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martes, 12 de agosto de 2008

Libre de la homosexualidad (IV)

Por. Oscar Galindo*
¡Quítate niño! ¡Tú no eres mi hijo! Retumbó la voz de mi padre en mis oídos infantiles cuando trataba de abrazarlo, rompiendo algo en mi interior. Tan sólo tenía 3 años de edad. Nací y fui criado en una familia cristiana hasta la edad de 15 años. Soy el menor de tres hermanos. Mis padres se divorciaron siendo yo muy pequeño. Mi padre siempre trató de proveer por nuestras necesidades materiales pero nunca fue un padre que mostrara afecto físico.
Mi madre fue acusada injustamente de haber cometido adulterio, y esa fue una de las razones por las que mi papá me rechazó en mis años de infancia. Para sorpresa suya, más tarde, descubrió que era yo quién más me parecía a él.
Anhelaba tener un padre. Mi madre trabajaba como profesora, y disfrutaba el ambiente social magisterial en el que se desenvolvía. Solía decirle a mi madre: --Mamá, quiero tener un papá, ¿Podrías decirle al profesor Juan que sea mi papá? ¡Dile que venga a vivir con nosotros! Como niño no alcanzaba a comprender la complejidad que requería “re-componer” un hogar. Cuando tenía aproximadamente 12 años, comencé a desarrollar patrones sexuales adictivos. En los atiborrados autobuses trataba de tener contacto físico con los hombres. Comencé también a “curiosear” en los baños públicos y debido a mi aislamiento trataba siempre de andar en la calle solo. Fue así como tuve mi primera experiencia sexual. ¡Fue bastante desagradable! Me sentí increíblemente sucio. Corrí a mi casa, entré a la ducha mientras entre lágrimas le pedía perdón a Dios por haber cometido tal atrocidad… al día siguiente, estaba tratando de recordar dónde me había dicho ese hombre que vivía, pues tenía deseos de verlo nuevamente.
A la edad de 14 años llegué a estar más involucrado en experiencias de sexo anónimo. Mi comportamiento realmente era enfermizo. Comencé a visitar saunas, y cines donde abiertamente se tenían relaciones homosexuales. Mi familia se enteró de la situación. Mi madre me llevó al médico para una revisión exhaustiva, pues temía que hubiera contraído alguna enfermedad venérea. También comenzó a llevarme con psicólogos y psiquiatras, con quienes accedí a ir en una forma voluntaria y pacífica, únicamente para demostrarle a mi madre que yo no iba a cambiar, pues me había “aceptado como gay”.Yo no quería cambiar, y por supuesto, todas las visitas a psicólogos y psiquiatras fueron infructuosas.
Comencé a asistir a fiestas, a beber excesivamente y a faltar a mi casa. Mi madre se encontraba sumamente abrumada y molesta, y trataba a toda costa de “cambiarme”; me escribía cartas donde me hablaba en una forma muy ruda, para que dejara el ambiente homosexual. La situación se convirtió en algo insoportable, así que decidí huir de mi casa. Tenía tan solo 16 años. Me fui a la Ciudad de México, a dos horas de mi ciudad natal. Ahí comencé a conocer a muchos homosexuales y pederastas y, aun cuando finalmente volví a casa, hice grandes vínculos de amistad con mucha gente de la comunidad homosexual. Cuando tenía algún disgusto en casa, huía a la Ciudad de México por una o dos semanas, sin avisar, para “castigar” a mi familia por presionarme. Me volví un experto de la manipulación. Siga leyendo en Libre de la homosexualidad.pdf
* Es el Director Ejecutivo de Exodus Latinoamérica, un ministerio cristiano que se dedica a anunciar que es posible la libertad de la homosexualidad a través del poder transformador de Jesucristo. También dirige un grupo de apoyo para gente saliendo de la homosexualidad en la Ciudad de México, y da conferencias y cursos de capacitación a pastores y líderes que desean comenzar un ministerio de este tipo. Exodus Latinoamérica, info@exoduslatinoamerica.org
www.exoduslatinoamerica.org

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