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martes, 29 de julio de 2014

El espejismo de la evolución de Dios

Por. Antonio Cruz Suárez, España*
 Dawkins manifiesta no comprender lo que significa ser Dios. Sin embargo, la teología reconoce desde siempre que entre los múltiples atributos divinos está el de su inmutabilidad. 
El reduccionismo cree que la biología no es más que física y química. Esta forma de pensar niega la posibilidad de que algunos fenómenos biológicos posean propiedades que estén más allá del dominio puro de la química o la física.
Desde tal perspectiva, los seres vivos no son más que agregados de sustancias químicas y éstas no son más que agrupaciones de átomos físicos.
Cuando se intenta enfocar la mente humana mediante semejante microscopio reduccionista, resulta que los procesos mentales  no son más que  interacciones entre las neuronas del cerebro. La psicología  no es más que  neurofisiología. La mente, la conciencia y el “yo” personal  no son más que  la sudoración cerebral.
Por supuesto, el reduccionista que piensa así se cierra también a la posibilidad de la existencia de Dios y a que las personas posean una dimensión trascendente. Creo que el reduccionismo es como un cinturón que aprieta demasiado y ahoga lo mismo la razón que la realidad.
El biólogo reduccionista, Richard Dawkins, niega que Dios pueda existir como el Creador que ha diseñado inteligentemente el universo y la vida. ¿En qué fundamental tal negación? Según él, todo lo que es real debe su existencia a la evolución.
Un ser divino, con la suficiente inteligencia y poder como para crear el mundo, debería ser él mismo también fruto de la evolución. Esto exigiría, a su vez, una explicación evolutiva de la aparición de su inteligencia divina. Y si resulta difícil -por no decir imposible- dar razón del origen evolutivo de la inteligencia humana, cuanto más lo sería en el caso de la inteligencia de Dios.
En este sentido, escribe: “Cualquier inteligencia creativa, con suficiente complejidad como para diseñar algo, solo existe como producto final de un prolongado proceso de evolución gradual. Las inteligencias creativas, tal cual han evolucionado, llegan necesariamente tarde al Universo, y por lo tanto, no pueden ser responsables de su diseño. Dios, en el sentido ya definido, es un espejismo.” [1]
La devoción que Dawkins siente hacia el darwinismo, como motor de todo lo existente en el cosmos, le lleva a pensar que si existiera un Dios creador -posibilidad en la que él no cree- tendría que haber sido originado también por la inexorable evolución gradual.
¿Qué fallos presenta dicho argumento?
En primer lugar, se da por hecho algo que habría que demostrar. Es decir, que la “explicación” reduccionista y atea de la evolución de la inteligencia humana es capaz de explicar también la hipotética evolución de la divinidad.
Dawkins asume que su distinguida inteligencia humana -producto de una larga y lenta evolución al azar- es lo suficientemente competente como para demostrar que Dios no existe. Pero, si resulta que esta asunción reduccionista y materialista, que él hace del origen evolutivo de la inteligencia del ser humano, ni siquiera es capaz de convencernos a todos, ¿cómo podrá demostrar algo en relación con el origen de la Inteligencia Divina?
Si desconocemos cómo hemos alcanzado nosotros mismos el grado de inteligencia de que gozamos para hacer, entre otras cosas, demostraciones metafísicas acerca de si existe o no un Dios creador, entonces no nos sirve de nada decir que la divinidad también se ha originado por evolución como nosotros mismos. Si no sabemos cuál es el origen de nuestra propia inteligencia, ¿cómo vamos a conocer el de la divina? Y esto, suponiendo que dicha inteligencia tuviera un principio, suposición que resulta notablemente sospechosa.
Cree Dawkins que la inteligencia del ser humano ha evolucionado gradualmente mediante mutaciones beneficiosas que nos han ido dotando de aptitudes para sobrevivir en la naturaleza. Caminar erguidos, saltar arroyos, tomar frutas de los árboles, cazar, encender fuego, hablar, escribir, etc., fueron adquisiciones paulatinas necesarias para llegar a donde estamos hoy. Dichas acciones habrían sido imprescindibles para prosperar en la vida y salir adelante. En el contexto de semejante explicación darwinista de la inteligencia, la selección natural habría favorecido aquellas mutaciones que posibilitaban determinadas utilidades concretas, con el fin de realizar tales funciones, pero no otras diferentes que no contribuyeran en nada a la causa adaptativa.
Y aquí es donde nos surge una duda. ¿Por qué tenemos la capacidad de elucubrar acerca de la existencia de Dios? ¿Cómo es que nos interesa conocer lo que hay en el interior de los átomos o de los agujeros negros del universo? Tales cuestiones están completamente fuera de nuestra experiencia cotidiana y son absolutamente innecesarias para una adecuada supervivencia evolutiva de la especie. Si la evolución concede solo aptitudes y habilidades que poseen una utilidad concreta, ¿por qué nos habría dotado con semejantes cualidades que serían muchísimo más potentes de lo que necesitamos para sobrevivir en el medio?
El cerebro humano es capaz de reconocer relaciones de causa y efecto. Puede recordar el pasado y prever el futuro. Suele preguntarse por las causas materiales de los fenómenos que ocurren a nuestro alrededor. Reflexionar sobre asuntos abstractos que no son observables, como los agujeros negros o las características de Dios, y que no tienen nada que ver con la experiencia diaria, ni tampoco suponen ninguna utilidad inmediata. Pienso que la explicación darwinista de la inteligencia humana es incapaz de solucionar dicha cuestión.
Dawkins no puede darnos gato por liebre. No se puede dar por hecho precisamente aquello que hay que demostrar. Él parte de la base de que la evolución explica el origen de todo lo que existe en el mundo real, incluso de la notable inteligencia humana. Inmediatamente, sobre este principio indemostrado, pasa a decir más o menos lo siguiente: “Acabo de demostrar que Dios no existe, puesto que el origen de su inteligencia debería ser el producto de la evolución y eso es algo indefendible. El hecho de que yo haya sido capaz de semejante demostración prueba que la evolución me ha dotado de un cerebro inteligente. Luego, la evolución que me ha hecho a mí no ha podido hacer a Dios. Él no existe”. Obviamente se trata de una artimaña que no demuestra nada.
No estoy diciendo que la evolución, entendida desde la microevolución, no desempeñe un papel importante en la naturaleza o que la selección natural no cumpla también una misión relevante, sobre todo desde el punto de vista de la conservación. Lo que afirmo es que la visión puramente reduccionista y anti-teísta de Dawkins es incapaz de explicar el origen de la inteligencia humana.
Y si esto resulta inexplicable, no puede usarse como principal argumento para demostrar la inexistencia del Creador. Poner ejemplos -como hace él- de otros animales inteligentes, sean chimpancés, delfines o cuervos, no hace más que agravar el problema del origen de su inteligencia. Aparte de la abismal distancia que hay entre un animal pinchando insectos con un palo y Mozart componiendo cualquiera de sus sinfonías, ya no se trata solamente de explicar el problema de la aparición de nuestra mente singular sino también el de cómo pudieron tales animales conseguir la madurez cerebral necesaria, mediante mutaciones aleatorias, en supuestas ramas evolutivas que no tenían nada que ver entre sí.
Una vez más Dawkins manifiesta no comprender lo que significa ser Dios. Sin embargo, la teología ha reconocido desde siempre que entre los múltiples atributos divinos está el de su inmutabilidad.Ningún cambio es posible en el Ser Supremo, ya que cualquier variación conduciría a mejor o a peor.
Pero, si Dios es la absoluta perfección -tal como entendemos- no puede experimentar mejoras o deterioraciones. La Biblia está repleta de citas que corroboran esta característica divina. Desde el salmista que ora:  Ellos perecerán, mas tú permanecerás;
(…)Pero tú eres el mismo,
y tus años no se acabarán (Sal. 102:26-27), hasta la epístola de Santiago en la que se reconoce que:  Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación  (Sant. 1:17), siempre se manifiesta que Dios es eterno y no puede variar como si se tratase de un ser humano o de cualquier organismo terrestre. Por tanto, decir que Dios si existiera se habría originado por evolución es un reduccionismo falso y contradictorio porque Dios no evoluciona. ¡El argumento que Dawkins usa para negar a Dios es un espejismo! 

1Dawkins, R., 2011,  El espejismo de Dios,  ePUB p. 30.
 

©Protestante Digital 2014

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