Por.
Juan Stam, Costa Rica.
Si
bien el tema "reino de Dios" predomina en los evangelios sinópticos, en las epístolas paulinas, por razones relacionadas con su misión, apenas se
menciona el reino y son muy típicas las frases "el evangelio" y
"predicar el evangelio". Sin embargo, las epístolas de Pablo, por lo
menos la mayoría de ellas cuya paternidad paulina no es cuestionada, son
anteriores cronológicamente a los evangelios sinópticos. En ese sentido, la
enseñanza del reino antecede a las epístolas (por venir del tiempo de Jesús) y a
la vez es posterior a ellas (por la fecha en que fueron redactados los
sinópticos). Eso refuta la tesis de que la iglesia había abandonado, o
disminuido casi totalmente, el tema del reino y lo había sustituido con
"el evangelio". "Reino" y "evangelio" son dos
lados de la misma moneda.
La
proclamación de las buenas nuevas de salvación es esencial a la tarea de
predicación, tan urgente que Pablo una vez exclamó, "¡Ay de mí si no
predico el evangelio!" (1 Cor 9:16). Más adelante en la misma epístola,
Pablo define "el evangelio que les prediqué", y que él había
recibido, como el mensaje de la muerte, sepultura y resurrección de Jesús (1
Cor 15:1-4). El anhelo de toda la vida de Pablo fue el de "proclamar el
evangelio donde Cristo no sea conocido" (Rom 15:20). Todo predicador fiel
puede afirmar con Pablo, sin titubeos, "no me avergüenzo del evangelio,
pues es poder de Dios para la salvación de todos los que creen" (Rom
1:16).
La
predicación evangélica es en primer lugar "predicar a Jesucristo" y
"el evangelio de Jesucristo" (Hch 20:24; 2 Cor 4:5; cf. 11:4), como
Hijo de Dios (1 Cor 1:19; Hch 9:20), crucificado (1 Cor 1:23; Gal 3:1) y
resucitado (1 Cor 15:11-12; Hch 17:18). En Gálatas 3:1, Pablo describe su
predicación como si fuera dibujar el rostro de Cristo ante los ojos de los
oyentes (kat' ofthalmous Iêsous Jristos proegrafê estaurômenos). En algunos
pasajes se llama "el evangelio de Dios" (1 Ts 2:9; 2 Cor 11:7) o
"el evangelio de la gracia de Dios" (Hch 20:24). Con una terminología
levemente distinta, se llama también "el mensaje de la fe" (Rom 10:8;
cf. Gal 1:23) o "el mensaje de la cruz" (1 Cor 1:18). En Efesios
2:17, Pablo describe a Cristo mismo como predicador del Shalom de Dios (cf. Hch
10:36). En conjunto, estos textos nos dan el cuadro de un evangelio integral en
la predicación.
LA PREDICACIÓN Y LA PALABRA DE DIOS
Esa
relación dinámica entre la proclamación y el evangelio del reino implica
también la relación inseparable entre la predicación y la Palabra de Dios. Por
eso, se repite a menudo que los apóstoles y los primeros creyentes
"predicaban la palabra de Dios" (Hch 8:25 13:5; 15:36; 17:13), o
sinónimamente, "la palabra de evangelio" (1 P 1:25) o "la
palabra de verdad" (2 Tm 2:15). Otras veces se dice lo mismo con sólo
"predicar la palabra" (Hch 8:4). El encargo de los siervos y las
siervas del Señor es, "predique la palabra" (2 Tm 4:2), lo cual es
mucho más que sólo pronunciar sermones.
La
frase "palabra de Dios" tiene diversos significados en las escrituras
y en la historia de la teología. La palabra de Dios por excelencia es el Verbo
encarnado (Jn 1:1-18; Heb 1:2; Apoc 19:13, Cristo es ho logos tou theou). En
las escrituras tenemos la palabra de Dios escrita, que da testimonio al Verbo
encarnado (Jn 5:39). Pero la palabra proclamada, en predicación o en
testimonio, se llama también "palabra de Dios", donde no se refiere
ni a Jesucristo ni a las escrituras (Hch 4:31; 6:7; 8:14,25; 15:35-36; 16:32;
17:13; cf. Lc 10.16). Cristo es la máxima y perfecta revelación de Dios, quien
después de hablarnos por diversos medios, "en estos días finales nos ha
hablado por medio de su Hijo" (Heb 1:1-2, elalêsen hêmin en huiô,
"nos habló en Hijo").
El
lenguaje supremo de Dios es "en Hijo" y las escrituras son el
testimonio inspirado de esa revelación, definitivamente normativas para toda
proclamación de Cristo. Pero esa proclamación oral es también "palabra de
Dios", según el uso bíblico de esa frase. Esta comprensión de las tres
modalidades de la palabra de Dios, y por ende de la predicación como palabra de
Dios cuando es fiel a las escrituras, fue expresada en lenguaje muy enfático
por Martín Lutero y reiterado con igual énfasis por Karl Barth (KB 1/1 107; 1/2
743,751).
Según
la Confesión Helvética de 1563, "la predicación de la palabra de Dios es
palabra de Dios" (praedicatio verbi Dei est verbum Dei). Lutero se atrevió
a afirmar que cuando el predicar proclama fielmente la palabra de Dios,
"su boca es la boca de Cristo". Karl Barth hace suya esta teología de
la predicación, para afirmar que la predicación es en primer término una acción
de Dios (1/2 751) en la que es Dios mismo, y sólo Dios, quien habla (1/2 884).
Para
muchas personas, que suelen entender "palabra de Dios" como sólo la
Biblia, este descubrimiento tiene implicaciones revolucionarias para la manera
de entender la predicación. Por un lado, magnifica infinitamente la dignidad
del púlpito y el privilegio de ser portador de la palabra divino. También
aumenta infinitamente nuestra expectativa de lo que Dios puede hacer por medio
de su palabra, a pesar de nuestra debilidad e insuficiencia. Es una vocación
demasiada alta y honrosa para cualquier ser humano. Así entendido, el carácter
de la predicación como palabra de Dios nos dignifica y nos humilla a la vez.
Fuente:
Protestantedigital, 2015.
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