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viernes, 7 de marzo de 2008

En Colombia las mayorias de las personas son indiferentes al problema: ¿Quienes son los enemigos del pueblo?

Héctor Abad Faciolince en su reflexión acerca del problema que vive Colombia, comienza con una tesis de entrada diciendo: "en Colombia las mayorías están ciegas, o lo que es peor, son indiferentes al horror. Los enemigos del pueblo." Los colombianos hemos vivido en medio de un valle de horror: guerrilla, paramilitares y narcotraficante. Pero, lo doloroso de todo esto es que los paises vecinos como Ecuador y Venezuela, cobijándose bajo una ideología barata del proyecto bolivariano ampare a estos grupos terroristas. Sería bueno que estos presidentes Correa y Chavez sean denunciados ante la corte de la Haya por permitir que estos grupos terrorista tengan libertad y campamentos en su Paises. Quien protege a un delicuente es también un culpable, entonces, es hora de revisar ese famoso proyecto bolivariano y que se dediquen a construir un nuevo proyecto de sociedad, porque me tienen mamao con ese cuentito contra los paises imperialista. Es hora de mirar la reflexión de Héctor Abad Faciolince e interpretar y aplicar a nuestro contexto tan golpeado, quienes en verdad son nuestros enemigos.
Hay una obra de Ibsen que se llama Un enemigo del pueblo. La pieza fue estrenada en 1883 y sigue tan vigente como entonces. Resumida, la historia es la siguiente: Stockmann, el médico de un balneario en una pequeña ciudad noruega, un día se da cuenta de que algunos turistas de los baños termales se enferman gravemente. Ordena algunos exámenes de laboratorio y encuentra que las aguas del balneario están contaminadas por las alcantarillas del pueblo y por los residuos mefíticos de los curtidores de pieles, la otra actividad económica importante de la ciudad. La gente se muere de tifus y otras infecciones por bacterias, después de beber las aguas 'medicinales' del balneario.
El médico, orgulloso de su hallazgo, se apresura a hacérselo saber al alcalde, para que se corrija el problema. El balneario debe ser cerrado durante dos años para permitir los trabajos de limpieza, y hay que publicar la verdad en la prensa, para que los visitantes no corran riesgos. El doctor entrega su estudio al periódico La voz del pueblo. Todo parece muy razonable, pero en pocas horas la sociedad entera se pone en contra del doctor. Los accionistas del balneario se enfurecen y acusan al médico de ser un agitador político. Los trabajadores del mismo temen perder sus puestos y se levantan también contra él. El alcalde le sugiere al periódico que no se publique el artículo del médico, y La voz del pueblo sigue sus instrucciones. El alcalde publica un informe alternativo donde tranquiliza a la gente y dice que se aplicarán correcciones menores a un problema que se pretende exagerar con fines ideológicos.
Se cita a una reunión y la asamblea de ciudadanos abuchea al médico. Votan. Todos, menos un borracho, se ponen contra el doctor Stockmann y lo declaran "un enemigo del pueblo". Lo echan del puesto, el dueño de la casa donde vive pide que la desocupe, y el médico ve que sólo le queda el camino del exilio. La inmensa mayoría, manipulada por el periódico y por los accionistas del balneario, lo vapulean, rasgan su ropa, quiebran sus ventanas, expulsan a sus hijos del colegio. Es odiado por todos porque se atrevió a decir la verdad sobre la podredumbre de la ciudad. Como ven, la de Ibsen es una fábula sobre el problema de decir la verdad en una sociedad enferma, corrompida, podrida por dentro. Los que dicen la verdad alejan a los inversionistas; los que dicen la verdad, dañan la imagen del país; los que dicen la verdad, hacen perder sus puestos a los trabajadores; los que dicen la verdad, son agitadores políticos que buscan el poder y para eso tratan de deponer al gobierno legítimo. Los que dicen la verdad, encuentran muy difícil publicarla en los periódicos, y los periódicos que la publican son declarados también apátridas, enemigos del pueblo.
Lo que está pasando aquí sobre la verdad de lo que han hecho los paramilitares en estos decenios de crímenes asquerosos (torturas, fosas comunes, desapariciones, asesinatos indiscriminados y selectivos, pueblos arrasados, desplazados por cientos de miles), se parece mucho a la denuncia del médico Stockmann. La gente no quiere ni oír hablar de esta verdad. En las encuestas que se hacen, quienes denuncian los horrores del paramilitarismo, pierden puntos y tienen pésima imagen. Quienes las minimizan, suben en las encuestas. El presidente recibe más apoyo que nunca. El doctor Stockmann, al final de la obra, manifiesta entre irónico y serio su decepción por la democracia. Las mayorías están ciegas. También en Colombia las mayorías están ciegas, o lo que es peor, son indiferentes al horror que ven. El temple moral de los colombianos es flojo, por decir lo menos. Los aliados de los asesinos, los tramposos electorales, serían reelegidos. Una porción alta de los encuestados apoya los métodos de los paramilitares. Las inversiones van bien, el desempleo disminuye, los turistas empiezan a visitar el país. Por lo tanto, hay que callarles la boca a los aguafiestas que exageran con fines políticos los crímenes de los paracos.
Mi conclusión es trágica: hay algo oscuro en la conciencia gregaria, sumisa, de la mayoría de los seres humanos: aman el látigo, tienen sed de líderes que les digan lo que hay que hacer, no quieren pensar por sí mismos, sino ser conducidos por un carácter fuerte. Sólo la mano dura, la autoridad rígida, los hace mover en fila y con fines comunes. La sociedad marcha disciplinada cuando la dirige un ogro furibundo. También durante Franco, Hitler, Mussolini, se construyeron las grandes autopistas, la inflación se detuvo, volvieron las inversiones. Así somos los seres humanos. Los que digan una verdad que contradiga la mentira pública, serán declarados enemigos del pueblo. Y si se van del país y enfermos de un amor rencoroso, declaran lo que acaba de declarar (dolorosamente) Fernando Vallejo, entonces el linchamiento moral queda asegurado. Salud entonces, sumisos compatriotas ciegos, sigan brindando con las aguas podridas del balneario en que vivimos.
Fuente: Héctor Abad Faciolince

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