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viernes, 18 de abril de 2008

VIVIR COMO RESUCITADOS: FE CRISTIANA AQUÍ Y AHORA. EL DESAFÍO DE VIVIR COMO RESUCITADOS

Por Elsa Tamez.
“Vivir como resucitados” o “ser amenazados de resurrección” son metáforas teológicas que describen dimensiones de la existencia humana difíciles de comprender. Abarcan dimensiones escatológicas y utópicas y, a a vez, presentes en la historia. La frase “vivir como resucitados” alude a la vida concreta en la tierra, pero también a una manera inusitada de vivir que sobrepasa los límites de la realidad histórica y terrenal; resucitados apunta a una experiencia de transformación plena, a la travesía de un estado de muerte, con todo lo que ésta implica, a un estado de vida en plenitud. En otras palabras, “vivir” alude a los tiempos presentes-históricos, y “resucitados” a los llamados “últimos tiempos”, es decir, a lo escatológico, a lo ahistórico. Si no fuera por la palabra “como”, la frase, estrictamente hablando, no tendría sentido porque no se puede vivir dentro de la historia y a la vez fuera de la historia. La palabra “como” hace posible vivir en lo contingente la plenitud de la promesa de una vida resucitada, esto es, vivir aquí en la historia como si se hubiese resucitado. En teología se dice que vivimos en el “ya y el todavía no”.Pero, ¿es posible vivir como resucitados en el “ya y el todavía no”? Para los cristianos es posible gracias al Espíritu santo que es el Espíritu de Dios y el Espíritu de Cristo. “Vivir como resucitados” significa vivir de acuerdo con el Espíritu y “vivir o andar según el Espíritu” hace referencia a la espiritualidad de los creyentes. Vivir como resucitados en América Latina y el Caribe, entonces, expresa una espiritualidad liberada y liberadora. [...]Pareciera que los cristianos no estamos “viviendo como resucitados”, sino como acomodados al “no”, lejos del “ya” y del “todavía”. Por eso, como la sociedad actual no ofrece espacios de gratuidad por la exigencia de eficacia y la competencia, para muchos suenan atractivas otras espiritualidades, con frecuencia más alienantes que liberadoras. Son espiritualidades que ayudan a vivir bien en el ahora y a aminorar las frustraciones cotidianas. Y esto no está mal como mecanismo de defensa. Sin embargo, generalmente se trata de espiritualidades individualistas, pobres y ajenas a la vida en el Espíritu que leemos en el Evangelio.El desafío de vivir como resucitados es un reto a las personas y comunidades cristianas para que caminen conforme al Espíritu y vivan una espiritualidad liberadora. Más que un tema, es un llamado urgente y central frente a una sociedad asfixiante, a gente y comunidades cansadas y con poca esperanza, y a una iglesia excesivamente institucionalizada que presta poca atención al Espíritu. Necesitamos una renovación en el Mesías Jesús y el gestor de ese renacimiento es el Espíritu de Dios.La acción liberadora del Espíritu en el paso a la resurrecciónEn Cristo, afirma San Pablo, hemos pasado de la muerte a la vida. Y reitera esta afirmación con distintas palabras. En Ro 6.2 utiliza la figura del bautismo para afirmar que fuimos sepultados con Cristo en su muerte, para que, al igual que él resucitó de entre los muertos, nosotros vivamos también una nueva vida. Vuelve a repetir lo mismo en 6.5. En 6.8 escribe: “Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él”.Pablo enfatiza estas palabras en un contexto de exhortación a “no permanecer en el pecado”. En Ro, pecado significa un orden social y cultural invertido en donde la verdad es aprisionada por la injusticia (1.18). Este orden de valores invertidos, que condenó a Jesús a la cruz, tiene el poder de penetrar, no sólo las estructuras socioeconómicas sino las sociales.
Pasar de la muerte a la vida es una figura teológica paulina que expresa un cambio radical en la existencia humana. Se trata de dos tipos de vida antagónicos, uno con características de muerte y otro con características de resurrección. Se abandona por elección aquella existencia que por sus características mortales produce muerte y se acoge un nuevo modo de vivir. Esto se llama conversión —metanoia— en algunas partes de la Biblia. Morir al pecado, para Pablo, significa no permanecer en él, ni ser cómplice, ni dejarse someter por las estructuras pecaminosas. La razón teológica que ofrece Pablo es la crucifixión de todo o malo de la humanidad, en la crucifixión de Jesús. De acuerdo con Pablo, cuando Jesús fue crucificado también “la criatura vieja” de ser humano fue crucificada (Ro 6.6) y allí murieron los deseos egoístas y avaros que originaban prácticas injustas capaces de crear las estructuras de pecado. Morir al pecado es importante para a Pablo porque, según sus palabras, al morir se deja de ser esclavo del pecado, se queda libre del pecado (6.7). Pero no solamente eso: una vez resucitados, asevera el apóstol, la muerte deja de tener dominio sobre los resucitados.
Pablo contrapone dos señoríos: el del pecado y el de Dios. El del pecado es el que produce muerte y por eso hay que abandonarlo, muriendo a él. El señorío de Dios es el que produce vida. Morir al pecado significa escapar de él y de sus efectos mortíferos; no obstante, no significa automáticamente resucitar a una nueva vida. Se necesita tener la opción de resucitar y de vivir como resucitados. Se necesita acoger el don de la resurrección dado por Dios mediante su Espíritu. Pues la vida resucitada es un don de Dios y esa novedad de vida se experimenta para Dios (6.10-11,13). [...]. Para Pablo, esta acción liberadora de la muerte a la vida es causada por el Espíritu y se vive en el Espíritu. Se trata del Espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos y que da vida a nuestros cuerpos mortales (8.11). Se trata del Espíritu que habita en los resucitados. En Ro 8.1-4, Pablo recuenta el acto liberador del Espíritu y la libertad de toda condenación para quienes viven de acuerdo con la nueva vida. Lo escribe de forma teológica y muy densa, casi incomprensible. Sin embargo, parafraseando sus palabras y actualizándolas, podría entenderse de la siguiente manera: “No hay nada que condene a quienes viven como Jesús el Mesías, porque el Espíritu de Dios que ha dado esa nueva vida, impregnada del horizonte del Mesías Jesús, te liberó de los mecanismos del sistema pecaminoso que produce muerte. La liberación ocurrió gracias a la acción de Dios y no de la ley.La ley no fue capaz de controlar, de contrarrestar ni combatir los efectos injustos y antihumanos que produce el sistema pecaminoso. Al contrario, la ley se volvió impotente frente al sistema pecaminoso y sus mecanismos por dos razones relacionadas con la condición humana y su complicidad con el sistema: 1) los deseos avaros de engrandecimiento y enriquecimiento, que generaron las prácticas injustas y engendraron el sistema pecaminoso; 2) la propia fragilidad humana, presa fácil del sistema pecaminoso.
Ambas razones hacen de la ley un instrumento manipulable. De modo que por causa de la impotencia de la ley y su fácil manipulación, Dios, por medio de la figura del Hijo, tuvo que manifestarse en la historia, asumiendo la condición humana sometida a los mecanismos del sistema pecaminoso. Y todo eso lo hizo Dios para que la justicia verdadera se cumpliese en medio de nuestra realidad. [...]. Dios se hace presente en la historia a través de quienes viven como resucitados. Quienes viven como resucitados son los que han sido liberados por el Espíritu y caminan en la vida conforme a los anhelos del Espíritu: la justicia, el amor, la paz y la alegría. Estos manifiestan de manera visible una espiritualidad de liberación. Porque el Espíritu de Dios creador y de Cristo salvador habita en ellos y ellas. Pablo utiliza indistintamente y como sinónimos Espíritu de Dios y Espíritu de Cristo (Ro 8.9). Se trata del Espíritu Santo prometido (Gál 3.13) desde siempre y derramado en nuestros corazones (Ro 5.5). Y se trata, asimismo, del Espíritu del Mesías Jesús, el rostro humano de Dios, que nos dejó al partir de esta tierra. De modo que percibimos hoy la presencia histórica y concreta de Dios y del Mesías Jesús sólo a través de su Espíritu. “Dios con nosotros” hoy (Emmanuel) es el Espíritu Santo; no hay otra forma histórica de Dios presente en nuestra realidad. El kerigma declara que Jesús el Mesías murió, resucitó, se apareció a algunas discípulas y discípulos, y después partió, dejándonos su Espíritu. De suerte que toda acción visible transformadora y liberadora de Dios en la historia y su creación se hace por medio de su Espíritu. Sin embargo, el Espíritu no es un fantasma que actúa sin cuerpos. El Espíritu tiene una morada concreta y material, la comunidad de creyentes que viven como resucitados y con sus cuerpos mortales, vivificados (Ro 8.11). La morada del Espíritu es el Templo, pero no el edificio, sino las comunidades de creyentes que asumen el desafío de vivir como resucitados y que forman, según las palabras de Pablo, el cuerpo del Mesías resucitado (I Co 12). Un cuerpo solidario, en comunión con los hermanos y hermanas que luchan por la defensa de la vida de los más pobres y amenazados, y respeta la diversidad gracias al Espíritu. No obstante, el Espíritu no mora únicamente en la comunidad, también mora en las personas, en cada uno de sus cuerpos. El cuerpo es el templo del Espíritu Santo, dice Pablo (I Co 6.19). Esta afirmación repercute en tres dimensiones: una, se invita a cuidar de los cuerpos propios en vista de que en ellos habita el Espíritu de Dios; dos, se invita a ver al otro, a la otra, con respeto y mirada tierna puesto que es un ser habitado por Dios; el que el ser humano sea templo del Espíritu crea una barrera para quienes quieran matar, violar o destruirlo, pues al hacerlo se ataca a Dios. Pero lo más importante es que al Espíritu le nacen nuestras piernas y brazos, ojos y boca, para hacer visible su presencia liberadora a través de los cuerpos de quienes viven como resu-citados. Para el apóstol Pablo, en el paso de la muerte a la vida ha habido una trans-formación profunda. Al morir y resucitar con el Mesías Jesús, Dios nos concedió el Espíritu, y al dejarnos guiar por él, se recuperó la imagen divina en nosotros: pasamos a formar parte de la divinidad. El Espíritu de Dios y el espíritu humano entraron en sintonía para clamar que somos hijos e hijas de Dios y para mostrarlo con nuestras actitudes y actos como si fueran de Dios. En palabras de Pablo: “...habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace aclamar ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios” (Ro 8.15-16). En fin, Dios se acerca a su creación y se hace presente mediante su Espíritu. El Espíritu es la presencia histórica de Dios manifestada a través de quienes asumen el don de la vida y la viven como resu-citados. [...] Signos de Vida, 31, marzo de 2004.
Fuente: LA IGLESIA PRESBITE. AMMI SHADDAY. www.igl-ammi-shadday.blogspot.com
Pastor oficiante: Pbro. Caleb Díaz López. Pastor fraternal: Pbro. L. Cervantes-Ortiz.

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