelicales”,
podrían estar en el orden de 1.300.000 personas.
La asidua observancia de las prácticas religiosas
es una característica de este conjunto, definida básicamente como la regular
asistencia a los templos. Ese es el valor práctico o carácter de indicador que
le damos al concepto de ser cristianos “observantes”. Los evangélicos se congregan
en unos 12 a 15 mil templos diferenciados entre sí en un rango que va desde
humildes locales comerciales usados como sedes de congregaciones manejadas por
“obreros cristianos” hasta enormes instalaciones que en las que se sitúan los
nodos de redes asociadas de templos –algunos relativamente importantes– y
células y pequeñas iglesias, que en su conjunto pueden sumar miles de
adherentes en cada una de las redes.
A su vez los católicos romanos observantes, para
completar un panorama de lo que podría ser el conjunto del cristianismo que
regularmente concurre a los templos con sus oficios religiosos, pueden hallarse
en el orden del 5 al 10 % de la población. En fin, aceptamos que los cristianos
observantes (lo reiteramos: en el sentido aquí propuesto) son algo así como el
20 % de la población de la Argentina. O sea: unos 8 millones de personas. Una
persona de cada cinco.
La dispersión real de las cifras es otra, porque
los porcentajes de presencia evangélica en la sociedad argentina oscilan con
los niveles socioeconómicos. En áreas urbanas de clase media y media-alta de la
ciudad a la vez conocida como Capital Federal o Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, podemos aceptar tentativamente que hay un evangélico cada 25 personas (4
% de la población). En sectores populares del Conurbano Bonaerense, un cinturón
de municipios que rodean la principal ciudad del país y constituyen con ella
una megalópolis metropolitana de 13 millones de habitantes, la cifra puede
subir al nivel del 25% de la población: un evangélico cada 4 personas.
Los evangélicos como sujeto cívico que
protesta
En la década de los 90, los evangélicos
construyeron una presencia pública llamativa por causa de la protesta por la
igualdad de cultos, en el contexto asimétrico marcado por la posición de la
Iglesia Católica Apostólica Romana, que el sistema jurídico favorece a partir
del artículo 2 de la Constitución o Carta Magna, cuyo texto afirma que el
Estado la sostiene. El estatus especial de la Iglesia Católica (cuyos
defensores más radicales sostienen que es anterior al Estado argentino, lo cual
es verdad) resulta completado por otros elementos del aparato legal y varios
tratados internacionales.
En ese contexto los evangélicos llegaron a hacer
dos grandes concentraciones en el Obelisco de la Ciudad de Buenos Aires, figura
rectora de la Plaza de la República, en los años 1999 y 2001, luego de un
proceso extenso, que aquí no podríamos detenernos a explicar. Posteriormente,
en el 2003 hicieron otra de tales reuniones, pero no obtuvieron el mismo nivel
de éxito. En definitiva esta clase de movilizaciones colectivas perdió
presencia en el espacio público argentino, por motivos que no están estudiados,
y jamás se produjo ningún cambio sustancial en la legislación argentina en
materia de iglesias y comunidades religiosas. Sin embargo sucedió otra cosa que
llamó la atención de los medios. Las federaciones evangélicas, mancomunadas
especialmente para ese fin a lo largo de la década del 90 (cuando el campo de
fuerzas se cohesionó sintiéndose agredido desde el exterior), llegaron a
constituir al conglomerado evangélico en un notorio sujeto colectivo de la vida
cívica de la Nación, que dialogaba con miembros del episcopado católico y el
Estado, y así fue por un lapso de tiempo. Las condiciones ambientales
democráticas del momento, impactadas por la Reforma de la Constitución en 1994
(en la que el pastor y teólogo José Míguez Bonino, de la Iglesia Metodista,
alcanzó un sitial de legislador), contribuyeron al movimiento colectivo.
Por otra parte, y en un nivel de análisis ahora
diferente al que llevamos adelante en el presente texto, pocas dudas caben, de
que las iglesias evangélicas les han permitido a cuantiosas personas encontrar
un punto de pertenencia dentro de redes sociales, y un enclave de
significación, sentido existencial y esperanza. Las iglesias evangélicas han
contribuido a la constitución de sujetos, individuales y colectivos, a través
de una teología que afirma la presencia activa del Espíritu en la vida de las
personas, y a través de la liturgia y la enseñanza procura realizarla. Estas
son, desde la perspectiva sociológica, otras consecuencias de la dinámica de
las iglesias evangélicas, en las cuales en este análisis en particular no vamos
a entrar ahora.
Incursiones en la política
A partir del restablecimiento del sistema
democrático (tras una dictadura que se extendió por el lapso de 1976 a 1983, al
cabo del cual los principales responsables recibieron condenas o son juzgados,
tarde pero al fin, por genocidio sobre sus propios conciudadanos), algunos
evangélicos intentaron crear partidos políticos confesionales pero sus intentos
fracasaron.
Estas iniciativas cobraron mayor fuerza en la
década de 1990. En todas sus variantes, sin embargo, los proyectos fracasaron
hasta desaparecer de la escena pública. En parte estas experiencias fueron
reflejos de otras experiencias del espacio latinoamericano, que tampoco se
consolidaron, con excepción de “la bancada evangélica” del Brasil.
Más tarde, en votaciones que tuvieron lugar entre
el 2003 y el 2009 aparecieron candidatos evangélicos en varias tendencias
políticas. Estos evangélicos ya no pretendían formar partidos políticos de
evangélicos. En dicho lapso, de cinco candidatos, casi todos evangelicales,
tres consiguieron cargos luego de varios intentos fallidos. Y de nueve
candidatos pentecostales ninguno obtuvo un cargo.
Al comienzo de la década siguiente, habría de
acuerdo con mis hipótesis estadísticas (recuerde el lector que estas son
“hipótesis estadísticas”, y no afirmaciones incuestionables), un caudal de unos
3.000.000 de votantes evangélicos en la Argentina. Dentro de esa cantidad
existiría, nuevamente, un predominio demográfico de las iglesias del polo
conservador bíblico, o en otros términos: evangelicales y pentecostales.
Entre los meses de julio y agosto del 2011,
alrededor de un centenar de candidatos de extracción evangélica participó
electoralmente encuadrado en varios partidos, pero es posible distinguir su
notable presencia en las variantes del peronismo opuestas al peronismo
“kirchnerista” situado en el poder. Un fenómeno muy local y argentino, el de la
multiplicidad de las manifestaciones históricas del peronismo, a escala
nacional se tornaba evidente para los nativos, aunque resulta difícil de
comprender para los habitantes de otros países, los vecinos incluidos. De esta
manera, unas diez personas del centenar evangélico consiguieron cargos, en
general cargos de menor relevancia. Al mismo tiempo, la figura femenina que
desde unos años antes se había constituido en emblemática de la presencia
evangélica en la política, defendiendo posiciones conservadoras en temas de
familia y bioética, perdió el sitio de legisladora conseguido luego de haber
iniciado su carrera política con una agrupación de corte liberal y evolucionado
en forma independiente hasta la constitución de un “mono-bloque” conocido como
Valores para Mi País. La economista Cynthia Hotton, hija en términos eclesiales
del ámbito de los Hermanos Libres, no dejó sin embargo de ser una personalidad
con bastante presencia en los medios, y sólida y constante vocación política.
Otras formas de la presencia y la
ausencia cívica
Hasta este momento del análisis, los datos nos
remiten a la conclusión de que los evangélicos, aunque lograron ponerse de
manifiesto como un sujeto cívico a raíz de sus movilizaciones de protesta por
la igualdad de culto, en 1999 y 2001 en el Obelisco de la Plaza de la
República, no alcanzan hoy a ejercer una mayor incidencia pública fuera de su
propio espacio religioso. Pero es imprescindible llevar en cuenta que aquí
hablamos de incidencia pública en el sentido de una incidencia cívica.
Básicamente queremos expresar con esto, que los evangélicos no colocan ni
sostienen puntos en la agenda pública de la política, la educación, la economía,
y a lo sumo circulan ubicados a la sombra de una protesta mayor de tipo
conservador en materia de bioética, cuya fuerza principal está en las manos de
los obispos católicos, quienes al mismo tiempo tienen una línea de crítica
hacia la política nacional en términos de lo que consideran desviaciones que
amenazan a las instituciones republicanas y la equidad social.
Una constatación simple que permite sustentar por
un camino indirecto aquella afirmación, es la de que poco y nada los
evangélicos existen en el “diálogo inter-religioso” (que no es lo mismo que el
“movimiento ecuménico”, especialmente vigoroso en décadas anteriores). En
efecto, están presentes los católicos, que funcionan como el motor del diálogo
mencionado, y junto con ellos los judíos y musulmanes, y algunos pastores
luteranos. Las actividades de este movimiento alcanzan una manifestación
pública a través del suplemento semanal “Valores Religiosos”, albergado como
otros suplementos específicos y muy variados entre sí, dentro del diario Clarín.
¿A qué atribuirle este déficit de
gravitación pública?
Algunas personas en el ámbito de nuestro análisis
comienzan a cuestionarse esta situación y a preguntarse por las causas. Delante
de esas inquietudes, en el espacio de este artículo únicamente podemos
presentar algunas líneas explicativas que funcionan como hipótesis o supuestos
cuya elucidación demandaría al menos unas horas de reunión y debate. Son por
otra parte hipótesis y reflexiones desde mi personal perspectiva, con un
enfoque centrado en el numeroso y dinámico polo que hemos denominado de las
iglesias conservadoras bíblicas.
Parte de la explicación del problema se encuentra,
en primer término, en el proceso histórico de crecimiento de las iglesias
evangélicas, en buena medida a través de sectores de la población de menores
ingresos y niveles de instrucción, sectores que han permanecido ajenos a la
reflexión política y social. En esto no encajan las iglesias que crecieron a
través de los procesos migracionales desde Europa hacia la Argentina y a lo
largo de líneas luteranas y calvinistas o asociadas con las tradiciones
anglicanas y sus derivaciones en el metodismo.
Aquella característica básica, localizada en la
estructura social, se vio reforzada históricamente por la difusión de la
herencia teológica que inducía al apartamiento del “mundo” y muy
específicamente del mundo de la política, un fenómeno comprensible y muy
estudiado ya por los sociólogos clásicos en referencia al movimiento
anabaptista y sus consecuencias ulteriores en las respuestas milenaristas al
estado del mundo.
A la fusión de las causas, unas estructurales y
otras históricas, se les sumó la influencia de corrientes periodísticas y de
opinión pública que en la Argentina calificaron a los evangélicos como
“sectas”, en un proceso infamante que hallaba un notable soporte en la
discriminación jurídica todavía vigente en el país. El síndrome del
etiquetamiento negativo, muy fuerte en las décadas de 1980 y 1990, con la
vuelta al sistema democrático y la difusión desbordante de las iglesias
pentecostales sobre todo, se constituyó en una de las causas de la movilización
de protesta por la igualdad de cultos a la que nos hemos referido en otros
párrafos de este mismo artículo y en una investigación exhaustiva condensada en
el libro “Ciudadanos de dos mundos, el movimiento evangélico en la vida pública
argentina, 1980-2001”.
Asociados entre sí, y reforzándose mutuamente, los
factores teológicos, de posición social y recepción de agravios, pudieron
incidir en la percepción que las iglesias se forjaron de ellas mismas como
colectivos religiosos subalternos o de segunda clase. Si así fuese, la
construcción subjetiva podría explicar la búsqueda de reconocimiento público de
parte del Estado, por momentos escasamente reflexiva y desprovista en especial
de una capacidad de análisis crítico de la realidad social y política, rasgo
que suele ponerse de manifiesto en los dirigentes evangélicos.
Por un camino contrario, las condiciones del
crecimiento de estas iglesias –que ya en la década de 1990 había alcanzado un
9% de la población, de acuerdo con estimaciones de varias fuentes imprecisas
pero convergentes– sumadas a la dinámica vertiginosa tipo carismático que
alimenta buena parte de su funcionamiento (decimos carismático en sentido
amplio, sin referencia a una corriente en particular), posiblemente inducen a
una sobrevaloración mesiánica de lo que realmente las iglesias pueden
significar en la sociedad argentina. La idea de impacto, presente en el
discurso de algunos dirigentes como el deseo de “ser de impacto” en la
Argentina, imaginada ésta como espacio cívico, no deja de aparecer unida por un
mismo lazo con la pulsión salvacionista, de parte de actores que tendrían la
capacidad de purificar la sociedad y elevarla desde aquél que sería por
principios el lugar pecaminoso. Y en definitiva este deseo dirigido hacia
la civitas como su objeto de transformación no deja de ser una
continuidad del discurso forjado en la arena religiosa, comprensible en su
interior pero ajeno a los extraños.
Unas breves conclusiones
Analizada desde otra perspectiva, la
sobrevaloración del propio sujeto de alguna manera mesiánico, es en sí misma
discutible cuando reúne las condiciones para avanzar en una dirección opuesta a
los valores del pluralismo inherente a la democracia, y de la rica herencia
protestante de pensamiento cívico que –sobre todo en materia de separación de
religión y Estado–, tuvo algunas figuras señeras en la historia de la
Argentina, y alcanzó entre los históricos-liberacionistas varios compromisos
significativos desde la década de 1970 en materia de defensa de los derechos
humanos.
El camino señalado por la herencia protestante es,
por otra parte, el único que puede garantizar el fundamento teórico para un
reclamo por la abolición de cualquier monopolio religioso instalado en el
derecho eclesiástico del Estado, tema que les interesa particularmente a las
iglesias mayoritarias del campo evangélico de la Argentina, entre las cuales se
ponen de manifiesto, a mi entender, los déficits de la orientación cívica
aquí analizados.
Mientras tanto, por fuera de temas de moral
sexual y reproductiva, otros numerosos ítems que a la sociedad nacional la
preocupan desde la perspectiva del amor, la justicia y la ética pública,
continúan siendo áreas de vacancia cívica –y quizás de vacancia también del
discurso profético–, en el panorama de nuestro análisis, que en razón de su
complejidad nos impide sin embargo aventurarnos a la afirmación de conclusiones
que por su tono definitivo podrían resultar injustificadas y arrogantes.
*Dr. Hilario Wynarczyk
Doctor en Sociología (Universidad Católica Argentina, UCA)
Master en Ciencia Política (Universidade Federal de Minas Gerais, Brasil, UFMG)
Licenciado en Sociología (Universidad de Buenos Aires, UBA)
Profesor de Metodología y Taller de Tesis (Universidad Nacional de San Martín, UNSAM)
Integrante de los consejos directivos de:
Asociación de las Cientistas Sociales de la Religión en el Mercosur (ACSRM)
Consejo Argentino para la Libertad Religiosa (CALIR)
Pertenece a:
Red Latinoamericana de Estudios Pentecostales (RELEP)
Programa Latinoamericano de Estudios Socio-Religiosos (PROLADES)
Doctor en Sociología (Universidad Católica Argentina, UCA)
Master en Ciencia Política (Universidade Federal de Minas Gerais, Brasil, UFMG)
Licenciado en Sociología (Universidad de Buenos Aires, UBA)
Profesor de Metodología y Taller de Tesis (Universidad Nacional de San Martín, UNSAM)
Integrante de los consejos directivos de:
Asociación de las Cientistas Sociales de la Religión en el Mercosur (ACSRM)
Consejo Argentino para la Libertad Religiosa (CALIR)
Pertenece a:
Red Latinoamericana de Estudios Pentecostales (RELEP)
Programa Latinoamericano de Estudios Socio-Religiosos (PROLADES)
Ha sido integrante del Consejo de Expertos de las Secretaría de Culto
de la Nación
Investigador y escritor.
Investigador y escritor.
Fuente: CordialmentePxg, 2014
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