Por. Víctor Hernández, España*
Notas
sobre el uso de las Escrituras en los problemas éticos contemporáneos
La incertidumbre es quizá la manera más común de
experimentar la “modernidad líquida” en la cual vivimos[1]: todo parece demasiado ligero,
susceptible de anularse o esfumarse. Esa incertidumbre parece la contraparte a
una libertad que se asocia con el individualismo moderno. Si suponemos que hay
libertad para elegir, la incertidumbre resulta también de no saber qué es lo
correcto o lo bueno.
Vivimos en una sociedad diversa, compleja y que
tiene como una de sus condiciones el relativismo[2]: frente a esa condición plural y
relativista de la sociedad, muchos pueden seguir los usos y prácticas de su
entorno o las modas del momento, pero siempre queda la cuestión de cuáles son
los criterios éticos que guían sus decisiones o que permiten legitimar sus
acciones. Lo mismo sucede si, frente a la condición relativista se asume una
posición crítica o contra cultural: tarde o temprano hay que explicitar los
criterios que responden a la pregunta básica: ¿qué hacer? ¿Cómo actuar en las
diversas encrucijadas de la vida que nos corresponde vivir?
En este pequeño texto abordo una perspectiva de la
ética desde el punto de vista cristiano, frente a esta complejidad de problemas
éticos contemporáneos. Y dentro de esta perspectiva me limitaré al ámbito
evangélico o protestante[3] y a una práctica muy concreta que tiene
lugar en la vida de las comunidades e individuos cristianos: me refiero al uso
de la Biblia para hallar orientación o fundamentar lo que decidimos hacer,
aquello que tiene un valor moral y ético[4].
El
uso de la Biblia: ¿entre el fundamentalismo y el relativismo?
¿Cómo se utiliza la Biblia, por parte de creyentes
de iglesias evangélicas, al tomar decisiones para actuar? ¿Influye de manera
decisiva ese uso de las Escrituras en tales decisiones o se subordina a otros
principios éticos de la cultura (o subcultura) de la que se forma parte? ¿Se
reflexiona bíblicamente, por parte de los creyentes, para analizar cuestiones
morales o simplemente se siguen los dictados de pastores y líderes de sus
iglesias? Son preguntas que apuntan a la dimensión práctica que tiene el uso de
la Biblia en las iglesias, puesto que se asume que cada creyente (y cada
comunidad) lee la Biblia y ejercita la libre interpretación, sin tener que
someterse a autoridades eclesiásticas.
El uso de la Biblia en la historia del
protestantismo se cruza inevitablemente con el debate entre fundamentalismo y
liberalismo teológico: frente a la teología liberal (siglos XIX y parte del
XX) tiene lugar una reacción que considera fundamental la lectura literal
de la Biblia, la proclamación de su inerrancia y un uso imperativo de la misma.
En no pocas ocasiones se usa la Biblia como un “arma” para atacar “apóstatas” o
se hace de la Biblia casi un icono o sacramento de fe (lo que algunos han
llamado “Bibliolatría”).
En realidad las cosas son más complejas y tienen
diversos matices en la manera como el fundamentalismo se ha situado en el mundo
evangélico (es necesario conocer sus orígenes en el mundo anglosajón de Gran
Bretaña y los EEUU[5]; como también resulta valioso analizar
los efectos de este fundamentalismo en la historia de las iglesias evangélicas
en otras latitudes, como América Latina[6] o España) pero ciertamente los
posicionamientos se acompañan de una animosidad que tiende a expulsar a quienes
no asumen el mismo uso de la Biblia.
Si tenemos en cuenta la condición posmoderna en la
que vivimos, frente a esa “impotencia moral” (Zygmunt Bauman) que prevalece
para casi todos, es muy comprensible que se reaccione contra las posiciones
éticas relativistas: ¿cómo actuar de manera responsable desde una ética
cristiana? ¿Qué significa que la Biblia es nuestra “norma de fe y conducta”,
como se dice en las profesiones de fe evangélicas, si hay tantas opiniones y
argumentaciones a favor y en contra de cada tema cotidiano? ¿Cómo atenuar la
incertidumbre y, sobre todo, cómo ofrecer respuestas sólidas a nuestros hijos?
¿Es verdad que el debate fundamentalismo –
relativismo nos obliga a escoger entre unos y otros? ¿Sólo es posible seguir la
Biblia en las decisiones éticas si aceptamos los principios fundamentalistas
que exigen una práctica “autoritativa” de la Biblia y una interpretación literal
de la misma[7]? ¿O acaso la Biblia es tan sólo un
conjunto de principios de valor diverso y relativo con respecto a los problemas
éticos contemporáneos?
Los
relativistas son “cristianos de café”… y los fundamentalistas también
En su libro “La Biblia al pie de la letra” (The Year
of Living Biblically)[8], A. J. Jacobs, escritor estadounidense,
judío y agnóstico, da cuenta de su experiencia de vivir un año de su vida
tratando de seguir todos los mandamientos de la Biblia “al pie de la letra”
(literally).
La lectura de este libro es una experiencia curiosa:
un agnóstico que se dedica a poner en práctica los mandamientos bíblicos en
Nueva York, que intenta cumplirlos al menos una vez (como apedrear algún
adúltero), en su vida íntima (no se sienta donde se ha sentado su esposa cuando
ella tiene la menstruación), que conversa con muchos líderes religiosos para
preguntarles sobre su manera de interpretar la Biblia[9] y ponerla en práctica, y que al final de
cuentas dice cosas sorprendentes (si piensas que son dichas por un escritor
agnóstico): «La letra de la Biblia es eterna, pero no así su interpretación» o
«Se ha interpretado tanto a los evangelios que hemos empezado a atender sólo a
las interpretaciones y no a lo que dijo Jesús»; y sobre la oración dice: «La
oración es un buen medio para enseñarme el concepto del sacrificio de mi tiempo
por un bien superior».
Aunque A. J. Jacobs también dice cosas como éstas:
«Si de verdad sigues todas las reglas, acabarás por pasar todo el tiempo
comportándote como un loco.» o, refiriéndose a ciertas posiciones
fundamentalistas sobre el origen de las Escrituras: «La Biblia salió del horno
de Dios como un pastel cocinado en su punto».
Hay una conclusión de A. J. Jacobs que me resulta
muy interesante. El autor dice que los grupos más fundamentalistas suelen
criticar a sus opositores diciendo que son “cristianos de café”: es decir, que
solamente escogen ciertos textos de la Biblia para avalar sus posiciones de
moda o que siguen ciertas interpretaciones para acomodarlas a sus puntos de
vista. Pero, al final de su experiencia de tratar de cumplir todos los mandatos
bíblicos de manera literal (y de haberse entrevistado con todo tipo de
creyentes en la Biblia), Jacobs afirma que todos, sean fundamentalistas u
opositores de los fundamentalistas, todos son “cristianos de café”, porque unos
y otros eligen ciertos textos bíblicos por sobre otros o porque inevitablemente
usan determinados criterios de interpretación de los textos y usan ciertos
criterios de aplicación de los textos bíblicos en su vida. Nadie puede aplicar
literalmente todos los mandamientos de la Biblia en su vida.
Esta conclusión, en realidad, no es novedosa, pues
la manera de interpretar y de vivir la Biblia, así como la reflexión teológica
que le sigue, siempre supone una “pre-comprensión” de las Escrituras y siempre
hace uso de un “canon dentro del canon”. En el caso de los cristianos, la
Biblia entera se lee a partir de Jesús el Cristo, la revelación plena de Dios.
Para los cristianos la Biblia tiene sentido a partir de y en Jesucristo, quien
es la Palabra que se ha hecho carne, habitando entre nosotros (Juan 1). En este
acercamiento a la Biblia, el/la cristiano/a se plantea los problemas éticos
desde la perspectiva de su experiencia de fe y en el propósito de cumplir la
voluntad de Dios
Los
factores no–teológicos en los debates de una ética cristiana
Sin embargo, frente a las cuestiones éticas contemporáneas,
los creyentes evangélicos no simplemente pueden acercarse a la Biblia para
saber cómo ésta puede guiarles en sus preguntas éticas, sino que también están
en juego otros factores. Es lo que llamo “los factores no–teológicos”.
Los factores no–teológicos consisten en aquello que subyace como entorno o
condición en la vida de las comunidades evangélicas: la pertenencia a una
determinada familia evangélica, la cultura religiosa de la que se forma parte,
las formas de organización del poder, la manera como se toman decisiones, el
cómo se legitiman las prácticas.[10]
Esto condiciona la manera de posicionarse ante una
cuestión ética: ¿Qué aconsejar a una adolescente con un embarazo no deseado?
¿Es ético tener el dinero de la iglesia en un banco que invierte en la
industria armamentista? ¿Las mujeres pueden ser pastoras con plenos derechos en
la iglesia? ¿Se puede ser homosexual y cristiano evangélico? ¿Se deben negar la
participación en los sacramentos a una persona divorciada? ¿Se deberían aceptar
las ofrendas de personas que explotan a sus empleados con sueldos indignos o
condiciones precarias? ¿Es ético que se prometan bendiciones divinas a cambio
de ofrendas o diezmos?
El papel que juegan estos factores no–teológicos es
importante porque una persona no siempre puede opinar o preguntar con entera
libertad, porque hay posicionamientos morales o éticos ya asumidos en su
iglesia como institución o en la cultura religiosa de la que forma parte. Esto
suele ser más evidente en los temas de ética sexual (las prácticas sexuales, la
identidad de género, etc.), por razones que afectan la historia de la moral
sexual cristiana[11].
Los mismos pastores no tienen entera libertad de
dialogar sobre temas éticos o al menos no pueden hacerlo de manera pública. Si
un pastor hace preguntas o plantea abrirse a un diálogo en una cuestión ética
determinada puede incluso poner en riesgo su lugar en la institución o puede
ocurrir que un pastor se quede sin trabajo y que ninguna comunidad le acepte si
ha sido pillado con “aires liberales”[12]. Y entonces ya no importa que haga una
exégesis adecuada del texto bíblico o que pretenda una interpretación más
flexible de algunos “mandamientos bíblicos”.
La
Biblia: ¿conjunto de normas o Palabra que transforma?
El creyente (e incluso el no creyente) busca en la
Biblia. ¿Qué busca? Un camino para sus inquietudes espirituales, un sentido
para su vida y las miles de dificultades, pequeñas o grandes, que enfrenta
cotidianamente. En el mundo evangélico o protestante está claro que nos
acercamos a la Biblia desde la experiencia de fe, a partir del encuentro con
Dios por medio de Jesucristo. Esa experiencia espiritual da lugar a una manera
de vivir transformada por el Espíritu Santo. Lo que no está siempre claro es la
manera como la Biblia ilumina las cuestiones éticas y el modo en que afecta las
decisiones para actuar éticamente. A veces parece haber un divorcio entre la
experiencia de fe en Jesús y la manera de responder a los desafíos éticos,
guiados por la Palabra y el Espíritu Santo.
No pretendo resolver algo tan complejo, como es la
relación entre el creer y el actuar cristianos. Pero me parece que básicamente
hay tres maneras (dos, en realidad) de “usar” la Biblia frente a las cuestiones
éticas.
- Una manera consiste en reconocer que por medio del evangelio de las Escrituras tenemos la experiencia de encuentro con Jesús, y esas Escrituras alimentan nuestra vida espiritual y nos permiten crecer en la fe, pero en el momento de responder a las cuestiones éticas (¿Qué hacer? ¿Qué puede guiar mis decisiones ante X situación?), entonces buscamos en la Biblia las reglas o las normas que se pueden aplicar en el presente. Se suelen dejar de lado las reglas más extravagantes (no mezclar tejidos de ropa) o ilegales o algunas normas se aplican en unas familias evangélicas y en otras no, o hay reglas que se dejan de aplicar en las iglesias, pero frente a problemas vigentes se mantiene más o menos la misma operación: considerar que en la Biblia hay unas normas, unas reglas, que responden a las cuestiones éticas que nos aquejan. Este es el modo que llamaría imperativo, que consiste en asumir que en la Biblia hay unas leyes o normas que tienen vigencia por sí mismas (esto es importante: por sí mismas, quiere decir, sin necesidad de vincularlas con la experiencia con Dios por medio de Jesucristo) para la ética de los creyentes.
- Hay una segunda forma, que en realidad no es sino la simple negación de la anterior, que podemos llamar relativista total, y que consiste en renunciar a tomar cualquier regla o mandamiento de la Biblia como algo que se relacione con la vida contemporánea. En ésta posición, la Biblia sólo nos permite conocer a Dios por medio de Jesucristo, pero no tenemos forma alguna de articular una ética bíblica, puesto que las normas de la Biblia eran para otros contextos, del pasado. Entonces, el creyente sólo tiene acceso a una experiencia espiritual individual, pero en términos éticos se queda sin ayuda alguna por parte de las Escrituras: ha de fiarse sólo de la razón y de algunas de las argumentaciones filosóficas o del humanismo que le rodea, para fundamentar lo ético[13].
- La tercera forma, o la segunda en realidad, consiste en que la Biblia vuelva a nosotros como Palabra viva. Esto quiere decir no tomar la Biblia como conjunto de normas, sino asumir que en ella somos encontrados por una Palabra viva que transforma nuestra realidad y nos capacita para la acción ética. En ésta perspectiva, la Palabra tiene un poder transformador sobre la historia, sobre las condiciones de la historia y sobre las personas que tienen una experiencia de comunión con Dios por medio de Jesucristo.
Me gustaría ejemplificar esto, de manera muy breve,
contraponiendo estas dos formas básicas de “usar” la Biblia en el camino ético:
por un lado el uso imperativo de la Biblia que hace el fariseo y, por
otro lado, la obediencia de la voluntad de Dios que hallamos en Jesús el
Cristo.
La
autoridad de la Biblia como el camino ético del fariseo
No quiero plantear la figura del fariseo del modo
habitual, que tiene un sentido negativo: el fariseo como un legalista
hipócrita. Por el contrario, el fariseo es un hombre piadoso de manera genuina
y es, por tanto, una persona de fe. Sobre todo, es un hombre de las Escrituras,
en las cuales halla la estructura de la vida buena, es decir los fundamentos de
una vida ética. El fariseo hace lo mismo que hace todo ser humano frente a las
decisiones que la vida exige: ejercita su juicio sobre lo que es bueno y lo
malo, sobre lo correcto y lo incorrecto, aplicando las Escrituras. En el
fariseo se expresa claramente un rasgo típicamente humano: el saber sobre el
bien y el mal (Gen 3:5).
Bonhoeffer, en un texto llamado “El amor de Dios y
la decadencia del mundo”[14], señala que el fariseo es “digno de
admiración, sitúa su vida entera bajo su conocimiento del bien y el mal, que
por tanto es duro juez tanto de sí mismo como de su prójimo para mayor gloria
de Dios, a quien agradece humildemente ese sacrificio (Lc 18:11)”. El fariseo,
dice Bonhoeffer, no es soberbio y es capaz de mostrarse indulgente, pues sabe
hacer “distinciones entre el pecador y el que se esfuerza por el bien, entre
aquel que se convierte en transgresor de la Ley a causa de una situación
culpable y aquel que procede de una situación de necesidad” (p. 243).
Dos aspectos destacables del uso que hace el fariseo
de las Escrituras: 1) las utiliza para exigir respuestas ante los conflictos de
la vida y por eso los fariseos prueban a Jesús una y otra vez, con preguntas
que apelan a los textos bíblicos (Bonhoeffer dice: “Léase tan sólo el capítulo
22 del evangelio de Mateo, con la cuestión del dinero del censo [Mt 22:15–22],
de la resurrección de los muertos [Mt 22:23–33], del primer mandamiento de la
Ley [Mt 22:34–40], además la historia del samaritano compasivo [Lc 10:25!] y la
disputa sobre la santificación del sábado [Mt 12:1ss]…[15]). Y, 2) los fariseos usan las Escrituras
para hallar una solución a los conflictos éticos, sin darse cuenta de que en
realidad están repitiendo la tentación del diablo, que consiste en adjudicarle
al ser humano la capacidad de saber sobre el bien y el mal, sin necesidad de
confiar en Dios (Gen 3:1; cf. también las tentaciones del diablo a Jesús,
citando las Escrituras, Mt 4:1–11).
El
camino ético de Jesús es la obediencia de la voluntad de Dios
Por el contrario, Jesús actúa con una sorprendente
sencillez, ejerciendo una insólita libertad. Jesús no busca entre las diversas
posibilidades o alternativas éticas, no se pregunta por lo bueno y por malo, no
se plantea qué es pecado y qué no lo es, sino que busca una sola cosa: hacer la
voluntad de Dios. Jesús, nos dice Bonhoeffer, “llama alimento suyo el hacer
esta voluntad (Jn 4:34). Esta voluntad de Dios es su vida. Vive y obra
partiendo de la voluntad de Dios y no del conocimiento sobre el bien y el mal.”[16]
La diferencia más radical entre Jesús y los fariseos
consiste en que éstos, reconocen la autoridad de la Biblia pero la utilizan
imperativamente y no pueden sino partir de la inevitable tendencia a juzgar
entre el bien y el mal. En cambio Jesús mira la Escritura como Palabra, no está
situado en esa condición dividida y divisora (separación entre “bueno y malo”),
sino en un vínculo de comunión con su Padre, el Dios que perdona sin medida
alguna (¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las cosas que yo
os digo no las digo por mi propia cuenta. El Padre, que vive en mí, es el que
hace su propia obra. Creedme que yo estoy en el Padre y el Padre en mí; si no,
creed al menos por las propias obras. Jn 14: 10 y 11).
Por tanto los fariseos, por más que se esfuerzan,
sólo alcanzan a ver que Jesús no cumple los mandatos de las Escrituras (permite
que los discípulos coman en sábado espigas del campo, cura a una enferma en
sábado sin que fuera algo urgente, etc) y concluyen que Jesús es “un nihilista,
un hombre que sólo conoce y toma en cuenta su propia ley, un ególatra, un
blasfemo de Dios”[17].
La
Palabra como poder en la ética cristiana: “en Jesús el Cristo”
A partir de la experiencia de encuentro con Dios por
medio de Jesús (su vida, muerte y resurrección), el creyente y la comunidad de
creyentes, experimentan una nueva unidad (la vida reconciliada) que permite una
vida espiritual que puede enfrentarse a las decisiones sin confiarse en su
saber, renunciando a medir su vida y la de los demás a partir de su saber sobre
lo bueno y lo malo: “no juzguéis para que no seáis juzgados” (Mt 7:1). Pero el
creyente sólo puede hacer esto “en Jesús el Cristo”, puesto que sólo puede
actuar sin juzgar dentro de la experiencia de una vida reconciliada, en el
perdón experimentado por medio de Jesucristo.
El creyente, y la comunidad de creyentes, pueden
enfrentarse a muchos dilemas éticos, experimentarán las exigencias de la vida
con sus contradicciones y se verán sometidos a todo lo cambiante e inestable de
una sociedad posmoderna o una modernidad líquida, como lo dice Bauman. Y ante
tales desafíos no necesita hacer uso de la Biblia de manera imperativa, puesto
que está llamado a tener otra relación con las Escrituras: una relación
espiritual con la Palabra, que le hace poner siempre los ojos en Jesús el
Cristo, de manera que ya no se fía de sus juicios sobre el bien y el mal.
En suma, el creyente –dice Bonhoeffer– “se halla
dentro de un nuevo conocimiento, en el que ha superado el saber del bien y del
mal. Se halla en el saber de Dios, y ya no equiparado a Dios, sino como aquel
que lleva la imagen de Dios. Ya no conoce sino a ‘Jesucristo crucificado’ (1
Cor 2:2), y en él sabe todo. Como ignorante conoce solamente a Dios y en él ha
llegado a conocerlo todo. Quién conoce a Dios en su revelación en
Jesucristo, quien conoce al Dios crucificado y resucitado, quien sabe todo eso
sabe todo lo que hay en el cielo, en la tierra y bajo la tierra (Fil 2:10)”.[18]
Acompañados
por la Palabra, el camino ético sigue abierto
Las preguntas éticas fundamentales (¿qué hacer?
¿Cómo decidir frente a las encrucijadas éticas?) siguen siendo un desafío para
todos. No hay respuestas fáciles y no existe un manual de instrucciones con
soluciones prefabricadas. La Biblia no es un manual de ordenanzas o al menos no
es así como se la entiende cuando nos hemos dejado encontrar, en esas
Escrituras, por la Palabra encarnada que es Jesús el Cristo. En el seguimiento
de Jesucristo esa misma Palabra nos promete que seremos iluminados por su
Espíritu y que, sobre todo, podemos caminar sin temor, sin miedo a condenación
alguna, sin miedo al juicio de fariseo alguno.
Todos, como experiencia espiritual, descubrimos a
posteriori ese fariseo en nosotros, una vez que experimentamos el perdón y
la aceptación incondicional por parte del Dios de Jesús. También es cierto que
ese fariseo nos sigue tentando a volver al conocimiento del bien y del mal de
manera legalista, es decir a la definición de leyes que establezcan claramente
dónde está el pecado y donde no, quién quebranta la Ley de Dios y quién no.
La ética cristiana es un camino, lo que significa
que los creyentes vivimos en una tensión constante porque cambian las
situaciones y la historia no se detiene. Tampoco son iguales las respuestas
éticas de los creyentes y las comunidades, según las épocas y según las
culturas[19]. Pero eso no quiere decir que se trate
de una ética situacional, sino que se trata de una ética teológica, es decir,
una ética configurada por el poder de la Palabra: esto quiere decir caminar “en
Cristo”, buscando en la Biblia y en el Espíritu, el discernimiento de la
voluntad de Dios[20] para cada situación, para cada contexto.
Decir que el camino ético, para los creyentes
evangélicos de hoy, sigue abierto quiere decir que en la Biblia escuchamos una
Palabra que nos convoca a desear que se haga la voluntad de Dios en la tierra
como en el cielo, a discernir esa voluntad y actuar de manera obediente. Esto
lo hace el creyente siempre “en Cristo”, lo que significa “en la relación común
de los que han sido incorporados en la nueva vida, es decir en la comunión de
los creyentes”[21]; guiados por el Espíritu Santo, en un
propósito más grande, que es el deseo de Dios de hacer una nueva creación, de
establecer un mundo nuevo en el que reine la justicia, donde Dios sea todo en
todos.
Este horizonte que la Biblia llama Reino de Dios es
siempre el horizonte de toda ética cristiana. Frente a ese horizonte, tienen
sentido las cuestiones éticas y las respuestas que intentamos por medio de
acciones obedientes. O, como lo dice José Míguez Bonino: “para el cristiano, la
esperanza del Reino, que sabe que Dios está preparando ya en nuestra historia,
lo impulsa a vivir y tratar de crear la vida que Dios espera. Y a la vez las
tareas diarias lo llevan a esperar con mayor intensidad aún la venida del
Reino.”[22]
A
modo de conclusión: ¿Usar los versos de la Biblia o ser iluminados por la
Palabra para hacer la voluntad de Dios?
Ahora bien, en términos prácticos, nadie parte “de
cero” y actúa en “el vacío” en las cuestiones éticas: los evangélicos comparten
el contexto cultural y social de los demás y, en su vida diaria, actúan y justifican
sus acciones echando mano de diversos repertorios discursivos y morales[23].
Es cierto que estos principios y argumentos discursivos
provienen de sus comunidades de fe, otros de sus familias, o de su clase social
o su grupo cultural de pertenencia. Pero esto no quiere decir que esté anulada
la potencia del evangelio: el poder de la Palabra que interviene en la
historia, como llegada del Reino de Dios en Jesús, sigue siendo capaz de
salvación, es decir de transformación de la realidad, por medio de las acciones
éticas de los cristianos.
Las cuestiones éticas son muy diversas y pueden
incluir aspectos de marcada actualidad: como por ejemplo las políticas
económicas y sus efectos sobre el mundo global[24], la participación política de los
evangélicos en la sociedad[25], las cuestiones de ética en el trabajo,
la responsabilidad ética por el cuidado del medio ambiente y otras cuestiones
así, del llamado ámbito público de la sociedad.
Por otra parte, hay cuestiones éticas que afectan
más aquello que se asocia con la esfera privada, como es la ética sexual: temas
como la homosexualidad, la homofobia, las prácticas de formación de pareja como
la unión libre o el pluriamor. Aunque se ha de reconocer, por otra parte, que
estos temas tienen una dimensión no privada en el sentido de que afectan la
visión sobre los modelos de familia y las formas de educación de la afectividad
en las generaciones venideras.
Apunto todo esto sin pretender responder a ninguna
cuestión ética en particular, de momento, sino únicamente para señalar que en
todo ello, los cristianos tenemos la Biblia como fundamento de nuestra acción
ética. En sentido estricto, no me parece que esto suponga una ventaja
particular por sobre los demás: no es que los creyentes tengamos un saber ético
que esté por encima de nadie, puesto que estamos situados igual que todos en la
“incertidumbre” posmoderna. Pero, al igual que todos (creyentes de otras
confesiones o no creyentes), los cristianos también tomamos decisiones
éticas cada día y reflexionamos sobre el uso de nuestra libertad. En nuestro
caso, lo hacemos, o intentamos hacerlo, desde la experiencia de fe y desde el
llamado común a ser testigos de Jesucristo en el mundo.
Lo intentamos y lo hacemos, los creyentes
evangélicos, desde la Biblia. Pero me parece que una cosa es hacerlo desde una
autoridad de la Biblia que se usa como conjunto de mandatos, como normas que
operan por sí mismas, como unas reglas que se tienen que aplicar de modo
más o menos directo sobre los dilemas que enfrentamos.
Es diferente, por otro lado, hacerlo desde una
perspectiva que busca ser iluminada por la Palabra revelada (Jesucristo) para
discernir y obedecer la voluntad de Dios en el tiempo presente. En esta
perspectiva ética la Biblia no es un manual de reglas ni ofrece simplemente
unas instrucciones para el “diseño humano” que Dios ha aplicado en nosotros. En
esta perspectiva acudimos a la Biblia como aquel escriba o como aquel padre de
familia que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas (Mt 13:52).
____________________
[1] Cf . Zygmunt Bauman,
Modernidad líquida, Buenos Aires: FCE, 2003; Amor líquido. Acerca de la
fragilidad de los vínculos humanos, Buenos Aires: FCE, 2005.
[2] Cf. Zygmunt Bauman, Ética
posmoderna, Madrid: Siglo XXI, 2009. Allí Bauman explica que a pesar de que
sabemos mucho más en la actualidad sobre los problemas éticos (tenemos una gran
“sabiduría posmoderna”) estamos cada vez más limitados, o impedidos, para darle
una aplicación práctica de ese saber en nuestras acciones morales (Bauman lo
llama “impotencia posmoderna”).
[3] La bibliografía es inmensa.
Remito a dos libros de autores protestantes: José Míguez Bonino, Ama y haz
lo que quieras. Una ética para el hombre nuevo, Buenos Aires: La Aurora,
1971; Dietrich Bonhoeffer, Ética, Madrid: Trotta, 2000.
[4] Entiendo por “moral” ese
conjunto de normas, prácticas, actitudes y representaciones que se hacen dentro
de una cultura sobre lo que es bueno o correcto. Lo moral tiene un carácter
histórico y un condicionamiento cultural, pero también se ha debatido sobre el
alcance universal de determinados valores (no matar, no robar, no mentir,
etc.).
La ética es la reflexión de las acciones humanas con
relación a tales principios, sus condiciones de posibilidad y la problemática y
complejidad que suponen. Otros dirían, más bellamente, que la ética es el arte
de vivir, hacia lo que es bueno o conveniente (Fernando Savater) o, con más
precisión, que la ética es “tender a la vida buena, con y para el otro, en
instituciones justas” (Paul Ricoeur). Para Michel Foucault, la ética es el
ejercicio reflexivo de la libertad.
[5] Cf. George E. Marsden, Fundamentalism and
American Culture: the Shaping of Twentieth–Century Evangelicalism: 1870 – 1925,
2nd ed, Nueva York, Oxford: Oxford University Press, 2006.
[6] Cf. José Míguez Bonino, Rostros
del protestantismo latinoamericano, Buenos Aires, Grand Rápids: Nueva
Creación y William E. Eerdmans Publishing Co, 1995. Especialmente el capítulo
2: “El rostro evangélico del protestantismo latinoamericano”.
[7] La interpretación literal de
la Biblia tiene un sentido positivista: los versos de la Biblia se consideran
datos que se comprueban por la observación y el sentido común. Es sabido que
este modo de usar los versos bíblicos tiene su origen, en el fundamentalismo
anglosajón, en la escuela filosófica escocesa del llamado “realismo del sentido
común”, cf. George E. Marsden, op. cit., pp. 14–16, 110–116.
[9] El autor consultó y se
entrevistó con pastores y líderes del más amplio espectro del protestantismo
norteamericano (luteranos, pentecostales, etc.), y también con rabinos,
sacerdotes, testigos de Jehová, etc.
[10] Respecto a las prácticas que
tienen lugar en las iglesias, como formas de ejercitar un poder sobre otros,
son valiosos los análisis de Michel Foucault sobre la “pastoral cristiana” en
el cristianismo, cf. La hermenéutica del sujeto. Curso en el Collège de
France (1981–1982), Madrid: Akal, 2005. Sobre el nacimiento del “poder
pastoral” y sobre la “dirección de la consciencia”, con una finalidad benéfica,
tanto en el Oriente mediterráneo, como en muchos textos bíblicos que comenta
Foucault, cf. su seminario Seguridad, territorio, población. Curso en el
Collège de France (1977–1978), Madrid: Akal, 2008, pp. 129–136.
[11] Sobre la historia de la moral
sexual cristiana, desde una perspectiva crítica, cf. Uta Ranke– Heinemann, Eunucos
por el Reino de los cielos, Madrid: Trotta, 1994.
[12] También puede ocurrir lo
contrario: conozco el caso de un pastor que no fue contratado para trabajar en
una comunidad evangélica porque él mismo no está de acuerdo en que la mujer
“tenga autoridad en la iglesia o en su casa”; se ve que en dicha comunidad no
usan la Biblia para hacer que las mujeres se sometan a la autoridad masculina.
[13] Hay que aclarar, por cierto,
que no es poca cosa el trabajo ético desde fuera del cristianismo, pues
resultan muy importantes los diversos esfuerzos por fundamentar una ética desde
distintas tradiciones filosóficas contemporáneas, por ejemplo en España son
valiosos los trabajos de la profra. Adela Cortina, cf. su libro Para qué
sirve la ética, Barcelona: Paidós, 2013. Es un contexto más global,
considero valioso el trabajo de Enrique Dussel, Ética de la liberación. En
la edad de la globalización y la exclusión, Madrid: Trotta, 1998. Y sobre
el humanismo, que a veces se denosta con facilidad, quiero mencionar una
anécdota del filósofo Franz Hinkleammert, que relata cómo su padre, que era un
conservador humanista, le educó cuando era niño para que no repitiera las
canciones antisemitas que escuchaba en la calle, en la Alemania nazi, cf.
Estela Fernández Nadal y Gustavo David Silnik, Teología profana y
pensamiento crítico. Conversaciones con Franz Hinkelammert, Buenos Aires:
CICUS, CLACSO, 2012, pp. 99–100.
[14] Cf. Dietrich Bonhoeffer, Etica,
op. cit, pp 235–264. El texto “El amor de Dios y la decadencia del mundo” fue
escrito a finales de 1942, cuando estaba próximo a ser detenido por la policía
nazi.
[19] En otras épocas, muchos
cristianos evangélicos apoyaron la esclavitud, hallando sustento en la Biblia
para ello, pero hoy día es dudoso que alguien use la Biblia para apoyar la
esclavitud de personas. Si uno conversa en España con creyentes mayores de
edad, te explican cómo crecieron con prohibiciones morales que, supuestamente,
se fundaban en la Biblia y se exigían como parte de la moral de sus comunidades
(no ir al teatro o el cine, que las mujeres no se pongan pantalones, etc.) y
que hoy día ya no se practican. Asimismo, en la cultura mediterránea se incluye
el vino como bebida, sin considerarlo pecado, pero esto suele prohibirse
(aduciendo que es pecado y que la Biblia lo prohíbe) en iglesias evangélicas de
América Latina o del África (aunque no en todas la familias denominacionales).
[20] Para un cuidadoso estudio, en
el Nuevo Testamento, del discernimiento cristiano cf. José María Castillo, El
discernimiento cristiano. Por una consciencia crítica, Salamanca: Sígueme,
1984.
[23] Sobre las diversas maneras que
las personas utilizan para explicar y justificar sus acciones morales es recomendable
leer Luc Boltanski y Laurent Thevenot , De la justification. Les économies
de la grandeur, Paris: Gallimard, 1991.
[24] Así por ejemplo, la la Alianza
Mundial de Iglesias Reformadas durante el Concilio General num. 24 celebrado en
Accra, República de Ghana, en 2004, formuló una confesión (conocida como la
“confesión de Accra) en la cual se hace una declaración de fe (faith stance)
conjunta (confessing together), en la cual se condenan los valores del
capitalismo económico: se rechaza el egoísmo competitivo del mercado global
neoliberal (cf http://goo.gl/7ckAqr). De las
iglesias evangélicas de España, esta confesión fue apoyada por la Iglesia
Evangélica Española.
[25] Entre las familias evangélicas
de España no suele producirse mucha reflexión teológica sobre la ética
política, lo cual no significa que no haya acciones colectivas que tienen una
posible significación política. Cf. por ejemplo el premio “Unamuno, amigo de
los protestantes”, otorgado al ministro de justicia, Alberto Ruíz Gallardón, en
febrero de 2014 (http://goo.gl/b8NZCB). Cf.
también el discurso de la candidata del PP, Esperanza Aguirre, que
recientemente dirigió a los evangélicos de la comunidad de Madrid en un
encuentro de realizado en la Primera Iglesia Bautista de Madrid (http://goo.gl/oqf5rQ).
*Víctor
Hernández. Doctor en psicología y licenciado en teología. Pastor de la Iglesia
Evangélica Española. Actualmente se dedica a la psicoterapia y psicología
clínica, es también pastor de la Església Evangélica Betlem en Barcelona.
Fuente: Lupaprotestante, 2015.
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