¡Vos podes ayudarnos!

---
;

miércoles, 20 de junio de 2012

Visión cristiana de la sexualidad humana (II)

Por. Fray Ricardo Corleto OAR, Argentina

Lamentablemente, a veces se ha ligado la sexualidad a la idea de algo impuro, de lo que no se hablaba, e incluso hay quienes de forma absolutamente equivocada han creído que bajo el “pecado original” del que habla el Génesis se estaba aludiendo a un acto sexual. Esta visión contraría plenamente la visión bíblica en general y la de los católicos en particular. Demostrarlo es facilísimo. En los primeros capítulos del Génesis, después de haber creado al hombre y a la mujer, iguales en dignidad, distintos pero complementarios, como una solemne bendición, Dios les dice: “Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra…” (Gn. 1, 28); y que yo sepa, la especie humana, no tiene otra forma de multiplicarse que a través de un acto sexual.
Por ello, la sexualidad, en sí misma, es algo bueno y querido por Dios. Ciertamente, y como a cualquier otra capacidad o actividad humana el pecado original ha herido e inclinado hacia el mal a la sexualidad. Para poner otro ejemplo me preguntaría: ¿Quién dudaría de que la inteligencia humana es en sí algo bueno? Pero… si ésta se emplease para crear un arma destructiva ¿se estaría usando bien? Del mismo modo la sexualidad es vista como un don y una bendición de Dios; pero si se usase para violar a alguien ¿seguiríamos diciendo que se está usando bien? (¡ojo!, estoy dando ejemplos, no estoy equiparando una violación a un acto homosexual).
Si te parece retomemos el hilo del razonamiento. Desde una visión que trascienda lo meramente “físico”, un acto sexual entre un varón y una mujer está llamado a ser una acto de “autodonación”, de complementariedad y de amor (lamentablemente no siempre lo es; ni siquiera entre los casados). Dios ha querido dotar a la sexualidad humana de dos fines inseparables entre sí; aquellos que estudian la moral humana los llaman “fin unitivo” y “fin procreativo”, y como a casi toda actividad humana le ha dado un regalo añadido: el placer.
A partir de una simple consideración racional, pues, para que un acto sexual sea “verdadero” tiene que estar abierto a estos dos fines: Debe servir para que dos personas se “unan” en el amor y ese acto debe estar abierto a la procreación. Que al hacerlo el varón y la mujer sientan placer, es un regalo más que Dios ha querido darles. Buscar un acto sexual sólo por uno de sus aspectos, excluyendo los otros, sería en cambio algo incompleto, no auténtico. Por lo tanto, y según una visión que rescate el criterio de que existe un “orden natural”, para que un acto sexual sea verdadero y pleno debe estar abierto a estos dos fines. Desde esta perspectiva debemos preguntarnos: ¿podría decirse que un acto homosexual, no abierto a la procreación, responde al orden natural?
Aún más; muchos psicólogos autorizados, afirman que en un acto homosexual ni siquiera se puede hablar de verdadero amor; ya que el amor implica autodonación y complementariedad, y en los actos homosexuales, más que “entregarse a otro distinto de mí” lo que se hace es “buscar mi satisfacción con otro igual a mí”.
La fe, por su parte, se apoya en las Sagradas Escrituras y en la Tradición de la Iglesia. La Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, ha considerado siempre a los “actos homosexuales” como acciones intrínsecamente desordenadas.
Para no alargarme mucho dejo la lectura del Antiguo Testamento y su interpretación a tu propia curiosidad. Pero te invito a leer tres textos de San Pablo en los que se habla del tema: Rm. 1, 24-27; 1 Cor. 6, 9-10 y 1 Tim. 1, 10. En el primero de estos textos, san Pablo ve a los actos homosexuales como fruto de un desorden introducido en el mundo pagano por no reconocer a Dios; en el segundo texto, el Apóstol afirma que quienes practiquen ciertas conductas (entre ellas la homosexualidad) no podrán heredar el Reino de los Cielos; en el tercero, también menciona la homosexualidad tanto activa como pasiva como un acto desordenado y contrario a la Ley de Dios.
Soy plenamente consciente de que, quien no advierte que existe un “orden natural” en el obrar humano ha de discrepar con lo que acabo de decir; pero… ¿se puede sostener con seriedad que no existe una ley natural? ¿Se puede afirmar que cada uno tiene la naturaleza que tiene con independencia de los demás seres humanos? ¿Será que la ley natural puede suspenderse según el propio arbitrio? Por ejemplo, ¿puede el ser humano por un acto soberano de su voluntad “suspender la ley de gravedad” y tirarse de un rascacielos pretendiendo no lastimarse? ¿Puede el hombre talar indiscriminadamente un bosque sin que la naturaleza se vuelva contra él? ¿No será que el ser humano debería reconocer que hay un orden natural en las cosas que debe respetarse para evitar que la naturaleza se vuelva contra nosotros?
También sé con claridad que quien no crea en Dios o no acepte a las Escrituras como inspiradas por Dios jamás compartirá mi razonamiento ¿Pero puede pedírsele a un creyente en Dios y en las Sagradas Escrituras –que en este punto son coherentes a través de los siglos– que acepte los actos homosexuales como perfectamente iguales a los heterosexuales? Aunque piense distinto que yo, un ateo debe respetar que yo crea distinto que él en este punto; y debería concederme también el derecho a manifestar libremente lo que creo, sin temor a que me “estigmatice” o me condene.
Antes de concluir con este apartado ¿qué podemos decir sobre la llamada “cultura gay”? Cae de maduro que si la Iglesia ama a las personas homosexuales pero considera desordenados los actos homosexuales; nunca podrá aceptar una tendencia cultural que promueva la homosexualidad o que presente a esta última como “una forma más de vivir la sexualidad” o incluso “como la mejor forma de vivirla”.

Autor: Fray Ricardo Corleto OAR Formador agustino recoleto, profesor de la UCA y asesor del Consejo Nacional de ACA

Iglesia y Sociedad. Edición: Año Nº 444



Revista online San Pablo

No hay comentarios: