Por. Emilio Monjo,
España
Por
visita al artículo vecino, en la semana anterior apunté algunas reflexiones
sobre creacionismo. Al pensar juntos sobre la Reforma Protestante, uno de los
aspectos necesarios para recordar es su impulso a la investigación científica.
Con la Reforma no sólo se liberó la conciencia del hombre; también la
naturaleza y la manera de caminar sobre ella. Anoté que me parece extraño el
lenguaje de los que quieren hacer “científico” el creacionismo, usando las
medidas de la actual ciencia (que no necesita referencia a lo trascendente).
Por supuesto, tampoco aceptando que tengamos que reconocer un universo de miles
de millones de años, en proceso evolutivo que incluye al propio ser humano,
para poder dar testimonio de la fe cristiana. Yo creo en “Dios Padre, Creador
del cielo y de la tierra”, que ya lo dice el texto: “Por la fe entendemos haber
sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve
fue hecho de lo que no se veía” (Hebreos 11:3).
Sin
embargo, me parece que debe advertirse de una falacia terrible por sus
consecuencias. Se asume que la creencia en Dios como creador, eso nunca fue
problema en la cristiandad. Hubo, eso sí, corrupciones en otros aspectos de la
enseñanza de la Biblia, pero en ése la cosa se mantuvo bien; hasta que vino Copérnico
con su intento de simplificar el diagrama de los epiciclos del sol y los
planetas, y al tal Galileo se le ocurrió mirar con unas lentes, que le permitía
sacar deducciones muy suyas, y luego el colmo con Darwin. No, eso no es así. En
el Antiguo Testamento, cuando el pueblo ofrecía los primogénitos a Moloch,
estaban mostrando un rechazo de Dios como creador (con las consecuencias de ser
el que domina y conduce todas las cosas); los lugares altos en tantas épocas de
Israel (del norte y del sur), son testimonio de que no creían en Dios creador.
Cada vez que las fiestas de la familia, las cosechas, primicias, siega, etc.,
se celebren en referencia a un aspecto de la naturaleza, en vez de testimonio
de la presencia del Dios creador, absoluto, son testimonio de que la gente es
“evolucionista”, o al menos, en la parcela que abarca su cosmovisión (sin que
formulen teorías universales).
En
el Nuevo Testamento se enseña, como parte del mensaje del Evangelio, sin lo
cual no hay Evangelio, que Dios es el creador y sustentador de todo lo que
existe. (Seguramente el mejor texto es Apocalipsis, pero igual otras partes.)
Sin embargo, las iglesias incorporan a gente de culturas diversas, donde la
idea de Dios creador y sustentador era tan extraña como en la actual sociedad,
y de modo a veces imperceptible, van moldeando el mensaje de la Escritura a sus
propios pensamientos y argumentos. Eso fue afectando a todas las doctrinas,
también a la de la creación. El paradigma lo encontramos en Tomás de Aquino;
gran defensor de Dios creador. Pero cuando tiene que explicar, dibujar, esa
proposición, lo hace con lo que le proporciona Aristóteles (con las
modificaciones de Ptolomeo).
De
manera que al decir: Creo en Dios, creador; se está pensando, y así se exige
que se afirme, en el modelo aristotélico (por supuesto, con la incorporación de
la creación de la nada). Como los fariseos y escribas antes, con sus
tradiciones (=explicaciones y usos de la ley), habían anulado, suplantado a la
Ley de Dios, ahora pasa lo mismo. La “explicación” del texto, de lo que el
texto presenta y propone, se convierte en “texto”. Cuando algo se salía del
“texto”, o tiesto, creado por los maestros, los que muestran el carácter del
papado (el mejor modelo de “texto” ofrecido como la verdad, la presencia del
Espíritu, y todo eso), pues se tenía que considerar herejía. Así ocurrió con
Galileo. Su rechazo por el papado, con su Inquisición romana (la romana, la que
todavía dura, no la española –que cada Inquisición aguante su hoguera–), no
suponía una defensa del Dios creador, sino de la explicación, como “autoridad”,
de Aristóteles vía Tomás.
Creer
en la Biblia como es la Palabra de Dios, infalible, aunque con su modo retórico
de comunicar esa Palabra a la criatura, no es lo mismo que creer cómo pinta
alguien la explicación de esa Palabra. Ya lo dijeron antes: ¿tienes un sueño?
Cuéntalo, como sueño, no como Palabra de Dios. Aunque sea muy bonito, incluso
efectivo (Pablo no quiso las palabras efectivas de la humana sabiduría, para
que la fe de sus oyentes estuviera sustentada en algo que no los convirtiera en
siervos del maestro de turno.) Diseño Inteligente; creacionismo científico;
evolucionismo teísta, y tantas formas de dibujar la manera de la creación, o de
la evolución, que de dibujo se trata; pues, sueños son, aunque algunos se
muestren, según gustos, muy coloridos y atractivos. Lo que se dice en Génesis
es así, es la verdad, dicha con la retórica adecuada para nosotros, no para
aquellos antiguos tan torpes, para todos; y es parte de la verdad conjunta de
toda la Escritura. Y yo no sé pintar la manera de la creación ¿qué pinto yo en
eso? Dios, nuestro Dios, con su poder lo hizo, y es la garantía también de que
hará todo lo que ha comunicado para el futuro; por eso tenemos esperanza cierta.
Los dibujos son como la flor de la hierba, por muy “científicos” que se
presenten.
El
concepto miserable tomista sobre la creación, como otros, había
“sacramentalizado” a la naturaleza; eso no era creer en Dios creador. Ahora,
con la Reforma, también esto cambia. No siempre de una manera común y en buen
camino, pero se puede caminar. El hombre libre, es también libre para su trato
con su medio. Un nuevo modelo de relación con la iglesia (como institución),
con la familia, con el matrimonio (sexualidad), con el trabajo, con el Estado,
etc. Es el “protestantismo”, estar por el testimonio, por la verdad; y desde
ahí, caminar. Es tiempo para la ciencia, no para la liturgia. Un ejemplo,
bastante recurrente y muy estudiado, es el que nos presta el cuadro de
Rembrant, de 1632, “La lección de anatomía del doctor Tulp”. Se estudia al
propio pintor, que tenía sólo 26 años cuando lo pintó, y la presencia de las
figuras, en su modo de estar, en sus miradas… Es un ejemplo de la ciencia en la
Reforma Protestante. El doctor Nicolás Tulp fue un personaje notable (se puede
mirar alguna biografía en internet); cirujano, médico “social”, involucrado con
su ciudad, con sus vecinos, innovador, investigador serio, desde su ámbito
local con mirada hacia el mundo… En la escena se aprecia algún libro;
seguramente es indicativo de los que existían de “autoridad” sobre anatomía.
Están, pero no impiden progresar, no son “sacramento” cerrado, que ya operan
por sí propio (y nunca mejor dicho eso de “operan” en este caso). Se trata de
mirar, de dejar que hable lo que se investiga, en este caso, el brazo del
difunto. Habla a sus oyentes el doctor Tulp, pero su voz, de eso se trata, eso
es ciencia, es la portavoz de lo que dice el cadáver. La vida de la ciencia no
es el libro aislado, cerrado, sino el conjunto: la experiencia pasada, la
revisión, la investigación, y todo ello, desde el tacto, lo presente, lo
“verificable”. Eso es ciencia, pongan “protestante”, porque con el papado no se
podía.
Ciencia
protestante; los dones puestos al servicio del cuerpo, de los otros.
Investigar, progresar, arreglar lo mejor posible las cosas para la mayoría de
la gente. El lema, delante de una vela encendida, del doctor Tulp era: “para
servir a otros, me consumo”. Eso es ciencia, ética, protestante. Al servicio de
la ciudad, de los ciudadanos, del bien común, porque se cree en Dios creador,
que ha dado valor y dignidad a toda su creación, y toda ha sido afectada por la
obra, primero de uno, para muerte, pero también por la de Otro, por su
sacrificio, para vida. Vale que todo se tiene que romper al final, pero es
tarea nuestra, como mayordomos, trabajar y cultivar, administrar, usar todos nuestros
dones. La vagancia es virtud allí, dentro de la cueva de las tres coronas, pero
aquí, en la libertad y responsabilidad es condición miserable y egoísta. El
doctor Tulp se involucró en servir a los otros en su ciudad (Ámsterdam), con su
medicina, proponiendo soluciones para las epidemias, sirviendo en la práctica
diaria… Fue alcalde en alguna ocasión; sirvió en los ministerios propios de su
iglesia local. Era un científico protestante. Por eso no se nota en el cuadro
que lo era. Su trabajo, su discurso, su lección, era para todos. Es un
creyente, pero lo “eclesiástico” no aparece en la mesa, pues es una mesa de
ciencia, de medicina. El cuadro da para muchas reflexiones. La Reforma
Protestante trajo libertad para investigar. Seguro que no en todas partes y con
todas las extensiones, pero abrió camino. Sigamos.
Fuente:
Protestantedigital, 2015.
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